DEFENDIENDO LA FE
SERIE DE
ESTUDIOS EN 1 TIMOTEO “SOMOS IGLESIA”
TEXTO
BÍBLICO: 1 TIMOTEO 1:18-20
INTRODUCCIÓN
Todos aquellos
hermanos y hermanas que alguna vez han tenido que ser testigos de la disciplina
eclesial coincidirán en que, este acto necesario en determinados casos que
hacen peligrar la convivencia fraternal y la enseñanza de la verdad del
evangelio, no es precisamente un acontecimiento deseado y feliz. El asunto de la
disciplina o de la amonestación en el seno de una comunidad de fe es a menudo
mal gestionado, y con demasiada frecuencia es obviado con el pensamiento de que
el problema se solventará solo sin la intervención de la iglesia o de los
responsables de la misma. Otra práctica muy común, pero altamente perniciosa,
es la de esconder debajo de la alfombra ciertas prácticas que atentan
directamente contra el buen nombre de la congregación y contra el buen nombre
de nuestro Señor Jesucristo. Ya hemos podido comprobar en carnes de la Iglesia
Católica Romana, que esta estrategia solo añade vergüenza, falta de
credibilidad y odio contra la institución eclesial. La excomunión forma parte,
desafortunada y tristemente, de la dinámica de un grupo de personas que
presuntamente se reúnen para adorar a Dios y proclamar el evangelio de Cristo.
Sabemos que no todos los que están son, ni todos los que son están, y por ello,
teniendo constancia de que la inclinación natural del ser humano, aunque éste
posea la etiqueta o la credencial de cristiano, es la de buscar lo suyo propio
a toda costa, la disciplina eclesial debe tener su lugar, tiempo y ocasión de
manera equilibrada y con ánimo de restauración del transgresor de la ley
divina.
La iglesia en
Éfeso al parecer, y tal como vimos en el encargo confiado a Timoteo por Pablo,
era una comunidad cristiana en la que algunos líderes y maestros se estaban
columpiando de lo lindo en lo referente a las enseñanzas que impartían al resto
de miembros. Pablo considera que es hora de desarraigar radicalmente el mensaje
heterodoxo que del evangelio de Cristo se estaba propagando entre muchos
hermanos y hermanas efesios, y Timoteo recibe la autorización y la autoridad
para lidiar con esta crisis hasta las últimas consecuencias. Las palabras en la
distancia de Pablo no han disuadido a los perversos tergiversadores de la
doctrina cristiana, y en previsión de males mayores, Timoteo debe volver a
recordar que su estancia pastoral en esa iglesia ha de ser reconocida como si
Pablo estuviese allí presente, que su discurso contra los falsos maestros debe
ser incontestable y sus medidas tajantes y rotundas, con el fin de proteger a
los miembros de la iglesia menos entendidos y con menor trayectoria espiritual.
Pablo, tras dejar meridianamente nítida la esencia del evangelio y el
llamamiento apostólico del que fue objeto en su encuentro directo con Cristo,
vuelve a reiterar a Timoteo que su labor debe ser contundente, pero pedagógica: “Este mandamiento, hijo Timoteo, te
encargo, para que conforme a las profecías que se hicieron antes en cuanto a
ti, milites por ellas la buena milicia.” (v. 18)
Pablo remacha la
idea de que la misión de Timoteo no es una opción que puede llevarse a la
acción o no. La palabra griega original para “mandamiento” (gr. parangelian), sugiere la idea de orden militar,
una orden que no admite comentarios ni excusas de ningún tipo. Es como si un
cirujano jefe dijese a su aprendiz interno que saje en una operación a corazón
abierto: si no se realiza la incisión a tiempo, el paciente morirá. Si Timoteo
hubiese tratado este mandamiento como una sugerencia, estaríamos hablando de
una auténtica debacle de la iglesia efesia a causa de la hemorragia herética.
La orden de Pablo no parte sin una demostración más del afecto profundo que
siente por Timoteo, de ahí que emplee la expresión “hijo” para dirigirse a él. Es el mandato de un padre a un hijo
para salvar al resto de la familia en una coyuntura ciertamente terrible y
adversa. El encargo dado a Timoteo por Pablo posee en el griego original (gr. paratizemi) el matiz de confiar
algo de valor inmenso a otra persona, lo cual nos ayuda a entender el grado de
amor y fe que el apóstol estaba depositando en Timoteo. Pablo no iba a confiar
esta tarea difícil, crucial y dolorosa a alguien en el que no confiase al cien
por cien.
Con el objetivo
de insuflar renovados ánimos a su consiervo Timoteo, Pablo apela al llamamiento
personal que las profecías de algunos hermanos con el don de profecía habían
confirmado en el día de su ordenación pastoral. Timoteo no estaba solo ante el
peligro, sino que tanto Pablo, los ancianos que le impusieron las manos, los
profetas que avalaron su vocación, y el mismísimo Espíritu Santo de Dios,
estaban respaldándole en el ejercicio de su profesión ministerial. No sabemos
nada de qué clase de profecías habla aquí Pablo, pero de lo que estamos seguros
es de que el apóstol de los gentiles las da por ciertas y por inspiradas desde
el cielo para gloria de Dios y beneficio de la iglesia de Cristo. Con el
recordatorio de estas profecías, disipando las dudas y las vacilaciones en
cuanto a su propósito pastoral, y alentando su ingrata acción reprensora para
bien de la comunidad de fe efesia, Timoteo tiene todos los instrumentos y
espaldarazos para pelear la buena batalla, una pelea contra los órdenes
diabólicos y humanos que aspiran a destruir la iglesia cristiana. La lid que
tiene que librar Timoteo promete tomar medidas difíciles y amargas, pero es una
buena (gr. kalos) batalla, una lucha
a brazo partido desde la nobleza, la virtud y la excelencia que predica la
Palabra de Dios.
Antes de meter
mano a los pseudo maestros que corrompen el mismísimo corazón de la doctrina
del evangelio de Cristo, Pablo conmina a Timoteo a estar preparado y
concienciado espiritual y mentalmente: “Manteniendo
la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe
algunos.” (v. 19) La ilusión de los comienzos es una sensación pródiga en
entusiasmo y pasión. Lo difícil es mantener esa pasión y ese entusiasmo
conforme vas contemplando cómo el panorama se torna en más y más desolador. Una
cosa es imaginarse a uno mismo librando una batalla en la comodidad de la
elucubración, y otra es sentir cómo la crisis te respira en la nuca. Timoteo
seguramente necesitaba las palabras de Pablo para resistir ante las reacciones
y contraataques que le iban a devolver los falsos maestros de pacotilla.
Timoteo debía ser constante en el cultivo y desarrollo de su fe (gr. pistin) en Cristo. Sin fe, muchos
pastores han sucumbido al desaliento y a huir de los problemas que surgen en
las iglesias. Sin el beneplácito y auxilio de Dios, sin la fe en el poder y la
sabiduría del Señor de la iglesia, es prácticamente imposible atacar el tumor
cancerígeno de la herejía y la heterodoxia maliciosa. Del mismo modo, sin una
conciencia limpia (gr. sineydesin), acompañada
de una vida piadosa y recta delante de la grey de Dios, Timoteo no podría
confrontar lo torcido de las enseñanzas de individuos deshonestos con un
ejemplo vivo de la obra suscitada por el verdadero evangelio en la experiencia
propia del pastor. Timoteo reunía ambas cosas, sin las cuales, iba a ser
altamente improbable arrancar del núcleo eclesial efesio, el veneno de
evangelios distintos al auténtico que Pablo había enseñado en su momento.
Esta imagen del
obrero leal al evangelio que debe mantener la cabeza en su sitio y la fe puesta
en Cristo, contrasta con la conducta de algunos de los líderes de la iglesia, a
los cuales debe dirigirse Timoteo en su tarea disciplinaria. Algunos de ellos
han llegado a desechar, a desdeñar y a menospreciar la fe que se les suponía
cuando entraron a formar parte de la iglesia de Cristo en Éfeso. Han rechazado (gr. apotheo) completamente la gracia
que les fue dada en Cristo mediante la fe. La imagen que nos propone Pablo es
singularmente descriptiva. El barco del don de Dios, que es la fe, les había
rescatado de las procelosas aguas del océano del caos pecaminoso, de los
tentáculos oscuros que los arrastraban a las profundidades tenebrosas del mar,
y ahora, habían decidido voluntariamente embarrancar en medio de la nada,
haciendo inútil su presunto llamamiento. Este naufragio espiritual supone
dejarse llevar a merced de cualquier viento doctrinal, de cualquier alisio
demagógico y caprichoso, hasta hundirse en los abismos abisales insondables del
pecado. Teniendo en Cristo su seguridad y salvación, optan egoístamente por
convertirse en ganapanes y charlatanes religiosos, sin fondo marino sobre el
que posar sus pies. Esta absurda conducta e intención solo los habrá de llevar
al desastre y a la ruina, a menos que reconsideren su actitud y su fe delante
de Dios y de su iglesia, para volver a ser izados con el salvavidas de la
redención de Cristo y el impulso del amor fraternal.
Por lo visto,
Pablo tiene en mente el nombre de dos de los agitadores doctrinales que estaban
haciendo su agosto en medio de la iglesia efesia: “De los cuales son Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás
para que aprendan a no blasfemar.” (v. 20) ¿Acaso los informes previos de
Timoteo señalaban como cabecillas de la rebelión doctrinal a estos dos
individuos? ¿Tendrían tanta ascendencia entre los hermanos efesios que Timoteo
ve peligrar su misión pastoral? Aunque no conocemos todos los detalles de estos
dos falsos maestros, lo que sí sabemos es que sus prácticas y talantes dejaban
muy poco que desear, y que amenazaban la integridad y la unidad de la iglesia
fundada por Pablo. Uno de ellos se llamaba Himeneo, nombre que proviene de una
deidad pagana, también denominada Himen, la cual que encarnaba las ceremonias
de matrimonio, y era inspirador de las fiestas y las canciones. Este Himeneo
tal vez sea el personaje del que se nos habla en 2 Timoteo 2:17-18: “Y su palabra carcomerá como gangrena; de los cuales
son Himeneo y Fileto, que se desviaron de la verdad, diciendo que la
resurrección ya se efectuó, y trastornan la fe de algunos.” En compañía de
un tal Fileto, Himeneo se dedicaba a propagar la doctrina de que tras el
bautismo todos habían resucitado de facto, algo que Pablo se encarga de rebatir
en otras de sus epístolas, ya que la resurrección física tendrá lugar cuando
Cristo regrese de nuevo a por su pueblo e iglesia. Posiblemente, de manera
interesada, publicaba sus conclusiones al respecto para marear la perdiz en el
contexto de la vida eclesial efesia.
El otro nombre que
aparece en relación a Himeneo es Alejandro, cuyo nombre significa “salvador” o “protector,” y del cual podemos hallar referencias duales, sin
acabar de identificarlo en un par de textos de Hechos de los Apóstoles y 2
Timoteo. En Hechos 19:33-34, se nos
habla de un Alejandro en los incidentes de Éfeso relativos al culto de Diana,
patrona de la ciudad: “Y sacaron de
entre la multitud a Alejandro, empujándole los judíos. Entonces Alejandro,
pedido silencio con la mano, quería hablar en su defensa ante el pueblo. Pero
cuando le conocieron que era judío, todos a una voz gritaron casi por dos
horas: ¡Grande es Diana de los efesios!” ¿Era un líder judío que formaba
parte de la incipiente iglesia efesia? No tenemos todos los datos para
aseverarlo. Por otro lado, en 2 Timoteo
4:14-15 encontramos a otro Alejandro, esta vez con el apelativo profesional
de “el calderero.” Pablo no tenía precisamente un buen recuerdo de él: “Alejandro el calderero me ha causado muchos
males; el Señor le pague conforme a sus hechos. Guárdate tú también de él, pues
en gran manera se ha opuesto a nuestras palabras.” Por estas palabras no
podríamos decir si es el mismo Alejandro de Hechos, o si era un enemigo
acérrimo de la iglesia plantada por Pablo y pastoreada por Timoteo. La cuestión
es que era un individuo muy peligroso y con intenciones aviesas contra la
iglesia efesia, y por ello, advierte a Timoteo que tenga mucho cuidado con sus
ardides, provocaciones y motivaciones. Ya vemos que ni Himeneo era la alegría
de la huerta, ni Alejandro era un salvador. Todo lo contrario. Su meta final
era generar disturbios, confusión y desorden empleando malas artes para torcer
la rectitud del evangelio de Cristo.
Dada la delicada
situación que estos dos supuestos miembros de la comunidad de fe efesia estaban
desencadenando, Pablo exhorta a Timoteo a que reafirme la sentencia que desde
Macedonia ya ha sido planteada: Himeneo y Alejandro deben ser excomulgados de
la comunión de la iglesia antes de que todo se vaya al traste. Pablo emplea una
expresión muy característica para describir la pena impuesta a estos dos falsos
maestros: la entrega de ambos a Satanás. Aunque esta frase suscita en primera
instancia un enigma sobre la concreción de este acto disciplinario, algunos
estudiosos de la Escritura sugieren el significado siguiente: Pablo coloca
delante de Dios como su apóstol a estos dos perdularios, y los expulsa de la
esfera del Espíritu Santo, esto es, la comunidad de fe, hacia la esfera de Satanás,
la pérdida de privilegios, derechos y deberes como miembros de la congregación
de los santos en Éfeso. Al no querer aceptar la autoridad de Pablo y la de
Timoteo, otorgada directamente por Cristo como cabeza de la iglesia, Himeneo y
Alejandro deben ser tenidos por pecadores y publicanos, tal como Mateo 18
señala en estos casos de disciplina eclesial. Sin arrepentimiento ni acto de
contrición, estos dos individuos deberán ser separados de la vida en comunidad,
al menos hasta que recapaciten y públicamente renieguen de sus torcidas y
falsas enseñanzas.
El espíritu de
esta excomunión no es la de condenar por siempre a estos dos falsos maestros,
sin que puedan regresar a la comunión fraternal algún día. El propósito de la
disciplina es la de enseñarles a no insultar a Dios con sus mentirosas
afirmaciones doctrinales, es la de restaurarlos tras un periodo de prueba a la
dinámica eclesial, y es la de mostrar a toda la iglesia que Cristo es el Señor
de la misma, y que no tolera evangelios vacíos de la verdad de Dios. Pablo
espera que, con la debida corrección disciplinaria, dejen atrás su rechazo
consciente de la gracia de Dios en favor de sus argumentos delirantes y
blasfemos contra doctrinas básicas del cristianismo. La enseñanza a la que
habrán de enfrentarse los maestros de la especulación y la demagogia es una
enseñanza especial, es una pedagogía (gr.
paideuo) de la vara, entendiendo las cosas por las malas.
CONCLUSIÓN
¿Qué conclusiones
podemos extraer de este texto para nuestra vida eclesial actual? ¿Han cambiado
las cosas con el paso del tiempo? ¿Ya no existen motivos y casos en los cuales
se deba ejercer la disciplina eclesial en el seno de nuestras congregaciones?
¿Los falsos maestros han dejado de empalagar a miembros de nuestras comunidades
de fe más débiles espiritualmente y más predispuestas a seguir cantos de sirena
doctrinales? En primer lugar, sería responsable por parte de la iglesia local
tomar cartas en el asunto cuando se amenaza el pilar básico de la enseñanza y
la predicación bíblica. Fomentar el estudio bíblico comunitario y la reflexión
en la revelación de Dios a título particular con la guía del Espíritu Santo
pueden evitar y prevenir episodios desagradables relacionados con la correcta y
veraz exposición del evangelio de Cristo.
En segundo lugar,
cuando el mal ya está hecho, y algunas corrientes doctrinales contrarias a la
Palabra de Dios se introducen subrepticiamente en nuestras iglesias, es preciso
tomar el toro por los cuernos, y aceptar la penosa realidad de que es menester
desplegar la disciplina eclesial, aún a sabiendas que ésta no siempre
contentará a los seguidores de los falsos maestros. Cortar de raíz
especulaciones e interpretaciones psicodélicas de la Palabra de Dios a través
de la corrección disciplinaria es tarea de toda la iglesia, si no se quiere
acabar en una vorágine de divisiones, partidismos y confusiones varias.
En tercer lugar,
la iglesia debe llevar a cabo la dura tarea de la disciplina eclesial en pro de
defender el evangelio de intereses malignos astutos y arteros, con altas dosis
de fe y una conciencia global limpia e intachable. Si la iglesia ha cometido el
error de dejar pasar determinadas prácticas o enseñanzas diabólicas en el
pasado, poco podrá hacer para erigirse como autoridad suficiente a la hora de
dictaminar la excomunión de personajes impenitentes. En conciencia, a veces es
preciso que el bisturí corte de un solo golpe de mano el tumor cancerígeno, con
el objetivo de que éste no haga metástasis en todo el cuerpo de Cristo. Duele,
provoca lágrimas de pena, y deja un regusto inolvidable a amargura, pero con el
tiempo, todos los que componen la comunidad del Espíritu Santo, entenderán que
era lo mejor que se podía hacer dadas las circunstancias.
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