LATROCINIO




SERIE DE SERMONES SOBRE ECLESIASTÉS “QOHELET: SOMOS NIEBLA”

TEXTO BÍBLICO: ECLESIASTÉS 5:1-18

INTRODUCCIÓN

       Seguro que habrás escuchado alguna vez acerca de Robin Hood, ese forajido y proscrito de la ley en tiempos medievales que se rodeaba de otros ladrones y marginados de la sociedad para robar a los ricachones y repartir el botín entre los más necesitados de la zona. Este personaje, el cual parece tener su base histórica en un individuo real, y que saltó a la fama desde la pluma de Sir Walter Scott, siempre se ha considerado el paradigma de que el fin justifica los medios. Despojar a los más opulentos explotadores de la plebe de aquellas ganancias que habían rapiñado de los pobres y humildes campesinos, siempre ha sido el sueño de grupos políticos, religiosos y sociales que buscan un reparto proporcional de riquezas que iguale a todos los seres humanos. Incluso teologías, como la teología de la liberación, ha llegado a extremos violentos y propios de delincuentes al apropiarse por la fuerza de propiedades y recursos que no les pertenecían, con la justificación de que el Reino de Dios donde la justicia y la verdad deben imperar, les respalda en sus acciones agresivas, dado que el fin, esto es, la igualdad y el bienestar general están por encima de la propiedad privada y los beneficios mal habidos.

     Por supuesto, Jesús nunca nos habló de ser Robin Hood, ni a violentar las normas de convivencia para imponer nuestra visión de lo que debería ser el mundo, ni a apropiarnos de aquello, que aún a sabiendas de que no está legítimamente conseguido, pudiese emplearse para resolver problemas acuciantes de marginación social. No somos llamados a ser amigos de lo ajeno, ni a intentar excusar cualquier acto depredador atendiendo al fin sin considerar los métodos poco éticos que nos puedan llevar rápidamente a éste. Sin embargo, a pesar de que no somos cacos ni ladrones en términos materiales, o al menos eso es lo esperable de un hijo de Dios como nosotros, a veces cometemos el delito de latrocinio en áreas realmente importantes. A pesar de que a veces somos nosotros los estafados y los robados, y de que nos sentimos así con determinadas medidas gubernamentales, laborales y sociales, nuestro talante nunca deberá ir dirigido a imitar tales fechorías. En esta España nuestra, en más de una ocasión he tenido que escuchar con tristeza que quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón, o que como todo el mundo roba, por qué no subirnos a ese tren para ver satisfechos nuestros deseos borreguiles. Este no ha de ser el espíritu de la conducta del cristiano, sino más bien éste debe someterse al modelo de conducta de Jesús, el cual nunca robó ni sustrajo nada a nadie mientras caminó entre nosotros.

     Salomón, una vez más, en uno de sus discursos sapienciales nos advierte contra ciertas clases de latrocinio que podemos contemplar a nuestro alrededor, y que nos incumben de manera personal. El Predicador nos avisa de las consecuencias que acarrea querer robar a Dios, desear despojar al prójimo de lo que es suyo, y de manera inconsciente, intentar cometer latrocinio con nosotros mismos, lo cual ya es una gran estupidez si lo pensamos bien. Tal vez no te consideres un ladrón en términos materiales, pero en lo que atañe a otras parcelas de la realidad, verás que la sorpresa está garantizada.

A.     NO ROBES A DIOS

“Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal. No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras. Porque de la mucha ocupación viene el sueño, y de la multitud de las palabras la voz del necio. Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes. Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas. No dejes que tu boca te haga pecar, ni digas delante del ángel, que fue ignorancia. ¿Por qué harás que Dios se enoje a causa de tu voz, y que destruya la obra de tus manos? Donde abundan los sueños, también abundan las vanidades y las muchas palabras; mas tú, teme a Dios.” (vv. 1-7)

      El consejo salomónico comienza con tu relación vertical con Dios, con la clase de comunión que tienes con Él, y con tu actitud hacia su persona. Cuando una persona acude al templo para adorar a Dios en comunidad, debe entender que no está yendo a cortarse el pelo, a echar unas partidas de billar o a ver una película entretenida. Poner la planta del pie dentro de la casa de Dios supone adentrarse en la reverencia y honra debidas a Dios. No se entra por las puertas de la capilla como un elefante en una cacharrería, ni como un rinoceronte loco con ganas de embestir a alguien. Sí, ya sabemos que el local en el que se reúne el pueblo de Dios sigue siendo un lugar físico, y que lo importante es la iglesia, esto es, la congregación de los hijos de Dios. Pero no es un sitio cualquiera al que acudas con ligereza, con pereza, con hastío o con irrespeto. Entras en la presencia del Altísimo, el Rey del universo, y sabes que has de respetar a aquellos hermanos que oran y se preparan espiritualmente para adorar. No vamos a la capilla para ver cómo viste éste o aquella, o para observar la ofrenda que uno echa en el alfolí, o para juzgar a este o a aquel hermano. Entras para escuchar a Dios, para unirte a las oraciones y cánticos de tus hermanos, para atesorar las lecciones que la Palabra de Dios te ofrece a través del pastor. Los que van a la iglesia a aparentar o a compararse son necios, porque equivocan la motivación que los lleva a los atrios de la casa del Señor.

      Tampoco es correcto que, una vez ya estás disfrutando del culto de adoración, te ores a ti mismo, atropellándote en tus peticiones, robando tiempo a tu hermano que también desea rogar a Dios, empleando peroratas interminables llenas de palabrería estéril. Orar no es improvisar, y que salga lo que salga de nuestras bocas. No es descargar sin ton ni son nuestros pensamientos, qué hicimos ayer para cenar o lo que tenemos previsto hacer dentro de un rato. Atendamos a las palabras de Jesús al respecto: “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.” (Mateo 6:7) Medita qué le vas a decir a Dios, qué le vas a solicitar de acuerdo a la guía del Espíritu Santo, cómo se lo vas a transmitir desde la humildad y el sometimiento a su voluntad. No hace falta que le cuentes tu vida y que todo el mundo se entere de cosas que pertenecen a tu intimidad con el Señor. Solo agradece, alaba y rinde tu corazón a Dios en ese momento, pero con orden, sensatez y mesura, porque el Señor escucha la voz balbuceante del corazón que tan bien traduce el Espíritu Santo delante de nuestro Padre celestial. Del mismo modo que trabajar duramente nos induce el sueño porque estamos reventados, así pasa con la oración que parece no tener fin, ya que ésta sume en un letargo tedioso al resto de hermanos que también desean participar de la plegaria comunitaria. Además, es más fácil meter la pata cuando tenemos verborrea suelta en la oración, que siendo breves y sencillos. Ya lo dice la Palabra de Dios: “En las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es prudente” (Proverbios 10:19) y “el que ahorra sus palabras tiene sabiduría; de espíritu prudente es el hombre entendido.” (Proverbios 17:27)

      Dentro de este apartado de la oración, aparece el tema de los votos o promesas hechas a Dios para que éste resuelva algún problema personal, o para que éste bendiga alguna empresa que se va a acometer. Existe la triste realidad de que cuando el agua llega al cuello, somos capaces de prometer lo imposible para que Dios nos saque del atolladero, pero que cuando salimos del pozo cenagoso, donde dije “digo” dije “Diego.” Salomón dice a esta clase particular de ladrones que no crean que van a salir indemnes de sus promesas incumplidas. Si alguna vez, espero que no llegue a pasarte, tienes la tentación de hacer un voto delante de Dios, no lo hagas en medio de la desesperación o el descontrol. A menudo prometemos algo para salir del paso, para aferrarnos a un clavo ardiendo, y para ver si el burro hace sonar la flauta en nuestro favor. No creamos que Dios es un ser bobalicón que no sabe ya lo que vas a hacer tras clamar a Él mientras formulas un voto a la ligera. Él ya es consciente de lo que harás, y no le hace ni pizca de gracia que nuestra insensatez provoque su ira. Dios no es el genio de Aladino al que puedes engañar para volver a meterlo en la lámpara mágica a conveniencia. De hecho, Salomón prefiere que no prometas nada, porque las consecuencias del incumplimiento pueden ser auténticamente desastrosas para ti. Y nada de ir delante de Dios con excusas y justificaciones peregrinas, intentando hacer ver al Dios omnisciente que es que no sabías nada de las repercusiones de tu insensato voto y tu necio incumplimiento. Y si no, que se lo pregunten a Jefté, juez de Israel y un ejemplo palmario de cómo meter la pata hasta el corvejón realizando un voto a Dios de forma absolutamente imprudente, costándole la vida a su propia hija amada.

     No robes a Dios rompiendo el pacto que realizaste con Él un día. Todos soñamos, y como se suele decir, de ilusiones también se vive, pero pretender conseguir un sueño a costa de que un día nos veamos en la tesitura de no poder atender a la promesa dada a Dios para recibir su bendición en algún asunto personal, es ver cómo todo por lo que hemos trabajado y todo lo que hemos conseguido desaparezca de delante de nuestra mirada atónita. Dios cobrará su deuda, no lo olvides, y mejor será que dejemos de realizar promesas que no podemos cumplir, y confiemos en la providencia divina para todo lo que ocurra en nuestra vida. Temamos más bien a Dios, obedezcamos sus mandamientos y caminemos en sus sendas, que Él ya se ocupará de nuestras necesidades.

B.      NO DESPOJES A TU PRÓJIMO

“Si opresión de pobres y perversión de derecho y de justicia vieres en la provincia, no te maravilles de ello; porque sobre el alto vigila otro más alto, y uno más alto está sobre ellos. Además, el provecho de la tierra es para todos; el rey mismo está sujeto a los campos.” (vv. 8-9)

       Desde que el mundo es mundo, y desde que el ser humano optó por desobedecer las estipulaciones de Dios en el huerto del Edén, el latrocinio entre semejantes ha sido el pan de cada día. Robar no solamente se circunscribe a quitar cosas, riquezas u objetos a otra persona, sino que el acto sustractor también tiene que ver con la dignidad, con la fama y con la tranquilidad. Salomón es bastante cínico al respecto de la tendencia humana a despojar a sus congéneres. Si cada día pones el telediario o lees el periódico, o escuchas la radio, que no te escandalice ni te sorprenda recibir información sobre robos, atracos, raptos y secuestros. Si ves como los pobres son oprimidos y explotados como si fuesen animales sin alma, si contemplas cómo existen personas de primera, segunda, tercera y cuarta categoría en este mundo, si no cierras tus ojos a las indignidades a las que son sometidos los inmigrantes por parte de mafias y traficantes de seres humanos, si constatas diariamente cómo las mujeres son humilladas por la violencia machista en todas sus vertientes, y si notas cómo la justicia es el refugio de delincuentes adinerados, de políticos corruptos con influencias notables, y de individuos sin escrúpulos que volverán a reincidir en sus delitos en cuanto tengan la menor oportunidad de hacerlo, entonces es que estás vivo, tienes tu domicilio en algún lugar de esta tierra, y no existe nada por lo que asombrarse o echarse las manos a la cabeza. Bienvenido al mundo de los ladrones, los perversos, las injusticias y los explotadores. Como también diría Salomón en Proverbios: “Comen pan de maldad, y beben vino de robos.” (Proverbios 4:17)

     A pesar de esta visión pesimista y sarcástica de la situación social imperante, Salomón incide en la idea de que tarde o temprano alguien se ocupará de este asunto, bien en este mundo o bien en el juicio final de Dios. A veces, los ladrones que parece que se van de rositas, pagan por sus fechorías durante el tiempo de sus vidas. Y esto es algo que agradecemos aquellos que somos robados y nos sentimos agraviados, y entendemos que esta cierta justicia también proviene de Dios. Pero, incluso en el caso en el que los delincuentes se salven por medio de tecnicismos legales de asumir su responsabilidad para con la sociedad, existe una autoridad vigilante que desde las alturas mira, escruta y juzga a estos sinvergüenzas y granujas. Dios hizo todas las cosas para que desde el amor a Dios y al prójimo, éstas fuesen distribuidas equitativamente entre todos. Pero sabemos que, por desgracia, el pecado entró en el corazón de la humanidad para expoliar, sustraer, robar y afanar aquello que se desea sin considerar a quién pertenece y de qué modo puede ser usado en beneficio de la comunidad social. Todos, incluso Salomón como rey, reconocen que, sin la creación de Dios, no podría sobrevivir, y que la tierra debe estar al servicio de todos, y no de unos cuantos especuladores, avarientos y ambiciosos individuos. La iglesia nace de una idea de Jesús de cómo habrá de ser la nueva tierra y los nuevos cielos del Reino de Dios, y por ello, en comunión, amor y sensibilidad, nos ayudamos mutuamente en un mundo repleto de ladrones.

C.      NO TE ROBES A TI MISMO

“El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto. También esto es vanidad. Cuando aumentan los bienes, también aumentan los que los consumen. ¿Qué bien, pues, tendrá su dueño, sino verlos con sus ojos? Dulce es el sueño del trabajador, coma mucho, coma poco; pero al rico no le deja dormir la abundancia. Hay un mal doloroso que he visto debajo del sol: las riquezas guardadas por sus dueños para su mal; las cuales se pierden en malas ocupaciones, y a los hijos que engendraron, nada les queda en la mano. Como salió del vientre de su madre, desnudo, así vuelve, yéndose tal como vino; y nada tiene de su trabajo para llevar en su mano. Este también es un gran mal, que como vino, así haya de volver. ¿Y de qué le aprovechó trabajar en vano? Además de esto, todos los días de su vida comerá en tinieblas, con mucho afán y dolor y miseria.” (vv. 10-17)

      ¿De qué modo puede alguien robarse a sí mismo? Parece una tontería o una absurdez, pero no lo es tanto si atendemos a las consideraciones que Salomón realiza en torno al dinero y las riquezas. El que pone toda su confianza en el dinero y solo en el dinero, nunca tendrá bastante. ¿Es eso cierto? ¿Es algo de lo que tengamos constancia en nuestro tiempo actual? El que tiene como mayor afecto acaparar y hacer acopio de riquezas y propiedades, para poco le aprovechará. ¿Cómo puede ser esto? Si se pasa toda la vida acumulando bienes, ¿cuándo los disfrutará? Será el más rico del cementerio, eso sí, pero nunca se habrá deleitado en sus ganancias, dada su ansiedad por ser el más poderoso, influyente y multimillonario de la tierra. ¿Esto no supone que se roba a sí mismo la capacidad de solazarse y alegrarse en el fruto de su trabajo e inversiones? ¿No está restando oportunidades a la vida de poder gozar de lo adquirido? Cuantas más propiedades uno tiene, más consumen su alma. El acaudalado no cesa en pensar nuevas formas de amasar más fortunas, en idear sistemas de seguridad mediante los cuales pueda guardar sin temor a ser robado por otros, y pasa el día estresado mientras espera que los nuevos datos bursátiles de sus fondos de inversión sean positivos y no negativos. ¿No está robándose a sí mismo la paz de su espíritu, los momentos hermosos que podría pasar en familia, o la tranquilidad mental que se requiere para sacar partido de la existencia? Ve sus bienes, los cuenta y los recuenta, como un Tío Gilito o un Ebenezer Scrooge cualquiera, sin emplearlos en nada, sin convertirlos en deleite para su cuerpo y su alma.

     ¿No es mejor trabajar honradamente para tener lo necesario para vivir, contentándose en cada instante con lo que posee, y durmiendo sin problemas, ya que poco han de robarle el sueño las propiedades que no tiene y el tesoro que no guarda, ya que éste no existe? El adinerado es acuciado por un insomnio terrible, ya que cada sinapsis cerebral se halla en tensión, en alerta continua por si alguien intenta atracarle, robarle o secuestrarle con el fin de arrebatarle sus más amadas y queridas pertenencias. El jornalero honesto descansa a pierna suelta, pues sabe que está en las manos provisorias de Dios, mientras que el millonario no reposa, dado que se halla entre las manos idólatras del dinero y de la codicia humana. Pablo lo expresó de una manera sublime cuando dejó escrito lo siguiente: “Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4:12-13)

    Salomón también se ocupa del tema de auténticas fortunas dilapidadas en vida para hacer el mal, para abrir la puerta al hedonismo más exacerbado, para dejar sin sostén a sus descendientes, para malgastarlas en los placeres efímeros de este mundo. Tal es el dolor que causa este tipo de situaciones en el corazón de Salomón, que no puede dejar de pensar en los hijos y nietos de grandes terratenientes y ricos, abandonados sin nada que llevarse a la boca, cuando una buena administración de los bienes hubiese procurado el bienestar de futuras generaciones. Solemos escuchar historias de famosos de toda índole que son unos verdaderos manirrotos, derrochando su dinero en tonterías, en manías, en fiestas repletas de desenfreno sexual, droga y alcohol, en lujos asiáticos que quedan olvidados tras unos días de disfrute, en aprovechados que se arriman al árbol del pródigo. La resaca que sucede a tanto despilfarro supone en muchos de los casos la ruina y la miseria, tanto para los despilfarradores como para los que dependían económicamente de él en términos familiares. La locura que desata el brillo del dinero puede terminar trágicamente con vidas y familias enteras. ¿Qué se podrá llevar al más allá la persona que así camina por esta dimensión terrenal? ¿De qué sirven breves instantes de placer en el marco de una eternidad padeciendo en el infierno? Las personas que dilapidan su dinero, se auto-roban un futuro esperanzador y lleno de amor familiar, y ya solo les queda comer algarrobas con los cerdos, entregarse a la burla y el escarnio en reality shows, con el recuerdo de lo que tuvieron y perdieron por sus malas cabezas.

CONCLUSIÓN

      ¿Quién pensaba que no era un ladrón antes de entender lo que Salomón nos dice desde el eco del pasado? No cabe duda de que si nos esmeramos en una introspección personal guiada por lo que nos aconseja y ordena la Palabra de Dios, en algún momento de nuestras vidas hemos robado a Dios, a los demás o nos hemos robado a nosotros mismos. La cuestión es si quieres seguir encadenado al pecado del latrocinio de por vida, o si, por el contrario, deseas vencer las ansias por arrebatar la gloria debida a Dios, por sustraer aquello que es del prójimo, y por vivir una vida de generosidad, honestidad y contentamiento. Él único modo que hoy tienes para dejar atrás toda una vida de latrocinio material y espiritual es confiando en Jesucristo. Pídele en este día que quite de tu mente y de tu corazón este espíritu de latrocinio, y descansa en la provisión que Dios siempre muestra para con aquellos que nacen de nuevo por su gracia y su perdón.

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