EL PARAGUAS DE LA AUTORIDAD BÍBLICA
SERIE DE
SERMONES “PARAGUAS ESPIRITUALES”
TEXTO
BÍBLICO: 2 TIMOTEO 3:14-17
INTRODUCCIÓN
La
Palabra de Dios nunca pasará de moda. La lectura bíblica nunca estará de más en
tanto en cuanto el ser humano sea consciente de su incapacidad de salvarse y de
su necesidad de entablar una relación de comunión con su Creador. El estudio de
las Escrituras siempre será la base irrenunciable de un encuentro clarificador
y redentor con Cristo y con su misión. Aunque este mundo ha intentado por
activa y por pasiva arrebatar al ser humano la oportunidad de acceder a la
Biblia, sin embargo, ésta ha sobrevivido providencialmente a todos cuantos
ataques se dirigieron contra ella. Cientos de historias surgen con voces claras
y fieles para demostrarnos que la voluntad de Dios expresada en la revelación
escrita es inmutable y que sigue siendo, a pesar de los muchos enemigos que la
han intentado destruir, el centro de sabiduría teórica y práctica por
excelencia. Renunciar a no leer la Biblia, a no estudiarla o a no obedecer los
mandatos de Dios establecidos en ella, supone vivir toda una vida de miseria
espiritual y rechazar el agua de vida que Cristo ofrece.
A pesar
de que muchos han tratado de tachar a la Palabra de Dios como un conjunto de
cuentos chinos, de fábulas y alegorías para niños, de escritos humanos que ya
no encuentran lugar en la postmodernidad en la que estamos inmersos, o de
documentos de muy dudosa procedencia e intencionalidad, lo cierto es que
aquellos que hemos creído a Cristo sabemos que todas estas aseveraciones son
solo un intento por hacernos dudar del paraguas espiritual que supone la
autoridad divina que emana de las Escrituras. Pero el problema del acoso que
sufre la Palabra de Dios no solo es patrimonio de los ateos, agnósticos,
incrédulos y otras religiones que procuran imponer sus tesis. El verdadero
problema aparece precisamente en los círculos evangélicos que, sin saber muy
bien porqué, intentan desestabilizar esta autoridad dada por Dios a sus siervos
a través de la inspiración reveladora. Algunos abogan por decir que la Biblia
no es la Palabra de Dios sino que solo la contiene, otros la fuerzan y
retuercen para respaldar sus argumentos carnales y concupiscentes, otros
pervierten las Escrituras haciéndolas decir lo que les conviene, otros intentan
añadir nuevas y refrescantes revelaciones a lo que ya está escrito, y otros
sugieren que cada uno puede interpretar el evangelio desde su contexto sin
inquirir en el contexto en el que se escribieron los relatos bíblicos.
La
Palabra de Dios ya nos avisa y advierte de este tipo de prácticas infamantes y
provocadoras, y por ello es preciso estar en guardia ante cualquier enseñanza,
doctrina o mensaje que contradiga o contravenga los designios de Dios para con
el ser humano plasmados en las Escrituras. Judas tuvo necesidad perentoria y
urgente de poner en antecedentes a sus destinatarios al escribir: “Me ha sido necesario escribiros
exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a
los santos, porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde
antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que
convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único
soberano, y a nuestro Señor Jesucristo.” (Judas 3, 4). Hoy más que nunca
este texto se hace realidad y por ello hemos de cobijarnos y guarecernos bajo
el amplio y protector paraguas de la autoridad bíblica para que nuestras vidas
se refugien bajo el amparo de Dios y sus mandamientos. De ahí el consejo de
Pablo a Timoteo: “Pero persiste tú en lo
que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido.” (v. 14)
¿De qué
manera actúa este paraguas espiritual? ¿Cuáles son los mecanismos y estrategias
que surgen de él que nos ayuden a vivir vidas permanentemente conectadas a la
fuente de la gracia y la salvación que es Cristo?
A. LA TELA IMPERMEABLE
DE LA SALVACIÓN
“Y que
desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer
sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.” (v. 15)
¡Qué
maravilloso es poder haber crecido en la fe mientras se crece en cuerpo y mente!
Timoteo había escuchado, prestado atención y atesorado todas y cada una de las
enseñanzas que su madre y su abuela le habían dado sobre el evangelio de
Cristo. Con esa base tan firme y sólida, Timoteo llega a conocer cada día mejor
las Escrituras hasta poder, un día glorioso y gozoso, entregar por completo su
vida y sus talentos al servicio de Dios. En ese estudio, a buen seguro
concienzudo, hambriento y meticuloso, junto con la inestimable ayuda de Pablo
como maestro y discipulador, el joven Timoteo se da cuenta de su gran necesidad
de conocer personalmente a Dios por medio de la persona y obra de Cristo. Esto
no es posible sin haber escudriñado las Escrituras con minuciosidad, paciencia
y pasión a partes iguales.
La Palabra
de Dios brinda salvación a todo ser humano que desea beber de sus aguas y que
ansía descubrir a Cristo como su Redentor y Salvador. No es posible que alguien
alcance la salvación sin haber primero escuchado o leído las palabras escritas
de la Biblia. Aunque Dios se revela a través de la naturaleza creada por sus
manos hábiles y su mente genial, aunque se manifiesta por medio de nuestra
conciencia de lo que está bien y lo que está mal, y aunque sabemos de la
existencia de un Dios sintiendo el pálpito chispeante de la eternidad en
nuestro corazón, siempre necesitaríamos de la Palabra de Dios, sabiduría de lo
alto absolutamente suficiente, para dar respuesta a las inquietudes de nuestra
alma. Pablo supo expresar esta idea de manera magistral: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios.”
(Romanos 10:17). El creyente renace o vuelve a nacer por causa de la
Palabra de Dios: “Siendo renacidos, no
de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive
y permanece para siempre.”(1 Pedro 1:23).
B. EL PUÑO
DE LA ENSEÑANZA BÍBLICA
“Toda la
Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar.” (v. 16)
Todo
paraguas necesita de un mango en el que asirse para que ni el viento ni las
ráfagas de lluvia puedan arrebatárnoslo de la mano. En el caso del paraguas
espiritual de la enseñanza bíblica, la enseñanza bíblica es el mango al que nos
aferramos para seguir cubiertos por la verdad y la justicia. Este mango no es
el producto de enseñanzas o doctrinas humanas, sino que es el compendio de la
voluntad de Dios expresada en su santa Palabra. Todas aquellas lecciones que
podamos extraer de las páginas de la Biblia son la expresión formidable de la
respiración divina. Dios mismo comparte con el ser humano sus anhelos, su
voluntad y su sabiduría con el objetivo de que éste logre alcanzar la
salvación, la fortaleza en las dificultades, el gozo en el camino de
santificación y la esperanza en la gloria venidera. Si, pues, esta enseñanza no
es el cúmulo de opiniones, de versiones subjetivas de la realidad del ser
humano o de ocurrencias teológicas caprichosas, y es la propia voz de Dios
hablándonos directamente a la razón y al corazón, entonces habremos de conocer
con mayor profundidad cada recoveco y misterio que de la Palabra de Dios pueda
descubrirse. Pablo recalca la importancia de la sana doctrina para el creyente
y la iglesia: “Retén la forma de las
sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús.” (1
Timoteo 1:13).
La
enseñanza es fundamental para el creyente una vez ha tenido un encuentro
personal con Cristo. De algún modo es el conjunto de verdades divinas que nos
permite vivir vidas santas: “Santifícalos
en tu verdad; tu palabra es verdad.” (Juan 17:17). Si el discípulo desea
seguir creciendo a la imagen y estatura de su Maestro Jesús, ha de inquirir y
estudiar palmo a palmo cada una de las partes que conforman el Libro Sagrado de
Dios. Si somos lo suficientemente humildes, seremos capaces de aceptar que no
lo sabemos todo y que ni en una vida tendremos la habilidad de conocer todos y
cada uno de los entresijos de Dios y de la vida cristiana. Con esta importante
dosis de humildad y sometimiento a las lecciones que brinda la Biblia,
adquiriremos la suficiente apertura de mente como para que Dios nos enseñe y
nos instruya convenientemente. Del mismo modo que el discípulo se sentaba a los
pies del maestro, bebiendo del caudal de su conocimiento y ciencia, así el
creyente debe apartar tiempo para concentrarse únicamente en el estudio e
interpretación de las Escrituras, bien en las reuniones preparadas para el caso
como la Escuela Dominical, las reuniones de oración o el culto de adoración, o
bien de manera íntima y privada en los devocionales diarios. No nos debe caber
la menor duda de que si invertimos tiempo aprendiendo sobre la Palabra de vida,
nuestra madurez se hará cada vez más visible en nuestros actos, palabras y
pensamientos.
C. EL
BASTÓN DE LA CONVICCIÓN DE PECADO
“Es útil
para redargüir (argumentar BLP).” (v. 16)
El
mango de la enseñanza se ve continuado y asistido por el mástil de la
convicción de pecado. Si solo adquirimos conocimientos de Dios y de todo lo que
se relaciona con la religión, y no recibimos de corazón de la Palabra de Dios
aquellos argumentos que nos convencen de nuestra continua necesidad de perdón y
misericordia de Dios, todo quedará en una simple adquisición de teoría y
ciencia que no arraigan en la profundidad de nuestras almas. Redargüir
significa ser amonestado o reprendido de tal manera que uno llegue a la convicción
interior de que su conducta no es la correcta ante los ojos de Dios o que su
enseñanza no se encuentra acorde con la sana doctrina que se deriva de la
verdad evangélica. Mientras que con la enseñanza se construye y edifica nuestra
fe cimentada en Cristo, con la reprobación de la Palabra de Dios somos
cincelados y pulidos para que nuestro edificio no se venga abajo en cualquier
instante.
A través
de la obra de reprobación de la Biblia, seguimos siendo convencidos y
persuadidos de nuestros pecados. El creyente que ha sido redimido por la sangre
y el sacrificio de Cristo continúa pecando aunque ya el pecado no se enseñoree
de él. Diariamente tropezamos y sucumbimos a los atractivos de la tentación y
por eso es menester ser conscientes de nuestra debilidad y de nuestra necesidad
de perdón. La Palabra de Dios desnuda nuestra alma ante Dios, dándonos a
entender que hemos de confesar nuestras transgresiones y desobediencias de
manera diaria: “Porque la Palabra de
Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra
hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne
los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay otra cosa creada que
no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y
abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.” (Hebreos 4:12,
13).
Del mismo
modo, las Escrituras reprueban también el error y las falsas enseñanzas.
Solamente conociendo la verdad del evangelio con la ayuda inestimable del Espíritu
Santo, es posible rechazar la falsedad. La única forma de discernir si una
enseñanza está en sintonía con lo que recoge la Biblia, es teniendo muy claro
el sistema doctrinal que emana de ella. Lo falso sale a relucir cuando se tiene
bien asumido y examinado aquello que es valioso y auténtico. Muchos medran en
la vida falsificando lo que enseña la Palabra de Dios, pero nosotros, como dice
Pablo, “con sinceridad, como de parte de
Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo” (2 Corintios 2:17), y “antes bien renunciamos a lo oculto y
vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la Palabra de Dios, sino por
la manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante
de Dios” (2 Corintios 4:2). Hemos de tomar ejemplo de los hermanos de
Berea, los cuales “eran más nobles que
los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud,
escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.” (Hechos
17:11).
D. LAS
VARILLAS DE LA CORRECCIÓN BÍBLICA
“Es útil
para corregir.” (v. 16)
No es
suficiente solamente con aprender de la Biblia, saberse salvos o comprobar que
nuestras vidas siguen siendo imperfectas y necesitadas de perdón. También la
Palabra de Dios obra milagrosamente en el creyente corrigiendo aquello que se
ha torcido en la vida cristiana o restaurando aquello que está a punto de
desmoronarse. La Biblia no solo nos acusa de nuestra naturaleza pecaminosa,
sino que desea que nuestras existencias crezcan saludables a través de la
santificación y perfeccionamiento de aquellas de nuestras parcelas vitales que
todavía no se ciñen a los propósitos de Dios para nosotros. La Palabra de Dios
quiere cambiar nuestro error en bendición y nuestra debilidad en fortaleza.
Ella tiene poder para transformar nuestra fragilidad en un potencial inmenso
para hacer el bien: “Y ahora, hermanos,
os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para
sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados.” (Hechos 20:32).
En la
parábola de la vid y los pámpanos, Jesús quiso aleccionarnos a dejarnos podar
por Dios para llevar frutos en abundancia: “Todo
aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros
estáis limpios por la palabra que os he hablado.” (Juan 15:2, 3). La Biblia
nos muestra en su diaria meditación un camino más excelente y conveniente para
nuestras vidas en el que somos purificados, mejorados, renovados y
santificados. El trabajo que realiza la Palabra de Dios en nuestras vidas es
algo que podemos experimentar en el día a día, y así comprobamos a ciencia
cierta que nuestras obras, pensamientos y palabras son encaminadas hacia el
agrado de Dios.
E. LOS
RAYOS DE LA INSTRUCCIÓN EN JUSTICIA
“Útil para
instruir en justicia.” (v. 16)
Siendo
bueno y beneficioso saber todo acerca de la Palabra y del Dios de la Palabra,
más bueno y beneficioso será conseguir de ella las herramientas, directrices y
aptitudes para caminar en consecuencia con la salvación recibida, la enseñanza
aprendida, la corrección asumida y la convicción de pecado siempre presente.
Estas herramientas solo pueden hallarse en un solo lugar: la Palabra de Dios
que expresa con suma claridad los designios de Dios para sus hijos. En ella
encontraremos los parámetros, estrategias y directivas necesarias para fijar
nuestros ojos en la dirección correcta, para buscar el crecimiento integral del
ser y la madurez espiritual. El estándar por antonomasia es Cristo, y en
nuestra lectura de lo que debe ser conducirnos por la vida con rectitud y
justicia, no debe faltar nunca la figura de nuestro Redentor y Señor. En los
evangelios, con mayor nitidez que en otros lugares, podemos concentrar nuestra
atención para incorporar a nuestro estilo de vida aquellas virtudes y
actuaciones que caracterizaron a la persona de Cristo. Si queremos crecer y
progresar en nuestro entendimiento de Cristo y en nuestra puesta en práctica de
su ejemplo y mandamientos, es preciso, de manera innegociable, acudir a la
lectura y reflexión en la Palabra de Dios: “Desead,
como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella
crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor.” (1
Pedro 2:2).
Es
precisamente en un apasionamiento constante por inquirir en las Escrituras que
podemos llegar a ser instruidos acerca de cómo hemos de andar tanto en nuestra
vida privada como en nuestra vida pública: “Por
lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con
mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas.”
(Santiago 1:21). Cuando la vida y el poder de la Palabra de Dios es
inoculada en el torrente sanguíneo de nuestras almas, ya no podemos seguir
agradándonos en aquello que es vil, pecaminoso y perverso, sino que nos
extendemos hacia lo que está delante de nosotros, la gloria inmarcesible de
Dios que nos provoca a ser santos como Él es santo.
CONCLUSIÓN
“A fin de
que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena
obra.” (v. 17)
El
paraguas de la autoridad bíblica es sumamente imprescindible para caminar en
pos de nuestro Señor. Si nuestra meta es ser como Cristo, si nuestro objetivo
es vivir vidas santas y apartadas para su servicio en obediencia y humildad,
hemos de empuñar firmemente este paraguas espiritual, ya que en los tiempos que
nos toca vivir las amenazas, críticas voraces y malintencionadas y los insultos
a la Biblia están a la orden del día. Si nuestro fin último es parecernos a
Cristo en todas y cada una de sus características, aspirando a la perfección, a
la plenitud y a la comisión de buenas obras, no podemos olvidar el paraguas de
la autoridad bíblica en el paragüero mientras arrecian los ataques y las
aviesas intenciones en contra de nuestra fe en Cristo.
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