STOP: QUIETUD
SERIE DE
SERMONES “LA RUTA DE LA VIDA”
TEXTO
BÍBLICO: SALMO 46
INTRODUCCIÓN
La señal
de “stop” es tal vez la que menos se respeta del código de circulación vial.
Después de los semáforos en rojo y los “ceda el paso”, quizás es la señal peor
interpretada por muchos conductores, y así pasa lo que pasa. La señal de “stop”
es una señal considerada de obligado cumplimiento, no solo porque si la rebasas
sin detenerte completamente te meten una multa de órdago, sino porque si no
paramos para mirar a izquierda y a derecha con calma y tranquilidad en
previsión de otros vehículos que circulan por la vía a la que nos vamos a
incorporar, lamentaremos no haberlo hecho. Muchos accidentes graves han tenido
lugar precisamente por no haber respetado el hecho de detenerse por completo en
un cruce con “stop”. Yo sé que cuando se tiene prisa, cuando va uno pensando en
sus cosas, a uno le da rabia tener que volver a meter marchas para alcanzar de
nuevo velocidad de crucero, y uno puede despistarse, y considerar el “stop”
como un “ceda el paso” más. Pero las consecuencias de no parar unos segundos en
prevención de lo que pueda suceder pueden desembocar en parar definitivamente
el latido del corazón y de la vida.
Creo que
lo mismo sucede en términos personales y espirituales. Vamos embalados por la
vida, ocupados en nuestros quehaceres que nos sacan de quicio y nos estresan,
tan embebidos en nuestras preocupaciones y tan inmersos en la vorágine de
nuestros asuntos que no damos tregua al corazón y a la mente. De ahí que
vayamos de los nervios a todas partes, que el mal carácter nos aflore, que las
caras amargadas sean lo que vemos en el espejo todos los días, y que tomemos
decisiones erróneas producto de nuestro acelerado modo de vida. Pero en la ruta
de la vida, Dios coloca señales de “stop” necesarias para que nos detengamos
por un instante, tomemos una bocanada de aire, y dejemos que el alma se exprese
en la quietud y en el sosiego de alguna zona de servicio. Queremos hacernos
cargo de todo, tanto de lo que podemos abarcar como de lo que no podemos. Nos
frustramos cuando vemos que no todo depende de nosotros y nos enfadamos cuando
las cosas nos sobrepasan. Por eso Dios pinta señales bien visibles en nuestra
ruta de la vida, de tal modo que nos detengamos y evaluemos el resto de camino
que nos queda por recorrer. Algunos ven esto como un estorbo a la dinámica
vital que siguen o como un contratiempo a sus ordenadas y perfectas vidas, y
por eso, cuando ven la señal de “stop”, siguen corriendo y corriendo, hasta que
un día cualquiera se derrumban en una depresión de caballo que no supieron ver
y atajar cuando el momento de parar estuvo ante sus narices.
Espiritualmente, necesitamos detenernos de vez en cuando. Dios dispone
las señalizaciones de “stop” en forma de enfermedades, de molestias físicas, de
pensamientos derrotistas, de crisis mentales y económicas, de circunstancias
que provocan la reflexión y llaman a evaluar la vida que llevamos. El salmista,
en el texto bíblico de hoy, ha entendido que debe parar. Debe encomendar su
vida a Dios en un “stop” necesario y restaurador. Existen cosas que lo abruman,
que lo superan y que provocan en él un malestar que no le deja seguir viviendo
la vida con felicidad y confianza. Es un rey atareado que no cesa de recibir
ataques por parte de sus detractores y enemigos, y suspira por encontrar
amparo, fortaleza y auxilio en la presencia de Dios. Para ello, David nos
quiere aconsejar, que nos detengamos por un momento y que aprendamos tres cosas de entre tantas
lecciones que pudiésemos extraer de esta exquisita canción:
A. NO TEMAS
“Dios es
nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por
tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes
al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes
a causa de su bravura. Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el
santuario e las moradas del Altísimo. Dios está en medio de ella, no será
conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana. Bramaron las naciones,
titubearon los reinos; dio él su voz, se derritió la tierra. El Señor de los ejércitos
está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob.” (vv. 1-7)
En la
ruta de la vida encontraremos escollos difíciles de salvar. El hecho de crecer
y madurar lleva aparejado, en la mayoría de los casos, adquirir compromisos y
responsabilidades. Muchos, cuando llegan a la edad adulta, echan la mirada
hacia atrás a cuando eran niños despreocupados y entregados a estudiar o jugar,
y un gran suspiro se instala en la garganta mientras la añoranza hace volar
nuestros recuerdos. Pero la vida pasa, continúa y no se detiene. Sin embargo,
un ejercicio muy saludable es el de buscar un instante de quietud en medio de
la maraña de labores y desenfrenadas tareas, y presentarnos ante Dios para que
tome las riendas de nuestras vidas. Que existen circunstancias que nos pueden
es una realidad como un templo. Que hay personas que nos sacan de nuestras
casillas y que nos hacen la vida un yogur es tan cierto como que el sol amanece
por el este y se pone por el oeste. Que las deudas nos comen, que el trabajo es
precario y que las pensiones están tambaleándose por causa del desgobierno de
nuestros políticos, es algo que no puede ponerse en duda. Del mismo modo, en
nuestra parada obligatoria de oración y quietud, no podemos poner en duda el
poder de Dios para que estas cosas cambien y se tornen en experiencias
significativas para nuestra madurez espiritual.
En ese
“stop” que hacemos en la ruta de la vida apelamos al amparo de Dios. Dios es
ese refugio impenetrable en el que nada ni nadie nos puede robar el gozo de
nuestra salvación. Muchos nos desampararán en la vida, muchos nos dejarán
tirados cuando nos sobrevengan los problemas, y muchos nos traicionarán cuando
nos vengan mal dadas. Pero Dios no. Dios nos recoge, nos abraza fuertemente
contra su pecho y nos ofrece el aliento y el ánimo que necesitamos. Pueden
tronar los cielos contra nosotros, pueden asediarnos las crisis de la vida,
pueden arrebatarnos todo lo que poseemos, pero nunca nos quitarán lo más
precioso de todo: el amor de Dios en Cristo. Es en su abrigo y amparo que
recibimos renovadas energías para seguir adelante. En esta parada vital que
hacemos por causa de las circunstancias, el Señor se apiada de nosotros y nos
infunde nuevas fuerzas como las del águila, y así superar y sobrevolar las
adversidades. En nuestra oración hemos de presentar ante Dios nuestra terrible
y dramática situación personal: tribulaciones físicas y económicas, cataclismos
sentimentales, catástrofes familiares, inundaciones mentales y terremotos
espirituales. Y Dios se hará cargo de cada una de ellas, de tal manera que ya
nunca más tengamos temor, porque Dios está a los mandos de nuestra existencia.
¿Qué habremos de temer si Dios es por nosotros? ¿Qué miedo habremos de albergar
en torno al futuro si la eternidad está en sus poderosas y amantes manos?
En la
parada momentánea que hacemos en nuestro camino de la vida nos encontramos con
Dios, con su hermosa y gloriosa presencia. Las corrientes de agua viva que
brotan directamente de su corazón nos vivifican e insuflan el vigor suficiente
como para afrontar un nuevo día, un nuevo amanecer en el que veremos su ayuda.
Dios está con nosotros, y su amor nos rodea, disipando cualquier conmoción que
recibamos por los embates de la adversidad. Del mismo modo que Jacob tuvo que
detenerse en Betel y en Peniel, así nosotros debemos hacer un alto en nuestra
ruta y esperar la voluntad y las fuerzas de Dios, a fin de que nuestro camino
sea seguro y satisfactorio en todos los sentidos.
B. VENID Y
VED
“Venid, ved
las obras del Señor, que ha puesto asolamientos en la tierra, que hace cesar
las guerras hasta los fines de la tierra, que quiebra el arco, corta la lanza,
y quema los carros en el fuego.” (vv. 8-9)
Entregar
en las manos de Dios todas nuestras cuitas, nuestros sinsabores y nuestras
derrotas no es lo único que debemos hacer cuando nos detengamos devocionalmente
en el trayecto de la vida. Saber que Dios está a nuestro lado y que nada hemos
de temer ha de estar acompañado del recuerdo de otras ocasiones en las que
providencialmente fuimos librados de la desdicha y la miseria. David nos invita
en estos versículos a rememorar cómo el poder de Dios se desató milagrosamente
en nuestras vidas, a traer a la memoria aquellas circunstancias terribles en
las que nos socorrió y nos bendijo. En nuestra oración de ruego y petición a
Dios también hay lugar para la gratitud. Nuestro agradecimiento debe brotar de
un corazón asombrado por las obras bienaventuradas de Dios en nuestro favor.
¿Cuántos de nosotros no podríamos decir lo mismo que David, “Venid, ved las obras del Señor”? ¿De
cuántos peligros no nos ha librado el Señor desde que caminamos en pos de él
como discípulos suyos? ¿De cuántas maneras su multiforme gracia se manifestó en
las circunstancias de nuestras vidas?
Sería
imposible enumerar la ingente cantidad de ocasiones en las que Dios hizo cesar
la guerra en nuestro interior, en las que pacificó nuestra alma, en las que
apaciguó nuestro espíritu. Podríamos pasarnos la vida entera contando a todo el
mundo de qué maneras extraordinarias demostró su poder protegiéndonos de
aquellos que solo deseaban el mal para nosotros. No cesaríamos de dar gracias a
Dios por todas aquellas situaciones en las cuales venció a nuestros enemigos y
derrotó cualquier adversario que desease cebarse en nosotros. Por eso
necesitamos sentarnos tranquilamente en la soledad de nuestro aposento, para
reconocer que nuestras vidas han sido bendecidas con el cuidado y la protección
de Dios. Necesitamos visualizar que, del mismo modo en que Dios puso paz y
serenidad en los momentos más difíciles, Él va a seguir haciéndolo. David sabía
de lo que hablaba sobre guerras, arcos, lanzas y carros, todos ellos
instrumentos de violencia y odio, y por esa razón, tiene la certeza de que la
promesa de paz espiritual reside en la gratitud por las obras de Dios en su
vida.
C. CONOCED
QUE YO SOY DIOS
“Estad
quietos, y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones;
enaltecido seré en la tierra. El Señor de los ejércitos está con nosotros;
nuestro refugio es el Dios de Jacob.” (vv. 10-11)
Por último,
David quiere que sepamos que en ese impás de espera y quietud debemos reconocer
quién es Dios. Solo en la apacible tranquilidad de un entorno apartado y
solitario podremos concentrarnos en Él y en quién es Él para nosotros. A menudo
vemos a Dios según una imagen preformada y prefabricada que se nos ha ido
inculcando desde nuestra niñez por nuestros maestros, padres y hermanos en
Cristo. Pero cuando maduramos en la fe y vamos avanzando espiritualmente,
debemos adquirir por nosotros mismos esa imagen equilibrada de Dios que nos
ofrece por medio de las Escrituras, las cuales dan testimonio fiel de Él. En
nuestro tiempo de oración y serenidad no puede faltar la Palabra de Dios, la
cual nos habla con claridad e iluminación quién es Dios realmente. En las páginas
de la Biblia encontraremos el retrato más fidedigno de Dios en la persona de
Cristo, y hallaremos sentido y propósito para nuestras vidas desde la
perspectiva del señorío de Cristo y de la soberanía de Dios.
¿Quieres
saber si Dios es un dios vengativo e iracundo? Ve a la Palabra de Dios. ¿Ves a
Dios como a un encantador ancianito sentado en un trono que destila solo amor y
ternura? Ve a las Escrituras y averigua si esto es así. ¿Tu imagen de Dios es
difusa y dispersa? Fortalece y reaviva esa imagen según el retrato que de Él se
hace en la Palabra de Dios. El empeño por conocerle y reconocerle debe estar
presente en nuestras oraciones y en nuestro tiempo de quietud y meditación
bíblica. Debe haber un deseo por glorificar a Dios y por adorarle por quién es
Él, más que por las cosas que hace y ha hecho en nuestras vidas. A Dios le
agrada que se le reconozca, no solo por sus obras, sino también por su carácter
justo, bondadoso, santo y misericordioso. Si te detienes en la alocada carrera
que la vida ha dispuesto ante ti, tendrás tiempo más que suficiente como para
ir conociendo a Dios, para entablar una relación y diálogo de amistad con Él y
para experimentar de qué manera la obediencia a su voluntad te ayuda en tus
problemas y dificultades cotidianas.
CONCLUSIÓN
Aparta
cada día un poco de tu tiempo para dedicarlo a Dios. Detén el motor de tu
revolucionado y atemorizado espíritu y aprovecha para contarle al Señor lo que
te pasa, tu dolor y tus preocupaciones. Haz un “stop” en tu diaria dinámica
vital y recuerda con gratitud todo lo que el Señor hizo por ti en tus horas más
oscuras. Frena y haz un alto en tu camino para conocer un poco más cada día al
Señor en oración y reflexión bíblica. No te arrepentirás si haces esto, ya que
evitarás más de un accidente en tu vida, y llegarás a tu hogar celestial sano y
salvo.
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