ESPERANZA PARA EL ABANDONADO
SERIE DE
SERMONES “¡HAY ESPERANZA!”
TEXTO
BÍBLICO: SALMO 142
INTRODUCCIÓN
Sentirse
abandonado es morir un poco
Así como muere
el ocaso,
Así muere la
esperanza
Junto con los
recuerdos
De un pasado
hermoso,
Sentirse
abandonado
Es sangrar
lentamente,
Es llorar gotas
amargas de sal,
Es querer
llorar cuando debemos reír,
Es querer
regresar el tiempo
Y dormir en ese
recuerdo.
(lindaestrella)
Sentirse
abandonado es una de las sensaciones más amargas y terribles que existen en la
vida. Saberse desamparado por los amigos, la familia, aquellos en los que
habías depositado toda tu confianza, es un mensaje ácido que nos da a entender
que no tenemos el cariño o el afecto de los demás. Es como si el mundo te
dijera que no sirves para nada, que no tienes valor para nadie y que a nadie le
importa lo que te ocurra. El abandono es primo hermano de la soledad, aquel
estado triste y deprimente en el que uno se sume cuando gritamos y nadie presta
oído a lo que tenemos que decir. El abandono parte de la premisa inicial en la
que un día estuvimos acompañados, arropados e intercomunicados con otras
personas, pero que por distintas razones, ninguna de ellas justificada o
razonable, hemos sido marginados y apartados del calor de lazos de amistad y fraternidad.
Abandonar a alguien supone dejarlo sin recursos para volver a recuperar la
conexión pasada con la sociedad, con la comunidad o con un entorno familiar.
Los
testimonios y experiencias de personas que han sido abandonadas no tienen fin.
Esposas abandonadas por sus esposos y viceversa, hijos abandonados por sus
padres, amigos traicionados por supuestos amigos, hermanos desamparados por sus
propios hermanos, gobiernos que muestran una indiferencia supina hacia los más
necesitados de la sociedad, son solo exponentes de una realidad propiciada por
la abundancia de la maldad en el alma humana y por la dureza del corazón del
hombre y la mujer a lo largo de la historia. Tal vez tú mismo te hayas sentido
abandonado en alguna ocasión, o estés siendo ahora mismo objeto de la mordedura
del olvido y el desprecio de los demás. Lo cierto es que la Palabra de Dios
también contempla y describe con sumo patetismo situaciones de abandono por las
que pasan personajes como Job, prácticamente la totalidad de profetas, Pablo, y
especialmente Jesús en la cruz del Calvario. Hoy escogemos para tratar el tema
de la esperanza para los abandonados a David, el rey salmista, el cual, de
forma poética, sensible y magistral, retrata su alma abandonada por aquellos
que creía eran sus amigos, aliados y hermanos.
A. EL
ABANDONADO HALLA SU ESPERANZA EN LA ORACIÓN
“Con mi voz
clamaré al Señor; con mi voz pediré al Señor misericordia. Delante de él
expondré mi queja; delante de él manifestaré mi angustia. Cuando mi espíritu se
angustiaba dentro de mí, tú conociste mi senda… Clamé a ti, oh Señor; dije: Tú
eres mi esperanza, y mi porción en la tierra de los vivientes. Escucha mi
clamor, porque estoy muy afligido.” (vv. 1-3 a, 5-6 a)
Aquel
que es abandonado en la cuneta de la vida tiene conciencia de que ya no puede
recurrir como antes a la ayuda y atención de otro ser humano. La desconfianza
se adueña del alma y la sospecha de otra decepción comienza a carcomer cada
resquicio de confianza que pudiese haber hacia cualquier otro semejante. En la
soledad de los días y las noches, al único al que puede acudir para ser
escuchado es a Dios. El clamor, que no es sino una expresión vivaz y entrañable
de un estado de ánimo destrozado por la traición, sube ante la presencia de
Dios para que sea Él, Aquel que conoce mejor que nadie el contenido y esencia
de su corazón, el que le brinde el consuelo y la compañía que otros le han
negado. La voz del quebrantado por el abandono, temblorosa y teñida en llanto,
ruega a Dios que le sea propicio, que le colme de una misericordia que otros no
tuvieron con él.
Cuando
los oídos de la gente que creíamos que nos quería y nos apreciaba se cierran
ante nuestro dolor y sufrimiento, cuando el desdén y el desprecio aparecen en
la mirada de nuestros supuestos amigos, y cuando la puñalada trapera de la
traición sigue sangrando en nuestras espaldas, entonces es cuando nos damos
cuenta de que solo en Dios encontramos nuestra esperanza y nuestro cobijo: “En el camino en que andaba, me escondieron
lazo. Mira a mi diestra y observa, pues no hay quien me quiera conocer, no
tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida.” (vv. 3b-4).
En su
presencia acogedora, Dios escucha nuestras quejas contra aquellos que nos
desilusionaron con su abandono. En su altar, Cristo nos muestra las llagas de
sus manos, señales de la injusticia y del abandono, para decirnos que antes que
nosotros, él ya fue desamparado por la raza humana. Solo cuando estamos a solas
con Dios en oración sincera y desgarradora es que nuestra angustia es cambiada
por comprensión, aliento y consuelo interminables. Dios ya sabe de antemano
cuáles son nuestros pasos y los pasos de aquellos que pretenden hacernos mal a
través de la alevosía de sus menosprecios, por eso, conociendo nuestra senda,
abraza nuestro espíritu para retornar el calor que otros nos arrebataron con su
indiferencia e insensibilidad. En nuestra desesperada oración Dios es siempre
el único que no nos falla ni nos decepciona, puesto que solo en Él encontramos
esperanza y vida aún en medio de las asechanzas de nuestros enemigos.
B. EL
ABANDONO HALLA SU ESPERANZA AL SER LIBERADO DE LA SOLEDAD
“Líbrame de
los que me persiguen, porque son más fuertes que yo. Saca mi alma de la cárcel,
para que alabe tu nombre; me rodearán los justos, porque tú me serás propicio.”
(vv. 6b-7)
La
soledad del abandono es una prisión oscura, fría e infecta en la que los que
nos traicionan y desprecian nos enclaustran buscando olvidarnos para siempre.
Las cadenas pesadas del menosprecio de los demás hacen que poco a poco nos
vayamos hundiendo en la autocompasión y el victimismo. Los barrotes oxidados
nos recuerdan que nuestra autoestima está por los suelos, que somos un cero a
la izquierda porque nadie nos quiere y que somos la escoria de la sociedad que
no merece seguir viviendo. El abandono tiene estos efectos en nosotros cuando
dejamos que sea la soledad la que se adueñe de nuestro ánimo y cuando no
buscamos soluciones liberadoras que nos permitan volver a saborear el placer de
ser amados. Dios ofrece dos cosas a aquellos que viven sin esperanza de volver
a ser admitidos como personas capaces de ofrecer algo a los demás y como seres
que necesitan cuidado, cariño y aprecio. La primera de ellas es liberación de
las cadenas de la soledad y del desprecio. Dios se encarga de librarnos de
aquellas amistades tóxicas que solo se acercan al árbol que mejor sombra da. El
Señor nos abre los ojos ante una realidad que hemos enmascarado con excusas y
justificaciones, mostrándonos el verdadero aspecto de aquellos que parecen ser
amigos. Nos libra de los que nos persiguen cuando nuestros recursos menguan,
nuestras fuerzas se debilitan y nuestra disposición por hacer favores se ve
mermada por las circunstancias de la vida. Nos saca de la cárcel de la soledad
para darnos una nueva esperanza, una nueva vida alejados de compañías
chupópteras que eran rémoras que se alimentaban de nuestro éxito hasta que este
declinaba. De ahí que la alabanza del abandonado sea para Dios, porque a veces
por mantener ciertas amistades dejamos pasar sus malas influencias y sus
continuas barrabasadas.
Por otro
lado, el Señor nos da esperanza en forma de compañía terrenal y fraternal. No
todos los seres humanos son traidores e indignos de confianza. Dios provee al
abandonado de una nueva red familiar a la que pertenecer. Esta red de nuevas
amistades y de hermanos en la fe se caracteriza por ser una comunidad de
justicia y amor, por ser un entramado de canales de compasión y misericordia
que Dios ha dispuesto con el nombre de iglesia para devolver el valor del
abandonado, para dar consuelo al desamparado y para insuflar gozo en el corazón
solitario. Rodeados, pues, de justos, de hijos de Dios que no se dejan llevar
por intereses ocultos o egoístas, es posible encontrar de nuevo sentido a la
vida. Solo conviviendo en la comunidad de fe que es la congregación de los
santos es que hallamos genuina amistad y auténtica fraternidad.
CONCLUSIÓN
Aunque
todos nos abandonen y nos marginen, sabemos que Dios nunca lo hará: “Porque no abandonará el Señor a su pueblo,
ni desamparará su heredad.” (Salmos 94:14). El temor de la soledad
desaparece y el miedo a ser abandonado se desvanece cuando recordamos la
promesa de Dios: “El Señor es mi
ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre.” (Hebreos 13:6). Sea
que estés solo, abandonado o desamparado, recuerda que hay esperanza para ti si
depositas tu fe y tu confianza en el mejor amigo que podrás tener nunca:
Cristo.
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