SANA DOCTRINA
SERIE DE
ESTUDIOS EN 1 TIMOTEO “SOMOS IGLESIA”
TEXTO
BÍBLICO: 1 TIMOTEO 1:1-11
INTRODUCCIÓN
Una de las
cuestiones que más ha destruido, dividido y fragmentado la unidad de la
iglesia, tanto local como universal, ha sido la incapacidad de instruir
doctrinalmente a los creyentes desde la pureza del evangelio de Cristo revelado
en la Biblia. No importa cuán pura sea una idea, una corriente de pensamiento,
una perspectiva filosófica o una serie de normas de convivencia, que siempre
hay alguien que tratará de forzarlas, estirarlas y transgredirlas. El ser
humano siempre hallará la forma de tergiversar la verdad, de sacar réditos
interesados de aquello que es bueno, de acomodar una enseñanza a sus propios
deseos y de inventar reglas arbitrarias supuestamente de la raíz de una
normativa justa. La iglesia no es ajena a este juego mareante de ajedrez en el
que se quiere lograr una posición más holgada, más poderosa y más influyente
sobre el resto de una comunidad de fe. No hizo falta que la recién nacida
iglesia del primer siglo echase a andar para encontrar a personajes de dudosa
catadura moral y planes ególatras dentro y fuera de las iglesias locales. La
inocencia de un rebaño de ovejas sometidas al Pastor eterno, desde
prácticamente sus inicios, ve cómo salteadores, cuatreros y lobos rapaces
entran en el redil para hacer y deshacer a su antojo, apelando principalmente a
presuntas revelaciones que ha de comunicar y transmitir al resto de corderos.
Esta tendencia ha
contribuido a fomentar un infame testimonio de la iglesia, un cúmulo de
situaciones incómodas y escandalosas en el seno de la congregación de los
santos, un continuo goteo de miembros que se van en pos de cantos de sirena, un
clima irrespirable de trifulcas y debates estériles acerca de doctrina y
teología, y un conjunto de cismas ridículos provocados por matices también
ridículos y sobredimensionados al máximo. Con la égida y excusa de haber
recibido nuevas revelaciones divinas, de tener una unción superior a la del
resto, de percibir con mejor claridad la voz divina y de invocar
manifestaciones sobrenaturales marcando niveles de fe y poder dentro de la grey
del Señor, muchas iglesias han tenido que contemplar con tristeza cómo la
división y las malas relaciones han ido minando su existencia y razón de ser. Es
lamentable comprobar en nuestros días cómo individuos exaltados e iluminados se
dedican a extender el virus terrible de una enseñanza que se aleja a años luz
de la doctrina predicada y enseñada por los apóstoles y profetas de Dios en la
Biblia. Es realmente amargo saborear como un éxito el hecho de que existan
tropecientas iglesias de tropecientas denominaciones, porque como escuché a
alguien decir, “cuantas más iglesias
haya en un lugar mejor que mejor.”
1. CREDENCIALES APOSTÓLICAS
Timoteo,
comisionado por Pablo y respaldado por Dios, va a tener que meterle mano a la
iglesia en Éfeso de manera radical y rotunda. Ya instalado en la ciudad de
Éfeso, y alejado de Pablo por razón de la distancia, Timoteo debe enfrentarse
con una pandilla de cafres cuya misión en la vida es deshacer lo que con tanto
empeño y esmero había construido el apóstol Pablo. Son tan preocupantes los
informes que ya comienzan a llegarle desde Éfeso, que el apóstol de los
gentiles entiende que debe dar un espaldarazo a su consiervo Timoteo, que ha de
aportarle la seguridad necesaria para continuar su labor pastoral en un
entorno, que como ya veremos, era poco menos que caótico y conflictivo. Pablo
comienza su carta a Timoteo con un saludo altamente revelador y que ya ponía
los puntos sobre las íes en cuanto a la autoridad apostólica que le impelía a
cuidar de la iglesia efesia: “Pablo,
apóstol de Jesucristo por mandato de Dios nuestro Salvador, y del Señor
Jesucristo nuestra esperanza, a Timoteo, verdadero hijo en la fe: Gracia,
misericordia y paz, de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor.”
(vv. 1-2)
El hecho de que
aparezca el nombre de Pablo, ya indica lo personal de su misiva a Timoteo. El
apóstol Pablo no escribe en nombre de nadie, sino que de manera particular
quiere enfatizar el carácter pastoral que impregnará cada palabra escrita en
esta epístola. Además quiere dejar meridianamente claro a quienes lean estas
líneas que él no es un advenedizo, o un don nadie en términos espirituales,
sino que es un embajador escogido directa y personalmente por Jesucristo. No es
un apóstol en los mismos términos de convivencia con Jesús durante su
ministerio terrenal que tuvieron sus compañeros de fatigas como Pedro o Juan,
pero sí recibe un llamamiento en firme según nos consta en su crónica
testimonial de su encuentro con Cristo camino a Damasco. Dios, salvador y
redentor de la humanidad, y Jesucristo, esperanza de vida eterna, son puestos
delante de cualquiera que dude de su autoridad apostólica para que tanto el
Padre como el Hijo actúen de testigos fidedignos. Pablo nada tuvo que hacer más
que someterse a Dios cuando éste le requirió. Dios mandó y ordenó a Saulo de
Tarso que dejase todo lo que había sido su vida para servir como mensajero del
evangelio y como misionero a las naciones. La palabra griega, “epitage,” implica una orden real
innegociable e imperativa. La fuente de su autoridad estaba en Dios y, por
tanto, todos cuantos escuchasen o leyesen las palabras de esta carta a Timoteo,
debían hacerlo con atención y concentración. Es un “apóstolos”, un enviado de Dios que representa su poder y autoridad
ante creyentes e incrédulos.
Timoteo, “aquel que honra a Dios,” es el
destinatario de esta carta, y a través del conocimiento que Pablo tenía de este
joven pastor, nos ofrece una imagen muy vívida de lo que Timoteo significaba
para el apóstol. Pablo lo describe de un modo cariñoso y paternal en términos
de hijo espiritual en el cual no hay ni engaño, ni hipocresía, ni doble faz.
Timoteo es un hijo de Dios en toda la extensión de la expresión, y además es
alguien al que Pablo aprecia como si fuese su propio hijo legítimo en términos
espirituales y afectivos, que es lo que se deriva de la palabra griega “gnesios” que emplea aquí el apóstol.
En virtud de este amor y estima, Pablo quiere que todos sepan que Timoteo es
como si Pablo mismo estuviese entre ellos, entre los creyentes efesios. Las
credenciales apostólicas son empleadas en esta ocasión para apoyar a Timoteo,
deseando a su vez que la gracia, la misericordia y la paz de Dios lo acompañen
en su ministerio pastoral, dado que la tarea que ha de abordar será ciertamente
titánica. Timoteo iba a necesitar toda ayuda y socorro posible, y la oración
desiderativa de Pablo manifiesta que el auxilio de Dios era un ruego intenso en
el corazón paulino.
2. ENCARGO APOSTÓLICO
Tras esta
salutación, la cual es una declaración inicial de intenciones por parte de
Pablo, decide entrar directamente en materia, aplicando el bisturí en el
mismísimo tumor cancerígeno que está afectando tan ponzoñosamente a la
comunidad de fe efesia: “Como te rogué
que te quedases en Éfeso, cuando fui a Macedonia, para que mandases a algunos
que no enseñen diferente doctrina, ni presten atención a fábulas y genealogías
interminables, que acarrean disputas más bien que edificación de Dios que es
por fe, así te encargo ahora.” (vv. 3-4) Pablo recuerda a Timoteo las
órdenes que éste le dio para que permaneciese en Éfeso mientras el apóstol
seguía su camino hacia Macedonia, y le trae a la memoria la misión encomendada.
Pablo no manda en plan tiránico ni despótico a Timoteo, sino que le urge, le
suplica y le implora (“parakaleo”)
que ponga todos sus sentidos en un objetivo prioritario para el bien de los
cristianos efesios. Su meta fundamental consistía en ordenar y conminar a
determinados individuos que se hallaban dentro de la iglesia efesia para que
éstos dejasen de malmeter, de tergiversar y de distorsionar el mensaje sencillo
y puro del evangelio de Cristo. La enseñanza de algunos de estos personajes
polémicos y controvertidos al parecer no tenía mucho que ver con el evangelio
original. Pablo habla de doctrinas extrañas o “heterodidaskalein”, palabra griega acuñada por el propio apóstol
para la ocasión. Estas enseñanzas no se ajustaban para nada con la enseñanza
dada por Pablo, y estaban causando un daño irreparable en el seno de la
iglesia, desmontando con su discurso heterodoxo cualquier lección que Pablo
ofreciese en tiempos no muy lejanos cuando él mismo fundó esta comunidad de fe.
No solo se
predicaba una doctrina perversa, falsificada y perniciosa, sino que por
añadidura, se dedicaban a añadir a los cimientos del mensaje de salvación de
Cristo una serie de enseñanzas de lo más absurdas. Los especialistas y eruditos
neotestamentarios no se ponen de acuerdo en qué clase de ideas estaban
inculcando entre sus correligionarios efesios, cuando Pablo habla de fábulas o
mitologías, y de árboles genealógicos que se perdían en el pasado de la raza
humana. Aunque no conocemos el contenido de estas novedosas enseñanzas, lo que
sí sabemos es que a Pablo no le hacían ni pizca de gracia. Por eso nos ofrece
una descripción de los efectos que causaba este tipo de discursos pedagógicos:
peleas, disputas y discusiones sin fin, algo que en nada aportaba bendición a
los creyentes, ni ayudaba al crecimiento espiritual de los miembros de la
iglesia efesia. Dios no se hallaba en las palabras y proclamas de estos falsos
maestros, y había que poner coto a sus desmanes y manipulaciones espirituales.
Timoteo era el elegido para acometer esta ardua y, como veremos más adelante,
poco agradecida tarea.
3. MOTIVACIÓN APOSTÓLICA
¿Qué motivaba a
Pablo tomar esta determinación de encargar a Timoteo la reprensión de estos
desaprensivos? ¿Era un afán por conservar su ascendencia sobre los hermanos
efesios? ¿Era venganza o represalia movida a causa de la indignación y la ira?
Pablo nos explica el auténtico espíritu con el cual quiere que Timoteo lleve a
buen término su encomienda: “Pues el
propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena
conciencia, y de fe no fingida, de las cuales cosas desviándose algunos, se
apartaron a vana palabrería, queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni
lo que hablan ni lo que afirman.” (vv. 5-7) Pablo quiere que la
amonestación dirigida a los falsos maestros sea producto de un amor muy
especial: el amor “agape,” un amor
que sobrepasa cualquier definición humana de lo que son los afectos. Se trata
de canalizar el amor perfecto de Dios hacia aquellos que estaban desmadrándose
en el seno de la comunidad efesia. No quiere regodearse en un castigo ejemplar
y cruel, sino que apela a una clase de amor que logre hacer cambiar de parecer
a los individuos que desde dentro de la iglesia estaban proclamando un
evangelio inventado y acomodado a sus intereses personales.
Este amor nace de
la limpieza de corazón del apóstol, de un espíritu sincero por proteger a los
hermanos ya engañados o en vías de serlo, de un ánimo desinteresado y generoso
que estaba dispuesto a dar una oportunidad a los descarriados predicadores de
noticias ajenas al mensaje de Jesús. La conciencia de Pablo se halla tranquila,
porque desea restaurar más que destruir, sanar más que rematar. Sabe qué
enseñanza había dejado en manos de la membresía efesia, y por tanto, nada había
que pudiese reconcomerle por dentro. Su fe no era un disfraz o una máscara hipócrita
que tratase de timar espiritualmente a nadie, sino que fue demostrada
innumerables veces por medio de su testimonio particular y de su conducta
ajustada a los requisitos de las lecciones dadas por Jesús en su evangelio.
Contrasta esta clase de amor puro, sin remordimientos y auténtico, con el
desvío cometido por los pseudomaestros a los que debía tratar Timoteo. Habían
tomado otros derroteros y atajos más deseables y apetecibles en términos
humanos y terrenales, y habían cometido un error terrible al incidir en sus
enseñanzas completamente opuestas a la doctrina dada por Jesús a sus apóstoles
mientras caminó sobre la faz de esta tierra.
Habían optado por
olvidarse de ese amor fraternal y de esa pasión por Dios para entregarse sin
miramientos ni ascos a parlotear sin principio ni fin, sin ton ni son, sin
dejar de marear la perdiz a sus oyentes incautos. Con una retórica sofisticada
y con una carismática presencia y dicción, habían logrado asegurarse su
poltrona en medio de la iglesia efesia, obstaculizando una pedagogía cristiana
equilibrada y permitiendo la abundancia de errores y falacias en las mentes de
quienes los tenían por hermanos ungidos especialmente por Dios mismo. Charlatanes
de lo espiritual, aspiraban y se autoconsideraban maestros de una altura
didáctica y de una sabiduría de gran nivel, provocando el eclipse mental de
muchos hermanos y hermanas con menos luces intelectuales. Con su estilizada
manera de acaparar el tiempo de la enseñanza eclesial con peroratas infumables
y discursos enrevesados, muchos miembros de la iglesia ya habían sucumbido a
sus encantos verbales. Pablo, de manera irónica, les compara con maestros de la
ley, con personas de amplio conocimiento de la Palabra de Dios y del Antiguo
Testamento, de una autoridad incontestable y firme. Sin embargo, lo que Pablo
quiere comunicarles por medio de Timoteo es que están bastante alejados de la
calidad de estos maestros. Ni saben lo que dicen, ni tienen idea de lo que
hablan y desean compartir con el resto de la comunidad de fe efesia. Son una
especie de Cantinflas, que se enreda en oraciones rimbombantes y extravagantes,
preñadas de vocablos floridos y cultos, pero que al final, tras digerirlas
mentalmente, te das cuenta de que, en realidad, nada con criterio ha sido
dicho. Esto es lo preocupante. Que aunque son engañabobos que emplean una
oratoria deslumbrante, están vacíos de contenido, razones y espíritu fraternal.
4. UTILIDAD DE LA LEY
Pablo, cuando se
refiere a los maestros de la ley, no lo hace ni con acritud ni con cinismo.
Simplemente lo hace para señalar inequívocamente la actitud de estos falsos
maestros, un talante que se caracteriza por el orgullo intelectual y
espiritual. Para nada está despreciando la actividad y vocación propia del
doctor de la ley: “Pero sabemos que la
ley es buena, si uno la usa legítimamente; conociendo esto, que la ley no fue
dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los
impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y
matricidas, para los homicidas, para los fornicarios, para los sodomitas, para
los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a
la sana doctrina, según el glorioso evangelio del Dios bendito, que a mí me ha
sido encomendado.” (vv. 8-11) Instruir a las personas en la ley de Dios, en
la Torah de la Biblia hebrea, era todo un privilegio y honor. Ser doctor de la
ley implicaba además un compromiso con la verdad y la justicia tremendas, y una
responsabilidad sobre todo el pueblo que acudía a él para recibir respuesta a sus
preguntas y dudas sobre Dios y sus propósitos revelados en las Escrituras.
Pablo no está minusvalorando el peso que la ley tiene en la iglesia de Cristo.
De hecho, recalca su importancia, si la ley, la cual fue otorgada por Dios
mismo a la humanidad, se emplea dentro de los límites de la legitimidad, sin
tergiversarla ni distorsionarla, como hacen hoy muchos letrados con las normas
de convivencia que nos hemos dado mutuamente como sociedad civilizada. La ley
sigue funcionando a la perfección; somos nosotros los que nos adueñamos de ella
para estirar su significado y alcance, los que la interpretamos según el
contexto y las circunstancias en las que nos encontramos.
Porque, en
realidad, ¿cuál es la razón por la que Dios nos entregó su ley? La respuesta es
clara y rotunda: la ley existe porque, tristemente, existe el pecado. El pecado
en todas sus formas y tamaños hace necesario que la justicia de Dios actúe con
el fin de penalizarlo y con el objetivo adicional de marcar el camino correcto
de la rectitud y la santidad. La ley desenmascara y desnuda al ser humano, para
que éste pueda verse tal y cómo es, como una criatura de Dios que ha decidido
que la esclavitud y las tinieblas del pecado lo gobiernen y guíen en todas sus
decisiones vitales. Si el pecado no hubiese entrado en el mundo, la ley no
tendría razón de ser, dado que la justicia del hombre y de la mujer sería en
todo completa y sin reproche. La ley es la que deja en entredicho la
inclinación natural que el ser humano tiene hacia la rebelión y la desobediencia
contra la voluntad divina, y por ello, el apóstol Pablo enumera la clase de
personas para las que va dirigida la ley de Dios, la clase de personas que
somos tú y yo en algún momento de nuestras vidas, la clase de personas que
transgreden y quebrantan alguno de los diez mandamientos consignados en Éxodo
20. Tal vez pudiéramos pensar que
nosotros no encajamos en alguna de las categorías que a continuación reseña
Pablo, pero si somos sinceros y analizamos nuestra trayectoria pasada y nuestro
estilo de vida actual, seguramente habremos participado de alguno de estos
actos y prácticas pecaminosas.
En primer lugar,
el apóstol Pablo comienza hablando de los transgresores y desobedientes, de
aquellos que conocen la ley, pero se la saltan a la torera, haciendo caso omiso
de sus indicaciones y de las consecuencias que su transgresión y rebeldía
comportan en la vida. Son individuos sin ley, tal como indica la palabra
original del griego “anomía,” y no
son capaces ni quieren subordinar a la autoridad de Dios (gr. Anipotaktos). Después están los impíos
y pecadores, aquellos que son contrarios a la idea de ser santos como Dios es
santo (gr. Asebés), dando rienda
suelta a un odio inusitado contra el Creador y manteniendo un estilo constante
de vida dedicado a cometer delitos y crímenes contra Dios, contra su prójimo y
contra sí mismo (gr. Jamartolós).
Seguimos la lista paulina del pecado y hallamos a los irreverentes y profanos,
personajes blasfemos y burlones, que no dan al Señor el lugar de adoración y honra
que merece, que procuran el escarnio de sus hijos, y que no tienen escrúpulos a
la hora de insultar flagrantemente el nombre de Cristo. Son, como el vocablo
griego parece querer decir (gr. Anosios),
individuos negligentes en sus deberes para con Dios, y bébelos, personajes que
no vacilan en pisotear y escupir en el rostro del Señor.
A continuación,
aparecen los parricidas y matricidas, asesinos de sus progenitores y con ánimo
de desprotegerlos en tiempos de la vejez y la ancianidad, dejándolos a la
deriva en sus horas más duras y frágiles. Les sigue a estos abyectos
criminales, la figura del homicida en toda la extensión del término, la de los
fornicarios que se dedican a cultivar una conducta sexual inmoral que
transcurre fuera del espacio matrimonial, la de los sodomitas o “arsenokoitais,” practicantes de la
homosexualidad, dado que la palabra griega, de forma literal se traduce por “hombres en el tálamo conyugal”, la de
los secuestradores o “andrapodistés,”
mercaderes de esclavos o ladrones de hombres, y la de los mentirosos y
perjuros, hombres y mujeres que emplean la falsedad y el falso testimonio para
lograr sus objetivos egoístas e injustos a toda costa. Si nos fijamos, los
pecados aquí citados, casan como un guante con la lista del Decálogo de Éxodo
20, abarcando así todas las categorías de pecado cometido contra Dios y contra
el vecino.
Y por si alguna
conducta o acción producto del pecado pudiese escaparse a alguna de estas
categorías que Pablo recoge con esmero y voluntad didáctica, el apóstol añade
que cualquier otra cosa que pudiese oponerse a la sana doctrina, esto es, a la
enseñanza revelada por Dios por medio de sus siervos, profetas y apóstoles, la
cual es, como el término griego “higiain”
expresa, pura e higiénica, deberá ser juzgada por la ley justa de Dios. El
evangelio entregado y comunicado por Jesús a sus más íntimos colaboradores,
llenos éstos del Espíritu Santo, no debe ser contaminado, ensuciado y retocado
por nadie, puesto que la Palabra revelada de Dios es inmutable, suficiente y
sin margen al error interpretativo de determinados individuos que solo buscan
conseguir sus metas personales y egoístas. Si el evangelio que enseñan no pasa
el filtro del evangelio proclamado originalmente por Jesús, si las motivaciones
que llevan a predicar este evangelio extraño son interesadas y hedonistas, si
las metas que persiguen aquellos que lo transmiten a la iglesia son las de
lograr éxito, poder o dinero, y si el efecto de esa doctrina diferente es la de
la división, la batalla dialéctica y el menoscabo de la comunión fraternal y
con Dios de la iglesia de Cristo, entonces hay que tomar cartas en el asunto,
cosa que Pablo cree conveniente hacer en el caso efesio junto con la
inestimable ayuda de Timoteo.
CONCLUSIÓN
El glorioso evangelio
del Dios bendito, entregado a Pablo como apóstol de Cristo, debe ser preservado
entre los creyentes de cualquier adición, sustracción o tergiversación. No es
posible que una comunidad de fe pueda mantenerse en pie durante años y años sin
que la doctrina no haya sido contrastada a lo largo del tiempo con los frutos
que Dios regala a su iglesia, sin que la enseñanza no haya sido un pilar
fundamental para entender el crecimiento cristiano a nivel comunitario, y sin
que el evangelio de las buenas nuevas de salvación no haya sido el centro de la
predicación desde el púlpito. El evangelio es glorioso, y por ello, con esmero,
temor y temblor, éste ha de ser publicado dentro y fuera de las paredes del
templo cristiano de acuerdo al legado de la revelación bíblica y a la herencia
que los apóstoles y escogidos de Dios nos dejaron por escrito. Cualquier
supuesto hermano o cualquier presunta hermana que intente subvertir la sana
doctrina en el seno de la congregación de los hijos de Dios, deberá ser
invitada a deponer de sus actividades ponzoñosas, a reconsiderar el mensaje
sucio y falso que ha estado enseñando a los demás hermanos, y a volver a
abrazar la sana doctrina, para alegría de todos y para el óptimo funcionamiento
de la iglesia cristiana.
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