UN GRAN CREADOR
SERIE DE
ESTUDIOS “LA HISTORIA MÁS GRANDE JAMÁS CONTADA”
TEXTO
BÍBLICO: SALMO 33:6-9, 13-15
INTRODUCCIÓN
Todos
aquellos que han tenido la oportunidad de divisar al menos parte del
espectáculo que las Perseidas han exhibido en los cielos de todo el mundo,
también habrán apreciado la vasta e inmensa cantidad de estrellas y
constelaciones que se despliegan en el firmamento. Al salir de la influencia de
la contaminación lumínica que no nos deja observar el majestuoso tapiz del
universo que nos rodea, muchos siguen quedándose asombrados ante la maravillosa
y estremecedora creación de Dios. Cada vez que nos dedicamos por un instante a
desconectar del trajín diario para mirar con curioso detenimiento la gran
variedad de fenómenos naturales que suceden a nuestro alrededor, suele aparecer
en nuestra mente la idea de que es imposible que las cosas existan por sí mismas
o que carezcan de un propósito y finalidad definidos. Cuando las galaxias nos
sobrecogen con su distancia y belleza, nos sentimos pequeños, y cuando vemos
cómo las hormigas trabajan sin desmayo acarreando su alimento para subsistir en
el invierno, reconocemos nuestra grandeza y nuestra capacidad para reflexionar
sobre todo lo que percibimos con nuestros cinco sentidos. Es poco creíble que
alguien nos diga que en un momento dado de su existencia nunca tuvo un
pensamiento para este tipo de preguntas y observaciones sobre la creación.
Algunas
personas van más allá del pasmo y de la admiración, y desean conocer los
entresijos de esta gloriosa creación. De ahí que existan disciplinas académicas
como la zoología, la antropología, la astronomía o la botánica, las cuales
buscan descubrir los enigmas que motivan la vida y la realidad por medios
científicos y tecnológicos. Hay una inquietud en el alma humana por saber cómo
fue creado el mundo, si algún ser superior lo creó directamente o
evolutivamente, o si su hechura fue rápida o duró millones y millones de años.
A pesar de que la Palabra de Dios es considerada por determinadas personas como
una fábula o un relato mítico y simbólico para explicar que Dios ha ideado y
creado el universo, lo cierto es que las Escrituras no cesan de darnos señales
y evidencias claras de esto. De hecho, la doctrina de la creación, en su
enunciado más básico y rudimentario, afirma que el universo fue creado de la
nada (ex nihilo) por Dios, que este universo era bueno en gran manera cuando
fue creado, y que su finalidad última y primordial es el de dar gloria a Dios
que lo creó. Si tenemos clara esta breve afirmación, nuestra visión de todo lo
que existe cambiará también nuestros hábitos y actitudes para con el cosmos.
A. UN GRAN
CREADOR QUE CREA EL UNIVERSO DE LA NADA
“Por la palabra del Señor fueron hechos los
cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca… Porque él dijo,
y fue hecho; él mandó, y existió.” (vv. 6, 9)
Desde el
libro de Génesis queda absolutamente nítida la idea de que todo lo que existe
fue creado por Dios de la nada: “En el
principio creó Dios los cielos y la tierra.” (Génesis 1:1). Dios no tuvo
que recurrir a materia preformada ni a materia preexistente. Es su palabra de
poder la que ejecuta cada una de las ideas que surgen en la mente de Dios. La
palabra se convierte en el método creativo de Dios, y ésta se une al aliento de
vida que la boca de Dios respira. Es voluntad y vida, entrelazados en el poder
y la magnificencia de un genio relojero que no deja nada al azar, aunque a
algunos pudiera parecerles esto. La realidad es producto del corazón de un Dios
que se deleita en su potestad y soberano deseo, y por ello, sus órdenes dieron
existencia a lo que no la tenía. Este misterioso trabajo de Dios, trabajo que
el ser humano es incapaz de reproducir, surge de las entrañas de la nada para
crear los cielos y todo el ejército de ellos con un propósito excelso.
El
universo adquiere su verdadero valor cuando entendemos que su existencia tiene
su origen en el deseo de un Dios trino: “Todas
las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue
hecho.” (Juan 1:3); “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay
en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos,
sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de
él y para él.” (Colosenses 1:16). No podemos demostrar científicamente este
hecho irrepetible y propio de Dios, pero sí podemos creerlo de todo corazón en
virtud de su revelación especial: “Por
la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios.”
(Hebreos 11:3). Dentro de este esquema creador, el ser humano fue a su vez
creado desde la materia directa y especialmente por la mano de Dios, marcando
la distinción que habría entre nosotros y cualquier otro ser vivo de la
creación: “Entonces el Señor Dios formó
al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el
hombre un ser viviente.” (Génesis 2:7). Dios da una particular y
privilegiada atención al ser humano como corona de su creación: “Desde los cielos miró el Señor; vio a
todos los hijos de los hombres; desde el lugar de su morada miró sobre todos
los moradores de la tierra. Él formó el corazón de todos ellos; atento está a
todas sus obras.” (Salmo 33:13-15).
B. UN GRAN
CREADOR QUE ES DISTINTO E INDEPENDIENTE DE SU CREACIÓN
La Biblia
continuamente nos habla de Dios como un ser trascendente que es mayor e
independiente de su creación. Es mayor por cuanto es capaz de crear algo nuevo
de la nada y es independiente porque Él no creó el universo como resultado de
alguna clase de necesidad que pudiera tener: “No es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues
él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas… Porque en él vivimos,
y nos movemos, y somos.” (Hechos 17: 25, 28). Sin embargo, el universo sí
necesita de Dios, no solo para su existencia, sino también para su
supervivencia. A esto podríamos llamarlo inmanencia, es decir, que Dios no
solamente crea, sino que no deja en manos del azar esa creación. El cosmos
sigue existiendo porque Dios permanece en él e interviene decisivamente para
que el orden y el propósito sean una realidad, y para que la vida se dé dentro
del marco establecido por Dios desde el principio. El universo, y nosotros como
parte del mismo, necesitamos y dependemos de Dios: “En su mano está el alma de todo viviente, y el hálito de todo el
género humano.” (Job 12:10). Si Dios no influyese con su poder, justicia,
amor y sabiduría en el mundo, el caos se desataría hasta el colapso
destructivo. Menos mal que como decía Pablo a los colosenses: “Él es antes de todas las cosas, y todas
las cosas en él subsisten.” (Colosenses 1:17).
Es preciso
aquí hacer referencia a una serie de pensamientos, filosofías y enfoques
ideológicos que son diametralmente opuestos a la perspectiva bíblica de la
doctrina de la creación. En primer lugar, el materialismo propugna que no hay
Dios y que todo lo que existe es el universo material. La dimensión espiritual
queda anulada completamente por la idea de que solo se puede creer en aquellas
cosas que son susceptibles de ser percibidas por nuestra capacidad sensorial.
En segundo lugar, aparece el panteísmo y su creencia en que todo el universo es
Dios, o al menos parte de Dios. Aboga por destruir la santidad de Dios al
asimilar que el mal forma parte de la divinidad y por derrocar la inmutabilidad
de Dios al asumir que el universo se halla en permanente y eterno cambio.
Además, esta visión panteísta anula de pleno la identidad personal, tanto de
Dios como del ser humano, dado que se apuesta por la asimilación y la nadificación
del individuo. En tercer lugar, tenemos el dualismo. Esta corriente de
pensamiento enfrenta dos fuerzas superiores que coexisten en el universo, y que
mantienen una batalla perpetua por lograr su primacía: Dios y la materia. Un
ejemplo muy cinematográfico e ilustrativo son las películas de “La guerra de
las galaxias”, en las que existe una Fuerza universal que tiene dos lados
confrontados: el lado oscuro y el lado de la luz. Esto supone que Dios no es
soberano de toda la creación, sino de una parte de ella, la buena, o que Dios
puede ser parte del lado oscuro que crea un mundo inherentemente malvado. Por
último, el deísmo, el cual tiene una apariencia más “cristiana”, nos habla de
que Dios es creador pero que no interviene en absoluto en la historia de la
creación y de la humanidad. Es como si Dios se hubiese desentendido por
completo de todo lo que su genial y gloriosa mente ha creado, cuestión que
acentúa más si cabe el concepto de sufrimiento y de catastróficas desdichas
naturales.
C. UN GRAN
CREADOR QUE QUIERE DEMOSTRAR SU GLORIA
¿Cuál es
el propósito de la creación según la Biblia? Fundamentalmente, el que ya
habíamos suscrito al comienzo del estudio: glorificar a Dios y mostrar su
gloria. El universo es un libro abierto para todos los seres humanos sobre
quién es Dios y cuál es el alcance de su poder: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra
de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara
sabiduría.” (Salmo 19:1-2). En la consumación de los tiempos la canción que
resonará por los siglos de los siglos, es una canción que versa sobre el
propósito fiel y constante de la creación del universo: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque
tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.”
(Apocalipsis 4:11). En la creación de Dios somos capaces, si ponemos
concentración y sinceridad de corazón al hacerlo, de dejarnos asombrar por el
poder y la sabiduría que existe tras cada cosa o ser vivo creado: “El que hizo la tierra con su poder, el que
puso en orden el mundo con su saber, y extendió los cielos con su sabiduría.”
(Jeremías 10:12). Ya dijimos antes que Dios no necesitaba crear el universo
como si tuviese alguna carencia afectiva que demandase idear una realidad con
la que relacionarse. Más bien se trata de un acto plenamente voluntario en el
que el deleite por su creación y su espectacular habilidad creativa fuesen un
placer del que disfrutar. De este modo podemos agradecer a Dios el hecho de
habernos hecho a su imagen y semejanza, dado que nosotros también podemos
deleitarnos en todo lo creado y podemos imitar, salvando las distancias, los
actos creativos y artísticos de Dios.
D. UN GRAN
CREADOR QUE SABE LO QUE HACE
El
universo creado por nuestro gran Dios fue un universo perfecto en todos sus
detalles y bueno en esencia hasta que el pecado entró en escena para
distorsionar y retorcer la misión ecológica del ser humano. Con cada paso
creativo de Dios, la frase que siempre se repite en el Génesis es “y vio Dios todo lo que había hecho, y he
aquí que era bueno en gran manera.” (Génesis 1:31). Tras contemplar y
disfrutar la hechura de sus manos y su voz, el Señor da el visto bueno a este
mundo. La tierra es un buen lugar para vivir, ser feliz y aprender de la
grandeza de Dios: “Porque todo lo que
Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias.”
(1 Timoteo 4:4). Provee de alimento y agua, de trabajo y de una misión
vital, de gozo y de un lienzo blanco en el que poder pintar un futuro con mil
colores.
El ser
humano es llamado a una misión cultural que se enfoca principalmente a seguir
reproduciéndose y a administrar correctamente los dones y bienes que el Señor
ha colocado en la tierra. Este llamamiento que Dios hace al ser humano se
sujeta al correcto entendimiento de la mayordomía en la que es preciso promover
el desarrollo industrial, agrícola y tecnológico sostenible, cuidando del medio
ambiente y disfrutando con gozo y gratitud a Dios los maravillosos y abundantes
frutos del universo. Dios sabía lo que hacía al idear y proyectar el cosmos en
el que nos hallamos hoy, y por eso, aparte de ser bueno en gran manera, también
se habla del diseño fino, en el que todas las leyes de la naturaleza se
conjugan y entrelazan de una manera tan específica y minuciosa que propician la
vida en todas sus expresiones. Dios sabía lo que hacía y por ello no podemos por
más que hablar de Él en términos de genialidad superior y de amor creativo.
Dado que
la materia creada por Dios de la nada es buena, dada la calidad bondadosa de su
artífice, no podemos caer en el error de considerarla mala o malvada, en una
especie de ascetismo falsificado en el que la materia oprime al mundo
espiritual. El problema no radica en las cosas o en la materia en sí, sino en
el uso fraudulento, en el abuso sistemático y en el valor subjetivo que damos a
los objetos, conceptos y situaciones. De este modo no podemos considerar mala a
la planta de coca por el hecho de que el ser humano haya refinado tanto su
perversión convirtiendo uno de los alcaloides de la planta en una sustancia
estupefaciente que destruye vidas y familias. Lo mismo sucede con el dinero, con
el sexo, con los alimentos o con otras sustancias, que tomadas con mesura y
sensatez, no provocan en el ser humano modificaciones peligrosas de conducta
que afectan al prójimo.
CONCLUSIÓN
Como
creyentes hemos de sentirnos orgullosos de estar en las manos de un gran
creador como es Dios. Nos sabemos sus criaturas, y entendemos que todo lo que
existe, lo que podemos y no podemos percibir con nuestros sentidos, es parte de
un diseño magnífico y glorioso. Esta creación tiene un propósito que es el de
glorificar a Dios, y nosotros, insignificantes creaciones suyas, hemos de
aportar nuestro granito de arena en esa adoración constante que fluye de las
montañas, los animales, las estrellas y los ríos hacia el trono de Dios. Debe
estar presente cada día de nuestras existencias mortales el versículo de
Nehemías que exalta la soberanía y el cuidado de Dios de su mundo, que reza: “Tú solo eres el Señor; tú hiciste los
cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que
está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos; y tú vivificas todas estas
cosas, y los ejércitos de los cielos te adoran.” (Nehemías 9:6)
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