PANEGÍRICO RECORDANDO LA VIDA DE MARINETA




TEXTO BÍBLICO: “Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Corintios 15:53-57)

     Fenelón, escritor y teólogo protestante francés, en su reflexión ante la realidad de la muerte afirmó lo siguiente: “La muerte sólo será triste para los que no han pensado en ella.” Huir de lo que implica la muerte, de su significado y de su misterio, creyendo que si dejamos de hablar de ella o si evitamos meditar en que un día pasaremos por ese trago que nos iguala como humanidad, dejará de existir, solo aportará amargura de espíritu y aflicción emocional cuando ésta llegue, inevitable e ineludible. Solamente cuando somos conscientes de que este momento puede alcanzarnos en cualquier instante, sin dejarnos obsesionarnos por ello, pero sin dejar de tener la certeza de que nuestro destino final está seguro en Dios, entenderemos qué es la muerte y cómo ésta es vencida definitivamente por nuestro Señor y Salvador Jesucristo, con la meta de vivir eternamente en su presencia y junto a aquellos que ya nos precedieron y confiaron en su salvación durante sus vidas.

      Como todos sabemos, el momento en el que un ser querido, como lo era nuestra Marineta, deja este plano terrenal cruzando la puerta de la muerte, no es un instante agradable y alegre, al menos para aquellos que quedamos todavía aferrados a la vida en este lado de la eternidad. La pérdida de una hermana como Marineta, de una talla espiritual y humana notable, que desplegó durante sus días un testimonio vital que superó todas las trabas físicas que se instalaron en su cuerpo finito, y que siempre recordaré personalmente por su amor y devoción cristianos y su voz firme y segura mientras recitaba poemas y versículos bíblicos con una lucidez especialmente ejemplar, deja un vacío en el presente de su familia, de sus amistades y de la iglesia a la que pertenecía como miembro valioso. 

      Cuando una persona parte a la presencia de Dios tal y cómo lo hizo Marineta, con cánticos de alabanza en su corazón y esperanza en su último aliento, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que para ella el vivir fue Cristo, y que la muerte solo es la puerta de una entrada triunfal en el Reino de los cielos, donde ahora disfruta con paz, alegría y amor de la gloria de Dios. Y aunque ahora estemos compungidos y cabizbajos ante su marcha, sin embargo, al igual que ella, tenemos la certidumbre de que algún día, en un radiante y majestuoso encuentro, volveremos a vernos para no volver a despedirnos nunca jamás.

     Era necesario que el cuerpo limitado, frágil y en franco decaimiento que ya tenía Marineta fuese cambiado por uno inmortal e incorruptible, que su alma, inquieta, sabia y bondadosa, habitase en un nuevo cuerpo glorificado que solo Dios sabe y puede regalar a aquel que cree en la obra redentora de su Hijo Jesucristo. En el preciso instante en el que Marineta ha podido contemplar la majestad de Dios en todo su esplendor, en el que seguramente ha recibido el abrazo cálido y rebosante de amor de bienvenida de Jesús, y en el que su espíritu ha reconocido que por fin ha llegado al hogar, a su patria y a su destino, la muerte, a la que mucha gente teme y quiere esquivar, ya no es un miedo terrible que haya de condicionar su felicidad eterna junto al Señor. 

      Marineta demostró con su vida, sus palabras y sus actos, mientras hubo lucidez en su mente, que su rumbo durante su existencia fue firme y constante, que su menguada salud no era impedimento para agradecer cada día de su trayectoria vital que el Señor la hubiese salvado y hubiese perdonado todos sus pecados, y que aunque la luz escaseara en su mirada a causa de su enfermedad ocular, no obstante, ésta brillaba a raudales en el interior de su pequeño gran corazón, colocando victoria en su despedida.

     Hoy despedimos los restos mortales de nuestra querida hermana Marineta, y en esta hora ella ya está completa y plenamente feliz, porque está donde quiso siempre estar, en el regazo de su Padre celestial, y en la compañía afectuosa y gozosa de otros hermanos y hermanas que se adelantaron a ella en el trance de la muerte. Aquellos que quedamos aquí, si no queremos que la tristeza absoluta y la desesperación de la pérdida se adueñen de nuestros últimos momentos de vida, lleguen cuando lleguen, que llegarán, haríamos bien en buscar al Señor mientras pueda ser hallado y en recuperar de la memoria aquellos momentos en los que Marineta nos alegró el día, en los que nos manifestó su amor y servicio incondicional y nos regaló de su vida lo mejor. Juntos sus hermanos en la fe podemos decir con satisfacción y esperanza en esta mañana: ¡Hasta pronto, Marineta!

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