ESPERANZA PARA EL ADICTO
SERIE DE
SERMONES “¡HAY ESPERANZA!”
TEXTO
BÍBLICO: 1 CORINTIOS 6:9-12
INTRODUCCIÓN
La
adicción, según el DRAE, es un “hábito
de conductas peligrosas o de consumo de determinados productos, en especial
drogas, y del que no se puede prescindir o resulta muy difícil hacerlo por
razones de dependencia psicológica o incluso fisiológica.” También este
término se refiere a tener una “afición
desmesurada a algo.” Los entendidos en adicciones concuerdan en el hecho de
que éstas implican una permanente y completa incapacidad de controlar sus actos,
una dificultad patente para desengancharse de la adicción, un ansia
irreprimible de seguir llevando a cabo acciones compulsivas y autodestructivas,
una negación de que tienen un serio problema de conducta y de interrelación con
los demás, y una respuesta emocional disfuncional y errática. El adicto ve como
poco a poco se va consumiendo en vida a ojos vista. Existe un gran abanico de
adicciones a las que muchas personas se aferran sin darse cuenta de las
gravísimas secuelas que estas adicciones provocan en su cuerpo, en su mente y
en su alma.
Las
adicciones más comunes en el tiempo que nos toca vivir se refieren al consumo
de sustancias estupefacientes como la marihuana, las drogas de diseño, el
alcohol y el tabaco, al sexo desenfrenado, a la ludopatía, a la pornografía, a
la televisión, al deporte, a las nuevas tecnologías y a internet. Todas estas
adicciones logran esclavizar al ser humano, separándole de la felicidad y de la
sociedad por medio de sus promesas de placer inmediato e instantáneo. Aquellas
personas que viven atrapadas en los tentáculos de la adicción requieren de una
atención personalizada, de una consejería audaz y amorosa y de un cuidado
misericordioso. Todo aquello que resta tiempo, esfuerzos y dedicación a las
prioridades vitales que todo ser humano tiene, como son la familia, el trabajo
o estudio, y la devoción a Dios, suelen ser ídolos ante los que nos postramos y
ante los cuales nos cuesta horrores renunciar a seguir sirviéndolos. Satanás
utiliza astutamente estas adicciones para seguir hundiendo al hombre y a la
mujer actuales en deleites que tan pronto como vienen se van, y que solo
procuran miseria y desolación.
Las
adicciones siempre han formado parte del alma pecaminosa del ser humano. A lo
largo de todas las épocas y edades, la raza humana se ha entregado demasiado
fácilmente a vicios inconfesables y perversiones abominables. La desmesurada
afición a determinadas cosas, sustancias o prácticas que Dios no aprueba,
siempre han retratado el vacío interior y la necesidad espiritual de todos los
hombres. En vez de acudir al Señor para recibir la vida eterna que pudiese
satisfacer todas las carencias materiales y espirituales, los seres humanos han
preferido refugiarse en conductas abochornantes y deleznables que solo
mitigaban la soledad y el ansia de placer solo por un efímero instante. Pablo
entendía perfectamente esta lucha interior en la que la adicción a prácticas
que Dios aborrecía de plano debía dar paso al afecto profundo y completo hacia
Cristo. Por eso, cuando conoce los entresijos y detalles de las andanzas de los
miembros de la iglesia cristiana en Corinto, no puede por menos que tomar las
riendas de la situación lamentable en la que se hallaba esta comunidad de fe.
Malinterpretando la gracia de Dios como excusa para pecar con mayor
vigor y frecuencia, y distorsionando la idea de libertad en Cristo como una
justificación para el libertinaje, los miembros de la iglesia en Corinto
estaban deformando la esencia de la salvación de Dios. Pablo les recrimina y
recuerda que la verdadera dimensión de la gracia y la libertad cristiana no
reside en seguir el mismo camino que antes de conocer las buenas noticias de la
redención. Tal y como señala con sus palabras, “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios?” (v. 9),
el apóstol dictamina que solo heredarán la salvación aquellos que buscan la
justicia y la verdad. Por injustos, Pablo quiere poner el foco en personas que
practican la maldad sistemáticamente, como si de un sistema conductual se
tratase. La lista que viene a continuación es un ejemplo de conductas
condenables por Dios, no de errores puntuales o tropiezos aislados. Cuando
Pablo habla de lujuria, idolatría, homosexualidad, latrocinio, avaricia,
embriaguez, difamación o estafa, lo hace en términos de práctica constante y
continuada en el tiempo. Se trataba de personas que hacían de la fornicación,
de la idolatría, del adulterio, del afeminamiento, de la homosexualidad, del
robo, de la avaricia, del consumo abusivo de bebidas alcohólicas y de la
mentira, un estilo de vida que consideraban normalizado y pasado por alto por
el evangelio de amor y salvación de Cristo.
Pablo no
quiere que esta clase de personas que viven por y para la adicción, que
fundamentan sus actos y palabras sobre la base de perseverar en el pecado, y
que son simples esclavos de sus vicios y destructivas prácticas, perezcan. Por
esta razón, el apóstol de los gentiles no duda en querer convencer a su
audiencia de que están equivocados si piensan que la gracia abundante y
preciosa de Dios les va a permitir seguir con sus desvaríos y conductas
adictivas: “No erréis; ni los
fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que
se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los
maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.” (v. 9, 10).
Nadie que anteponga sus aficiones, adicciones o pasiones personales pecaminosas
a obedecer a Dios y vivir en santidad conforme a sus indicaciones, puede
recibir de Dios la salvación. Erigir ídolos y dioses alternativos o sucedáneos
de Dios es incurrir en un paganismo extraordinariamente desagradable para el
Señor, nuestro Dios celoso y tres veces santo.
Entonces,
¿hay esperanza para aquellos que siguen entregados a la adicción y que son
manipulados como marionetas por Satanás, aprovechándose de sus deseos carnales
y desaforados? Pablo cree firmemente que así es, que hay esperanza para ellos
en tanto en cuanto recuerden de qué infecta fosa de perdición salieron y quién
los sacó del pozo cenagoso de sus adicciones. Cristo nos ofrece esta clase de
esperanza, una esperanza que rompe las cadenas de la adicción y que nos libera
de la telaraña pegajosa del pecado.
A.
ESPERANZA EN LA PURIFICACIÓN
“Y esto
erais algunos; mas ya habéis sido lavados.” (v. 11)
El
adicto encuentra esperanza en Cristo cuando reconoce que está muerto
espiritualmente y que su corazón está sucio y polvoriento. Cuando el adicto
confiesa sinceramente su necesidad de ser perdonado por todos sus actos,
palabras y pensamientos perversos, entonces Cristo lava todo su ser con su
sangre carmesí, purificando su alma, perdonando todos sus pecados y brindándole
vida eterna. En el preciso momento en el que esto sucede nos convertimos en
testigos de excepción del “lavamiento de
la regeneración.” (Tito 3:5). Cristo desmenuza aquellos lazos que el adicto
tenía con su vieja vida pasada, colocando en el alma la pureza de la
regeneración. Una renovada existencia surge de las cenizas de las cuerdas con
que les amarraba su adicción. Un nuevo panorama de gozo, paz y misericordia se
abre en ese preciso momento ante él, de tal modo que considera sus antiguas
aficiones como basura ante la gloria de su salvación.
Nacer de
nuevo a una vida con Cristo significa no volver a caer bajo el influjo de una
adicción pasada, ya que como Pablo afirma en 2 Corintios, “si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron;
he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17). Caminar en novedad de
vida hace que veamos el mundo, las circunstancias y a Dios de una manera
completamente nueva y diferente que solo nos procura bienestar espiritual y
alegría incontenible. Ya no recaemos en las adicciones de nuestra vida
anterior, sino que ahora nos aplicamos a obrar en justicia y verdad: “Porque somos hechura suya, creados en
Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas.” (Efesios 2:10).
B.
ESPERANZA EN LA SANTIFICACIÓN
“Ya habéis
sido santificados.” (v. 11)
Una vez
recibimos de Cristo el privilegio de volver a nacer y de poner nuestro contador
a cero después de haber sido presa de las adicciones, un nuevo regalo en forma
de santificación nos es dado. El nuevo nacimiento no es suficiente para
continuar por las escabrosas y espinosas sendas de este mundo. También es
menester adquirir una nueva conducta, una conducta que ya no se rige por los
caprichos y engaños de las adicciones que dejamos atrás, sino que ahora se
sujeta y somete a la voluntad de Dios. Dejamos de ser unos adictos dignos de
condenar a ser personas que en Cristo son transformadas por el poder y obra del
Espíritu Santo hasta el fin de nuestros días sobre esta tierra. El proceso
santificador que el Espíritu de Vida lleva a cabo en nosotros, elimina
progresivamente nuestras ansias por volver a depender de sustancias y conductas
adictivas, para atesorar y anhelar con mayor pasión las cosas de Dios. Así es
como somos capaces de vivir una vida sensata, honesta, humilde y recta, dejando
que el Espíritu Santo siga moldeándonos a imagen y semejanza de nuestro modelo
por excelencia de libertad, gracia y verdad: Jesucristo.
C.
ESPERANZA EN LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE EN CRISTO
“Ya habéis
sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro
Dios.” (v. 11)
Justo
cuando somos regenerados en Cristo y nos entregamos a la guía santificadora del
Espíritu Santo, adquirimos un nuevo estado ante Dios Padre. Somos justificados
por la fe en Cristo, esto es, somos revestidos de la justicia de Cristo
mientras toda la podredumbre y suciedad de nuestros pecados es asumida por él
en la cruz del Calvario. El Señor ya no nos mira con disgusto y desagrado por
causa de nuestras iniquidades, rebeldías e impiedades, sino que nos ve a través
de la justicia e inocencia que nos ha sido imputada al haber creído en Cristo
como nuestro Señor y Salvador: “Con
respecto a nosotros a quienes ha de ser contada (la fe), esto es, a los que
creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue
entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra
justificación.” (Romanos 4:22-25).
Todas
nuestras adicciones son solo un mal recuerdo que se desvanecen conforme el
poder perdonador de Cristo nos restaura en la comunión con Dios Padre y nos
encamina a someternos voluntariamente a la obra santificadora del Espíritu
Santo. En respuesta al poder, a la voluntad y a la obra redentora de Cristo en
nuestro favor, nosotros dejamos atrás las adicciones para recibir las
bendiciones más increíbles que podamos soñar nunca. Hoy, si nos hemos
comprometido a seguir a Cristo cada jornada de nuestras existencias, tenemos la
absoluta seguridad de que aunque tropecemos, siempre podremos ir ante el trono
de Dios para confesar nuestras faltas y para arrepentirnos de ellas.
CONCLUSIÓN
Pablo, en
este despliegue de esperanza, salvación y liberación de las adicciones e
idolatrías, quiere dejarnos una sabia frase que debería presidir cada una de
nuestras decisiones en el futuro, sobre todo de aquellas que puedan
relacionarse con nuevas tentaciones y adicciones: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las
cosas me son lícitas, mas no me dejaré dominar de ninguna.” (v. 12). En
conciencia, reflexiona siempre con la calma y prudencia que solo Dios sabe dar
a sus hijos, para que ninguna cosa inconveniente o adictiva vuelva a dominarnos
alejándonos de su comunión y presencia.
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