¡HAY ESPERANZA!





SERIE DE SERMONES “¡HAY ESPERANZA!”

TEXTO BÍBLICO: ROMANOS 15:13

INTRODUCCIÓN

       Un año nuevo nos contempla entre planes, propósitos de enmienda y sueños de futuro. Un buen momento en el que intentar poner el cuentakilómetros a cero se presenta ante nosotros para revitalizar lo que pudiese haber ido muriendo en el año que ya ha pasado. A mi modesto parecer, mientras tratamos de refundar nuestros hábitos, actitudes y metas, el comienzo de un nuevo año siempre debe presagiar que lo mejor está por llegar. Esa especie de sensación que revolotea en nuestra alma, esas mariposas que nos hacen sentir un cosquilleo en nuestro corazón y ese sentimiento de que aunque dejamos atrás cosas importantes, otras vendrán para consolar nuestras pérdidas, son parte de ese deseo de comenzar con renovadas energías un año repleto de oportunidades que aprovechar y circunstancias que exprimir al máximo. En estos precisos instantes es cuando la esperanza quiere apoderarse de nuestros caminos y vidas para dar un sentido más importante y bendito a todo aquello que vayamos a emprender. Me encanta como Noel Clarasó, un escritor español, describe esta idea de esperanza: “En cada amanecer hay un vivo poema de esperanza, y, al acostarnos, pensemos que amanecerá.” 

     La esperanza, ese estado de ánimo optimista que se fundamenta en la expectativa de resultados favorables y de objetivos felices, es lo que más necesitamos en un mundo en el que ésta se ha devaluado considerablemente. Vivimos tiempos en los que la desesperación cunde en una sociedad materialista y utilitarista, la cual cuando ve frustrados sus intentos por ser felices a través del hedonismo y del relativismo, se sume en un estado de depresión constante. Cuando la esperanza no se deposita en lo eterno y trascendente, de lo cual Cristo es el máximo exponente del universo, el mundo se pierde en el laberinto del amor por lo terrenal y lo mundano. Así nos encontrábamos todos antes de depositar nuestra fe y esperanza en Cristo, “sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12). Vivir sin esperanza de nada es morir en vida, o como André Giroux, escritor francés, señaló en una ocasión, “el infierno es esperar sin esperanza.” Sin esperanza la tristeza se aposenta en el corazón y el pasotismo se instala en nuestra manera de ver la existencia. Ver como se desmorona nuestra confianza en los hombres y en todo lo que se predica como deseable, infunde el miedo y el temor en nuestros espíritus. 

     No obstante, mientras exista la iglesia de Cristo en este mundo, la esperanza será predicada y anunciada. Oscar Wilde, escritor inglés de renombre, no se resigna a ver cómo la raza humana se despeña por el acantilado de la desesperación: “Todos estamos en la cloaca, pero algunos miramos las estrellas.” Podemos corroborar la negrura del alma humana y la poca fe que en ésta se tiene para recibir bendiciones y bienes, mas sin embargo, el creyente ha de contemplar el firmamento de la gloria de Dios a la espera de las obras salvadoras de su poder y gracia. Mientras la comunidad de esperanza por excelencia que es la iglesia sea la depositaria del mensaje de salvación en Cristo, este mundo todavía podrá saber que la muerte no es el final, que las posesiones terrenales son efímeras y que la gloria eterna nos aguarda en el horizonte de los tiempos. A pesar de que no haya muchos motivos para albergar esperanzas si nos atenemos a la capacidad perversa que el ser humano tiene de autodestruirse, prefiero adscribirme a la postura de Martin Luther King Jr. cuando dijo que “si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano.” Empleando el tan manido refrán de que la esperanza es lo último que se pierde, nosotros, como creyentes esperanzados no hemos de dudar ni por un instante en convocar a la humanidad a la esperanza viva que se encuentra en y que es Cristo, nuestro Señor y Salvador.

A. EL DIOS DE LA ESPERANZA NOS LLENA DE GOZO

“Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo”

     La esperanza cristiana, aún en medio de tiempos turbulentos como en los que nos toca vivir, encuentra su meta en Dios. Del mismo modo que nuestro origen y principio se halla en las manos creadoras de nuestro Dios, así nuestro futuro y porvenir eterno perfila su verdadera dimensión trascendente en Él. De Él venimos y a Él vamos. Nuestra meta en la vida es glorificarle y conocerle plenamente, y por ello, cuando la esperanza se convierte en nuestra compañera y aliada, ni el dolor, ni la tragedia, ni los deseos materiales, ni las tentaciones de la carne, ni ninguna otra cosa creada podrá apartarnos de nuestro objetivo final y definitivo: dar la gloria a Dios por los siglos de los siglos. Podríamos por tanto decir que Dios es el objeto de nuestra esperanza, y que nuestras expectativas más fervientes se concentran en cumplir obedientemente su voluntad en previsión de vivir eternamente disfrutando de su majestuosa y amorosa presencia.

    Además, Dios es fuente de esta esperanza. Es un regalo o don de Dios que nos entrega a través de su Espíritu Santo. No esperamos como resultado de nuestra amplia capacidad de esperar y aguardar, sino que es Dios mismo el que nos ofrece este fruto espiritual para suplir nuestra impaciencia y nuestras prisas. De natural, el ser humano lo quiere todo de manera inmediata e instantánea, y por ello, éste se desespera al no ver cumplidas sus cortas y falsas expectativas de lo que Dios habrá de hacer. Como un rico y abundante manantial, Dios dispensa a todos los creyentes una esperanza gozosa que se traduce en felicidad de vida, en júbilo a pesar de los tiempos difíciles y en una alegría que no mira lo presente y pasajero, sino que posa sus ojos en lo perdurable y perenne. Nos llenamos de regocijo al tener la certeza de que la esperanza que Dios nos brinda es una esperanza segura y fiel. Dios cumple aquello que promete, y por lo tanto, aunque derramemos alguna que otra lágrima de impotencia e indignación, Dios se ha hecho cargo de nuestro destino, el cual se halla oculto y cubierto por la obra de Cristo en la cruz del Calvario. Pablo lo afirma diciendo lo siguiente: “La esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos.” (Tito 1:2). Este gozo no es efímero o momentáneo, sino que es un gozo pleno y completo que se perfecciona en el cumplimiento de las promesas de Dios para sus hijos.

B. EL DIOS DE ESPERANZA NOS LLENA DE PAZ

“Y el Dios de esperanza os llene de toda paz.”

      Si es importante estar gozosos mientras esperamos el regreso de Cristo que consumará todas las cosas, tan importante como esto es estar llenos de paz. El futuro siempre ha inquietado y atemorizado al ser humano. Qué ocurrirá en el porvenir, cómo serán las cosas en este nuevo año o de qué forma superaremos los obstáculos que puedan sobrevenirnos, son algunas de las preguntas que pueden surgir en el corazón del ser humano ante lo desconocido. El ansia que siempre ha tenido el hombre y la mujer de saber qué les depara el futuro les ha llevado a consultar a horoscoperas, adivinas y agoreros a lo largo de la historia. Por supuesto, todo este afán que trae preocuparse en demasía por lo que haya de ocurrir mañana, solo lleva a la desazón, a la intranquilidad y a la ansiedad. La paz que debería reinar en los corazones de los seres humanos ha sido sustituida por una inseguridad terrible que daña la mente, el cuerpo y el alma. 

    La esperanza que es Dios y que de Él brota a raudales sosiega nuestro espíritu y apacigua nuestra inquietud. Saber a ciencia cierta que Dios está al control de todas las cosas, entender que su soberanía es absoluta y comprender que Él ya ha provisto en su Hijo Jesucristo todo aquello que pudiésemos soñar, desear y necesitar. La paz que Dios da a nuestro ser es, sin duda alguna, uno de los signos inequívocos de que nuestra esperanza está anclada en la verdad y en los propósitos sabios de Dios. Es esa clase de paz que supera las tribulaciones, que endulza los instantes más amargos y que nos permite dar testimonio a los demás de que nuestra fe en Dios no es una fe vana o sin sentido. En esta paz que procede de Dios podemos unirnos a Benjamín Disraelí, estadista inglés, en esta aseveración: “Estoy preparado para lo peor, pero espero lo mejor.”

C. EL DIOS DE LA ESPERANZA NOS LLENA DE FE

“Y el Dios de esperanza os llene de toda paz en el creer.”

     La fe es fundamental para entender correctamente el alcance, presencia y efectos de la esperanza en nuestras vidas tan limitadas y ansiosas. Dios nos llena de fe para esperar convenientemente hasta que Cristo vuelva para culminar y consumar la esperanza de nuestra salvación. Pablo supo explicar esta realidad de la fe en conjunción con la esperanza cuando escribió: “Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos.” (Romanos 8:24). Nuestra espera paciente se aferra con fuerza de la fe que el Espíritu Santo nos entrega sin medida: “Pues nosotros por el Espíritu aguardamos por la fe la esperanza de la justicia.” (Gálatas 5:5). La fe en Cristo nos permite vivir tranquilos y confiados en esta espera: “Si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído.” (Colosenses 1:23). 

    Por fe es que podemos esperar en paz y amor la gloria venidera de Dios: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.” (Romanos 5:2); “A causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio.” (Colosenses 1:5). Esta esperanza de gloria que anhelamos y por la cual suspiramos mientras clamamos diciendo “¡Maranatha!”, es nuestro Señor Jesucristo habitando en nosotros (Colosenses 1:27) y que ha de manifestarse en majestad y esplendor: “Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.” (Tito 2:13). 

CONCLUSIÓN

“Para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo.”

     Mientras esperamos, no hemos de permanecer inactivos, sino que más bien hemos de trabajar por imbuir de esta esperanza a cada uno de nuestros prójimos. Habiendo sido salvos por fe mediante la gracia de Dios en Cristo, no podemos acallar nuestro gozo por proclamar que en Cristo hay esperanza para la humanidad desesperada y descentrada; no debemos dudar de las promesas inmutables de Dios ni hemos de ser víctimas de la zozobra y así demostrar a nuestros congéneres que en Cristo siempre existe una nueva oportunidad de recibir perdón y salvación; y no podemos dejar de creer que, sin importar las vicisitudes de la vida, Cristo regresará para consumar definitiva y totalmente esta esperanza viva que nos da fuerzas en la flaqueza para perseverar en la vida cristiana. Al recibir de Dios esperanza y al mirar a Cristo como nuestra única y perfecta esperanza, nuestra es la tarea de abundar en ella a través de nuestras acciones, palabras y actitudes. Con la ayuda inestimable del Espíritu Santo y con el poder inexorable de su guía y compañía, nuestro deseo siempre será que cuantos se relacionen con nosotros, puedan exclamar como nosotros hicimos un día: “¡Hay esperanza en Cristo, nuestro Señor y Salvador!”

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