EL PARAGUAS DE LAS AUTORIDADES CIVILES





SERIE “PARAGUAS ESPIRITUALES”

TEXTO BÍBLICO: ROMANOS 13:1-7

INTRODUCCIÓN

     En estos días ya nos vemos inmersos en un proceso de elecciones generales que nos afecta a todos como ciudadanos. A pesar de que los medios de comunicación se encargan de hacérnoslo saber a través de entrevistas, propaganda electoral y debates políticos, lo cierto es que la clase política no se encuentra en sus mejores momentos de popularidad. La corrupción, el cohecho y el tráfico de influencias que han ido carcomiendo desde los estamentos con menos poder fáctico hasta las instancias superiores de gobierno han logrado crear una imagen negativa de lo que supone ser servidor público. Ante los desmanes de administraciones y gobernaciones, muchos ciudadanos se han alzado indignados contra cualquier medida que éstos propongan, ya que éstos están hastiados de tanta injusticia, corruptela y codicia. Esto ha propiciado que muchas personas estén abogando por la desobediencia civil o por una rebeldía abiertamente violenta contra cualquier funcionario público, contra el pago de impuestos o contra la administración de justicia. Si hablamos de las autoridades civiles como un paraguas espiritual para la iglesia de Cristo, tal vez deba ser remendado en los tiempos que corren para que pueda protegernos óptimamente.

    Como creyentes que participamos de la vida social y comunitaria, y como discípulos de Cristo que siguen su ejemplo en todos los ámbitos de conducta y trato, no es esta la postura que debemos adoptar. Pablo nos señala este extremo en el primer versículo de nuestro texto de hoy: “Sométase toda persona a las autoridades superiores.” (v. 1 a). Tal vez nuestro gobierno no sea el más perfecto del mundo, sobre todo porque está formado por seres humanos sujetos a sucumbir ante la tentación del poder y del dinero, pero lo que sí deja clara la Palabra de Dios, es que aun así, han sido legitimados por Dios. Nuestro papel no es el de armar barricadas contra las fuerzas del orden o gritar consignas de desprecio y venganza. Nuestro rol en la sociedad en la que nos movemos ha de ser la de convertirnos en ciudadanos que busquen vivir vidas pacíficas que muestren un testimonio efectivo de nuestra adhesión a la causa de Cristo. Ser ciudadano y creyente es una misma realidad si nos atenemos a los modelos bíblicos. El mismo Jesús se convierte en un referente magistral en este sentido cuando vemos que en ningún instante se resiste a la justicia por muy injusta que pudiera ser, y que en ningún momento aboga por no contribuir con su peculio a engrosar las arcas de los impuestos.

      Nuestra conducta para con el gobierno civil debe ser de obediencia plena a las leyes y de respeto y honra hacia los que las elaboran y hacen cumplir, puesto que consideramos que todos ellos son de algún modo agentes de Dios que contribuyen a mantener el orden, el bienestar y la justicia en nuestra sociedad con todos los defectos y errores que puedan cometerse en el desempeño de sus responsabilidades. Pedro describe a la perfección cual ha de ser nuestra actitud hacia las autoridades gubernamentales: “Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque ésta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos; como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios. Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey” (1 Pedro 2:13-17). Pablo y Silas fueron acusados de quebrantar la ley romana en Filipos, siendo apaleados, encarcelados y encadenados, y en ningún momento se resistieron violentamente para librarse de sus captores.

    Por supuesto, el hecho de ser obedientes a las leyes y de respetar el orden establecido democráticamente, no impide que como iglesia de Cristo denunciemos con contundencia y firmeza el pecado, la injusticia, la insolidaridad y la inmoralidad que plagan nuestra sociedad. Esta denuncia, sin embargo, debe realizarse dentro de un marco legal y profesando un exquisito respeto por las autoridades civiles en oración intercesora: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Timoteo 2:1-12); “Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra. Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres” (Tito 3:1-2).

    Por otro lado, tampoco el hecho de acatar la legislación vigente significa que estemos de acuerdo con todo lo que en ella se incluye. Mientras las leyes humanas no colisionen frontalmente con la ley de Dios escrita en su Palabra, habremos de cumplirlas sin queja. Pero cuando la conciencia no nos deja más alternativa que mostrar desacuerdo con la autoridad civil, nuestra postura ha de ser la de mostrar respetuosa y dignamente ese choque de intereses y la de estar dispuestos a sufrir cualquier clase de pena o castigo que derive de esta decisión de servir a Dios antes que a los hombres. Jesús expresó esta idea muy gráficamente: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas” (Mateo 10:16). De todos modos existen buenas razones para cobijarnos bajo el paraguas de las autoridades humanas.

A. EL PARAGUAS DE LAS AUTORIDADES CIVILES ES ESTABLECIDO POR DECRETO DIVINO

“No hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas.” (v. 1b)

      Lo primero que debemos suponer en relación al paraguas de las autoridades civiles es que existe para el bien y la justicia social. Dado que la autoridad y el poder proceden de Dios, es preciso por tanto, comprender que las instituciones gubernamentales han sido creadas y moldeadas para construir una sociedad de bienestar en la que cada ciudadano vea garantizados sus derechos y asuma una serie de responsabilidades y deberes que regulan cualquier relación entre iguales. Este debería ser el ideal al que toda civilización y todo gobierno deberían aspirar en su disposición y servicio. No obstante, sabemos que el ser humano tiene cierta propensión a pecar y que ésta es explotada y aprovechada por Satanás para sembrar el caos en medio de las sociedades y culturas: “Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19). Aun así, a pesar de que la maldad y el interés egoísta copan muchas de las instancias civiles, el creyente debe entender que todo esto es parte integral del plan de Dios para toda la humanidad caída.

B. RESISTIRSE A LAS AUTORIDADES CIVILES SIGNIFICA REBELARSE CONTRA DIOS CON CONSECUENCIAS PUNITIVAS

“De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos.” (v. 2)

      Dos son los casos que hallamos en las Escrituras que retratan a la perfección esta realidad en la que se conecta la anarquía y resistencia civil ilegal con la rebelión contra los designios de Dios. El primer caso es el de los seguidores de Coré, los cuales en medio de quejas y amenazas, ponen en duda el liderazgo de Moisés (Números 16). El resultado de su violenta reacción contra el gobierno de Moisés establecido por el mismo Dios es el de miles de personas castigadas sumariamente con la muerte. El segundo caso tiene que ver con Jesús, nuestro modelo de ciudadanía. Cuando iba a ser prendido por la guardia judía para ser juzgado ante el Sanedrín en el huerto, Pedro blande su espada cortando la oreja de Malco. Esta circunstancia que algunos atribuirían a un deseo de defender la vida de Jesús de un conjunto de acusaciones injustas e ignominiosamente falsas, sin embargo es atajada por Jesús reprobando la acción de su temperamental discípulo y siendo prendido sin mayores aspavientos o invectivas hacia los soldados (Mateo 26:52). Jesús se sometió humildemente bajo los agentes del orden aunque todo fuese una parodia, algo que no hemos de olvidar sea cual sea la clase de autoridad que gobierne.

C. EL PARAGUAS DE LAS AUTORIDADES CIVILES SIRVE PARA LUCHAR CONTRA EL MAL Y PARA FOMENTAR EL BIEN EN LA SOCIEDAD

“Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer a la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella, porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia.” (vv. 3-5)

      Como dije anteriormente, nuestros gobernantes son personas imperfectas sujetas a tentaciones. Sin embargo, incluso los funcionarios públicos más ateos saben instintivamente distinguir entre lo que es bueno y lo que no lo es. Por eso también comprenden que su deber es el de castigar cualquier práctica dañina y el de fomentar conductas bondadosas. En su fuero interno son conscientes de que debe existir una moralidad básica y fundamental para que la sociedad pueda articularse sobre los pilares de la justicia, la honradez y paz, y por ello no escatiman esfuerzos en construir estatutos que regulen aquellas costumbres beneficiosas para el pueblo, y así no sumirse en un estado crítico de autodestrucción social. Si no existe una serie de parámetros de justicia y de castigo del delito ocurrirá precisamente lo que Eclesiastés 8:11 describe: “Por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal.”

     La espada es el símbolo del castigo debido por la desobediencia civil, capacidad que se atribuye a los agentes y servidores de Dios para mantener el orden y concierto en la sociedad, evitando caóticas y anárquicas consecuencias que demolerán el estado de derecho que nos protege y que nos garantiza vivir vidas tranquilas y solidarias. Pablo no tenía problema con recibir cualquier castigo que determinase un tribunal en justicia: “Porque si algún agravio, o cosa alguna digna de muerte he hecho, no rehúso morir; pero si nada hay de las cosas de que éstos me acusan, nadie puede entregarme a ellos. A César apelo” (Hechos 25:11). Nada habremos de temer de la justicia o de las fuerzas del orden si nos conducimos como ciudadanos ejemplares. Si nuestra conciencia está tranquila cumpliendo la ley, ningún miedo habrá de sobrevenirnos.

D. EL PARAGUAS DE LAS AUTORIDADES CIVILES TIENE EXPRESIÓN EN EL PAGO DE IMPUESTOS

“Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra.” (vv. 6, 7)

      Creo que estaremos todos de acuerdo si decimos que pagar impuestos no es lo más divertido ni lo más agradable del mundo. Pero también estaremos de acuerdo en que sin impuestos, el estado de bienestar y de derecho no se sostendría. Nuestros impuestos contribuyen a la construcción de obras públicas, a la confección de programas solidarios de pensiones y subvenciones y a la creación de colegios, universidades, hospitales y centros de defensa. A pesar de que nos cuesta un mundo tener que tributar al Estado o al ayuntamiento, sin embargo sabemos que si los funcionarios civiles administran correcta y sabiamente los fondos de tesorería general, todos los ciudadanos viviremos mejor en todos los aspectos. Jesús, de nuevo, es un buen ejemplo del pago de impuestos cuando le preguntan a Pedro si éste pagaba las dos dracmas de impuesto del Templo. Jesús, que como Mesías enviado por Dios no estaba obligado a pagar esa cantidad, sin embargo las paga tras pedirle a Pedro que pesque un pez en el que encontrará el dinero suficiente para pagar su parte y la de Pedro (Mateo 17:24-27). Otro momento muy conocido relacionado con los impuestos es aquel en el que Jesús dice: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.” (Mateo 22:15-22)

     Los que nos gobiernan son considerados siervos de Dios y por tanto, deben reunir una serie de requisitos que los conviertan en verdaderos servidores públicos. Deben servir sabiendo que un día darán cuentas ante Dios, que deben desempeñar su cargo con humildad, equidad, misericordia y compasión, que su objetivo es velar por el orden social, que no deben utilizar su autoridad para su provecho personal, que deben mostrarse confiables y que su conducta debe estar presidida por la decencia y la honradez. Si no son cabales y responsables con sus deberes públicos, el Señor tomará cartas en el asunto: “¡Ay de los que dictan leyes injustas, y prescriben tiranía, para apartar del juicio a los pobres, y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo; para despojar a las viudas, y robar a los huérfanos!” (Isaías 10:1-2).

CONCLUSIÓN

     Más allá de las meteduras de pata y de cualquier ley que se elabore en contra de nuestras convicciones y principios de fe en Cristo, nuestra actitud para con las autoridades debe ser la de sometimiento voluntario, auténtico y respetuoso. Sin embargo, cuando nuestros dirigentes intenten obligarnos a cumplir con reglamentos que se opongan frontalmente a la voluntad de Dios, nuestro es el derecho de convertirnos en objetores de conciencia. El paraguas de las autoridades civiles pretenden en mayor o menor medida, y más o menos acertadamente, protegernos de los delincuentes y de aquellos que solo desean robarnos la paz, la tranquilidad y la seguridad de ser ciudadanos ejemplares allí donde nos encontremos.


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