NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA
SERIE DE
ESTUDIOS SOBRE ENCONTRONAZOS BÍBLICOS “CUANDO COLISIONAN LAS RELACIONES”
TEXTO
BÍBLICO: GÉNESIS 37; 50:15-21
INTRODUCCIÓN
Solo nos
damos cuenta de que no hay mal que por bien no venga cuando ese bien llega al
fin. Mientras esa bendición logra que nos demos cuenta de que la providencia
divina ha velado por nosotros, ni por asomo pensamos en lo que será. Normalmente
nos sumimos en un estado lamentable en el que las quejas, las ansias de
venganza, el dolor y el sufrimiento son nuestros más inmediatos acompañantes.
Es fácil decir que después de la tormenta viene la calma o que tras la
desgracia una bendición mayor mitigará nuestro llanto. Lo difícil es vivirlo,
sentirlo, experimentarlo. Cuando contamos, o nos cuentan, historias dramáticas
y trágicas de traiciones y puñaladas traperas que al final han sido parte de un
propósito mayor o que han desembocado en algo beneficioso para nosotros, a
veces no nos acordamos de las penurias que pasamos, de las noches de insomnio
que padecimos o de los alaridos de angustia que alzamos al cielo. Por supuesto
que tenemos esperanza en que algo bueno saldrá de entre las cenizas de nuestro
luto y dolor. Lo que pasa es que en el ínterin las hemos pasado canutas aun
cuando sabemos que todas las cosas les ayudan a bien a todos los que creen en
el Señor Jesucristo.
La
historia de José en Génesis contada como un cuento o como una película de la que
se pueden obviar o recortar determinadas escenas para agilizar la acción
narrativa, puede llegar a parecernos un cuento de hadas del estilo de
Cenicienta o una novela de venganzas del estilo del Conde de Montecristo. Sin
embargo, José tuvo que afrontar el trago de ser odiado por sus hermanos,
menospreciado como un esclavo sin derecho ni voz, desterrado de su patria y
familia, involucrado en falsas acusaciones de violación y encarcelado
injustamente en los infectos y lúgubres calabozos de Egipto. Hasta el instante
en el que el faraón queda persuadido de su valía en términos de administración
y gestión de recursos y en términos de consejería e interpretación onírica, la
cosa no estaba pintando muy bien para José. A modo de Edmundo Dantés o de
Sweeney Todd que logran escapar de una prisión perpetua en el olvido de todos,
José podría haberse erigido en un ser vengador, revanchista y dispuesto a
ejecutar con el instrumento de su poderío una justicia inapelable.
Pero antes
de precipitar los acontecimientos, sería mejor conocer la raíz del conflicto
existente entre José y sus hermanos, y así dilucidar qué elementos pueden
llegar a propiciar un enfrentamiento tan violento y radical entre individuos de
la misma sangre.
A. UNA
RELACIÓN DE ODIO A PRIMERA VISTA
¿De dónde procedía ese odio tan cerval y
visceral que los hijos de Jacob tenían para con su hermano José? Varios
indicios que nos propone el texto bíblico nos hablan a ciencia cierta del
origen de este sentimiento negativo tan contundente:
-
Favoritismo
“Y
amaba Israel a José más que a todos sus hijos, porque lo había tenido en su
vejez; y le hizo una túnica de diversos colores. Y viendo sus hermanos que su
padre lo amaba más que a todos sus hermanos, le aborrecían, y no podían
hablarle pacíficamente.” (vv. 3-4)
-
Chivatería
“José,
siendo de edad de diecisiete años, apacentaba las ovejas con sus hermanos; y el
joven estaba con los hijos de Bilha y con los hijos de Zilpa, mujeres de su
padre; e informaba José a su padre la mala fama de ellos.” (v. 2)
-
Aires de grandeza
“Y
soñó José un sueño, y lo contó a sus hermanos; y ellos llegaron a aborrecerle
más todavía. Y él les dijo: Oíd este sueño que he soñado. He aquí que atábamos
manojos en medio del campo, y he aquí que mi manojo se levantaba y estaba
derecho, y que vuestros manojos estaban alrededor y se inclinaban al mío. Le
respondieron sus hermanos: ¿Reinarás sobre nosotros, o señorearás sobre
nosotros? Y le aborrecieron aún más a causa de sus sueños y sus palabras… Y sus
hermanos le tenían envidia.” (vv. 5-8, 11)
Estos
factores son los desencadenantes de un odio tal que cuando se presenta la
ocasión de tenerlo a su merced, deciden directamente asesinarlo: “Cuando ellos lo vieron de lejos, antes que
llegara cerca de ellos, conspiraron contra él para matarle.” (v. 18) Rubén,
el primogénito de ellos, logró quitarles de la cabeza tamaña crueldad, y pensó
en el modo de liberarlo para no tener que presentarse avergonzado delante de su
padre si se enteraba de que su hijo favorito había perecido. Sin embargo, su
plan falló cuando uno de sus hermanos, el más pragmático de todos ellos, Judá,
decide que pueden sacar tajada de José y que pueden matar dos pájaros de un
tiro. Convence a todos sus hermanos, menos a Rubén, para vender a José como
esclavo a unos ismaelitas que por allí pasaban, y para presentar ante su padre
el engaño de una túnica de colores rasgada y manchada con sangre.
Definitivamente, el odio que puede llegar a albergar el corazón del ser humano
puede llevarle a cometer barbaridades y a perpetrar los crímenes más
execrables.
B. LOS
HERMANOS DE JOSÉ: REMORDIMIENTOS Y MIEDO
Mucho
tiempo pasa desde este episodio. En nuestras biblias, son concretamente trece
los capítulos los que median entre la venta de José a los esclavistas hasta que
Jacob muere dejando a sus hijos a expensas de una decisión de José. Hasta este
instante, una trama de golpes de efecto se da en la vida de José. Justo cuando
parece que no puede caer más bajo, el Señor lo eleva a las cumbres más altas.
Ya convertido en segundo al mando en la tierra de Egipto, es cuando el
encuentro con sus hermanos se produce. En el intervalo de tiempo que los separa
desde la fatídica e infausta circunstancia de Dotán hasta el ambiente palaciego
en el que ahora se halla José, los rostros cambian, envejecen y la memoria
parece desvanecerse, de tal modo que sus hermanos no logran reconocerle bajo la
apariencia de un egipcio a la usanza más. José juega con ellos con el propósito
de comprobar si el carácter de sus hermanos había cambiado, y así, logra ver
con sus propios ojos que de alguna manera el paso del tiempo no les ha hecho
dejar en el olvido su crimen. Tras una emotiva representación por parte de
José, se descubre ante ellos y por fin el reencuentro toma forma hasta que
Jacob, incrédulo y asombrado, puede contemplar a su amado hijo José antes de
dormir con sus antepasados.
El
problema surge entonces. Los hermanos se sumen en un miedo patético e insólito:
“¿Qué será de nosotros ahora que nuestro
valedor y garantía, esto es, nuestro padre Jacob, ha muerto? Seguro que José
tomará represalias contra nosotros.” (v. 15). El remordimiento por sus
actos a buen seguro comenzaría a atacar sus conciencias en el mismo momento en
el que su padre, al ver los harapientos restos de la túnica de José, se
entristece tanto que decide vivir en luto constante hasta su muerte. Lo cierto
es que el mal ya estaba hecho, pero sus conciencias no dejaron nunca de
punzarles hasta que vieron con sus propios ojos que José ya no iba a hacerles
daño.
Junto con
el remordimiento aparece la confesión de su pecado contra José. Es interesante
y curioso a la vez comprobar cómo emplean a su padre ya fallecido como escudo
ante las posibles medidas vengativas que usaría José contra ellos: “Y enviaron decir a José: Tu padre mandó
antes de su muerte diciendo: Así diréis a José: Te ruego que perdones ahora la
maldad de tus hermanos y su pecado, porque mal te trataron; por tanto, ahora te
rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre.” (vv.
16-17) Esta es una declaración clara de que habían obrado realmente mal con
José y de que ya habían sido perdonados por su padre. Solo faltaba que José
aceptase esta confesión y solicitud de perdón que surgía de la ultratumba. Para
ayudar a que esta confesión fuese considerada como sincera y auténtica, los
hermanos de José no dudan en humillarse ante él, tal y como el sueño de José
profetizó años atrás: “Vinieron también
sus hermanos y se postraron delante de él, y dijeron: Henos aquí por siervos
tuyos.” (v. 18).
C. JOSÉ: PERDÓN
Y CONFIANZA
Sus
hermanos estaban a su merced. Nadie podría decir a José que no ejerciese su
derecho a la justicia y a la retribución. Había tenido que afrontar vicisitudes
horribles, humillaciones, adversidades e inculpaciones injustas. Se había
arrastrado por el desierto tras los camellos de los ismaelitas, había sido
tratado como un objeto o un animal para ser vendido, había tenido que
resistirse ante las atenciones de su señora, y había sido encerrado en un
oscuro calabozo sin opción de libertad. ¿Qué menos que ahora poder vengarse
legítimamente de aquellos que tanto lo aborrecieron? A cualquiera que no cree
en la providencia divina o que no deposita su fe en Dios, no le temblaría el
pulso a la hora de convertirse en juez y verdugo. Lo vemos a diario en series
de televisión como “Venganza”, o películas de acción en las que el villano de
turno debe morir como consecuencia de sus delitos y actos sanguinarios. Sin
embargo, José cuando escucha la confesión de sus hermanos solo acierta a
emocionarse de corazón: “Y José lloró
mientras hablaban.” (v. 17). En vez de impasibilidad en su rostro, hay
lágrimas de compasión. En vez de insensibilidad y desprecio en su alma, hay
misericordia y amor en su mirada.
Sus
primeras palabras dirigidas a sus hermanos son de calma y confianza. No se
perciben visos de doblez o de ambigüedad en su deseo para con ellos: “Y les respondió José: No temáis; ¿acaso
estoy yo en lugar de Dios?” (v. 19). El alcance de estas sabias frases es
ilimitado, del mismo modo que la gracia es eterna. Borra de la mente de sus
hermanos cualquier miedo a represalias o a medidas punitivas contra ellos. Este
es el perdón que solo Dios puede ayudarnos a lograr en nuestras vidas, un
perdón en el que todo vestigio de deudas, culpas y pecados desaparece sepultado
en lo más profundo de los abismos oceánicos. Cuando la confesión es auténtica y
sincera, el perdón es mucho más fácil de otorgar. José afirma con una pregunta
retórica que la justicia y la venganza son cosas de Dios y no de los mortales,
y que como seres humanos que somos, no podemos arrogarnos con una prerrogativa
que solo compete al Señor, Juez de vivos y muertos.
José
intenta explicar brevemente su filosofía de vida a sus hermanos asombrados y
avergonzados. Dios es el que maneja los hilos de su existencia, y aunque el ser
humano, con sus perversas intenciones y sus acciones discutibles y
traicioneras, intervenga negativamente en la vida de alguien que confía plenamente
en el Señor, todo llegará a buen término: “Vosotros
pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos
hoy, para mantener en vida a mucho pueblo.” (v. 20). Solo alguien con una
fe inquebrantable en la bondad, misericordia, justicia y providencia de Dios
puede verbalizar de este modo una verdad tan cierta y segura. El Señor es capaz
de trabajar en nosotros, a pesar de nosotros y a pesar de las malas artes de
otros. Al final, Dios siempre ve cumplidos sus designios y sus propósitos
aunque los renglones nos parezcan ciertamente torcidos y enrevesados. José
vuelve a infundirles paz y confianza en el futuro, consolándoles y
confirmándoles su ayuda y provisión, las cuales de algún modo son la ayuda y la
provisión de Dios: “Ahora, pues, no
tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló,
y les habló al corazón.” (v. 21).
CONCLUSIÓN
Suele ser
muy natural responder vengativamente contra un agravio que podamos haber
sufrido, venga de donde venga. No obstante, de José aprendemos a lidiar con
este tipo de sentimientos a través del perdón y de la fe en los propósitos
eternos, fiables y sabios de Dios. Ante conflictos brutales que puedan surgir
con determinadas personas que se circunscriben al ámbito familiar, es menester
ver el panorama completo de nuestra salvación y de nuestra nueva vida en
Cristo. Al contemplar la historia de nuestra vida desde el prisma de la
redención que por gracia nos ha sido dada en Cristo, no podemos por menos que
intentar, con la ayuda del Espíritu Santo, perdonar a quienes nos ofendieron
gravemente y a quienes nos hirieron profundamente. Hasta que el perdón y la
misericordia no logren su finalidad cicatrizante, la herida seguirá abierta y
expuesta a las infecciones que provocan la muerte de las relaciones y la
amargura de espíritu.
Comentarios
Publicar un comentario