EL RAPTO





SERIE DE SERMONES “EDUCACIÓN CELESTIAL”

TEXTO BÍBLICO: 1 TESALONICENSES 4:13-18

INTRODUCCIÓN

      Una de las enseñanzas más extendidas en el mundo evangélico es aquella que emplaza a los creyentes a esperar un rapto o arrebatamiento cuando la venida de Cristo está a punto de dar punto y final a la historia. De hecho, hace quince días, en la televisión, una adaptación cinematográfica de la saga de libros “Dejados atrás” (“Left behind” en el original inglés) de Tim LaHaye, recientemente fallecido, apareció para darle un empujón mucho más mediático a una cuestión escatológica que se ha apoderado de la iglesia cristiana evangélica desde hace un par de siglos. La idea que sobrevuela esta supuesta doctrina dispensacionalista es que un día, de manera inesperada, todos aquellos cristianos que fielmente se hallan en comunión con Dios serán arrebatados por Cristo a los cielos, dejando en la tierra a los pecadores irredentos para que reflexionen sobre este portento y puedan arrepentirse, y así evitar convertirse en acólitos y seguidores del anticristo que está por venir. Aquellos que vuelven en sí a causa de este rapto misterioso se enfrentarán a una serie de tribulaciones que probarán su fe y su adhesión a la causa de Cristo. Estas afirmaciones tienen implicaciones bastante discutibles sobre la justicia y amor de Dios de las que podríamos hablar largo y tendido en otra ocasión.

      El rapto pretribulacional se ha encastrado de tal forma en el pensamiento escatológico de la iglesia evangélica que al final se ha considerado como una doctrina fundamentada en la Biblia y acorde con la analogía de la fe, esto es, con una interpretación global de la Palabra de Dios. Por ello es preciso decir aquí, que emplear una referencia mínima a algo parecido a un rapto anterior a la tribulación y al reino milenial para construir una teología completa sobre los últimos tiempos es una temeridad que bien haríamos en evitar. También es necesario ser conscientes de que, a pesar de que no hay nada malo en investigar e inquirir en esta clase de asuntos del porvenir, sin embargo es mucho más tranquilizador actuar y vivir de acuerdo al evangelio de Cristo sin temer nada de lo que tenga que suceder en el mañana. A veces hay personas que se obsesionan demasiado en buscar señales, indicios y manifestaciones apocalípticas, e infunden más temor que edificación en aquellos que prestan oídos a sus aseveraciones y conclusiones subjetivas. Al buscar el equilibrio en una interpretación bíblica mesurada y dependiente del contexto original en el que se escribe el texto, notaremos que muchas de las afirmaciones que se hacen desde el premilenialismo o el postmilenialismo son solo visiones muy personales de lo que no sabemos con certeza absoluta que acontecerá. La escatología o estudio de las últimas cosas siempre debe supeditarse al crecimiento espiritual y a valorar la urgencia de la misión de la iglesia, pero nunca para atemorizar o manipular un futuro desconocido.

     Pablo, sabedor de las circunstancias que rodeaban a algunas iglesias en cuanto a la esperanza escatológica y al segundo regreso de Cristo, decide comunicar algunas enseñanzas, muy básicas y muy sencillas, sobre la parusía de Cristo. Su énfasis es eminentemente pastoral, por lo que hemos de leer las palabras de Pablo en clave de consuelo y confortación de los creyentes. Lo cierto es que Pablo recibe informes de que muchas de las personas que componían la iglesia en Tesalónica han dejado de trabajar y de ocuparse en sus labores pensando que Cristo volvería de manera inminente. Si Cristo está a punto de volver, y todo lo terrenal ha de pasar, ¿para qué seguir afanándose en la rutina diaria de trabajar? Si el Señor no ha de tardar en volver a por su iglesia, ¿de qué servía aferrarse a la realidad presente con un horizonte glorioso y eterno en ciernes? Muchos aprovechaban la coyuntura para beneficiarse del trabajo de otros, mientras holgazaneaban a la espera del fin del mundo. El tiempo pasaba y nada extraordinario sucedía. La impaciencia superaba día tras día el colmo tanto de los que esperaban a Cristo como de aquellos que tenían que sostenerlos con el sudor de su frente. Por ello, el apóstol Pablo, antes de hablarles de la venida del Señor, les conmina a que pisen con los pies el suelo y a que bajen de las alturas: “Procurad tener tranquilidad, ocupándoos en vuestros negocios y trabajando con vuestras manos de la manera que os hemos mandado, a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera y no tengáis necesidad de nada.” (vv. 11-12)

A. EL SUEÑO DE LA MUERTE

“Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él.” (vv. 13-14)

     Dada la idea de que la iglesia debe vivir con conciencia del presente y con la mirada en el futuro, Pablo desea responder a las dudas y cuestiones que surgen en los corazones de muchos de los fieles de la iglesia en Tesalónica con respecto a aquellos que ya han muerto y que no van a poder ser testigos de la segunda venida del Señor. Existía entre los mismos apóstoles un anhelo porque Cristo regresase para instaurar definitivamente el Reino de los cielos, venciese a Satanás y todos sus siervos, y finalmente se celebrase un juicio cósmico en el que el destino de cada ser humano fuese determinado definitivamente. De hecho, las palabras de Jesús a Pedro mientras caminaban por la arena de la playa sobre que Juan pudiese vivir hasta su regreso, hizo pensar a más de uno que la vuelta de Cristo sería un evento cercano en el tiempo. Esa es la esperanza de muchos creyentes hasta que comienzan a comprobar que poco a poco, algunos de los seguidores de Jesús mueren sin que el Señor haya regresado. ¿Qué pasará entonces con ellos?, se preguntaban entre sí. Necesitaban una voz autorizada que les dijese y explicase qué iba a suceder con sus difuntos, con aquellos que durmieron antes que ellos. 

    Pablo les tranquiliza y enjuga sus lágrimas de angustia. Tal vez para los incrédulos la muerte era una pesadilla que provocaba en ellos agonía, sufrimiento y dolor, pero para el creyente, la muerte solo era un sueño, un breve portal que les conduciría directamente ante la presencia de Jesús. La esperanza cristiana de vivir toda la eternidad junto a Dios no calma ese primer instante en el que la pérdida de un ser querido se da, pero sí infunde de fortaleza y aliento al saber que se encuentran en un lugar mejor, disfrutando de aquello que nosotros también aspiramos a lograr. Los que no creen en nada, o en sí mismos, o en pobres ídolos, consideran la muerte como un enemigo que se ceba en su desdicha y tormento. No es así con el creyente, el cual recuerda al difunto en su esencia mientras vivió sin amargarse la existencia. Si nuestra fe está puesta en Cristo, si creemos de todo corazón que Cristo murió y resucitó, si confesamos con nuestra boca que la muerte de Cristo no fue definitiva, sino que éste la venció con gran poder y autoridad, y si saboreamos ya las mieles de la vida eterna que corre por nuestro espíritu, sabremos que los que mueren van al encuentro de Cristo, nuestro todo en todo. Pablo consuela a sus hermanos tesalonicenses dándoles la certeza absoluta de que sus difuntos ya están gozando de la gloria y majestad de Dios en Cristo.

B. LOS QUE NOS PRECEDIERON EN LA MUERTE, NOS PRECEDEN EN LA VIDA

“Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. El Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo. Entonces, los muertos en Cristo resucitarán primero.” (vv. 15-16)

      El apóstol de los gentiles pretende dejar meridianamente nítida la revelación de Dios al respecto del tema de la segunda venida de Cristo, y por eso respalda las siguientes afirmaciones con la consideración de que son palabra de Dios. No se trata de una percepción personal del tema, o de cómo le gustaría que fuesen las cosas, o de una interpretación diplomática con que apaciguar los ánimos de los creyentes tesalonicenses. Dios ha establecido el orden que a continuación se reseña y cualquier otra enseñanza relacionada con la segunda venida de Cristo debe amoldarse a estas palabras. Pablo todavía seguía pensando que el Señor regresaría en vida de él, aunque ya en su segunda carta avisa de que las señales de la apostasía todavía no se han dado. Pablo, al escribir estas letras, se une a aquellos que aún viven y que esperan la pronta venida de Cristo. Los que ya han fallecido, y por tanto están ya con el Señor, por fin han completado su camino mortal y han precedido a todos cuantos quedan aquí en la tierra. Cuando Cristo regrese, hecho visible y audible por parte de toda la humanidad, de un confín a otro confín de la tierra, aquellos que depositaron su fe en el Señor volverán milagrosa y asombrosamente a la vida. No es preciso preguntarse el cómo Cristo logrará tal cosa. Lo que es menester es comprobar que, del mismo modo en que Dios creó el universo por su palabra, por su palabra poderosa Cristo recreará el cuerpo glorificado de cada uno de aquellos que perecieron siendo fieles a su llamamiento. Cristo empleará su voz de mando para ordenar que todo sea hecho según su soberana y justa voluntad, usará su voz de arcángel para comunicar al mundo entero que ha vuelto para reinar por toda la eternidad y la trompeta de Dios llamará a la humanidad a comparecer en el tribunal cósmico para juzgar a vivos y a muertos. 

    En la eternidad, en la ausencia de tiempo en la que vive, reina y existe Dios, nadie permanece dormido, ya que nuestra percepción limitada del tiempo y el espacio aunque podría sugerirnos que el que muere duerme hasta que sea despertado por el Señor en el día postrero. Tal cosa está fuera de la teología de la muerte que Pablo predicaba a sus lectores y oyentes: “Pero estamos confiados, y más aún queremos estar ausentes del cuerpo y presentes al Señor” (2 Corintios 5:8); “De ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Filipenses 1:23). El mismo Jesús emplazaba a uno de los que crucificaron junto a él a estar en la presencia de Dios de forma inmediata: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43). ¿Qué clase de aliento podríamos dar a alguien próximo a fallecer si le decimos que cuando muera deberá esperar miles de años en un estado de dormición? Pablo siempre parece tener muy claro que para él “el vivir es Cristo y el morir, ganancia” (Filipenses 1:21).

C. NUESTRO TURNO

“Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.” (vv. 17-18)

     Una vez todos los que nos precedieron en la vida y la muerte hayan sido resucitados por Cristo, nos uniremos a ellos en ese encuentro emocionante, precioso y glorioso con él. Seremos arrebatados de manera increíble por su influencia y poderío para dar la bienvenida a nuestro redentor, a nuestro Señor y Salvador. ¡Qué gran momento nos espera cuando, rodeados de algunos de nuestros seres queridos que ya partieron antes que nosotros, podamos ver cara a cara a aquel al que amamos y glorificamos! Si cuando estamos en la tierra, cuando nos reunimos en la casa de Dios para adorarle, sentimos su presencia y su potencia de una forma indescriptible, ¿qué no sentiremos cuando le podamos abrazar, hablar y admirar? Entonces toda esa pena que pudimos tener por aquellos que nos precedieron, toda esa tristeza por la pérdida de nuestras personas amadas, se verá transformada en el gozo y la alegría propios de un nuevo reencuentro. Volver a ver en su máximo esplendor a todos cuantos formaron parte de nuestras vidas y que vivieron vidas ancladas en Cristo será una de las experiencias más hermosas e inolvidables que tendremos. Todos, con cuerpos glorificados y renovados, sin dolor, ni llanto, ni dudas, ni preocupaciones, por fin veremos a nuestro Rey y Señor. La eternidad nos aguardará para comprobar de cuántas maneras Dios nos ama, de qué formas quiere tener comunión con nosotros y de qué modos Él será el centro de nuestra existencia perpetua. 

     La visión que la imaginación nos trae de ese acontecimiento tan deseable y colosal ha de acompañarnos en nuestras luchas, en nuestras aflicciones y en nuestras pérdidas. El efecto que debe causar en nosotros, del mismo modo que causaría en los creyentes tesalonicenses, es el de vivir vidas santas y sujetas a su señorío. Estas palabras de Pablo, revelación directa de Dios, no deben servir para edificar teorías alocadas o hipótesis delirantes, sino que deben ponerse al servicio de la exhortación y edificación de los creyentes. La segunda venida de Cristo y nuestro rapto a los cielos no debe emplearse para condenar a nadie, sino que ha de someterse a la valoración pastoral y consoladora del evangelio y de la escatología. Es tremendamente hermoso poder constatar que estas palabras de Pablo deben ser parte de la conversación fraternal, sobre todo cuando uno de nuestros hermanos fallece y pasa a la presencia del Señor.

CONCLUSIÓN

     Siempre se ha dicho que el cristiano debe tener los pies en el suelo y la mirada en el cielo. La fanática obsesión de muchos por querer interpretar los tiempos y las sazones han llevado a otros tantos al error y a la pérdida de la fe. Pablo nos advierte de que “el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche” (1 Tesalonicenses 5:2), y por eso nuestras vidas deben dirigirse a discernir los acontecimientos que suceden en el mundo con cautela, equilibrio y sensatez. Más que esperar a Cristo descuidando nuestras tareas en el presente, deberemos anhelar su regreso dándolo a conocer entre nuestras familias, amigos y conciudadanos, mientras seguimos creciendo y madurando a la altura y estatura de nuestro Señor Jesucristo.
    

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