VER MÁS CLARA LA VIDA




SERIE DE SERMONES SOBRE ECLESIASTÉS “QOHELET: SOMOS NIEBLA”

TEXTO BÍBLICO: ECLESIASTÉS 7:11-18

INTRODUCCIÓN

      Las enfermedades que se relacionan con la vista son parte de las circunstancias de vida de muchas personas. Y esto se acrecienta con el incremento del tiempo que muchos de nosotros pasamos delante de pantallas de televisión, ordenadores, tabletas y móviles, dado que las pantallas LED de los dispositivos digitales emiten luz con una elevada proporción de longitud de onda corta, es decir, una radiación visible que se caracteriza por ser muy energética y que puede producir daños en los ojos y en otras estructuras del organismo. Si usáramos con medida, conocimiento y cabalidad estos dispositivos tecnológicos lograríamos evitar una exposición nefasta a esta irradiación, y conseguiríamos alargar la vida útil de nuestros dos globos oculares. También existen problemas ópticos que provienen de la genética, como mi miopía. Muchas personas desarrollan enfermedades de la vista por el hecho de poseer una herencia genética que les predispone a sufrirlas. Gracias a Dios, existen muchísimas técnicas de láser, de oftalmología y de óptica que nos permiten subsanar y corregir muchas de estas molestias de la visión como son la hipermetropía, el astigmatismo, la presbicia o vista cansada, etc…

     Aunque es preciso ocuparse y preocuparse cuando uno de nosotros padecemos algún tipo de enfermedad visual en términos físicos, lo cierto es que es mucho más urgente ocuparnos y preocuparnos de nuestra visión espiritual, moral y mental. A menudo no vemos con la suficiente claridad hacia dónde nos dirigimos en la vida, o entrecerramos los ojos del corazón para poder ver a través de las nebulosas circunstancias que nos rodean con el objetivo de conocer el sentido de nuestras existencias. En demasiadas ocasiones incluso estamos completamente cegados por nuestras convicciones sin argumentos, o nos colocamos delante de nuestra mirada unas lentes o rematadamente radicales, considerando lo más trivial como lo fundamental, o trágicamente negligentes, quitando importancia a lo que en realidad es prioritario en la vida. Sea cual sea el caso, lo que podemos aseverar es que existe una enfermedad que afecta a todos los seres humanos y que provoca en todos y cada uno de ellos, yo incluido, una distorsión preocupante y galopante de lo que es la realidad, la vida, el presente, el pasado y el porvenir. 

     Salomón había pasado por esta clase de situaciones ópticas desde el prisma de lo espiritual. En su dilatada experiencia había aprendido determinadas lecciones que le permiten escribir consejos útiles y eficaces que permitan al ser humano ver con nitidez mayúscula de qué va esta vida terrenal y dónde podemos colocar nuestra confianza para vivirla de forma equilibrada, sin miopías ni borrosas imágenes que nos ofrece este mundo.

A.     VEMOS MÁS CLARA LA VIDA DESDE LA SABIDURÍA Y LA PROVISIÓN QUE DIOS NOS DA

“Buena es la ciencia con herencia, y provechosa para los que ven el sol. Porque escudo es la ciencia, y escudo es el dinero; mas la sabiduría excede, en que da vida a sus poseedores.” (vv. 11-12)

       Si una persona es inteligente y prudente en la vida, las cosas tenderán a mejorar con el paso del tiempo, incluyendo el hecho de recibir bendiciones de Dios en términos materiales y económicos. Todos sabemos qué puede hacer un “cabeza loca” con un gran capital de dinero. Un manirroto y derrochador que no sabe qué desea en realidad de la vida, se fundirá en poco tiempo toda una fortuna comprando para sus deleites y placeres momentáneos y efímeros. Ahí tenemos casos de famosos multimillonarios que dilapidaron montañas de dinero en manías, caprichos y malas inversiones, y que ahora están en la ruina, tal vez vagando de reality show en reality show para ir tirando mientras desnudan su miseria delante de las cámaras. El dinero sin conocimiento es un cóctel que lleva a la pobreza, a la perdición y a la humillación constante. El hijo pródigo de la parábola que Jesús contó a sus discípulos, es el máximo exponente de lo que un ser humano es capaz de hacer para verse comiendo algarrobas en compañía de animales inmundos. El dinero puede proporcionar al bala perdida una cierta sensación de poder durante unos instantes, pero tarde o temprano verá sus arcas menguadas a causa de los palmeros que lo sablean y lo timan mientras están a su lado.

     Pero si una persona, además de tener una buena cantidad de recursos financieros, posee una sabiduría especial, un discernimiento perspicaz y una visión clara de la vida dados por Dios, hará que esta combinación redunde en un formidable beneficio para la humanidad. Menandro, comediógrafo griego, dio en la diana cuando dijo lo siguiente: “Bienaventurado es el hombre que posee riqueza y sabiduría, porque puede usar sus riquezas como debe.” La oportuna administración que se hace de los fondos económicos propios siempre hallará lugar para el auxilio de los menesterosos, para la inversión en la investigación y en nuevos genios, para desplegar la sabiduría del mecenas de manera más eficiente y útil en la sociedad. 

      Tener claro en la vida que el dinero se somete a la ciencia y el conocimiento, y que éste solo es un instrumento en manos del sensato, alivia la injusticia y la desigualdad que imperan en la actualidad. Salomón incide en esta idea al coincidir en que ambos elementos, sabiduría y riquezas, son necesarios para vivir tranquilos y sosegados, buscando el bien y disfrutando de lo que se posee. Son escudos que unidos rechazan los ataques de la envidia y la codicia de otros. Sin embargo, de lo que no cabe duda es que la sabiduría sobrepasa en importancia a las posesiones, ya que sea la persona pobre o rica, ser personas prudentes e inteligentes es lo que ayuda a prosperar en la vida y a llenar de satisfacción al ser humano, puesto que el principio de la sabiduría siempre se cimentará en el temor de Dios, el innegable dador de la vida: “Ella es árbol de vida a los que de ella echan mano, y bienaventurados son los que la retienen.” (Proverbios 3:18)

B.      VEMOS MÁS CLARA LA VIDA CUANDO NOS ADAPTAMOS A NUESTRA REALIDAD

“Mira la obra de Dios; porque ¿quién podrá enderezar lo que él torció? En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él.” (vv. 13-14)

       Un nuevo ingrediente que añadir a la receta de una vida bien vivida, y que disipa cualquier duda en cuanto a su sentido y propósito, es saber adaptarnos positivamente a las circunstancias que nos toque experimentar en cada momento. Salomón quiere que nos dispongamos a contemplar con atención el devenir de la vida y todo lo que Dios está llevando a cabo a nuestro alrededor cada día. A menudo nos empeñamos en obligar a Dios a que sea Él el que cambie la manera en la que hace las cosas. Como no nos conviene algo que Dios nos envía y ordena, intentamos por todos los medios que Él sea el que se acomode a nuestra agenda. No cabe duda de que este caprichoso modus operandi es absolutamente infértil. No podemos retorcerle el brazo al Señor para que sus planes eternos y su voluntad soberana cambien un ápice de lo que Él ya estableció antes de la creación de cada uno de nosotros. La pregunta de Salomón nos lleva a responder que nunca llegaremos a tener el poder y la capacidad de evitar lo que es inevitable. No tenemos la habilidad de conocer el futuro para trastocarlo a nuestro antojo, ni poseemos una máquina del tiempo que nos retrotraiga al pasado para transformar lo que ya sucedió en nuestras vidas. Solo queda someternos humildemente a nuestra situación presente con un grado de contentamiento que nos ayude a seguir adelante en la vida, y que procure la bendición de los que nos rodean.

      Salomón nos aconseja que lo mejor que podemos hacer para ver la vida de forma más clara es disfrutar a tope, y como veremos más tarde, con moderación, en episodios de nuestra vida en los que debamos celebrar algo alegre, magnífico y divertido. Asimismo, también debe formar parte de nuestra dinámica vital aceptar instantes críticos de dolor, pérdida y pobreza con la entereza suficiente como para reflexionar sobre las razones que nos han llevado a esa coyuntura, y así solventar sabiamente el problema por el que se atraviese con la inestimable ayuda del Señor. 

       Aceptar ambas realidades que son propias de la raza humana, tiempos felices y tiempos duros, es el inicio de una terapia espiritual necesaria para no caer ni en el olvido de Dios ni en la maldición del mismo. Job, en sus más funestas horas, tuvo la decencia y la sensatez de ver las cosas extraordinariamente claras, aun a pesar de que su propia esposa lo presionaba para blasfemar contra Dios: “Y él le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios.” (Job 2:10) Plutarco comparaba la vida humana con un arpa en la que diferentes cuerdas con distintos sonidos eran tocadas por Dios en una armonía hermosa y deslumbrante. Todas deben aparecer en el libreto y en las partituras para que el arpa cante perfectamente la gloria de Dios, las notas altas y sublimes de los buenos momentos, y las notas graves y bajas de tiempos difíciles y estrechos. Cuando la muerte cierre el telón de nuestras existencias terrenales, entonces nos daremos cuenta qué preciosa melodía surgió de nuestras sonrisas y de nuestras penas al ser pulsadas por las sabias manos del Maestro.

C.      VEMOS MÁS CLARA LA VIDA CUANDO ENCONTRAMOS EL EQUILIBRIO EN TODO

“Todo esto he visto en los días de mi vanidad. Justo hay que perece por su justicia, y hay impío que por su maldad alarga sus días. No seas demasiado justo, ni seas sabio con exceso; ¿por qué habrás de destruirte? No hagas mucho mal, ni seas insensato; ¿por qué habrás de morir antes de tu tiempo? Bueno es que tomes esto, y también de aquello no apartes tu mano; porque aquel que a Dios teme, saldrá bien en todo.” (vv. 15-18)

      Cuando Salomón habla aquí de los días de su vanidad, seguramente lo hace recordando sus años de madurez, años repletos de malas decisiones, años que se dedicaron para observar la realidad que lo circundaba mientras ponía su confianza en lo perecedero, en los atractivos placenteros y en la búsqueda de sentido para la vida del ser humano y de la suya propia. Ha podido constatar con sus propios ojos que esa filosofía religiosa que predicaba la idea de que al creyente todo le iba de perlas, y que al malvado todo le iba de pena, era una completa falacia. Pudo comprobar que existen personas que son rectas en su proceder, cautas en sus palabras, piadosas en su devoción por Dios y bondadosas con el prójimo, pero que mueren precisamente a causa de su fidelidad a Dios. También tuvo la ocasión de contemplar cómo los mayores malandrines de su reino vivían a todo tren durante largos años sin mostrar arrepentimiento por sus crímenes, sin pedir perdón a nadie y sin dejar de explotar al pobre, al huérfano y a las viudas. 

       David, padre de Salomón, tuvo la tentación de envidiarlos, aunque al final entendió que todo está en manos del Señor. Así describe el salmista a estos malhechores: “En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos. Porque no tienen congojas por su muerte, pues su vigor está entero. No pasan trabajos como los otros mortales, ni son azotados como los demás hombres. Por tanto, la soberbia los corona; se cubren de vestido de violencia. Los ojos se les saltan de gordura; logran con creces los antojos del corazón. Se mofan y hablan con maldad de hacer violencia; hablan con altanería. Ponen su boca contra el cielo, y su lengua pasea la tierra.” (Salmo 73:2-9) En definitiva, lo que Salomón decía es que no es posible garantizar al cien por cien el bienestar del bueno y el castigo terrenal del malvado. Así es el mundo de injusto ayer, hoy y hasta que Cristo venga a instaurar su justicia juzgando a vivos y a muertos.

       En su experiencia personal se ha dado cuenta al fin de que existen dos lentes a través de las cuales se cometen errores en la vida, dos anteojos que se alejan del equilibrio para marcharse a los extremos: la súper justicia y la súper sabiduría. Los seres humanos, por lo general no suelen comportarse de forma equilibrada en la vida. O no llegan, o se pasan mil pueblos. ¿Ser justo es algo bueno? Por supuesto que sí. ¿Ser sabio es una gran virtud que desear? No cabe duda. Salomón no está proponiendo que seamos negligentes en cuanto a lo que es justo, ni que seamos más tontos que Abundio. Lo que quiere decir es que en el equilibrio está, precisamente, la virtud y el acierto. Veamos. Existen personas que no se conforman con ser justas, y colocan delante de su visión de la vida y la justicia unas lentes de súper justicia. Estas gafas provocan en su perspectiva de la vida una excesiva escrupulosidad en la observancia de la religión ritual y ceremonial, una errónea piedad que les hace descuidar sus familias y sus asuntos terrenales, un espíritu farisaico que, si bien es severo en condenar a otros, falla en cumplir él mismo ese estándar, y un ascetismo inmoderado, riguroso, prejuicioso e indiscreto. Llevar a las últimas consecuencias la ley, prestando mayor atención y celo a la letra de la misma, en vez de a su esencia espiritual, solo lleva a la destrucción de esta clase de presuntos creyentes.

     Lo mismo sucede con aquellos que se encasquetan las lentes de la súper sabiduría. También he conocido a individuos que profesan ser tan sabios y tan inteligentes, más que los demás, incluso que la Providencia divina misma, y que han incurrido en la envidia y la animosidad de sus conciudadanos. Dios castiga la arrogancia y la presunción de muchos eruditos y entendidos académicos que viven solo de su pedantería y de su supuesta superioridad espiritual y teológica. Un buen principio como es la sabiduría, llevado al exceso puede producir nefastos frutos y resultados. El equilibrio y la moderación a la hora de alcanzar el conocimiento solo se logran desde la humildad y la sencillez de corazón, y no desde la altiva torre del orgullo, la cual será demolida en el juicio final por la sabiduría total de Dios.

      En cuanto al consejo de que no hemos de hacer mucho mal o que no hemos de comportarnos insensatamente para no morir prematuramente, no quiere decir que hemos de infligir un daño, aunque sea mínimo, al prójimo, y que esto lo dejará pasar Dios. Lo que hemos de entender es que en la medida de nuestras posibilidades, hemos de intentar no herir a nadie en cualquier aspecto de sus vidas. Conocemos de personas que piensan que sus malas acciones pasarán desapercibidas para Dios, y que las pequeñas mentirijillas, los pequeños engaños y los breves comentarios difamatorios no serán penalizados por el Señor, ya que son minúsculas y triviales transgresiones de lo que es justo. Son aquellos que concuerdan con lo que reseña el Salmo 10:11: “Dice en su corazón: Dios ha olvidado; ha encubierto su rostro; nunca lo verá.” Son individuos que son retratados por la Palabra de Dios: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, hacen obras abominables; no hay quien haga el bien.” (Salmo 14:1) Tentar a Dios de este modo y pensar de esta forma tan imprudente solo los acerca más y más al terrible dictamen condenatorio del Señor, y algunos incluso llegan a padecer el extravío de su equivocado concepto de un Dios bonachón, en esta vida presente.

     Para ver la vida de manera más clara y cristalina Salomón opta en el v. 18 por ser precavidos en cuanto a los avisos y advertencias que nos da Dios desde su misericordia en este plano terrenal. Si no somos capaces de aprender de lo que ocurrió en nuestro pasado como individuos y como sociedad, no nos quejemos a Dios por nuestros infortunios y adversidades cuando son el resultado de seguir tropezando con la misma piedra una y otra vez. Para evitar caer en el error de los extremismos, hemos de solicitar de Dios la capacidad de discriminar entre lo que es correcto y lo que no lo es, entre lo que es ser sabio y lo que es ser súper sabio, entre lo que es ser justo y lo que es ser un auténtico fariseo del siglo XXI. Tomemos de aquí y de allá en el zurrón de nuestro bagaje personal, y entendamos al fin, que la mejor lente que podemos colocar delante de nuestras narices para vivir felices y satisfechos y para que las cosas nos vayan bien mientras estemos en esta bola de barro y agua, es la lente del temor de Dios. Solo en la obediencia a sus mandamientos, en la meditación de su Palabra revelada, y en depositar toda nuestra fe en Cristo, el autor y consumador de nuestra fe, hallaremos sentido y propósito para nuestras vidas. Cualquier otra cosa que se aleje de este equilibrio espiritual, solo nos abocará irremediablemente a la autodestrucción y a una muerte prematura.

CONCLUSIÓN

     La vida merece ser vivida, y lo merece porque adquiere sentido y sabor cuando somos equilibrados en la gestión de la sabiduría y de la provisión de Dios, cuando somos mesurados en cuanto a acomodarnos a los tiempos buenos o malos por los que nos toque pasar en distintos periodos de la vida, sometiéndonos humildemente a los soberanos designios de Dios, y cuando alcanzamos la moderación en nuestros actos, palabras y pensamientos, obedeciendo sin fisuras lo que Dios nos encomienda en su sagrada Palabra. No te dejes deslumbrar por las superficiales luces e imágenes que este mundo te propone, y pon tu mirada en la luz de las naciones, en Cristo Jesús, Señor nuestro.

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