MANTENERSE EN SUS TRECE
SERIE DE
ESTUDIOS SOBRE ENCONTRONAZOS BÍBLICOS “CUANDO COLISIONAN LAS RELACIONES”
TEXTO
BÍBLICO: GÁLATAS 2:11-14
INTRODUCCIÓN
La
expresión “mantenerse en sus trece” siempre ha venido a ser el recurso empleado
por el que se obstina en defender una idea sin dar su brazo a torcer. De hecho
el origen histórico de esta frase procede de Pedro Martínez de Luna, más
conocido como Benedicto XIII o Papa Luna, el cual tras ser despojado de su
autoridad papal en Avignon, y acompañado de su escasa corte, fue a refugiarse
en el castillo de Peñíscola, en Castellón, donde se atrincheró hasta su muerte
y donde repetía obstinadamente “Papa sum y XIII” (Soy el papa y XIII) que
parece ser la forma primigenia de mantenerse en sus trece.
Existen
ocasiones en las que la diplomacia debe dejar paso a la firmeza. Sin dejar de
recordar el afán pacificador y amable de la actitud de Abram para con su sobrino
Lot a la hora de escoger nuevos territorios en los que habitar, también es
preciso saber que en determinadas circunstancias es muy importante, incluso
vital, mantenerse en sus trece. Cuando una problemática nos sobreviene o bien
podemos retirarnos a un lado para evitar peleas y discusiones, o bien podemos
intentar arreglar el asunto de manera contundente para eludir una creciente y
mayor desgracia en el futuro. Todo dependerá de cada caso y de la situación
concreta de la que hablemos. Pero si algo nefasto sucede, y nosotros pudiendo
atajar las consecuencias que un acto negativo puedan ocasionar, no lo hacemos,
nos convertiremos en cómplices impertérritos de un delito grave de omisión. A
menudo dejamos que una situación siga su curso para tener la fiesta en paz o
para huir del conflicto, pensando que de este modo el problema se solucionará
por sí mismo. Si tenemos en nuestras manos herramientas que procuren la paz y
el orden, aunque tengamos que emplearlas con contundencia y claridad meridiana
será nuestro deber moral y cristiano poner coto a algo que se puede ir de las
manos hasta desembocar en un tristísimo y trágico episodio posterior.
Es duro
tener que tomar la determinación de mantenerse en sus trece, sobre todo cuando
es un hermano o un familiar al que amamos profundamente. Nos sabe mal tener que
aplicar el bisturí sin anestesia al tumor de una mala interpretación, de una
mentira o de una difamación, pero es muy necesario hacerlo con cautela y
responsabilidad. Escucho demasiadas veces la idea de que se miente al ser
querido para evitarle la congoja y la vergüenza. Este recurso tan
cinematográfico ha pretendido poner una venda en los ojos del que está metiendo
la pata hasta el corvejón en pro del buen rollo y el mantenimiento de una paz
superficial. Bien sabemos por experiencia que estos retales de mentira y
ocultación terminan por tirar de la sisa y por romperse. La verdad duele del
mismo modo que escuece el alcohol o el agua oxigenada sobre una herida abierta,
y sin embargo son fundamentales para una correcta limpieza de la brecha. Sí, en
muchas ocasiones lo más prudente y sensato es corregir a quien amamos con
franqueza y a la cara.
El caso
que el texto de hoy nos presenta es el choque existente entre dos adalides de
la fe cristiana: Pedro y Pablo. Estos dos gigantes de la teología y del
apostolado se van a ver enfrentados y tras un tiempo de discusión y debate, el
asunto problemático que les va a hacer colisionar entre sí será resuelto en
amor y sinceridad absolutos.
A. CHOQUE
DE TITANES
“Pero
cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar.”
(v. 11)
Las
palabras de Pablo no nos dejan lugar a dudas de que un choque de titanes se
avecinaba. Las vidas paralelas de estos dos apóstoles del Señor Jesucristo
tenían tantas cosas en común que parecería imposible que ambos pudiesen verse
envueltos en un enfrentamiento. Los dos tenían a gala predicar el mismo mensaje
de salvación por gracia a través de la fe, los dos habían sido escogidos
especial y directamente por Cristo para ser los mensajeros del evangelio y los
dos estaban siendo poderosamente usados por el Espíritu de Dios para afirmar y
enseñar a las iglesias del primer siglo. De hecho, si nos fijamos en el libro
de Hechos, Lucas parece dividirlo en dos partes, una dedicada a los hechos de
Pedro (1-12) y otro a las aventuras y desventuras de Pablo (13-28). Pareciera
que nada podría suceder que les acarrease un instante de confrontación a la luz
de sus trayectorias como siervos de Dios y hermanos en Cristo.
Sin
embargo, Pablo, hallándose en Antioquía visitando a la iglesia cristiana en ese
lugar, una congregación eminentemente gentil, se entera de que Pedro está a
punto de llegar allí. Pablo se ha enterado de que Pedro está denostando el
mensaje de una redención por la gracia que es por fe que él mismo está
predicando. De este modo Pedro se está deslizando desde una postura abierta
hacia los gentiles a otra más cercana a la de los judaizantes que propugnaban
que para ser un verdadero cristiano había que observar y cumplir con las
estipulaciones de la religión judía en términos de festividades, circuncisión y
otras tradiciones. Este cambio de bando tan sospechoso no es algo que Pablo
pueda dejar pasar así como así. Podría haberse contenido y haber reconocido en
Pedro a un apóstol con mayor ascendencia sobre él por haber caminado junto a
Jesús. Podría haber sido más comedido y haber dejado que todo siguiera su curso
dado que Pedro era uno de los líderes principales de la iglesia primitiva. No
obstante, Pablo toma la decisión de encontrarse cara a cara con Pedro para
cantarle las cuarenta. No podía permitir que el mensaje de gracia que había
estado predicando en Antioquía y otras ciudades fuese ahora despreciado por
causa de la conducta de Pedro. La posición adquirida por Pedro era a todas
luces errónea y debía saberlo. Antes de que el compromiso que Pedro estaba
adquiriendo a favor de los judaizantes fuese a más, éste debía ser reprendido
con inmediatez y sin paños calientes. Debía desarraigar por completo este incipiente
mal que podía tener consecuencias desastrosas en la iglesia de Cristo.
B. EL QUID
DE LA CUESTIÓN
“Pues antes
que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después
que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la
circuncisión.” (v. 12)
¿Quiénes
eran estos de parte de Jacobo o de la circuncisión que tanto atemorizaban a
Pedro, un apóstol de Cristo? ¿De dónde habían salido estos personajes que tanto
miedo daban al tormentoso e impetuoso Pedro que no se arredró ante la guardia
que fue a prender a Jesús en el huerto de Getsemaní? Básicamente, estos que se
presentaban bajo las supuestas credenciales de Jacobo, el líder de la iglesia
cristiana en Jerusalén, enseñaban el falso evangelio de aunar las buenas obras
y los signos externos a la salvación conquistada por Cristo en la cruz del
Gólgota. Se habían arrogado una serie de prebendas espirituales y de influencia
en la iglesia utilizando torcidamente el nombre de Jacobo, con tal de
emponzoñar las relaciones que comenzaban a existir entre judeocristianos y
gentiles conversos. Jacobo mismo reconoció la igualdad existente entre judíos y
gentiles: “Ninguna diferencia hizo entre
nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones.” (Hechos 15:19). Estos
que amedrentaban al gran Pedro solo eran unos farsantes y unos charlatanes de
medio pelo que solo querían arrastrar tras de sí a los judíos que se convertían
al cristianismo con fines interesados y malignos.
La
iglesia de Cristo no existe para etiquetar a nadie por razón de raza, clase u
otras distinciones que solo logran estratificar y marginar a unos hermanos por
debajo de otros, cosa que los judaizantes pretendían. Pablo deja clarísimo este
extremo cuando afirma “pues todos sois
hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, porque todos los que habéis sido
bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego;
no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno
en Cristo Jesús.” (Gálatas 3:26-28). A pesar de que Pedro había tenido un
encuentro con Cornelio, un gentil, en el que Dios mismo le reconvino a través
de la visión de un lienzo repleto de animales inmundos, y a pesar de que había
reconocido por fin la realidad de un evangelio de gracia universal cuando dijo
lo siguiente: “En verdad comprendo que
Dios no hace acepción de personas.” (Hechos 10:34), volvía a desdecirse de
una verdad que el temor había entenebrecido. Pablo junto a Bernabé, por otro
lado, predicaba acerca de esta hermosa dimensión de la fraternidad cristiana
alertando sobre el peligro de los judaizantes: “Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el
Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre
nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones. Ahora, pues, ¿por qué
tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni
nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la
gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos.” (Hechos
15:8-11).
Conociendo Pablo que Pedro se había ido
retrayendo de su comunión habitual con los hermanos gentiles, y que lo estaba
haciendo solapada y gradualmente, y que al final dejaba de juntarse
definitivamente con ellos, decide enfrentarse con éste comprobando que la
debilidad, el miedo y la pusilanimidad estaban haciendo mella en el viejo
apóstol. Tal vez Pedro tuviese temor de ser ridiculizado o difamado en
Jerusalén por su acercamiento a los gentiles por parte de estos presuntos
enviados de Jacobo. O tal vez no quisiese perder ascendencia y prestigio entre
los de la circuncisión. Lo cierto es que a Pablo no le tiembla el pulso a la
hora de mantenerse en sus trece, a la hora de defender un mensaje de gracia
salvífica por fe que Pedro estaba tirando por tierra con su conducta
amagantina.
C. UNA
INFLUENCIA PERNICIOSA
“Y en su
simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé
fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.” (v. 13)
No hay
nada peor para una iglesia que ver como se erigen altares al personalismo de un
obrero. Demasiado a menudo miembros de una congregación prefieren seguir antes
a la persona, aunque esté errada y diga barbaridades desde el púlpito,
atentando contra una teología equilibrada y malversando la Palabra de Dios, que
verificar de motu proprio la veracidad de aquello que se hace o se dice.
Desgraciadamente este era el caso de Pedro. Dada su popularidad, su experiencia
y su llamamiento apostólico por el mismísimo Jesús, su influencia personal era
muy amplia y atrayente. Por eso, cuando Pedro equivocadamente elige dejar de
juntarse con los gentiles para volver a reunirse de tapadillo con los
judaizantes, muchos judíos e incluso Bernabé, compañero de Pablo, imitan su mal
ejemplo. De forma hipócrita enmascaran su verdadero ser y viven contra la
verdad de sus convicciones y de su conciencia a causa del tirón que tiene la
figura de Pedro. Pensando en que la autoridad apostólica de Pablo había sido
puesta en tela de juicio continuamente, muchos escogerían ir en pos de Pedro,
indiscutible líder cristiano, que ir tras Pablo, posiblemente un advenedizo.
De este
episodio podemos extraer varias lecciones útiles para la vida eclesial. En
primer lugar es preciso entender que hasta los que parecen ser pastores o
siervos de Dios altamente capacitados pueden cometer errores monumentales que
deben ser condenados y denunciados dejando a un lado la admiración o su
influencia. En segundo lugar, ser fieles a Dios supone, no solo creer lo
correcto, sino que también es preceptivo conducirse según la verdad de aquello
que creemos. En tercer lugar, la verdad siempre será más importante que estar a
buenas con todos de manera superficial o que tener la fiesta en paz por un
instante efímero. En cuarto lugar, la ética situacional es una ética
aborrecible, ya que comportarse según nos vaya y dependiendo de las circunstancias,
resulta en una ética demasiado maleable y caprichosa que Dios no aprueba en
absoluto. Por último decir que la falsedad y la hipocresía no pueden dejarse
pasar, incluso aunque suponga tener que sufrir el insulto, el menosprecio o el
odio de los demás.
D.
MANTENERSE EN SUS TRECE
“Pero
cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a
Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como
judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?” (v. 14)
Pablo no
se deja llevar solo por los informes que le transmiten algunos hermanos. Pablo
constata por sí mismo, con sus propios ojos, una realidad que le repugna y que
le da asco: Pedro y los demás judíos que le acompañan son culpables de
hipocresía en grado de consumación. Comprobando fehacientemente que Pedro
renuncia a reunirse con sus hermanos gentiles, y viendo que sus actos erróneos
ponían sobre la mesa una inconsistencia de vida en relación con la verdad del
evangelio de gracia y salvación de Cristo, confronta al apóstol delante de
todos, y así, de esa forma, desenmascarar una serie de actuaciones
necesariamente reprobables. Como la ofensa infligida por Pedro había tenido
repercusión pública y el daño que se estaba haciendo a la iglesia cristiana de
Antioquía era probado ante todos, Pablo no se anda con chiquitas y la denuncia
públicamente, ante todos. La amonestación es necesaria en este caso para
recuperar la credibilidad de la iglesia y para que todos se diesen cuenta de su
garrafal error. De este mismo modo se expresa al escribir a Timoteo: “A los que persisten en pecar, repréndelos
delante de todos, para que los demás también teman.” (1 Timoteo 5:20).
Pedro
debía ver inmediatamente la inconsistencia que existía entre lo que
supuestamente decía que creía y lo que en realidad hacía. Pablo no trata de
ningún modo humillar a Pedro o poner en entredicho su llamamiento apostólico.
Simplemente desea, en amor, pero con contundencia y firmeza, corregir una
actuación seriamente negativa que había logrado que muchos hermanos fuesen tras
él cayendo en el error. Debía mantenerse en sus trece puesto que resultaba
intolerable que la integridad de la verdad del evangelio de salvación por
gracia mediante la fe fuese menoscabada por, nada más y nada menos que un prominente
e influyente líder apostólico cristiano como era Pedro.
CONCLUSIÓN
Pedro,
por lo que colegimos y se desprende de la amonestación de Pablo, supo
reconducir sus acciones y reconocer en Pablo a un hermano en Cristo que se
preocupaba por él y por la verdad del mensaje de Dios aunque le costase ser
avergonzado ante los demás. Mantenerse en sus trece es un ejercicio difícil,
delicado y a veces desagradecido, pero cuando se trata de defender los valores
del evangelio, no debe existir sombra de vacilación a la hora de corregir y
amonestar al hermano que ha equivocado su rumbo doctrinal y conductual.
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