EL PARAGUAS DE LA AUTORIDAD PASTORAL





SERIE DE SERMONES “PARAGUAS ESPIRITUALES”

TEXTO BÍBLICO: HEBREOS 13:7, 17

INTRODUCCIÓN

     Junto a los paraguas espirituales de la autoridad de Cristo y de las autoridades civiles, existe un paraguas especialmente protector dentro de la iglesia que se encarna en la figura del pastor. El hecho de ser pastor en una congregación ha sido considerado erróneamente como una tarea sencilla y fácil de gestionar. Sin embargo, en la experiencia ser pastor conlleva tanto pruebas, dificultades, gozos, sombras y recompensas. Leyendo una ilustración clásica al respecto, ésta hablaba de las distintas maneras en las que los creyentes consideran la labor pastoral. El texto dice así: 

“Si el pastor es joven se juzga que le falta experiencia, y si tiene ya el cabello gris, que es demasiado viejo; si tiene cinco o seis hijos, que tiene demasiados, y si no tiene ninguno que no da buen ejemplo. Si su esposa canta solos, que presume; si no lo hace, que no se interesa en la obra de su esposo. Si habla en el púlpito usando sus notas, que su sermón es dulzón o es seco, mecánico; si habla en estilo popular, que no es profundo. Si pasa mucho tiempo en su gabinete de estudio, que no cuida a los miembros de la iglesia; si sale mucho, que es un rondador. Si usa muchas anécdotas que descuida su Biblia, y si no las usa, que no es claro. Si es estricto, que exagera, y si no lo es, que no cumple. Si predica la verdad es ofensivo, si no lo hace es hipócrita. Si predica una hora es pesado, si predica brevemente es un perezoso. Si habla del diezmo, es un interesado, y si no habla no educa a la congregación. Si recibe buen salario, que es un mercenario, y si poco, que no debe valer mucho… ¡Y a veces escuchamos que el pastor es uno que vive una vida de facilidades!”

     Aunque esto solo sea una ilustración, lo cierto es que no se aleja demasiado de muchas visiones que del pastorado se tiene. Está claro que muchas de las concepciones que del pastor se tiene vienen propiciadas por los desmanes, malas prácticas y peores ejemplos de personas que se autodenominaban pastores, pero que estaban muy lejos de ser agentes de Dios para edificación y cuidado de su iglesia. Otras erróneas visiones del pastor vienen determinadas por una falta de comprensión de lo que la Palabra de Dios establece al respecto. Más allá de todas estas consideraciones, lo cierto es que Dios ha colocado a los pastores en medio del cuerpo de Cristo para cumplir su obra de manera especial, y para ello el Señor les ha investido de una autoridad especial ante la cual toda la iglesia debe sujetarse, no para ser pasto de mercenarios tiránicos o pseudoapóstoles ávidos de riqueza o poder, sino para el crecimiento espiritual, el fortalecimiento de la comunión fraternal y la colocación de fundamentos sólidos que resistan los embates de la falsedad y la mentira.

     El autor de la carta a los Hebreos quiere aportar a la iglesia de sus días y a la iglesia de nuestros tiempos una semblanza correcta y saludable de lo que significa el pastor para la iglesia y qué se espera de sus miembros en relación al respeto y obediencia debidos al pastor. 

A. LA LABOR PASTORAL 

“Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la Palabra de Dios.” (v. 7)

      A pesar de que este versículo se refiere a aquellos líderes de la iglesia que ya habían pasado a mejor vida, no cabe duda de que también nos habla de las tareas pastorales por excelencia: asumir el gobierno de la iglesia, predicar la Palabra de Dios y vivir una vida cristiana consistente y coherente. El pastor se convierte por obra y gracia de Dios en el oficial responsable de la marcha y dirección de la congregación, siempre contando con el resto de dirigentes de la misma como diáconos, ancianos y ministros. A través de sus exhortaciones, amonestaciones y lecciones, todas arraigadas en la verdad del evangelio de Cristo, el pastor logra que el rumbo de toda la comunidad de fe se dirija hacia los propósitos eternos de Dios. El pastor recibe de Dios a través de su Santo Espíritu las instrucciones bíblicas precisas que lleven a la iglesia a crecer y madurar espiritualmente hasta alcanzar el ejemplo de Cristo para cada miembro. El pastor no se convierte en un dictador intransigente e intolerante, sino que sabe cumplir con su papel en el marco del gobierno congregacional de la iglesia de Cristo.

    Por otro lado, y no menos importante, el núcleo de la labor pastoral debe ser la de proclamar y comunicar el contenido y esencia de la Palabra de Dios. Su objetivo ha de ser el de promover el conocimiento y la comprensión intelectual y experimental del evangelio, supervisando tanto el púlpito como la educación cristiana. La verdad que hace libres a las personas y que transforma vidas vacías en existencias felices en Cristo, ha de ser la prioridad de todo pastor que se precie de serlo, no dando pábulo a la falsedad y las doctrinas paganas que pueden corromper la pureza de la doctrina evangélica.  En tercer lugar, el pastor debe vivir una vida cristiana ejemplar y modélica, en la que sus palabras se correspondan a sus obras, y en la que sus obras sean fiel reflejo de la obra santificadora que el Espíritu Santo realiza en su alma. Es imposible que nadie aprenda algo de un pastor que dice “haz lo que digo, y no hagas lo que hago.” Cumpliendo estas tres encomiendas de manera fiel y auténtica, la respuesta de la iglesia ante el paraguas de la autoridad pastoral será la adecuada.

“Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas como quienes han de dar cuenta.” (v. 17)

      El paraguas de la autoridad pastoral solamente es efectivo en tanto en cuanto se cumplen estas dos premisas: obediencia y sujeción. Por desgracia, este mundo en el que vivimos ha querido enseñar al ser humano la idea de que uno es autosuficiente y libre para hacer exactamente lo que le plazca sin dar cuentas a nadie. Esta concepción a la larga lo único que conlleva es una sociedad individualista en la que el amor fraternal desaparece para ser sustituido por el orgullo y el egoísmo. Cuando alguien habla de obediencia y sujeción, parece que el entendimiento de que somos nosotros los que decidimos qué hacer, se rebela directamente a lo que la Palabra de Dios sostiene en relación con el señorío de Cristo sobre nuestras vidas. Ser supervisados por alguien no es del agrado de muchos, pero si alguien desea ser discípulo de Cristo debe asimilar que sus deseos han de estar sujetos a él y que sus prioridades en la vida han de supeditarse a los dictados de Dios. 

    En este sentido, el pastor es la persona que Dios escoge especialmente para velar porque cada creyente se ajuste y someta bajo la autoridad de Dios en Cristo. El pastor debe dar instrucciones y mandatos a los miembros de la iglesia según lo que está estipulado en la Palabra de Dios, sin recurrir a caprichosas revelaciones extrabíblicas o a veleidosas visiones que solo son el resultado de delirios de grandeza. En su humildad el pastor ordena y gobierna para el bienestar de toda la congregación, para evitar cualquier mal que pueda aquejar a la iglesia y para instaurar un orden cimentado en el amor a Dios y en la comunión fraternal. 

    El pastor vigila y vela incansablemente por las almas de los miembros de la iglesia. Esto lo hace a través de la educación cristiana, de la consejería bíblica y pastoral, de la intercesión constante y de la protección contra las asechanzas de aquellos que solo desean la ruina y la miseria de la comunidad de fe. El pastor se preocupa especialmente de aquellos que son negligentes en el desempeño de su fe, de aquellos que caen en la indiferencia y la desidia y de aquellos que pretenden, equivocadamente, vivir la vida cristiana al margen del resto de la iglesia. Su esfuerzo se dedica a fortalecer la esperanza que ancla el alma al cielo y a promover una perseverancia que lleva a la salvación. Esta vigilancia diligente del pastor es estimulada por el hecho de tener que rendir cuentas ante Cristo en su tribunal. Sabiendo esto, cada miembro de la iglesia reconocerá que la autoridad pastoral no está ahí para fastidiarles o aguarles la fiesta, sino que existe para cumplir el propósito de cuidar de sus almas.

B. LA RESPUESTA DE LA IGLESIA ANTE EL PARAGUAS DE LA AUTORIDAD PASTORAL

“Considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe.” (v. 7)

      La iglesia de Cristo cuando observa que el paraguas espiritual de la autoridad pastoral les protege, cubre y evita problemas de toda índole, responde en consideración al recuerdo que del pastor se tiene, a la vida cristiana consistente que tiene y al deseo de imitar esa clase de conducta santa y anclada en Dios. La iglesia no debe nunca olvidar las bendiciones y beneficios que el pastor trae a su vida. Cada creyente ha de rememorar la actividad pastoral con acción de gracias por el tiempo invertido, las energías empleadas y el sacrificio personal que el pastor realiza en pro del crecimiento de la iglesia y a favor del cuidado de los débiles en la fe. No es preciso esperar a que el pastor se marche a otro lugar o a que muera para agradecer su empeño y amor pastoral. En ese recuerdo debe tenerse en cuenta su trayectoria personal, sus acciones y sus palabras, para que todo este recuerdo sirva a las nuevas generaciones en nuevas realidades que puedan presentarse. Considerar el ejemplo que los pastores dan en medio de la congregación y fuera de ella, resultará en gran bendición, puesto que conociendo el pasado es posible afrontar el presente y el porvenir de la iglesia.

      Tras el recuerdo y la toma en consideración de toda una vida entregada a la causa de Cristo y al cuidado de la congregación, es preciso que surja naturalmente la imitación de todas aquellas facetas positivas y benditas que adornaron la vida y obra del pastor. El pastor, aun con sus errores, equivocaciones y meteduras de pata, conserva fervorosamente intacta la pasión por ver crecer y madurar a todos los miembros de la iglesia, y en esta pasión que proviene de los cielos, intenta con su carácter, manera de ser y estilo de vida, ser de ejemplo vivo de lo que significa ser un cristiano comprometido y responsable.

“Para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso.” (v. 17)

      Si todos y cada uno de los miembros de la congregación confían en el pastor como su paraguas espiritual en términos de autoridad, sabiendo que la responsabilidad de su compromiso será evaluada por el mismísimo Cristo, ese paraguas funcionará a las mil maravillas. Si toda la iglesia recibe la predicación pública como un mensaje proveniente directamente de Dios para edificación y crecimiento espiritual, ese paraguas cumplirá su propósito. Si cada creyente acepta la disciplina y las amonestaciones pastorales privadas como un excelente medio para reconducir su mirada y sus pisadas hacia Cristo, el paraguas pastoral resistirá el acoso de las tormentas que Satanás haga caer sobre la iglesia. Si la iglesia acata con docilidad cada una de las advertencias, consejos y exhortaciones del pastor que es respaldado por Dios, el obrero fiel trabajará con gozo y alegría, disfrutando de su labor y viendo la recompensa de una iglesia numerosa y madura espiritualmente. Por el contrario, si existe resistencia al consejo y contumacia en la recepción de la disciplina, el pastor verá menoscabada su autoridad, debilitando su fe en Aquel que lo llamó, e incluso dándose por vencido en su misión pastoral mientras se queja amargamente ante el Señor. Si el amor a Dios, la fidelidad a la verdad de las Escrituras y el aprecio fraternal dejan de tener lugar en la congregación de los santos, entonces comienza el fin de la iglesia y el declive espiritual del pastor.

CONCLUSIÓN

      El paraguas espiritual de la autoridad pastoral es imprescindible para entender lo que supone ser iglesia. Un rebaño sin pastor solo trae desorden, anarquía y caos. Si la iglesia necesita lidiar contra aquellos que quieren derribarla, si desea ser instruida en palabras y obras de parte de Dios, y si su anhelo es crecer en gracia ante los ojos de nuestro Señor, éste deberá someterse voluntariamente bajo la autoridad humilde, comprometida y respaldada por el Espíritu Santo de un pastor.

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