ESPERANZA PARA EL ABUSADO
SERIE DE
SERMONES “¡HAY ESPERANZA!”
TEXTO
BÍBLICO: SALMO 55
INTRODUCCIÓN
La
definición de lo que es abuso nos lleva a comprender la magnitud de una serie
de acciones que condicionan y destruyen la naturaleza del ser humano desde la
raíz y esencia de su personalidad. Según el DRAE, el abuso es “hacer uso
excesivo, injusto o inde bido
de algo o alguien, o hacer objeto de trato deshonesto a una persona de menor
experiencia, fuerza o poder.” Esta clase de comportamiento que un ser humano
ejerce sobre otro u otros es una de las conductas que más condena Dios en su
Palabra, ya que cualquier práctica que suponga utilizar a otra persona como si
de un objeto se tratase, está ampliamente recogida en los estatutos de Dios. El
abuso supone la mayor y más asquerosa manera que tiene un individuo de desatar
el infierno, la desesperación y el dolor en la vida de otra u otras personas.
De algún modo, en determinadas etapas de nuestras existencias hemos tenido que
padecer este tipo de situaciones aberrantes y completamente indeseables. Por lo
general, el abuso suele provenir de personas cercanas, de nuestro entorno,
tanto familiar como de supuesta amistad.
Existe una
extensa clasificación de abusos en la que seguramente podremos, bien
encasillarnos nosotros, o ubicar a personas a las que conocemos. Los abusos
pueden ser físicos en los que la fuerza bruta se superpone sobre el sentido
común; emocionales en los que el control, la humillación, el sometimiento y la
manipulación anulan el propio valor de la persona; sexuales en los que se
proyectan los vicios más sucios y horribles sobre lo más íntimo de la persona;
financieros en los que se hace depender a la víctima de los recursos económicos
del agresor; laborales en los que el empleador explota sin misericordia ni
miramientos al trabajador a través de demandas muy poco razonables; infantiles
en los que los menores son estigmatizados y atormentados por medio de la
crítica constante, el menosprecio y la desaprobación caprichosa; y escolares en los que el bullying provoca
incluso el suicidio de adolescentes por causa de los insultos, la intimidación
y la humillación sistemática en redes sociales de sus “compañeros” de curso.
El efecto
y secuelas que este abrumador abanico de abusos puede causar en la persona
suelen perseguir durante toda la vida a aquellos que han sido objeto del
maltrato. Los sentimientos de culpabilidad, la baja autoestima, la no
aceptación de su propio cuerpo y sexualidad, episodios recurrentes de ansiedad
asfixiante, aislamiento y automarginación, flashbacks y recuerdos constantes de
los abusos recibidos, inoperancia a la hora de convivir con su pareja y
disociación de la realidad, son algunas de las consecuencias del abuso en la
vida de las víctimas. Ante este estremecedor panorama, ¿existe esperanza para
ellos? ¿La Palabra de Dios nos enseña de algún modo a encarar decididamente
este problema del abuso para salir victoriosos de este pozo de desesperación?
¿Cómo puede ayudarnos el Señor a triunfar sobre la humillación, el maltrato y
la explotación de otros?
David tuvo
que pasar este mal trago del abuso en su vida. De hecho, dejó reflejado el
carácter de sus verdugos, una descripción profunda y fiel de su sufrimiento y
un canto a la esperanza en tan tenebrosas horas en varios de sus salmos. En
este día analizaremos el Salmo 55 en busca de instrucciones claras y precisas
de cómo encontrar esperanza para las víctimas del abuso en todas sus formas.
A. ÍNTIMOS ABUSADORES
“A causa de
la voz del enemigo, por la opresión del impío, porque sobre mí echaron
iniquidad, y con furor me persiguen… Porque he visto violencia y rencilla en la
ciudad. Día y noche la rodean sobre sus muros, e iniquidad y trabajo hay en
medio de ella. Maldad hay en medio de ella, y el fraude y el engaño no se apartan
de sus p lazas. Porque no me afrentó un enemigo,
lo cual habría soportado; ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me
hubiera ocultado de él; sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi
familiar; que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, y andábamos en
amistad en la casa de Dios… Extendió el inicuo sus manos contra los que estaban
en paz con él; violó su pacto. Los dichos de su boca son más blandos que
mantequilla, pero guerra hay en su corazón; suaviza sus palabras más que el
aceite, mas ellas son espadas desnudas.” (vv. 3, 9-14, 20-21)
El clamor
que surge del corazón roto y abusado de David tiene un origen que él mismo
desvela: sus enemigos. Estos abusadores emplean sus palabras, su abuso de
poder, sus influencias y su odio con un único fin: destruir a David. Sabemos
que las palabras pueden llegar a penetrar más hondamente que una espada de dos
filos en el alma humana. Los adversarios de David procuran, a través de difamaciones,
mentiras, engaños y rumores, que éste se derrumbe y muestre sus debilidades. El
odio y la inquina es tan grande hacia el rey salmista que no importan los
medios a los que tengan que recurrir si logran ponerle en evidencia ante todos.
Su persecución es constante, diaria e incansable. Golpe a golpe, desprecio a
desprecio y traición a traición, sus enemigos van minando su ánimo y alegría
por seguir viviendo. Los abusadores no cesan de urdir tramas y artimañas para
continuar su trabajo de zapa y menoscabo de la dignidad de David. David se ve
rodeado como una ciudad asediada, a la que el tiempo y la insistencia de los
ataques poco a poco van viendo cómo se resquebrajan sus murallas.
Lo peor de
este panorama es que sus abusadores eran sus amigos y seres queridos. La
bofetada tremenda de la traición y de la decepción golpea tan fuerte el corazón
de David, que ve cómo se tambalea su confianza y su fe en el ser humano.
Aquellos que se suponía eran sus aliados, amigos y más íntimos colaboradores
por fin se mostraban como realmente eran: inicuos y lisonjeros traidores que
solo abrigaban furia, envidia y odio contra él. El abuso al que le estaban
sometiendo estos presuntos amigos del alma había abierto en su pecho una herida
muy difícil de ser restañada y sanada.
El abuso a
veces viene de donde y de quien menos lo esperamos. Los padres que abusan de
sus hijos e hijas física, sexual y emocionalmente, los esposos que martirizan a
sus esposas de palabra y puño cerrado, los ancianos abandonados y demacrados
que ven cómo sus hijos se adueñan de su pensión para sus caprichos
particulares, los “amigos” del colegio o del instituto que te vejan, humillan y
amenazan para que les hagas los deberes, son algunos de los ejemplos que tan
bien pueden enmarcarse en las palabras de David. Son íntimos abusadores que se
aprovechan de su posición, fuerza y poder para hacer migas cada día de
existencia del abusado. Es imposible no gritar a voz en cuello la desgracia, la
miseria y el dolor que supone ser personas abusadas, demandando a quien pueda
escucharnos auxilio, justicia y amor incondicional.
B. EL
ESTADO LAMENTABLE DEL ABUSADO
“Escucha,
oh Dios, mi oración, y no te escondas de mi súplica. Está atento, y respóndeme;
clamo en mi oración, y me conmuevo… Mi corazón está dolorido dentro de mí, y
terrores de muerte sobre mí han caído. Temor y temblor vinieron sobre mí, y
terror me ha cubierto. Y dije: ¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo,
y descansaría. Ciertamente huiría lejos; moraría en el desierto. Me apresuraría
a escapar del viento borrascoso, de la tempestad. Destrúyelos, oh Señor;
confunde la lengua de ellos.” (vv. 1-2, 4-9)
Ante
estas circunstancias avasalladoras y agónicas, y ante las asechanzas de estos
lobos abusadores, David recurre a Dios para contarle con pelos y señales el
resultado funesto de tan abyectas conductas abusivas. David se siente conmovido
en gran manera y sus emociones se hallan a flor de piel. Su alma está dolorida,
hastiada y harta de tantos abusos, y como ya no confía ni en su propia sombra
por causa de la traición de sus más allegados, solo puede acudir a Dios. Solo
Él escuchará con atención sus cuitas y su lamento. El dolor que siente David es
un dolor interior que en nada se compara con el dolor físico. Su corazón está
roto en mil pedazos, su dignidad ha sido pisoteada inmisericordemente por sus
enemigos y su autoestima ha sido degradada al nivel más bajo. El miedo y el
temor se han consolidado como compañeros de viaje y la ansiedad se ha instalado
en su vida para atormentarle continuamente.
La
situación es tan insostenible para David que solo desea huir de ella. Echa a
volar su imaginación para expresar lo harto y cansado que se encuentra de
lidiar día tras día con este estado lamentable de abuso. ¡Cuánto quisiera
evadirse del mundo para estar él solo consigo mismo! ¡Qué maravilloso sería
alejarme del peligro, de las amenazas y de la intimidación de sus enemigos! Por
desgracia, este deseo es malinterpretado, en la desesperación más irritante y
radical, como un anhelo por acabar con todo, con suicidarse y descansar por fin
de los ataques inclementes de los abusadores. No es esto lo que David quiere
dejar sentado con sus palabras. Solo es una esperanza que brota de un corazón
soliviantado y que espera sea cumplida a través de la justicia de Dios. Este
ansia de soledad, de aislamiento y de disociación de la realidad es un hecho
probado de aquellos que padecen el abuso, pero nunca debe desembocar en el
trágico y dramático acto de quitarse la vida como si fuese la única solución.
C. HAY
ESPERANZA PARA EL ABUSADO
“En cuanto
a mí, a Dios clamaré; y el Señor me salvará. Tarde y mañana y a mediodía oraré
y clamaré; y él oirá mi voz. Él redimirá en paz mi alma de la guerra contra mí,
aunque contra mí haya muchos. Dios oirá, y los quebrantará luego, el que
permanece desde la antigüedad; por cuanto no cambian, ni temen a Dios… Echa
sobre el Señor tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al
justo. Mas tú, oh Dios, harás descender aquellos al pozo de perdición. Los
hombres sanguinarios y engañadores no llegarán a la mitad de sus días; pero yo
en ti confiaré.” (vv. 16-19, 22-23)
¿Qué
hacer cuando no tenemos alas de paloma con las que escapar del abuso al desierto
de nuestro reposo en soledad? David nos ayuda a trazar un plan basado en la
gracia y misericordia de Dios para levantar nuestro rostro del polvo de la
humillación y lavarlo con el agua del consuelo y el amor de su redención. El
primer paso que debemos dar si somos objeto del abuso, es acudir inmediatamente
a Dios en oración. En una circunstancia tan adversa como es el abuso, no
queremos ni por asomo volver a confiar en nadie que sea humano. Este es
precisamente el momento de acercarnos al trono de la gracia de Dios para hablar
sin ambages ni tapujos sobre lo que nos está sucediendo. Nadie mejor que Dios
sabe lo que supone el abuso, ya que Él mismo tuvo que contemplar cómo se
cebaron injusta y cruelmente con su precioso Hijo Jesucristo en la cruz. Tuvo
que ver de qué manera aquellos que se suponían eran los seguidores y amigos de
su Hijo se ocultaban y le negaban en sus horas más oscuras. Dios te comprende
perfectamente cuando le hablas de tu experiencia de abuso, y por ello, la
oración es el instrumento más eficaz para desahogarte y desfogarte sobre tus
frustraciones y decepciones.
En segundo
lugar, es preciso confiar en la justicia de Dios para no tomar represalias de
las que podamos arrepentirnos más adelante. Dios no va a dejar que estos
abusadores continúen pisoteándote y destruyéndote. En el momento oportuno, el
Señor ejecutará su justicia sobre los abusadores y los castigará
indefectiblemente. Los malvados tendrán su paga tarde o temprano, en esta vida
o en la venidera, y nunca saldrán airosos de sus conductas abusivas. El Señor
los quebrantará del mismo modo que quebrantaron a otros, para dar testimonio a
todo el mundo de que Dios aborrece toda clase de abusos y abomina de aquellos
que se pasan la vida explotando, humillando y sometiendo vilmente a los demás.
Si los abusadores no llegan un día a reconocer su error, a confesar su pecado y
a dejar de cometer sus crímenes de lesa humanidad bajo los auspicios de Dios,
su único destino será el infierno ardiente.
Por último,
debemos confiar en la obra restauradora y sanadora de Dios en nuestras vidas.
Es menester apuntar que sanar las heridas y restaurar los corazones no es una
labor que se lleve a cabo en un chasquido de dedos. Esto requiere de un proceso
en el que el Espíritu de Dios va curando y restableciendo el equilibro mental y
emocional de la persona. Colocarse en las manos de Dios para poder ir dejando
atrás las secuelas del abuso, supone ir constatando de qué forma recobramos la
libertad de la culpa, una autoestima balanceada, un estado de paz interior a
prueba de bombas, una recuperación de las ganas por convivir y relacionarnos
socialmente de manera sana y completa, y un deseo vivo de seguir adelante con
la vida para extenderse al futuro sin que el pasado nos lastre. Dios es capaz
de hacer esto y más en nuestros abusados corazones. Solo debemos hacer nuestra
la promesa de que siempre nos sustentará y que nos levantará para triunfar
sobre el abuso y los abusadores.
CONCLUSIÓN
Tal y
como hemos podido comprobar, no estamos solos cuando el abuso se cierne
amenazador sobre nosotros. Dios nos da esperanza en medio del abuso y el
maltrato, y lo hace en virtud de su amor, misericordia y poder restaurador. Por
supuesto, la iglesia como entidad que propicia la sanidad emocional, mental y
espiritual del abusado, deberá volcarse sin vacilación en cuidarlo, arroparlo y
animarlo. Seamos canales de bendición, consuelo y esperanza para ellos, de tal
manera que forjemos en ellos existencias que confían en la salvación y justicia
de Dios.
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