LA PRESIÓN DE LAS PALABRAS





ESTUDIOS SOBRE SANTIAGO “PUNTOS DE PRESIÓN”

TEXTO BÍBLICO: SANTIAGO 3:1-13

INTRODUCCIÓN

       Las palabras suelen decir mucho de quienes somos en realidad. Dependiendo de nuestra expresión al hablar, las palabras específicas que utilizamos y el tono en el que las empleamos, podemos llegar a ser más conocidos que por nuestros actos. Samuel Johnson dijo que el lenguaje es el vestido del pensamiento, y en este sentido, cuando los pensamientos se concretan en palabras, el resultado puede llegar a ser o muy elegante o rematadamente horrible. Existen personas que tratan de cuidar y maquillar sus palabras y que las usan de maneras convincentes apelando a la razón o la mente, pero cuando las tensiones y las presiones aparecen en la vida, entonces es el corazón desnudo el que habla con todas las consecuencias. De lo que no nos cabe duda es que si abusamos del don de la palabra, o la ponemos al servicio del mal, podemos hacer muchísimo daño a nuestros semejantes. Abusar de la palabra puede convertirse en la manera más fácil y frecuente de pecar, puesto que con una mala utilización de los términos es posible cometer desmanes y delitos a mansalva. Ya lo decía Cervantes: “En la lengua consisten los mayores daños de la vida humana.”

      La Palabra de Dios siempre describe al desmesurado y abusivo empleo de la lengua y al habla con imágenes muy descriptivas que personalizan este órgano tan pequeño de nuestro cuerpo: malvada, falsa, perversa, sucia, corrupta, aduladora, difamadora, chismosa, blasfema, insensata, fanfarrona, quejicosa, maledicente, contenciosa, sensual, vil y un gran etcétera más. Enjaulada entre nuestros dientes y enclaustrada dentro de nuestra boca, es posible pensar que su ubicación es la más conveniente si se quiere dominar de algún modo. De algún modo la lengua representa toda la depravación y suciedad del alma humana: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mateo 15:19). Jesús no duda en enseñar a sus discípulos la gran importancia que tiene saber medir las palabras, así como la correspondencia existente entre fe y obras: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mateo 12:36-37).

     Si queremos conocer en qué estadio de crecimiento y madurez se encuentra un creyente, solo hemos de analizar sus palabras y así reconocer el estado de su alma. La autenticidad de la fe personal suele probarse en la manera en la que se expresa el cristiano. Si decimos palabras correctas, en el momento correcto y con un tono correcto, y éstas a la vez sirven para dar gloria y honra a Dios, podemos estar hablando de un corazón recto y santo: “Y mi lengua hablará de tu justicia y de tu alabanza todo el día” (Salmos 35:28). Por el contrario, si nuestras expresiones verbales son ofensivas para con el prójimo y para con el Señor, nuestras lenguas se convertirán en flechas que matan a distancia y que hieren sin entrar en el cuerpo a cuerpo: “Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura” (Romanos 3:13-14). Dios aborrece “la lengua mentirosa” (Proverbios 6:17), “al que revuelve con su lengua” (Proverbios 17:20), y “la lengua falsa que atormenta al que ha lastimado, y la boca lisonjera que hace resbalar” (Proverbios 26:28). Si en verdad hemos sido restaurados a una nueva vida en Cristo y nuestra naturaleza pecaminosa está siendo transformada en otra más santa y prudente, no podemos seguir hablando del mismo modo en el que hablábamos cuando nos hallábamos inmersos en el agua pantanosa del pecado.

1. COMENTANDO EL TEXTO BÍBLICO

      Santiago, a través de sus lecciones sobre el comportamiento del creyente, sabe que la lengua y su abuso están creando mil y una dificultades a la iglesia primitiva cristiana. Esto que tampoco se nos escapa a nosotros, es un asunto muy serio y digno de ser tenido muy en cuenta, sobre todo a la hora de forjar lazos fraternales fuertes y exentos de cualquier mala interpretación, malentendido y juicio apresurado. El autor de esta carta desea exponer varios motivos por los que nuestras lenguas deben ser controladas en previsión de males y perjuicios.

a. La lengua tiene un gran potencial para la condenación

“Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. Porque todos ofendemos muchas veces.” (v. 1)

      Cuando la lengua se encuadra en el marco de la enseñanza bíblica, toda cautela es poca. La enseñanza bíblica que han de impartir los maestros (didaskaloi gr.) es uno de los pilares fundamentales sobre los que se asienta nuestro conocimiento de Dios, de su plan de salvación y de nuestra manera cristiana de vivir. Normalmente aquel que se dedica a enseñar la sana doctrina en la comunidad de fe suele reportar el requisito de la madurez espiritual, controlando, y no siendo controlado por, la lengua: “Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana” (Santiago 1:26). Si el presunto maestro decide dejar suelta su lengua desperdigando falsas enseñanzas, acusaciones vanas y despropósitos doctrinales, el mal que éste puede producir en el cuerpo de Cristo es inmenso. Pablo ya advirtió de esta realidad a su discípulo Timoteo: “Como te rogué que te quedases en Éfeso, cuando fui a Macedonia, para que mandases a algunos que no enseñen diferente doctrina, ni presten atención a fábulas y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que edificación de Dios que es por fe, así te encargo ahora. Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida, de las cuales cosas desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería, queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman” (1 Timoteo 1:3-7); “Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales” (1 Timoteo 6:3-5).

      Ningún creyente ha de empezar a instruir a otros en las profundidades del evangelio sin tener un serio, responsable y comprometido sentido de lo que está haciendo. El maestro o pastor debe ser coherente en su ejemplaridad ética personal y en sus palabras para que el resto de hermanos puedan comprobar que su fe es auténtica y atractiva para imitar: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la Palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe” (Hebreos 13:7). El verdadero maestro iluminado por Dios debe tener siempre en mente que un día deberá dar cuentas de su don y desempeño del mismo ante el tribunal de Cristo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.  Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a la impiedad” (2 Timoteo 2:15-16). La condenación (krima gr.) de la que habla Santiago es una advertencia en este sentido: “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14:12); “La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:13-15).

       La triste realidad de nuestra lengua está expresada universalmente por Santiago: todos ofendemos muchas veces y de muchas maneras con nuestras palabras. Nuestra naturaleza pecaminosa cuando toma las riendas de nuestra lengua, descubre nuestra ínfima capacidad para bendecir y nuestra altísima habilidad para maldecir, despotricar e insultar al prójimo.

b. La lengua tiene un amplísimo poder de control sobre los demás

“Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo. Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño, pero que se jacta de grandes cosas.” (vv. 2-5)

       La lengua posee el terrible honor de ser capaz de controlar todo nuestro ser. Sea nuestra lengua o la lengua de un tercero, al final, si no somos lo suficientemente maduros en la fe, seremos llevados de un lado para otro en virtud de su inmenso poder controlador. El anhelo de Santiago es que el creyente tenga un corazón tan lleno de Cristo que sus palabras reflejen esa realidad. Si no cometemos el error de faltarle al respeto a los demás, ni de menospreciar con nuestras palabras a Dios mismo, entonces nos hallaremos en el camino correcto que nos lleve a la perfección encarnada en Cristo. Dominar la lengua no es cosa sencilla, como bien sabemos por experiencia, pero no es algo quimérico, imposible. Si nuestro andar diario se ve presidido por la alabanza a Dios y el trato benévolo y amable para con el prójimo, nuestra salud espiritual lo agradecerá, del mismo modo que si nuestro corazón está apasionado por el Señor, nuestros actos y palabras serán las adecuadas y podremos decir junto al salmista: “Yo dije: Atenderé a mis caminos, para no pecar con mi lengua; guardaré mi boca con freno, en tanto que el impío esté delante de mí” (Salmos 39:1).

       Santiago emplea dos ejemplos muy visuales y fáciles de entender por los destinatarios de su carta: los caballos y los barcos, los cuales si son controlados se dirigirán hacia la dirección oportuna. La lengua es muy bravucona y fantasma, ya que se enorgullece y se vanagloria de muchas cosas. El ser humano siempre tiende a alzarse sobre sus semejantes aunque para ello deba mentir, difamar y contar fabulosas historias sin base real, y de ahí refranes tan contundentes como “dime de qué presumes y te diré de qué careces.” Escuché en una ocasión que cuanto más se repite una mentira, acaba por asumirse que ésta es una verdad, algo que demuestra el gran poder de control que las palabras tienen sobre todo nuestro ser.

c. La lengua es propensa a contaminar y corromper todo aquello que es bueno y justo

“He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.” (vv. 5-6)

     ¡Qué palabras más tremendas y contundentes utiliza aquí Santiago al hablar de la maligna influencia del abuso de la lengua! Tales son las consecuencias de las palabras mal dichas y peor interpretadas, que el escritor de la carta pone en guardia a sus lectores. Las palabras odiosas, falsas, heréticas o pronunciadas con descuido y negligencia adquieren una potencia destructiva inusitada: “Has amado toda suerte de palabras perniciosas, engañosa lengua” (Salmos 52:4). Santiago emplea el simbolismo del fuego para mostrar la capacidad única que las palabras tienen de reproducirse, retransmitirse y perpetuarse en el espacio de manera ilimitada mientras exista “combustible” que quemar. Las palabras malvadas se autoalimentan mientras el material inflamable de nuestra inclinación al pecar y el oxígeno de las tentaciones y pasiones desordenadas existan: “La boca de los impíos derrama malas cosas” (Proverbios 15:28); “El hombre perverso cava en busca del mal, y en sus labios hay como llama de fuego” (Proverbios 16:27); “Sin leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, cesa la contienda. El carbón para las brasas, y la leña para el fuego; y el hombre rencilloso para encender contienda” (Proverbios 26:20, 21). David como salmista supo describir perfectamente a aquellas personas que solo buscan la ruina de los demás con sus palabras: “Mi vida está entre leones; estoy echado entre hijos de hombres que vomitan llamas; sus dientes son lanzas y saetas, y su lengua espada aguda” (Salmos 57:4).

      La lengua es caracterizada por Santiago de cuatro maneras: 

-          Inicia todo un mundo de maldad, iniquidad, rebelión, anarquía y pecado.

-          Contamina todo el ser como un cáncer que devora aquello que encuentra en su camino: “Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre” (Marcos 7:20).

-          Inflama la rueda de la creación influyendo negativamente sobre toda nuestra trayectoria vital y espiritual.

-          Es inflamada por el mismísimo infierno (gehena gr.), puesto que cuando está bien afilada se convierte en una de las más temibles herramientas de Satanás: “Los dichos de su boca son más blandos que mantequilla, pero guerra hay en su corazón; suaviza sus palabras más que el aceite, mas ellas son espadas desnudas” (Salmos 55:21); “Espadas hay en sus labios” (Salmos 59:7); “Afilan como espada su lengua; lanzan cual saeta suya, palabra amarga” (Salmos 64:3).

d. La lengua combate a la usanza más primitiva

“Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal.” (vv. 7-8)

      La lengua humana puede ser irresistiblemente imparable. Su salvajismo, indisciplina, irresponsabilidad e indómita naturaleza la hace acreedora de las más primitivas maneras de vencer a cuantos se pongan delante de su acerado y punzante alcance. Los más bajos instintos se involucran y participan de las peleas dialécticas que surgen en todos los foros de discusión humanos. Los improperios, los insultos, los gritos que tratan de superponerse a la razón de los demás, el empleo mecánico y sistemático de la difamación para arrebatarle la justicia de los argumentos del contrincante y la inculpación falsaria, son algunas de las lindezas que la lengua usa en su empeño por conseguir el triunfo en un diálogo. La lengua, cuando se logra controlar mínimamente, continúa retorciéndose dentro de la jaula en la que la hayamos enclaustrado, sigue luchando con fiereza pugnando por liberarse del freno que se le ha colocado para someterla. Sin embargo, tarde o temprano, debido a nuestra debilidad espiritual, vuelve a librarse de nuestro control para inocular su veneno mortal, a modo de áspid, en nuevas víctimas humanas provocando la devastación moral, social, económica y espiritual que, a lo largo de la historia, se ha cebado en el ser humano.

e. La lengua es arteramente pérfida e incoherente

“Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce.” (vv. 9-12)

      La lengua es, por excelencia, la imagen de la perfidia, la traición y la hipocresía. La doblez en el habla para congraciarse con unos y con otros a espaldas de ambos, es uno de los signos más claros de un uso equivocado de nuestras palabras. Hablar bien en la presencia de un amigo, para más tarde ponerlo en el palo del gallinero ante otra persona, supone traicionar pérfidamente al primero. Lo mismo sucede a la hora de considerar a Dios y a los hombres. Se va al templo a adorar y magnificar el nombre de Dios en alabanza y oración, para después al salir de éste se ponga a insultar y denigrar a uno de sus familiares. El ejemplo más claro de esta postura es la de Pedro, confesando de todo corazón su adhesión a Jesús, para poco más tarde negarlo tres veces ante las preguntas de quienes lo acusaban de ser seguidor suyo. Santiago remarca que este no debe ser nuestro comportamiento con un “esto no debe ser así.” No puede haber lugar u oportunidad en la vida del creyente para la duplicidad de palabras, y con el fin de subrayar esta idea, Santiago emplea las imágenes claras y rotundas del agua que brota de las fuentes y del fruto que dan los árboles. Se espera que de una fuente dé una clase de agua y no una mezcla de agua potable y agua putrefacta. Se espera que de la higuera se recojan higos y no aceitunas, por más ricas que estén. Se espera que la vid se recoja uvas y no higos, por muy apetecibles que sean. Se espera, en definitiva, que el creyente sea consecuente y no sea hipócrita o mentiroso cada vez que habla. Jesús lo dejó meridianamente prístino: “No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos… Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:18, 20).

2. PREGUNTAS DE REPASO

- ¿Cómo podemos saber si un maestro está siendo consecuente con sus enseñanzas?

- ¿Alguna vez habéis sido víctimas de la presión de las palabras?

- ¿Sois conscientes de las consecuencias que pueden derivarse de una mala palabra o de una palabra dicha en el momento inapropiado?

- ¿De qué modo creéis que podemos controlar nuestra lengua?

CONCLUSIÓN

     Hablar de la presión de las palabras en nuestras vidas supone realizar dos tipos de ejercicios. Por un lado, es menester ser pacientes y sensatos cuando somos nosotros el objetivo de insultos, maledicencias y desprecios verbales. El Señor es el que nos vindicará en su Reino venidero, por lo que contestar y entrar al trapo de cualquier oprobio y puya dialéctica, solo supondrá añadir más combustible a la hoguera destructiva del pecado. 

      Por otro lado, necesitamos solicitar de Dios fuerzas, prudencia y sabiduría a la hora de hablar con los demás. El chisme ha de acabar en nuestros oídos y la hipocresía debe ser erradicada de nuestro trato con los demás. Saber decir las cosas en el momento óptimo y usar un tono pacificador y diplomático nos evitará más de un quebradero de cabeza tanto en nuestra vida social como en nuestra vida comunitaria en el seno del cuerpo de Cristo.

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