DISFRUTA CON CABEZA
SERIE DE
SERMONES SOBRE ECLESIASTÉS “QOHELET: SOMOS NIEBLA”
TEXTO
BÍBLICO: ECLESIASTÉS 5:18-6:12
INTRODUCCIÓN
Saber disfrutar
de la vida no es tan fácil como parece, ¿verdad? Encontrar la alegría y el gozo
de dar pasos en este plano terrenal en el que estamos todos no resulta cosa
sencilla. Hallar esa motivación diaria para darlo todo, para exprimir cada hora
y cada minuto de la jornada, como si fuese el último día de nuestra existencia,
es a veces una misión imposible. Levantarse por la mañana con gratitud por un
nuevo amanecer, por haber podido descansar bajo un techo, por poder desayunar
en paz y tranquilidad, y por tener una meta que desarrollar a lo largo de las
distintas y sucesivas etapas cotidianas, no está precisamente al alcance de
cualquiera. Encontrar satisfacción en lo que se hace, en la compañía de las
amistades, en esos pequeños y humildes placeres, y en una ocupación que se
corresponde con la vocación que uno tiene, es un ejercicio arduo, duro y
prácticamente improbable. El humor se nos avinagra por las preocupaciones, el
genio supera las barreras de la buena educación cuando las tensiones aparecen
en el trabajo o en los estudios, ese carácter que teníamos escondido detrás de
una fachada de formalidad y benevolencia vomita fuego por la boca cuando las
cosas no funcionan según tus parámetros de lo que es correcto o bueno… Parece
que no podemos escapar de circunstancias, personas y asuntos que nos impiden
avanzar en la búsqueda permanente del disfrute de la vida, y esto nos frustra y
nos contraria enormemente.
A. DISFRUTA LA VIDA CON CABEZA
Salomón, una vez
más, sin temor a repetirse y sin miedo a que alguien pueda pensar que era un
cenizo de categoría suprema, insiste en una idea ya registrada en los capítulos
2 y 3 de Eclesiastés, y que quiere hacernos pensar sobre cómo disfrutar
correcta y plenamente de la vida que Dios nos ha regalado con mesura, cabeza y
gozo: “He aquí, pues, el bien que yo he
visto: que lo bueno es comer y beber, y gozar uno del bien de todo su trabajo
con que se fatiga debajo del sol, todos los días de su vida que Dios le ha
dado; porque esta es su parte.” (v. 18) En la dilatada experiencia de
Salomón, poder disfrutar del placer y privilegio de la provisión divina, de la
comunión con la familia y las amistades y del festejo de las fiestas
religiosas, es lo mejor que puede hacer el ser humano durante el tiempo que le
ha sido asignado por Dios sobre la faz de la tierra. De entre toda la niebla
que nos rodea en nuestra existencia, la capacidad de sacar provecho del
esfuerzo y del tesón humilde es aquello que debe caracterizar nuestra parte en
la vida. Dios es el dador de la vida, y esa vida solamente puede ser una
bendición cuando ésta se vive dentro del contexto de la armonía debida a la
voluntad de Dios. Ya Moisés, al recibir del Señor las instrucciones
relacionadas con el lugar en el que Israel le adoraría en la Tierra Prometida,
recoge esta promesa bendita: “Y comeréis
allí delante de Jehová vuestro Dios, y os alegraréis, vosotros y vuestras
familias, en toda obra de vuestras manos en la cual Jehová tu Dios te hubiere
bendecido.” (Deuteronomio 12:7)
En el contexto
de este disfrute sensato y ordenado por Dios, las riquezas y la abundancia de
ellas tienen su lugar en la vida del ser humano que desea emplearlas de acuerdo
a los designios celestiales: “Asimismo,
a todo hombre a quien Dios da riquezas y bienes, y le da también facultad para
que coma de ellas, y tome su parte, y goce de su trabajo, esto es don de Dios.
Porque no se acordará mucho de los días de su vida; pues Dios le llenará de
alegría el corazón.” (vv. 19-20) Del mismo modo en que Dios regala vida en
abundancia al ser humano que en Él confía, también regalará prosperidad
material y la habilidad y discernimiento para sostener su integridad física, la
de su familia y la del menesteroso, apartando también para sí bienes con los
que alegrarse y disfrutar mientras trabaja. Aquel que posee un espíritu
agradecido, aquel que está repleto del conocimiento y sabiduría suficientes
como para administrar sabiamente sus fondos, y aquel que deja de preocuparse
por las etapas vitales y los elementos que forman parte de ellas al descansar
en Dios, será bienaventurado y feliz. En vez de estar ocupado anticipadamente
sobre lo que será de él en cada momento de la existencia, el creyente que se
somete a los propósitos del Señor solo conocerá días de vino y rosas, de sol y
fiesta, de celebración y presencia divina. El ser humano que fía todo a la
providencia divina no tendrá miedo a la muerte y al fin de sus días en la
tierra.
Sabemos que estar
contentos con lo que tenemos, y reconocer que todo es don de Dios incluso
supera la misma miseria de las circunstancias en las que nos encontremos. Ahí
tenemos el caso de Etty Hillesum, la cual, en los días más tenebrosos y
terribles de la ocupación nazi de Holanda, su patria, halló una capacidad para
el gozo y alegría que no deja de estremecernos y emocionarnos a partes iguales.
El 18 de agosto de 1943, mientras se hallaba en el campo de concentración de
Westerburk, y antes de ser enviada a la muerte en Auschwitz, escribe lo
siguiente en su diario dirigiéndose a Dios: “Me has hecho rica, oh Dios, por favor, déjame compartir tu belleza con
mis manos abiertas. Mi vida se ha convertido en un diálogo ininterrumpido
contigo, oh Dios, en un gran diálogo. A veces, cuando estoy en un rincón de
este campo de concentración, las plantas de mis pies se posan en tu tierra, mis
ojos se alzan hacia tu cielo, las lágrimas a veces surcan mi rostro, lágrimas
de profunda emoción y gratitud. De noche también, cuando estoy tumbada en mi
cama y descanso en ti, oh Dios, lágrimas de gratitud recorren mi rostro, y esta
es mi oración. He estado terriblemente cansada durante muchos días, pero todo
esto pasará. Las cosas van y vienen en un ritmo cada vez más profundo, y las
personas deben ser enseñadas a escuchar; es la cosa más importante que hemos de
aprender en esta vida. Siempre termino mi oración con una sola palabra: Dios…
El latido de mi corazón cada vez es más profundo, más perceptible, más lleno de
paz, como si todo el tiempo atesorara riquezas inmensas en mi interior.”
Etty murió en Auschwitz el 30 de noviembre de 1943.
B.
MALGASTAR
LA VIDA SIN CABEZA
En el lado contrario
del contraste entre disfrutar la vida con cabeza y no hacerlo, está la clase de
persona que no es capaz de confesar que Dios es el que nos regala todas las
cosas: “Hay un mal que he visto debajo
del cielo, y muy común entre los hombres: El del hombre a quien Dios da
riquezas y bienes y honra, y nada le falta de todo lo que su alma desea; pero
Dios no le da facultad de disfrutar de ello, sino que lo disfrutan los
extraños. Esto es vanidad, y mal doloroso.” (vv. 1-2) Lo lamentable de lo
que Salomón va a comenzar a desgranar en torno a este tipo de actitud hacia la
vida y lo que Dios nos ofrece, es que se trata de una actitud demasiado común,
e incluso podríamos añadir, universal. Existe una manera de intentar disfrutar
de las riquezas y de la provisión divina haciendo desaparecer a Dios de la
ecuación de la vida. El ser humano recibe del Señor propiedades, fama y
prestigio en cantidades industriales, y sin embargo, nada de esto es disfrutado
como es debido ni otorga al poseedor de tales cosas la posibilidad de ver
satisfechos sus deseos más profundos y sus necesidades espirituales. Tiene todo
lo que pudiese desear y anhelar, y no obstante, su vida es mediocre y
miserable. Nada llena su vacío interior, ni siquiera el materialismo o el
consumismo. En lugar de poder alcanzar cotas de satisfacción y realización
personal, son otras personas las que se aprovechan de todo cuanto detentan.
¿Cuántos casos de famosos y millonarios no conocemos en los que son
precisamente las sanguijuelas y parásitos las que se lucran a costa de su
excéntrica y equivocada manera de querer disfrutar de la vida? Al final, muchos
mueren en la indigencia, abandonados por todos aquellos que solo formaron parte
de su círculo de amistades por el interés económico y la seguridad financiera.
Todo se convierte al final en humo y niebla, en sombras y dolor.
Con esta
perspectiva de la vida en mente, y con la desolación que suele acompañar a
quienes depositan su confianza en sus fuerzas y recursos materiales, Salomón
compara a un rico insensato y soberbio con un ser nonato, con un abortivo: “Aunque el hombre engendrare cien hijos, y
viviere muchos años, y los días de su edad fueren numerosos; si su alma no se
sació del bien, y también careció de sepultura, yo digo que un abortivo es
mejor que él. Porque éste en vano viene, y a las tinieblas va, y con tinieblas
su nombre es cubierto. Además, no ha visto el sol, ni lo ha conocido; más
reposo tiene éste que aquél. Porque si aquél viviere mil años dos veces, sin
gustar del bien, ¿no van todos al mismo lugar?” (vv. 3-6) El rey predicador
pone el ejemplo de alguien que posee una estirpe interminable, símbolo de la
prosperidad y bendición de Dios, algo que ya recoge Proverbios 17:6: “Corona de los viejos son los nietos, y la honra de
los hijos, sus padres.” Además de esto, es una persona con largura de días,
de una longevidad envidiable, algo que
también traslada la idea de ser bienaventurado en vida. El “pero” de tanta
abundancia y privilegios es que su alma, su persona total está vacía, su alma
siente que falta algo muy importante, la pieza de un rompecabezas que da
verdadero sentido a lo que dice, piensa o hace. Y es este “pero” el que lo
lleva a ser olvidado por todos, a no tener dónde caerse muerto, a no haber
guardado una parte de su fortuna para sepultar su cuerpo dignamente.
Salomón, de forma
hiperbólica y exagerada (¿o no?), pero no exenta de ese matiz pedagógico,
prefiere ser alguien que ha sido entretejido en el vientre de una madre, pero
que no ha llegado a ver la luz del día, muriendo antes de nacer, que ser un
multimillonario amargado con cada día que pasa de su añosa vida, insatisfecho
mientras se sienta sobre montañas de oro, y solitario entre cientos de hijos y
miles de nietos. El nonato no llega a llevar a cabo su propósito para el cual
fue creado, nadie llega a conocerle como se conoce a un triste ser humano
adinerado, no atesora para sí fama o aplausos del mundo, y fallece sin nombre
en la oscuridad del útero materno sin ver ni sufrir lo que el mortal
insatisfecho y vacío padece durante una vida que parece no terminar nunca. El
nonato nunca alcanza la conciencia, con la implicación de que éste nunca
experimentará las dificultades y miserias de la vida presente. El nonato reposa
y descansa en Dios sin haber saboreado una existencia que para Salomón se
antoja áspera, dura, repleta de sufrimientos y problemas, y que solo trae
desesperación al que no sabe disfrutar de la vida con la cabeza y prudencia que
solo Dios puede proporcionar. En definitiva, adquiriendo la perspectiva
correcta sobre el lugar al que los dos irán a parar, ambos se encontrarán en el
reino de los muertos, en el sheol, aunque el uno viva dos mil años en la
superficie del mundo y el otro dos meses en el interior de una madre.
Salomón a
continuación incide en la idea de que los trabajos y esfuerzos humanos son
necesarios para su sustento, aunque las personas seguirán queriendo más y más,
convirtiendo en necesidades aquellos caprichos y placeres que en nada sirven
para disfrutar de la vida con cabeza y según la voluntad de Dios: “Todo el trabajo del hombre es para su
boca, y con todo eso su deseo no se sacia. Porque ¿qué más tiene el sabio que
el necio? ¿Qué más tiene el pobre que supo caminar entre los vivos? Más vale
vista de ojos que deseo que pasa. Y también esto es vanidad y aflicción de
espíritu.” (vv. 7-9) ¿No es éste el espíritu del consumismo y del
materialismo actual? ¿No tratan los anunciantes de productos construir y
sugerir en nuestras mentes la idea de que lo que nos ofrecen son necesarios
para disfrutar de la vida de verdad? ¿No intentan las empresas publicitarias
imbuirnos de una especie de pensamiento dirigido a tener y adquirir cosas que
en realidad no son artículos de primera necesidad? Si no tienes este coche no
eres nadie, si no compras esta marca de ropa estás fuera de la moda, si no
tienes este móvil último modelo no podrás acceder a condiciones premium en
aplicaciones que casi se han vuelto imprescindibles, y así un largo etcétera.
El cuerpo siempre nos pide más y más, y los inteligentes y listos de este mundo
se aprovechan de estas profundas pulsiones interiores, logrando beneficios
auténticamente escandalosos a costa de nuestra falta de cordura y cabeza.
El tonto y el
listo cohabitan en este mundo, al igual que el pobre y el adinerado, y sin
embargo, todos son niebla cuando la última campanada fúnebre suene. Ni el sabio
ni el estúpido están exentos de caer en las estrategias del materialismo, y la
tentación de querer tener y poseer más cada vez les acompañará en la riqueza y
en la pobreza, provocando esos terribles vaivenes en la vida y esas
desigualdades sociales que a nadie dejan satisfechos. El proverbio que propone
Salomón, aunque en principio enigmático, nos habla de que es mejor añadir vida
a los años, que años a la vida. Es una metáfora de que lo que de verdad importa
es sentir la vida tal y como es en realidad, y no dedicarse a elucubrar y soñar
sobre cómo sería en circunstancias más halagüeñas, o incluso a malgastar el
tiempo filosofando sobre el porqué de las cosas que pasan. Esta clase de
actitud solo añade dolor espiritual y no arregla nada.
Hay una realidad
palmaria y contundente: por mucho que se empeñe el ser humano en querer
disfrutar la vida a su antojo y según su criterio, Dios es soberano y ha creado
el alma humana. Así lo constata Salomón: “Respecto
de lo que es, ya ha mucho que tiene nombre, y se sabe que es hombre y que no
puede contender con Aquel que es más poderoso que él. Ciertamente las muchas
palabras multiplican la vanidad. ¿Qué más tiene el hombre? Porque ¿quién sabe
cuál es el bien del hombre en la vida, todos los días de la vida de su vanidad,
los cuales él pasa como sombra? Porque ¿quién enseñará al hombre qué será
después de él debajo del sol?” (vv. 10-12) Salomón es rotundo en su
percepción del lugar del ser humano en el orden de las cosas: pelear con Dios
es un acto infructuoso. En la vida es más fácil y mucho más productivo
someterse a su voluntad e influencia, que oponerse a sus mandamientos y
consejos. Es mucho mejor, en lo que al disfrute de la vida se refiere, temer a
Dios, el Todopoderoso Creador de todas las cosas, que pretender complicarse la
existencia rebelándose frontalmente contra el peso de su grandeza, providencia
y santidad. Entender esta idea seguramente nos haría ver la vida de un modo completamente
distinto, nos permitiría cerrar la boca para proferir improperios contra las
directrices de Dios y nos capacitaría para escuchar qué tiene que decirnos Él
en cada paso que damos en esta dimensión terrenal. Al fin y al cabo, ¿qué somos
o qué presumimos ser? Solo somos niebla y nuestras palabras se pierden en el
viento, ya que nada hemos de cambiar en el mundo que nos rodea únicamente con
discursos y promesas vanas.
Solo Dios sabe
lo que más nos conviene. Únicamente el Señor tiene las claves para disfrutar de
la vida con cabeza. Ni tú ni yo podremos conocer el futuro que habrá de
alcanzarnos, ni tú ni yo tendremos la perfecta aptitud para gestionar lo que
Dios nos da sin errores ni meteduras de pata, ni tú ni yo somos conscientes de
cómo podrían cambiar nuestras vidas si en vez de imponer nuestra voluntad,
dejamos que sea la voluntad de Dios la que dirija cada una de nuestras
acciones, palabras y pensamientos. Somos sombras pasajeras, somos breves
volutas de humo que se esfuman en el viento, somos niebla efímera que no deja
huella. La insustancialidad de la vida humana es un hecho comprobable que hemos
de asumir. Y en tanto en cuanto comprendamos que la vida es breve, será más
sencillo apelar a la enseñanza de Dios para cambiar y transformar nuestras
trayectorias vitales, y de ese modo, disfrutar de la vida con cabeza y de
acuerdo al shalom de Dios, a aquello que Él ideó para ti y para mí antes de que
el pecado contaminase a la humanidad. Podremos escribir mil libros de
autoayuda, pero al final, si somos un poco inteligentes, nos daremos cuenta de
que aquel que lo escribió también vive una vida basada en la infelicidad y en
la insatisfacción espiritual.
CONCLUSIÓN
Jesús supo vivir y
disfrutar de la vida con cabeza, al menos hasta que nuestro pecado lo hizo
sacrificio vivo para perdonar nuestras deudas en la cruz del Calvario. Hoy
Cristo, en su vida, muerte y resurrección, desea que también vivas una vida a
tope desde los criterios que su evangelio establece, que disfrutes de cada
minuto de tu tiempo de acuerdo a su ejemplo y modelo, que saques el jugo a cada
circunstancia con alegría y regocijo. El único camino que lleva a una vida bien
vivida es confesarle delante de Dios y delante de la humanidad como Señor y
Salvador de tu vida. Solo la fe puesta en él te procurará una vida eterna que
llenará por completo tu alma del bien, y que te ayudará a ser un mayordomo fiel
de los dones que el Espíritu Santo te dará por gracia. Escoge la senda de la
vida en Cristo, y deja de malgastar tu tiempo en el materialismo y el
hedonismo, para que puedas sentir en ti la fuerza y el poder de una vida
disfrutada con cabeza.
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