ORACIÓN Y MEMORIA





REFLEXIÓN REUNIÓN UNIDA DE ORACIÓN LA RIBERA 23-1-2016

TEXTO BÍBLICO: SALMOS 111

INTRODUCCIÓN

      La memoria del ser humano suele ser una memoria corta y selectiva. Por regla general, y observando el comportamiento de la humanidad, seguro que hemos podido experimentar lo superficial que es esta memoria. Hacemos un favor a alguien, y cuando necesitamos su ayuda, si te he visto no me acuerdo. Pedimos algo que prestamos un día a alguien y la respuesta con mayores probabilidades de ser recibida es: ¿Seguro que me lo dejaste a mí? ¿No te estarás confundiendo de persona? En el plano espiritual ocurre tres cuartos de lo mismo. El Señor nos saca de un atolladero descomunal, y tras un breve periodo de tiempo agradeciéndole su ayuda, se apodera de nuestra mente una amnesia tan sospechosa que ya no recordamos que fuimos objetos de su gracia y misericordia. Acompañando a la desmemoriada conducta nuestra, siempre suele ir la ingratitud cogida de su mano.

    El salmista no quiere que la multitud de asuntos que como rey debe tratar cada día le abrume tanto que no pueda reunirse en compañía de sus hermanos en la fe para adorar, rememorar los increíbles actos de Dios y obedecer cada uno de sus mandamientos. Precisamente este salmo nos llama a no dejar en el olvido lo que Dios hizo, hace y hará en nuestras vidas. Además nos invita a la adoración y a guardar cada uno de los estatutos y decretos que Él nos ha dado para caminar sabiamente. Como pueblo de Dios de las iglesias bautistas de la región de La Ribera, no podemos dejar pasar esta oportunidad de reunirnos fraternalmente para seguir estrechando lazos de oración, intercesión y comunión que procuren una unanimidad en el Espíritu Santo bendita y provechosa.

A. ORAR ES ADORAR RECORDANDO

“Alabaré al Señor con todo el corazón en la compañía y congregación de los rectos. Grandes son las obras del Señor, buscadas de todos las que las quieren.” (vv. 1-2)

     Cada vez que deseamos comenzar un diálogo fructífero y edificante con Dios, lo más importante es adorarle. No podemos presentarnos delante de su majestad y gloria sin considerar al Señor como nuestro Señor y Soberano. Nuestras palabras primeras en la oración deben ir dirigidas a exaltar y glorificar a Dios. Sabiéndonos en medio de nuestros hermanos queridos, asumiendo la unanimidad espiritual que construimos sobre la base de una misma fe y experiencia en Dios, y considerando que nos reunimos siendo conscientes de la dimensión privilegiada que tenemos al dirigirnos al Creador del universo, nuestra plegaria de alabanza alcanzará de pleno el corazón de Dios. 

    Tras reconocer su señorío, gloria y esplendor inigualables, no debemos continuar con nuestra oración sin expresar con toda el alma la gratitud por la grandeza de sus obras. Aquí es donde el recuerdo encuentra su lugar en la oración fervorosa. La adoración a Dios se une con la memoria de aquellas obras que Dios ha hecho en nuestro favor, bien sea a título particular o bien sea a título comunitario. Las obras de Dios no son precisamente pequeñas o una minucia. Los actos misericordiosos de Dios para con nuestras vidas han sido, y seguirán siendo, hechos portentosos en los que pudimos comprobar que no estamos solos ni desamparados. Las obras de Dios no son algo que poder despreciar, sino que más bien son obras en las que la liberación, el amor y el perdón de nuestros pecados han ido dejando huella en el corazón. En nuestras oraciones, pues, hemos de expresar nuestro deseo de seguir buscando, esperando y anhelando sus obras redentoras y restauradoras en nuestras vidas.

B. ORAR ES RECORDAR EL CUIDADO DE DIOS

“Gloria y hermosura es su obra, y su justicia permanece para siempre. Ha hecho memorables sus maravillas; clemente y misericordioso es el Señor. Ha dado alimento a los que le temen; para siempre se acordará de su pacto. El poder de sus obras manifestó a su pueblo, dándole la heredad de las naciones. Las obras de sus manos son verdad y juicio.” (vv. 3-7 a)

     Después de adorar a Dios, agradeciendo sinceramente el hecho de que seamos objeto de sus grandes obras, el siguiente paso es recordar que Dios nunca ha dejado de cuidarnos y proveernos. Las obras magníficas de Dios son incomparablemente más hermosas y gloriosas que cualquiera de las obras que podamos realizar a favor de otras personas. Nuestras obras no son siempre perfectas, o buenas o con buenas intenciones. Sin embargo, Dios quiere que a través de sus actos de amor y compasión, aquel que se siente desdichado o miserable, pueda encontrar valor y significado para su existencia. Sus obras no provocarán nunca en nosotros decepción, desilusión o vergüenza. Todo lo contrario. Dios, cuando actúa en nuestras vidas solo quiere llenarlas de gloria y hermosura inenarrables.

    Sus obras son justas. A veces no quisiéramos que fuese así y que pudiésemos recibir de Dios todo cuanto ansiásemos. No obstante, el Señor que conoce nuestras preocupaciones es justo dándonos precisamente aquello que necesitamos, y no aquello que podría causarnos amnesia o ingratitud espirituales. Sus obras, por mucho tiempo que pase o por muchas ocupaciones que opaquen nuestra visión de ellas, siempre permanecerán en nuestra memoria, puesto que su clemencia y misericordia no pueden olvidarse así como así. Tal vez, por un tiempo, podamos caer en el letargo que produce el que todo nos vaya bien en nuestra vida terrenal, pero cuando tropecemos y caigamos en desgracia, el recuerdo imborrable de su cuidado y protección surgirá de nuestra mente con impetuosa fuerza. 

     El Señor no cesa de alimentarnos y proveernos para nuestras necesidades, y el poder y alcance de sus obras es capaz de destruir obstáculos y remover barreras en nuestro diario caminar. Su cuidado es tan precioso e inolvidable que en nuestras oraciones nunca faltará nuestra gratitud debida. La verdad y la justicia siempre presidirán sus acciones para con nosotros, algo que podemos constatar cada vez que examinamos y hacemos inventario de las bendiciones que a diario recibimos de su parte. El Señor hizo un pacto con nosotros, su pueblo, y él nunca se olvida de cumplir con su parte. Es tiempo de que en nuestras plegarias, sigamos reconociendo y confesando que todo lo que somos y tenemos es por su gracia inolvidable.

C. ORAR ES COMPROMETERSE A OBEDECER

“Fieles son todos sus mandamientos, afirmados eternamente y para siempre, hechos en verdad y rectitud. Redención ha enviado a su pueblo; para siempre ha ordenado su pacto; santo y temible es su nombre. El principio de la sabiduría es el temor del Señor; buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos; su loor permanece para siempre.” (vv. 7b-10)

     Después de recordar y rememorar lo bueno y misericordioso que Dios ha sido con nosotros, es menester responder a esa gracia y compasión inacabables. De nada sirve recordar los hechos pasados de Dios si no nos comprometemos a vivir de acuerdo con sus mandamientos, la parte del pacto que nos corresponde a nosotros cumplir. En nuestra oración ahora es el momento de consagrarnos a Dios. Es el instante más adecuado para comprometernos a vivir según las leyes de Dios y según el ejemplo de Cristo, nuestro modelo de obediencia por excelencia. Los mandamientos de Dios no son gravosos o pesados, sino que pretenden conducirnos día tras día por las sendas de la verdad y la rectitud. Son mandamientos inmutables y firmes que nos confieren seguridad ante las amenazas que como creyentes tenemos actualmente. Son estatutos que nos conducen a Aquel que puede redimirnos, salvarnos y perdonar nuestras deudas, a Cristo, el Verbo de vida y verdad. 

     En nuestro compromiso de obediencia a Dios y en el temor debido hacia su persona es que podremos descubrir los beneficios de la sabiduría y el buen discernimiento cuando querramos planificar y elaborar acciones que le engrandecen y que extiendan su Reino en el medio en el que vivimos y nos movemos. Vivir según los mandamientos de Dios propiciará que nuestras oraciones sean oraciones que se acomodan y sirven a los propósitos que Dios tiene para nosotros, como individuos y como comunidad de fe.

CONCLUSIÓN

     La oración que place y agrada a Dios no puede carecer de estas tres cosas: adoración por quién es Él, reconocimiento de su obra en nuestras vidas y consagración de vida. Que en nuestras oraciones no olvidemos nunca ninguno de estos elementos, elementos que nos unirán, darán sabiduría y que nos iluminarán en medio de la oscuridad que reina en este mundo.

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