ORACIÓN FERVIENTE
SERIE DE ESTUDIOS EN 1 TIMOTEO “SOMOS
IGLESIA”
TEXTO BÍBLICO: 1 TIMOTEO 2:1-8
INTRODUCCIÓN
Es triste constatar, tras conversar con
hermanos de otras iglesias, que existe un decreciente interés por reunirse como
comunidad de fe en torno a la oración. Tal vez esto se deba a que estos
encuentros se celebren en mitad de una semana agotadora para aquellos que
trabajan o estudian, y se prefiera descansar en lugar de congregarse con el fin
de presentarse en oración junto a otros hermanos. Quizá es la falta de
disciplina devocional personal la que nos impide participar de las reuniones de
intercesión que programa la iglesia local. Seguro que si preguntamos a aquellas
personas que asisten los domingos al culto de adoración el por qué no se les ve
el pelo en la reunión de oración, éstas nos ofrecerán mil y una
justificaciones, muchas legítimas, no cabe duda, pero algunos de estos hermanos
si son sinceros reconocerán que, a menudo la pereza o la falta de ganas de
moverse de casa, son las razones de su ausencia en los tiempos que la iglesia
local indica para unirse con un mismo espíritu en ruegos y súplicas delante del
Señor.
Muchos hermanos, preocupados por la
alarmante disminución en la asistencia a las reuniones de oración, no cesan de
buscar fórmulas que devuelvan el interés a otros hermanos para que se retome la
fundamental costumbre y privilegio de orar unos por otros, por nuestro
vecindario y por las almas incrédulas que necesitan de nuestra intercesión
evangelizadora delante de Dios.
A. REGULACIÓN DE LA ORACIÓN COMUNITARIA
Pablo, tras rogar y ordenar a Timoteo que
tenga bien presente su misión y las credenciales que lo respaldarán en su tarea
pastoral en la iglesia de Éfeso, comienza por el cimiento básico que sustenta
la vida eclesial de todos los tiempos: la oración en comunidad, ferviente y
universal. Su principal propósito al escribir esta epístola a su querido hijo
espiritual es el de animarle a cultivar entre los miembros y asistentes de la
iglesia de Cristo en Éfeso el hábito de orar sin cesar por aquellos que se
hallan enceguecidos e instalados en la ignorancia espiritual más terrible: “Exhorto ante todo, a que se hagan
rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres;
por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y
reposadamente en toda piedad y honestidad.” (vv. 1-2) El deseo que expresa
desde el corazón el apóstol Pablo es un anhelo dirigido a todos cuantos forman
parte del cuerpo de Cristo, y éste es un deseo primordial para entender la idea
de iglesia.
Cuatro son los términos que aparecen en
estos versículos para señalar el acto de la oración comunitaria. Los tres
primeros (rogativas, oraciones y peticiones) son esencialmente sinónimos en el
griego, aunque cada vocablo tenga matices muy sutiles que hablen de distintas
formas de oración. La primera es “rogativas”
o “súplicas” (gr. deéseis), e indica
pedir algo en relación a una necesidad concreta que una persona tenga. La
segunda es “oraciones” (gr. proseujás),
y adquiere el concepto de adoración y veneración al dador de todos los dones,
al Señor. Y la tercera es “peticiones”
o “intercesiones” (gr. enteúxeis),
palabra que sugiere solicitar a Dios una bendición para otra persona, siempre
desde un espíritu de empatía, misericordia e involucración personal. El cuarto
término “acciones de gracias”
manifiesta la oportunidad de, no solo pedir por las necesidades propias a Dios,
honrarlo y alabar su persona y obra, y rogar al Señor por situaciones críticas
que otras personas estén pasando, sino también la de agradecer todo cuanto Él
nos regala y ofrece en su gracia y compasión amorosa. Estas formas de oración
no se circunscriben únicamente a los miembros de la iglesia y sus
circunstancias adversas, sino que deben extenderse universalmente, a todos los
seres humanos que pueblan la tierra y nuestro contexto local particular, sean
estos seres humanos buenos o no tan buenos con la iglesia, sean creyentes o no
lo sean, sean amigos o enemigos de la fe. La oración nunca se emplea como
instrumento de maldición a aquellos que hacen daño a la iglesia, y jamás se
enmarca dentro del elitismo o la endogamia eclesial. Hemos de orar por todos
cuantos necesiten del evangelio de Cristo, de sanidad física, emocional o
espiritual, o de carestías económicas y laborales, ya que Dios atiende a toda
su creación sin que ésta en muchas ocasiones lo merezca.
Esta oración comunitaria también tiene
como objetivo y propósito interceder por aquellos individuos que ocupen cargos
civiles, políticos y gubernamentales dentro del sistema social en el que nos
hallemos. Sabemos que a veces nos resulta difícil orar por autoridades cuya
ideología es diametralmente opuesta a nuestros principios rectores basados en
la Palabra de Dios y en el ejemplo de Cristo. A menudo nuestros dirigentes
toman medidas impopulares contra la libertad de conciencia, reunión y confesión
religiosa, y resulta complicado tener que interceder delante de Dios por ellos.
Sin embargo, Pablo, conocedor en sus propias carnes de la codicia y sed de
poder e influencia de muchas autoridades que lo juzgaron y encarcelaron, no
obstante, opta por orar en favor del gobierno romano que en el momento de
escribir esta epístola era el que mandaba sobre Occidente. Aunque no
comulguemos con determinadas leyes impulsadas por gobiernos ateos, humanistas y
relativistas, nuestra oración no puede faltar como iglesia, suplicando al Señor
que les dé discernimiento y sabiduría para intentar gestionar su cargo político
para el bienestar de la sociedad en su amplio espectro y su pluralidad
ideológica y religiosa. Aquellos que están en eminencia (gr. en jiperoxé) son quizá los que más necesitan las plegarias del
pueblo de Dios, en orden a proteger todas las sensibilidades y toda la riqueza
de pensamiento que recorre la sociedad.
¿Qué hemos de pedir cuando rogamos al
Señor por las autoridades civiles en todos sus niveles y estamentos? Pablo nos
sugiere que pidamos a Dios que el gobernante de turno sea proclive a fomentar
un espacio de paz y estabilidad social que permita que los creyentes podamos
vivir una ética cristiana de santidad y honradez, sin sufrir de otros grupos
humanos la persecución por nuestras ideas, creencias y valores cristianos. En
tiempos de Pablo, la persecución de los cristianos era un hecho que provocaba
miles de mártires, cientos de flujos migratorios y diásporas relacionados con
la fe que se profesaba en Cristo, y encarcelaciones y torturas a hermanos y
hermanas. Por ello, Pablo espera que el Señor ilumine la mente de los poderosos
y las autoridades, y así puedan los cristianos desarrollar su fe sin miedo ni
temor a la delación, sin la constante sospecha de ser entregados para ser
ajusticiados, y sin la necesidad de congregarse en la clandestinidad de grutas
y catacumbas ocultas a los ojos de personas con mala baba. En la quietud (gr. eremos) y en el reposo (gr. jesúxios) que son el fruto de un
gobierno democrático y que impulsa la libertad de expresión, tenemos la oportunidad
y ocasión de demostrar en la vida cotidiana nuestra piedad (gr. eusebeia) y nuestra honorabilidad y honestidad (gr. semnotés) entre el resto de la
sociedad en la que se enclava la iglesia de Cristo.
B. LA NATURALEZA BENIGNA Y ACEPTABLE
DE LA ORACIÓN COMUNITARIA
A continuación, Pablo nos habla sobre la
naturaleza benéfica y aceptable de la oración comunitaria universal de la que
acabamos de tratar: “Porque esto es
bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los
hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.” (vv. 3-4) Ante
cualquier pega que alguno de los lectores u oyentes de esta carta, sea de
aquellos tiempos, o de los tiempos presentes, Pablo expone que la oración por
todos los seres humanos sin excepción, y de forma especial por las autoridades
civiles, es agradable (gr. apodekton)
a los ojos de Dios. Dios aprecia enormemente el hecho de rogar por cada
persona, venga de donde venga, sea quién sea, haga lo que haga y piense como
piense. Dios acepta con suma satisfacción y recibe con alegría sublime aquellas
oraciones que la comunidad de fe eleva en su presencia con el propósito de
bendecir al mundo entero. Es correcto y de personas bondadosas interceder por
todos, y en la felicidad que Dios manifestada con cada ruego que sube delante
de su altar celestial, nosotros también somos felices porque cumplimos con la
voluntad de un Dios de amor y misericordia, un Dios que un día nos salvó de
nuestra vana manera de vivir y de nuestra supina ignorancia espiritual para
celebrar esa redención que hemos de desear también para todos aquellos que
conviven junto a nosotros y a nuestra iglesia.
La oración comunitaria ferviente persigue
el objetivo de que el Santo Espíritu de Dios convenza de pecado a aquellos a
los que colocamos en las manos de Dios cada vez que nos reunimos para orar.
Dios tiene un deseo en su corazón, y ese deseo debe ser a su vez, nuestro, y
éste es el de proclamar el evangelio de Cristo, las buenas noticias de
salvación, la verdad eterna que hace libres a todos los seres humanos que
tienen un encuentro personal e íntimo con ella en Cristo. El Señor no se encoge
de hombros viendo cómo muchas de sus criaturas humanas se despeñan por el
abismo de su error y ceguera espiritual, sino que persevera en su anhelo
entrañable de atraer a su gracia y perdón a cuantas más personas sea posible.
Ya lo apunta Pedro en una de sus cartas universales, que Dios “es paciente para con nosotros, no
queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” (2
Pedro 3:9) Nosotros podemos colaborar en esta empresa de comunicación de la
obra redentora de Cristo en favor de los incrédulos, y tenemos la obligación de
disipar las dudas que los duros corazones de los escépticos tienen en relación
a Dios, pero solamente el Espíritu Santo puede mostrarles la verdad de su
estado espiritual y hacerles conocedores de su necesidad de salvación en
Cristo.
C. LA ORACIÓN QUE NOS CONECTA COMO
IGLESIA CON DIOS POR MEDIO DE CRISTO
El apóstol de los gentiles tiene muy
claro que la oración es algo más que una retahíla de palabras musitadas o una
construcción ritual repetitiva y vacía de contenido y sinceridad. La oración
adquiere su verdadera esencia y sentido desde la relación y conexión entre el
ser humano y Dios a través de Cristo: “Porque
hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo
hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio
testimonio a su debido tiempo. Para esto yo fui constituido predicador y apóstol
(digo verdad en Cristo, no miento), y maestro de los gentiles en fe y verdad.”
(vv. 5-7) El monoteísmo es básico para nuestro entendimiento de la fe y de
la oración. A diferencia de los gnósticos que invocaban a ángeles y deidades
menores como intermediarios entre ellos y Dios, el cristiano no necesita
levantar oraciones a seres angélicos, a mártires o a personas consideradas
santas por causa de una trayectoria de vida virtuosa. No precisa el creyente
someter sus oraciones a entidades supraterrenales de estratos intermedios,
sobre todo porque en Cristo, segunda persona de la Trinidad, ya tenemos el
intermediario perfecto e impecable (gr.
mesítes). La humanidad de Cristo fue necesaria para que éste pudiese ser
constituido por Dios Padre en el abogado de todos los creyentes, en el sumo
sacerdote que presenta su cuerpo sacrificado para nuestra justificación, y en
el garante de nuestra salvación eterna. Si Dios no se hubiese humanado,
conectando cielo y tierra, eternidad con temporalidad, el acto de la intermediación
no hubiese surtido efecto.
Jesús se ofreció a despojarse de su gloria
divina para asumir forma humana, y de esta guisa pudo entregarse completamente
a la misión de salvar lo que se había perdido. Jesús es nuestro rescatador
universal (gr. antilitron) y pagó
con su propia sangre derramada en el madero de la injusticia humana el precio
necesario (gr. litron) para ser
liberados de la cautividad y de la esclavitud del pecado. Jesús es el Mesías,
el Siervo Sufriente de Isaías, que viene al mundo para dar testimonio fiel y
verdadero del amor que Dios tiene por la raza humana a pesar de sus desvaríos y
perversiones. Pablo expone las razones que han llevado a Cristo a elegirlo como
apóstol, predicador (gr. kerix) y
maestro entre el mundo gentil y pagano. Es precisamente el amor universal de
Cristo, el cual fluye desde la cruz y que rompe con todas las barreras
nacionalistas y elitistas, el que impulsa su vocación y llamamiento. Entre
paréntesis, el apóstol sella su ministerio ante sus hermanos de Éfeso y
Timoteo, y garantiza que sus palabras son la pura verdad respaldada por el
deseo de Cristo de que él fuese al mundo gentil para enseñar la fe que le había
sido otorgada por Dios desde la verdad de su Palabra. Seguramente estos
versículos irían dirigidos contra cualquier atisbo de influencia judaizante en
el seno de la iglesia efesia.
D. PRÁCTICA DE LA ORACIÓN COMUNITARIA
PÚBLICA
Por último, en lo que atañe al asunto de
la oración, Pablo instruye a Timoteo en lo que se refiere a la práctica comunitaria
y pública de la misma: “Quiero, pues,
que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni
contienda.” (v. 8) Después de desgranar la naturaleza, propósito y
necesidad de la oración como elemento central de la vida eclesial, el apóstol
aporta directrices claras sobre la praxis intercesora. La oración no se limita
a ser realizada en un lugar concreto, lo cual no es algo malo en sí mismo, pero
que con el tiempo puede llegar a convertirse en un acto mecánico, ceremonial,
frío y repetitivo. La súplica a Dios debe llevarse a cabo donde haya dos o tres
reunidos en su nombre, algo lógico en tiempos de persecución y de reunión
clandestina de creyentes en hogares donde no toda la iglesia, en términos
numéricos, cabría. La actitud que debe revestir el tiempo de oración pública es
la de corazones aplicados a la santidad de vida, a la constatación activa de un
estilo vital sujeto y obediente a Dios. No es posible orar, ni individualmente,
ni en comunidad, si no existe una disposición espiritual y práctica de la
persona a caminar según la voluntad de Dios. Cualquier palabra que surja de
nuestras gargantas no superará el techo del lugar de culto y evidenciaremos una
hipócrita manera de comportarnos en el día a día de nuestra existencia personal.
Por añadidura, nuestro talante no debe ser
pendenciero o con ánimo de revancha. No podemos invocar el nombre del Señor
para maldecir a otra persona, ni para afear la conducta de alguno de los
presentes, ni para criticar veladamente los hábitos del prójimo, ni para airear
trapos sucios que quiebran la comunión fraternal dentro de la iglesia. La ira o
el enojo no deben motivarnos a la hora de pedir al Señor, porque solamente
traeremos desgracia sobre la comunidad de fe a la que pertenecemos. Del mismo
modo, las contiendas (gr. dialogismu)
o cavilaciones y cuestionamientos de un espíritu incrédulo o capcioso, no han
de caracterizar esos instantes hermosos de oración, dejando traslucir debates
indecorosos, polémicas escandalosas y una absoluta falta de sensibilidad y
conocimiento de la sana doctrina. En nuestras oraciones hemos de saber
dilucidar qué decimos, por qué lo decimos, y cómo lo decimos, sin dar lugar a
disparatadas manifestaciones de desconocimiento bíblico y doctrinal. Como diría
Santiago, “la oración eficaz del justo
puede mucho.” (Santiago 5:16)
CONCLUSIÓN
La oración es primordial para entender la
iglesia de Cristo. Cuando consideramos que el espacio que destina la comunidad
de fe a la oración pública es algo optativo o secundario, estamos metiendo la
pata hasta el corvejón. Cuando las voces de los creyentes que claman delante de
Dios en unanimidad y comunión fraternal callan, nos convertimos en mayordomos
nefastos de la gracia de Dios y del poder que Él tiene para cambiar y transformar
vidas, nos transformamos en pobres testigos de la obra redentora de Cristo, y
frenamos el impacto que el Reino de Dios tiene sobre nuestra localidad.
Pidamos, intercedamos, adoremos y agradezcamos a Dios de acuerdo al sentir que
el Espíritu Santo pone en nuestra alma, todo en el nombre de Cristo, y nuestro
Padre que está en los cielos derramará bendiciones sin cuento ni número sobre
su pueblo reunido como un solo cuerpo en torno a la oración.
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