EL PARAGUAS DE LA AUTORIDAD DE LOS PADRES
SERIE
“PARAGUAS ESPIRITUALES”
TEXTO
BÍBLICO: EFESIOS 6:1-4
INTRODUCCIÓN
Seguramente
habréis oído noticias acerca de un programa de televisión que se emite desde
hace algunos años llamado “Hermano mayor”. En este espacio televisivo una
persona especializada en el trato con adolescentes y jóvenes se enfrenta a
realidades familiares de lo más variopinto. La dinámica del programa comienza
con una exposición del caso con imágenes y sonidos realmente turbadores en los
que un chico o una chica joven agreden verbal y físicamente a sus padres. A
continuación aparece el “hermano mayor” que tratará por distintos medios hacer
que el rebelde adolescente asuma responsabilidades, exprese sus frustraciones y
libere todo el odio y rencor acumulados y dirigidos hacia los padres. Por fin,
este reality show termina con una
reconciliación emotiva entre padres e hijos. Sin duda, este programa refleja
demasiado bien la clase de hogares que tenemos en España. Poco a poco, aquel
respeto debido a los padres por los hijos se ha ido desvaneciendo y
erosionando, provocando entornos familiares en los que la desafección, los
malos modos y tratos y la falta de compromiso familiar son el pan de cada día.
Vivimos
tiempos sombríos de declive en la institución de la familia, primera
institución creada por Dios y fundamento imprescindible de la sociedad, la
cultura y la civilización. Sin darnos cuenta, aquellos valores absolutos que se
relacionaban con las relaciones entre padres e hijos se han ido devaluando de
manera insospechada y lamentable. La inclinación natural del ser humano a pecar
ha llevado a que los miembros de las familias se enfrenten entre sí de manera
violenta, y si no, ahí tenemos a Adán culpando a Eva de su error, a Caín
asesinando a su propio hermano Abel y a Elí dejando que sus hijos hiciesen lo
que quisieran sin tomar medidas disciplinarias que le evitasen la ruina y la
burla de los demás. Por otro lado, la
proliferación de modelos familiares, fruto de la influencia de un sistema
mundial que busca destruir y debilitar a la familia, ha propiciado confusión y
caos en la mente de unos hijos que viven bajo el paraguas maltrecho y
agujereado de padres sin moral ni principios éticos definidos. La familia
cristiana tiene que navegar en estas aguas infestadas de tiburones en forma de
modas, supuestas tolerancias intolerantes y presiones culturales relativistas,
y solo en la Palabra de Dios es posible encontrar aquel paraguas espiritual de
la autoridad de los padres que permita criar a los hijos según valores como la
piedad, la rectitud, la obediencia y el respeto por sus mayores.
A. LA ACTITUD APROPIADA DE LOS HIJOS ANTE EL
PARAGUAS DE LA AUTORIDAD DE LOS PADRES
“Hijos,
obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre
y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien,
y seas de larga vida sobre la tierra.” (vv. 1-3)
Los
hijos deben mostrarse sensibles a la sabiduría, consejo y guía de sus padres.
Este paraguas de la autoridad parental ayudará a que los hijos crezcan, se
desarrollen y maduren bajo la protección que brindan las enseñanzas prudentes y
sensatas de prevención, bajo el asesoramiento incansable de la voz de la
experiencia y bajo la dirección de la disciplina amorosa de los progenitores.
El hijo debe obedecer a los padres a través de la acción y honrarlos por medio
de las actitudes correctas. Se obedece a los padres escuchando atentamente
cualquiera de sus consejos y respondiendo en la vida diaria con conductas
coherentes con la lección recibida.
Esta
obediencia ha de ser el reflejo de una existencia entregada a Dios, puesto que
si agradamos a nuestro Padre que está en los cielos, lo lógico y consecuente
será acatar las órdenes de nuestros padres terrenales: “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al
Señor” (Colosenses 3:20). Los padres no son ni más ni menos que una especie
de delegados de Dios que buscan con cariño y justicia hacer que la vida de sus
hijos sea completa y se desarrolle según los parámetros de la voluntad de Dios
manifestada en las Escrituras. El único modo de que el hijo desobedezca
legítimamente a la autoridad de los padres es cuando éstos quieran imponer al
hijo realizar acciones malvadas que contravengan la ley de Dios, algo que se
extrae de la declaración de Pedro y Juan en Hechos 4:19-20: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros
antes que a Dios.” Guarecernos bajo el paraguas de la autoridad de nuestros
padres, una autoridad que surge del mismo Dios, supone hacer lo correcto y
apropiado.
No solo
el hijo debe obedecer a los padres, sino que también es su responsabilidad
honrarlos y respetarlos, valorando sus desvelos y sacrificios por sacarlos
adelante en la vida, apreciando sus experiencias y vivencias y teniendo en alta
estima todos sus consejos y correcciones. Este es un mandamiento que ya en el
Antiguo Testamento, y concretamente en los Diez Mandamientos, está escrito en
piedra con el mismo dedo de Dios: “Honra
a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que el
Señor tu Dios te da” (Éxodo 20:12). Dios siempre ha velado por proteger el
paraguas espiritual de la autoridad de los padres: “El que hiriere a su padre o a su madre morirá… Igualmente el que
maldijere a su padre o a su madre, morirá” (Éxodo 21:15, 17). Dios no
bromeaba sobre lo que implicaba desvirtuar o despreciar a los padres,
considerándolo como un asunto de vida o muerte. Si los hijos respetasen a sus
progenitores nuestra sociedad sería una sociedad productiva y armoniosa, pero
lo que vemos en la vida real es una sociedad convulsa y anárquica fruto de una
serie de generaciones de hijos indisciplinados y desobedientes.
Una
manera en que los hijos ya adultos podemos honrar y venerar a nuestros padres
es a través de la ayuda que podamos darles en su vejez, cuando ya la debilidad
ha hecho mella en sus cuerpos y la fragilidad se ha instalado en sus mentes. Jesús
ya habló de esta clase de auxilio a los padres tratando con los fariseos,
ejemplo de lo que no se debe hacer con los padres en su edad anciana: “¿Por qué también vosotros quebrantáis el
mandamiento de Dios por vuestra tradición? Porque Dios mandó diciendo: Honra a
tu padre y a tu madre; y el que maldiga al padre o a la madre, muera
irremisiblemente. Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a su
madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, ya no ha de
honrar a su padre o a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios
por vuestra tradición” (Mateo 15:3-6). Como hijos ya adultos hemos de
seguir transmitiendo a nuestros padres nuestro cariño y amor invirtiendo tiempo
y dinero en ellos, estimándolos como lo que son, un paraguas que aún seguiremos
necesitando por muy mayores que nos vayamos haciendo: “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la
dirección de tu madre” (Proverbios 1:8).
Conforme
hemos ido pasando de niños a adolescentes, de adolescentes a jóvenes y de
jóvenes a adultos, nos hemos ido dando cuenta de que nuestros padres no son
infalibles, pero que no por ello dejan de ser nuestra fuente de enseñanza y
guía espiritual: “Oíd, hijos, la
enseñanza de un padre, y estad atentos, para que conozcáis cordura. Porque os
doy buena enseñanza; no desamparéis mi ley. Porque yo también fui hijo de mi
padre, delicado y único delante de mi madre. Y él me enseñaba, y me decía:
Retenga tu corazón mis razones, guarda mis mandamientos, y vivirás” (Proverbios
4:1-4). El mal hijo solo trae pesares y desdicha al corazón de los padres: “El hijo sabio alegra al padre, pero el
hijo necio es tristeza de su madre” (Proverbios 10:1); “El que engendra al
insensato, para su tristeza lo engendra; y el padre del necio no se alegrará”
(Proverbios 17:21); “El que roba a su padre y ahuyenta a su madre, es hijo que
causa vergüenza y acarrea oprobio” (Proverbios 19:26).
El
paraguas espiritual de los padres logra que los hijos crezcan y se desarrollen
de manera adecuada en todos los aspectos. Crecen intelectualmente cuando los
padres se responsabilizan de que el hijo conozca lo que necesita saber. Crecen
físicamente cuando los padres se comprometen a nutrir su cuerpo con una
alimentación equilibrada. Crecen socialmente cuando reciben de sus progenitores
en su enseñanza y ejemplo valores como la solidaridad, la generosidad, el amor
hacia el prójimo y la capacidad de aceptar las circunstancias adversas como
parte del proceso madurativo. Crecen espiritualmente cuando los padres
despliegan ante sus hijos a Dios, su carácter, su amor y su buena voluntad para
con ellos, y cuando ya estos hijos son mayores, les presentan el plan de
salvación en Cristo. Si los padres actúan como ese paraguas espiritual que Dios
pone sobre la cabeza de los hijos, la vida será mejor y viviremos muchos más
años en paz y armonía.
B. EL
EMPLEO CORRECTO DEL PARAGUAS DE LA AUTORIDAD DE LOS PADRES
“Y
vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en
disciplina y amonestación del Señor.” (v. 4)
Considerados los deberes de padres e hijos, ahora es preciso aprender a
emplear este paraguas de forma oportuna y sensata por parte de los padres.
Pablo comienza su exhortación a los padres diciéndoles qué es lo que no deben
hacer amparándose en la autoridad que Dios les ha dado sobre sus hijos. Si nos
atenemos a las investigaciones sociológicas actuales sobre el porqué hay tantos
niños y jóvenes en casas de acogida, no es precisamente por causa de los
divorcios, las crisis económicas familiares o la muerte de los progenitores. El
mayor motivo de abandono de los hijos es el desinterés de los padres por
criarlos y darles la atención necesaria. Según un estudio de la Universidad de
Harvard, existe una serie de medidas que pueden tomarse en el hogar familiar
para evitar que los hijos se conviertan en delincuentes en su adolescencia y
juventud: una disciplina paternal firme, justa y consistente, una supervisión y
compañía diaria de la madre, una demostración afectiva entre los padres y hacia
los hijos, y pasar un tiempo familiar juntos desarrollando y participando de
actividades lúdicas.
Si este
tipo de factores faltan en el núcleo familiar, es más probable que nos
encontremos con contextos familiares desestructurados en los que patrones negativos
repetidos y continuos gradualmente propician en los hijos una ira profunda y un
resentimiento o rencor que demasiado a menudo se transforman en una hostilidad
y violencia inusitadas. Existen diferentes maneras en las que los padres llegan
a exasperar a sus hijos: la sobreprotección asfixiante, el favoritismo entre
hermanos, la presión de los logros, la ausencia de reconocimiento y aprobación,
la sensación de que son un estorbo en los planes de felicidad de los padres, el
empleo del amor como herramienta de castigo o recompensa, y el abuso físico y
verbal.
Para no
caer en una dinámica familiar destructiva y desestabilizadora, es menester
criar a los hijos en el marco de la disciplina positiva y de la corrección
amorosa. Los padres deben cuidar el modo en el que corrigen a sus hijos: “El que detiene el castigo, a su hijo
aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” (Proverbios 13:24).
Es necesario disciplinar y amonestar justa y amorosamente a los hijos para
evitarles mayores desgracias, puesto que si no corregimos sus incipientes
existencias, es muy probable que el futuro de ellos no sea muy halagüeño que
digamos: “Instruye al niño en su camino,
y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6). El
paraguas de la autoridad de los padres ha de someterse siempre a las
especificaciones que de la disciplina se encuentran en la Palabra de Dios, no
siendo ni desmedidos en su aplicación, ni pusilánimes en obviarla. Es
importante saber que si nos ceñimos a las estipulaciones de la Biblia al respecto,
siempre contaremos con la guía y discernimiento del Espíritu Santo, el modelo y
ejemplo de Cristo, y la ayuda de Dios Padre.
CONCLUSIÓN
Necesitamos más que nunca familias centradas en la Palabra de Dios,
cimentadas en los designios de Dios para esta institución, y enfocadas en
lograr que los hijos cuando sean padres a su vez, puedan ser paraguas
espirituales a sus retoños. Nunca olvidemos la honra y obediencia que debemos a
nuestros padres como hijos que somos, y jamás de los jamases llevemos a nuestros
hijos a la exasperación y la amargura. Roguemos al Señor para que nos dé
sabiduría de lo alto y para que no tengamos que recurrir a un “hermano mayor”
que nos saque las castañas del fuego.
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