LA PRESIÓN DE LA PARCIALIDAD





SERIE DE ESTUDIOS SOBRE SANTIAGO “PUNTOS DE PRESIÓN”

TEXTO BÍBLICO: SANTIAGO 2:1-13

INTRODUCCIÓN

       ¿No os ha pasado nunca que os hayan tratado de manera diferente a otras personas solo por el hecho de no ser “very important people”? ¿No os ha sucedido que alguien que os atendía en determinados lugares os ha mirado con desdén mientras que ante otros se deshacía en halagos y parabienes? ¿Nunca os habéis sentido incómodos al comprobar que existen favoritismos dependiendo de la apariencia, de la capacidad adquisitiva o del color de la piel? Cuando todo esto acontece, de algún modo inquietante nos sentimos presionados, humillados e incluso indignados, solo por ser quiénes somos y no quienes deberíamos ser desde la perspectiva de lo que se predica en el mundo. Nos vemos empujados a aparentar lo que no somos para recibir atención y solicitud, y así nos vamos despojando de nuestra verdadera esencia con tal de que no nos traten con parcialidad.

    La parcialidad en este mundo es el pan de cada día. No pasa ni un segundo en esta tierra sin que se esté etiquetando a las personas por razón de vestimenta, raza, estatus social, personalidad, identidad cultural o por el lugar en el que vives. Siempre existe alguien que te mira de arriba abajo para catalogarte y encasillarte en una de esas odiosas categorías que la superficialidad de la mente humana ha ideado. Existe una especie de baremo social que siempre se adecúa a nuestra manera de ser y estar, estratificando las estructuras de las relaciones humanas. Ser parciales en la manera de pensar supone considerar a las personas en virtud de aquello que se nos ha enseñado culturalmente que se supone es correcto, atractivo o digno de encomio. En este mundo es muy difícil ser uno mismo, a menos que se quiera renunciar a que muchos te traten bien y sin miradas de sospecha.

     Mientras que el ser humano es muy parcial en su análisis del prójimo, Dios es absolutamente imparcial: “Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni toma cohecho” (Deuteronomio 10:17). En términos de justicia, Dios es equitativo y demanda lo mismo de su pueblo: “No hagáis distinción de persona en el juicio; así al pequeño como al grande oiréis” (Deuteronomio 1:17); “Hacer acepción de personas en el juicio no es bueno” (Proverbios 24:23). Dios también es bondadoso sin mirar a quién da, algo que debe presuponerse en el carácter de sus hijos: “Cuando haya en medio de ti menesteroso de alguno de tus hermanos en alguna de tus ciudades, en la tierra que el Señor tu Dios te da, no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano contra tu hermano pobre, sino abrirás a él tu mano liberalmente, y en efecto le prestarás lo que necesite” (Deuteronomio 15:7-8). Jesús, nuestro modelo por excelencia dejó sentada la idea de que nuestra mirada debe ser imparcial siempre: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” (Juan 7:24). Pedro tuvo que aprender esta lección para poder decir “en verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hechos 10:35-36), y Pablo como apóstol de los gentiles lo tenía meridianamente claro en relación con la obra salvadora de Cristo: “Porque no hay acepción de personas para con Dios” (Romanos 2:11).

    Como cristianos nunca habremos de tratar o considerar a alguien de modo distinto al que tratamos o consideramos a otros. Hemos de expresar nuestra imparcialidad a través del amor por el prójimo, renunciando a juzgar o prejuzgar a una persona solo con un vistazo a su exterior o a su apariencia. Debemos tratar del mismo modo a un humilde trabajador del campo que a un hombre de negocios, y a una persona de otra nacionalidad que a un compatriota: “En esto hemos conocido el amor, en que él (Cristo) puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Juan 3:16-18); “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4:20-21).

1. COMENTANDO EL TEXTO BÍBLICO

       Santiago desea con todo su corazón y empeño erradicar del seno de la iglesia de Cristo cualquier comportamiento o actitud que vulnere la dignidad debida a cada ser humano, y en especial, a cada miembro de la comunidad de fe. El desprecio hacia los más pobres y el aprecio desmedido hacia los potentados que exhibían su riqueza material era una realidad en las iglesias del primer siglo después de Cristo, y por ello Santiago exhorta a sus hermanos a no caer en la discriminación y la parcialidad por razón del estatus social.

a. EL PRINCIPIO BÁSICO DE LA IMPARCIALIDAD

“Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas.” (v. 1)

      Con una expresión de amor y cariño entrañables, Santiago pretende preparar convenientemente el ánimo y el corazón de sus destinatarios. Su anhelo es que no se sientan amenazados ni reprendidos en un sentido negativo, y de ahí el empleo de “hermanos míos” para suavizar el camino hacia una enseñanza que tal vez iba a herir más de algún ego. El autor deja bien sentado que la fe en Cristo, esto es, creer en Él como Señor y Salvador, es absolutamente incompatible con comportamientos favoritistas. Ser discípulos de Cristo supone valorar y amar al hermano sin emplear juicios apresurados o utilizando categorías identificadoras humanas. Si te consideras a ti mismo creyente en Cristo, no es posible aunar amor hacia el prójimo y distinciones personales. 

    La palabra “acepción” o favoritismo es la traducción del vocablo griego “prosopolempsia”, el cual incide en el concepto de levantar el rostro a alguien como para juzgar a alguien por la apariencia exterior con el propósito de otorgarle ciertas cuotas de favor y respeto. De este modo lo que se hace es valorar superficialmente a una persona sin tener en cuenta los méritos, las capacidades o el carácter de ésta. Jesús nunca demostró este tipo de talante en el trato humano, tanto con los marginados de la sociedad como con las altas autoridades religiosas de sus días. Incluso en la genealogía de Jesús de Mateo y Lucas podemos comprobar como estos evangelistas no dudan en incluir en la línea familiar de Jesús a prostitutas, extranjeras o ladrones y mentirosos compulsivos. Jesús nunca rechazó a nadie que quisiera pedirle algo y se mostró imparcial en todos sus juicios y sentencias.

b. UN EJEMPLO MUY ILUSTRATIVO DE LA PARCIALIDAD

“Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?” (vv. 2-4)

       Santiago cuando emplea esta imagen tan nítida de una realidad posible que pudiese estar dándose en el interior de la iglesia cristiana, tiene en mente la situación económica real de la gran mayoría de nuevos cristianos. La mayor parte de los convertidos al cristianismo eran judíos pobres, muchas veces producto del ostracismo familiar al que muchos se veían abocados tras dejar la religión tradicional para seguir a Jesucristo en un nuevo camino de discipulado. Pablo deja evidencia de esta circunstancia cuando alude a los miembros de la iglesia en Corinto: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles.” (1 Corintios 1:20).

    Dos personajes aparecen en esta breve ilustración: un rico potentado exhibiéndose en medio de la congregación con sus dedos anillados de oro y su brillante y esplendorosa vestimenta, y un pobre andrajoso y pordiosero que prácticamente no tiene donde caerse muerto. El contraste es sumamente visual si los ponemos uno al lado del otro. Pero el problema no es la visita en sí misma, sino la actitud con la que los hermanos de la comunidad de fe se acercan a ellos. Al adinerado visitante se le ofrece el mejor lugar de la sala y al pobrecillo se le conmina a permanecer de pie o a colocarse a modo de humillación suprema a los pies del asiento del miembro anfitrión. Esto mismo sucedía ya en las comidas y mesas de los fariseos donde se mataban por lograr el lugar más importante. La iglesia de Cristo no debía volver a caer en estos estereotipos del pasado, puesto que al tomar este tipo de medidas según quien les visitase estaban incurriendo en realizar juicios con malos pensamientos, sugiriendo que las intenciones del miembro que recibía a estos dos hombres eran viciosas y con efectos destructivos e injuriosos para con el pobre. No estaban cumpliendo con la enseñanza de Pablo: “Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios.” (Romanos 15:7). El único favoritismo que Dios honra es el que hallamos en Filipenses 2:3: “Nada hagáis por contienda ni por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.”
 
c. LA INCONSISTENCIA ENTRE SER CRISTIANO Y SER PARCIAL

“Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales? ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros?” (vv. 5-7)

      Existe en estos versículos una grave inconsistencia entre el carácter imparcial de Dios y el comportamiento de un supuesto creyente que no respeta al menesteroso y al necesitado. Y si esto no fuese ya malo y condenable por parte de Dios, encima el rico al que se agasaja y se trata favorablemente despotrica contra Cristo mismo y blasfema sobre la fe del cristiano. Dios ha elegido especialmente a los pobres de este mundo con un propósito concreto y bienaventurado. Ya de por sí es duro tener que padecer hambre, miseria y carencias como para que cuando entre en la congregación de los redimidos, de los que se supone un carácter semejante a Cristo y un amor fraternal hacia el prójimo parecido al que desplegaba Jesús, tenga que sufrir menosprecios y desdenes. 

      Dios siempre se ha preocupado por los pobres y la Palabra de Dios es prolija en enumerar los beneficios y bendiciones que Él derrama sobre ellos, así como en ordenar a su pueblo que sean una de sus preocupaciones más importantes: “Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará el Señor” (Salmos 41:1); “Por tu bondad, oh Dios, has provisto al pobre” (Salmos 68:10); “Juzgará a los afligidos del pueblo, salvará a los hijos del menesteroso y aplastará al opresor… Porque él librará al menesteroso que clamare, y al afligido que no tuviere quien le socorra” (Salmos 72:4, 12). Dios no soporta que sean despreciados: “El que escarnece al pobre afrenta a su Hacedor; y el que se alegra de la calamidad no quedará sin castigo” (Proverbios 17:5); “El que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará, y no será oído” (Proverbios 21:13); “Así ha dicho el Señor: Por tres pecados de Israel, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque vendieron por dinero al justo, y al pobre por un par de zapatos. Pisotean en el polvo de la tierra las cabezas de los desvalidos, y tuercen el camino de los humildes” (Amós 2:6-7). Estos últimos son aquellos ricos que insultan el nombre de Cristo y que ejercen una opresión tiránica sobre el ser humano para su provecho personal sin considerar que es su prójimo.

    Dios escoge a los pobres de la tierra para que sean bendecidos con las riquezas de la fe y con la herencia del Reino de los cielos, algo que el propio Jesús enseñó con la magnífica parábola de Lázaro y el rico. Aunque el mundo pisotee al pobre, el Señor demuestra que los ha escogido con un propósito sublime y supremo: “Sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.” (1 Corintios 1:27-29).

d. LA PARCIALIDAD ES PECADO DELANTE DE DIOS

“Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores. Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley.” (vv. 8-11)

      Santiago emplea la expresión “ley real” para hablar de toda la esencia de la Palabra de Dios que se sustancia y concreta en el mandamiento de oro que es amar a Dios por encima de todas las cosas de todo corazón, y en el mandamiento de plata que deriva del primero: amar al prójimo como a uno mismo. Jesús nos enseña esta realidad de la vida cristiana: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” (Mateo 22:37-40).
 
     Seguramente algunos dirían que las palabras de Santiago eran demasiado duras, que un pecadillo no echaría a perder todas las buenas obras que pudieran hacer. Santiago contesta a este tipo de justificaciones con contundencia del mismo modo que lo hizo Pablo: “Porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.” (Romanos 13:8-10). Un solo pecado echa a perder toda una trayectoria, por lo que si el favoritismo se daba, se estaba incumpliendo toda la ley de amor dada por Dios al ser humano. Santiago utiliza dos acepciones de pecado: hamartía, que habla de quedarse corto en amar al prójimo, y parabates o transgresión que habla de ir demasiado lejos apreciando más a una persona que a otra. El pecado de la parcialidad significa desafiar directa y flagrantemente a Dios, por lo que aunque solo se haya metido la pata una vez, las repercusiones de ello siempre quedarán ahí como si solo una piedra fuese lanzada contra una ventana de cristal, dejando todo el vidrio astillado e inservible. Santiago pone dos ejemplos de pecados socialmente serios y penados con la muerte: el adulterio y el asesinato. El pecado es pecado y no existen categorías de importancia entre ellos. Solo queda el juicio de Dios sobre aquellos que se ceban en el necesitado y el menesteroso.

e. LA ADVERTENCIA SOBRE PRACTICAR LA PARCIALIDAD

“Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad. Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio.” (vv. 12-13)

      Para concluir este asunto de la parcialidad, Santiago apela a que todos sus destinatarios consideren el peligro del juicio final de Dios. La ley de la libertad que es el evangelio habrá de juzgarnos según el fruto de nuestra fe demostrada en obras. Será el amor que libre y voluntariamente ofrecemos a los demás el que habrá de juzgarnos. Será la misericordia y la compasión por los necesitados y pobres de este mundo la que determinará si nuestra fe en Cristo es cierta, auténtica y verdadera. Será la piedad y la imparcialidad las que serán apreciadas por Dios a la hora de comprobar que hicimos justamente lo que su voluntad establecía en su Palabra. Si nuestra vida no está presidida por el amor hacia el hermano y por la imparcialidad en el trato con los demás, no podremos esperar recibir de Dios un trato diferente del que dimos a unos o a otros. Si favorecemos a unos en detrimento de otros, no queramos ser tratados por Dios en el día del juicio como si aquí no hubiese pasado nada. Sin embargo, si nuestra conducta se ajusta al carácter de Dios y al ejemplo de Cristo en términos de imparcialidad y amor, Dios sabrá perdonar nuestros pecados, justificándonos y permitiéndonos entrar en su gozo y beneplácito: “(Dios), el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego.” (Romanos 2:6-10).

2. PREGUNTAS DE REPASO

- ¿Por qué crees que los creyentes se comportaban de este modo tan parcial? ¿Por qué querrían mostrar parcialidad a favor de los ricos y poderosos?
- ¿Crees que Santiago deseaba que la iglesia demostrase parcialidad por los pobres?
- ¿Crees que Santiago quiere decir que ser pobre es garantía de salvación?
- ¿Cuáles crees que son los problemas que surgen en una iglesia en la que la parcialidad es un hecho?

CONCLUSIÓN

-          La parcialidad es inconsistente con ser creyentes en Cristo, lo cual es ser consistente y coherente con la naturaleza imparcial de Dios.

-          La parcialidad es inconsistente con el propósito de Dios de escoger a los pobres para que sean espiritualmente ricos.

-          La parcialidad es inconsistente con el amor al prójimo como a uno mismo.

-          La parcialidad es inconsistente con cumplir completa y totalmente la ley de Dios.

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