ARREGLANDO DESAGUISADOS
SERIE DE
ESTUDIOS SOBRE ENCONTRONAZOS BÍBLICOS “CUANDO COLISIONAN LAS RELACIONES”
TEXTO
BÍBLICO: 1 SAMUEL 25
INTRODUCCIÓN
Según el
diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, un desaguisado es “un agravio, una acción que va contra la
ley, la razón o el orden.” Esta clase de agravios están a la orden del día.
Existen ultrajes a la ley que se convierten en transgresiones y delitos. Hay
desmanes que se cometen sin ton ni son contra el sentido común y la lógica. También
vemos como el orden establecido, la armonía y las buenas relaciones personales
son soliviantadas flagrantemente con actuaciones que provocan el caos y el
desconcierto. Desaguisados hay muchos y de muchas formas. En el campo de las
relaciones interpersonales estos desaguisados suelen destruir y debilitar
aquellos lazos que solemos construir con aquellos con los que convivimos y
experimentamos esto que llamamos vida. El agravio acontece en una relación
cuando, a sabiendas de que una cosa es correcta y provechosa para mantener la
paz y la comunión, se lleva a cabo otra antagónica, absurda y carente de
sentido. Por ejemplo, un desaguisado relacional sería despreciar la ayuda que
se le brinda a alguien con la excusa de que nadie le pidió que le hiciese un favor
determinado. Por tanto, desaguisados así constatamos miles a lo largo de
nuestras existencias.
En la
historia bíblica de hoy nos enfrentamos a un desaguisado monumental perpetrado
por un inconsciente e imprudente individuo en detrimento de una relación de
apoyo y protección que se estaba dando implícitamente. Tres son los personajes
que intervienen en este pasaje del Antiguo Testamento para demostrarnos que
siempre se está a tiempo de arreglar un desaguisado que otro comete, siempre y
cuando el que comete la ofensa tiene a su lado a una persona sabia y sensata. Este
es el caso de David, de Nabal y de Abigail, actores de una narración que podía
haber acabado en escabechina, y que sin embargo, el sentido común es capaz de
solventar airosamente.
A. QUID PRO
QUO
“Y se
levantó David y se fue al desierto de Parán. Y en Maón había un hombre que
tenía su hacienda en Carmel, el cual era muy rico, y tenía tres mil ovejas y
mil cabras. Y aconteció que estaba esquilando sus ovejas en Carmel. Y aquel
varón se llamaba Nabal, y su mujer, Abigail. Era aquella mujer de buen
entendimiento y de hermosa apariencia, pero el hombre era duro y de malas
obras; y era del linaje de Caleb. Y oyó David en el desierto que Nabal
esquilaba sus ovejas. Entonces envió David diez jóvenes y les dijo: Subid a
Carmel e id a Nabal, y saludadle en mi nombre, y decidle así: Sea paz a ti, paz
a tu familia, y paz a todo cuanto tienes. He sabido que tienes esquiladores.
Ahora, tus pastores han estado con nosotros; no les tratamos mal, ni les faltó
nada en todo el tiempo que han estado en Carmel. Pregunta a tus criados, y
ellos te lo dirán. Hallen, por tanto, estos jóvenes gracia en tus ojos, porque
hemos venido en buen día; te ruego que des lo que tuvieres a mano a tus
siervos, y a tu hijo David.” (vv. 1-8)
Tras la
muerte de Samuel, profeta, juez y sacerdote de Israel durante largos años, el
panorama de David comienza a despejarse en lo que se refería a su futuro
reinado. Pero hasta que el Señor determinase claramente el final del gobierno
de Saúl, David debía permanecer lejos de la capital del reino a fin de no
precipitar los acontecimientos ni tener que enfrentarse con Saúl, su más
acérrimo enemigo. En su vagabundeo por las tierras adyacentes a la corte real,
David y su pequeño ejército de mercenarios decide instalarse en las
inmediaciones del desierto de Parán. Este inhóspito territorio se hallaba en el
centro de la península del Sinaí, y podemos imaginarnos que los recursos que
éste podía brindar a todo un ejército eran a todas luces muy limitados. Cerca
de este desierto se hallaba Maón, una ciudad de Judá cuyo nombre significaba
“morada”, que nos da a entender que era una especie de oasis hospitalario en
una zona desértica y agreste. En esta localidad vivía Nabal, un ganadero calebita
que contaba con una próspera hacienda a los pies del Carmel, junto con su
esposa Abigail.
Como la
propia Abigail se encargará de dejar claro, el nombre de Nabal venía como
anillo al dedo de su esposo, puesto que Nabal significa “estúpido”, y muy estúpidas
e imprudentes fueron todas y cada una de sus decisiones a lo largo de su vida.
Tan distinta como la noche al día era su esposa Abigail, cuyo nombre
significaba “alegría de mi padre” o “fuente de gozo”, y que poseía unas
características físicas y mentales diametralmente opuestas a Nabal. Si Nabal
era un hombre correoso, áspero, basto y malvado, Abigail por el contrario era
un compendio de equilibrio mental y de belleza deslumbrante. El cómo acabaron
unidas por el matrimonio dos personas tan diferentes solo es achacable a los
enlaces concertados que eran parte de las tradiciones y costumbres culturales
de la época. Conociendo estos detalles, nos aproximamos al detonante de un
conflicto que podía haber acabado como el rosario de la aurora.
En
aquellas latitudes y en aquellos tiempos era típico y preceptivo celebrar una
gran fiesta cuando se esquilaban las ovejas, ya que de algún modo se estaba
cosechando el fruto de la cría del ganado. En estas festividades todo era
gratitud a Dios y generosidad gozosa, por lo que, cuando David se entera de que
la esquila ya está produciéndose, decide aprovechar la ocasión para solicitar
de Nabal algo de comida y bebida con que poder solazarse también en medio de
los áridos y yermos montes del desierto de Parán. El envío de diez jóvenes por
parte de David obedece a que tal vez el corazón de Nabal pudiese ablandarse un
tanto y así proveer a estos emisarios de alimentos y otros regalos con que
mitigar la soledad y la dureza de los polvorientos caminos de Carmel y alrededores.
El mensaje que estos diez jóvenes debían comunicar a Nabal era muy sencillo y
repleto de la lógica cultural que en aquellos tiempos existía del quid pro quo,
esto es, de pagar favor con favor. Del mismo modo que el ejército de David
había protegido a los pastores de fieras o bandoleros sin solicitar nada a
cambio, ahora esperaba de Nabal, en un tiempo en el que la fiesta expresaba la
alegría y la generosidad, una señal de que agradecía el cuidado y el auxilio
que David le había ofrecido. En términos de justicia, esto no debía ser un
problema: ráscame la espalda y luego ya te la rascaré yo. Todos salían ganando
y así se consumaba un pacto de socorro mutuo. Además David no pretende ser
contemplado como una amenaza, o como un pordiosero al que darle una limosnita.
David, con humildad y respeto, desea que Nabal sea consciente de que su
regocijo en la esquila también ha sido gracias a su respaldo militar.
B. EL
DESAGUISADO PADRE
“Cuando
llegaron los jóvenes enviados por David, dijeron a Nabal todas estas palabras
en nombre de David, y callaron. Y Nabal respondió a los jóvenes enviados por
David, y dijo: ¿Quién es David, y quién es el hijo de Isaí? Muchos siervos hay
hoy que huyen de sus señores. ¿He de tomar yo ahora mi pan, mi agua, y la carne
que preparado para mis esquiladores, y darla a hombres que no sé de dónde son?
Y los jóvenes que había enviado David se volvieron por su camino, y vinieron y
dijeron a David todas estas palabras. Entonces David dijo a sus hombres: Cíñase
cada uno su espada. Y se ciñó cada uno su espada y también David se ciñó su
espada; y subieron tras David como cuatrocientos hombres, y dejaron doscientos
con el bagaje.” (vv. 9-13)
Ni por
asomo aquellos jóvenes enviados por David pensaban que se les iba a dar con la
puerta en las narices. Quedaron absolutamente asombrados ante tamaña osadía y
afrenta. La hospitalidad debida a cualquiera, y más en tiempos de fiesta y
alegría, había sido quebrantada de manera ominosa y flagrante. La respuesta de
Nabal, un ejemplo de la insensatez y de la imbecilidad humana, es una sentencia
definitiva aunque éste ni siquiera lo sepa. Provocador y orgulloso, Nabal
ningunea a David, despreciándolo por su traición a Saúl y desdeñando toda
cuanta ayuda y protección haya recibido de su parte. El desaguisado explota
ante los desconcertados ojos de los jóvenes mensajeros, mientras son testigos
de cómo la humillación y la soberbia se unen en una sola persona: Nabal. Solo
se escucha a sí mismo y rechaza oír cualquiera de los relatos de sus pastores y
sirvientes relativos a la inestimable colaboración de David. Los jóvenes,
apesadumbrados y viendo cómo se comienza a formar una tormenta sin vuelta
atrás, se retiran para contar lo sucedido a David, su jefe.
David
cuando escucha el informe que sus embajadores le traen, reacciona como
cualquiera hubiese reaccionado en su lugar en unas circunstancias parecidas. Su
nombre había sido afrentado, la supuesta hospitalidad se había desvanecido para
dar paso a la enemistad y la vindicación, y el valor de todo lo que habían
tenido que padecer cuidando de los rebaños de Nabal y rechazando los ataques de
cuatreros y bandas de ladrones de ganado había sido tirado completamente por
tierra. La acción más inmediata no se hace esperar: todos deben disponerse para
dar una lección de humildad, gratitud y justicia a este individuo tan seguro de
sí mismo, tan arrogante y tan desagradecido. Tal vez podamos pensar que David
se lo había tomado demasiado a pecho, pero no olvidemos que si una norma no
escrita, prácticamente una práctica sagrada en aquellos tiempos, era
quebrantada de una forma tan vil y abyecta, el orden establecido de
generosidad, afecto fraternal y justicia social estaría abocado a desaparecer,
dando rienda suelta a la anarquía, la ingratitud y la maldad. Así pues, David
decide que Nabal pagará por su agravio con su propia sangre.
C.
ARREGLANDO EL DESAGUISADO
“Pero uno
de los criados dio aviso a Abigail mujer de Nabal, diciendo: He aquí David envió
mensajeros al desierto que saludasen a nuestro amo, y él los ha zaherido. Y
aquellos hombres han sido muy buenos con nosotros, y nunca nos trataron mal, ni
nos faltó nada en todo el tiempo que anduvimos con ellos, cuando estábamos en
el campo. Muro fueron para nosotros de día y de noche, todos los días que hemos
estado con ellos apacentando las ovejas. Ahora, pues, reflexiona y ve lo que
has de hacer, porque el mal está ya resuelto contra nuestro amo y contra toda
su casa; pues él es un hombre tan perverso, que no hay quien pueda hablarle.
Entonces Abigail tomó luego doscientos panes, dos cueros de vino, cinco ovejas
guisadas, cinco medidas de grano tostado, cien racimos de uvas pasas, y
doscientos panes de higos secos, y lo cargó todo en asnos. Y dijo a sus
criados: Id delante de mí, y yo os seguiré luego; y nada declaró a su marido
Nabal. Y montando un asno, descendió por una parte secreta del monte; y he aquí
David y sus hombres venían frente a ella, y ella les salió al encuentro. Y
David había dicho: Ciertamente en vano he guardado todo lo que éste tiene en el
desierto, sin que nada le haya faltado de todo cuanto es suyo; y él me ha
vuelto mal por bien. Así haga Dios a los enemigos de David y aun les añada, que
de aquí a mañana, de todo lo que fuere suyo no he de dejar con vida ni un
varón. Y cuando Abigail vio a David, se bajó prontamente del asno, y
postrándose sobre su rostro delante de David, se inclinó a tierra; y se echó a
sus pies, y dijo: Señor mío, sobre mí sea el pecado; mas te ruego que permitas
que tu sierva hable a tus oídos, y escucha las palabras de tu sierva. No haga
caso ahora mi señor de ese hombre perverso, de Nabal; porque conforme a su
nombre, así es. Él se llama Nabal, y la insensatez está con él; mas yo tu
sierva no vi a los jóvenes que tú enviaste. Ahora pues, señor mío, vive Jehová,
y vive tu alma, que Jehová te ha impedido el venir a derramar sangre y vengarte
por tu propia mano. Sean, pues, como Nabal tus enemigos, y todos los que
procuran mal contra mi señor. Y ahora este presente que tu sierva ha traído a
mi señor, sea dado a los hombres que siguen a mi señor. Y yo te ruego que
perdones a tu sierva esta ofensa; pues Jehová de cierto hará casa estable a mi
señor, por cuanto mi señor pelea las batallas de Jehová, y mal no se ha hallado
en ti en tus días. Aunque alguien se haya levantado para perseguirte y atentar
contra tu vida, con todo, la vida de mi señor será ligada en el haz de los que
viven delante de Jehová tu Dios, y él arrojará la vida de tus enemigos como de
en medio de la palma de una honda. Y acontecerá que cuando Jehová haga con mi
señor conforme a todo el bien que ha hablado de ti, y te establezca por
príncipe sobre Israel, entonces, señor mío, no tendrás motivo de pena ni
remordimientos por haber derramado sangre sin causa, o por haberte vengado por
ti mismo. Guárdese, pues, mi señor, y cuando Jehová haga bien a mi señor,
acuérdate de tu sierva. Y dijo David a Abigail: Bendito sea Jehová Dios de
Israel, que te envió para que hoy me encontrases. Y bendito sea tu razonamiento,
y bendita tú, que me has estorbado hoy de ir a derramar sangre, y a vengarme
por mi propia mano. Porque vive Jehová Dios de Israel que me ha defendido de
hacerte mal, que si no te hubieras dado prisa en venir a mi encuentro, de aquí
a mañana no le hubiera quedado con vida a Nabal ni un varón. Y recibió David de
su mano lo que le había traído, y le dijo: Sube en paz a tu casa, y mira que he
oído tu voz, y te he tenido respeto.” (vv. 14-35)
En el
preciso instante en el que Nabal deja zanjada su conversación con los diez
jóvenes enviados por David, uno de los sirvientes, testigo de la afrenta de su
señor, no duda en acudir ipso facto a comentárselo a la cabeza pensante de la
familia: Abigail. Tras relatarle el encuentro, contarle las bondades con las
que habían sido bendecidos por parte del ejército de David y recordarle de qué
pasta estaba hecho su esposo, pide a Abigail que piense en un modo de resolver
la sentencia que ya se estaba figurando iba a tener tintes sangrientos. Ante la
imposibilidad de tratar o razonar con el terco y soberbio Nabal, solo Abigail
puede arreglar este desaguisado. Sin pensarlo demasiado, procede a planificar
un encuentro con David a las espaldas de su esposo, llevando consigo una gran
provisión de pan, vino, ovejas guisadas, harina, uvas pasas y pan de higo. Tal
vez, mostrando una generosidad que su esposo no había querido ofrecer, podría
aquietar y apaciguar las intenciones homicidas de David.
David
tenía muy claro que debía acabar con Nabal y toda su descendencia. Respirando
amenazas contra este desagradecido ganadero, se encuentra de repente con
Abigail y todo el cargamento de viandas. Abigail demuestra su respeto hacia
David sometiéndose a su poder y autoridad, y le pide que escuche sus palabras.
Todo aquello que Nabal había destruido con sus poco cuidadosas palabras, estaba
siendo reconstruido por su esposa. Abigail solicita el perdón de David,
reconociendo que Dios está con él, que su labor de protección para con sus
sirvientes debe ser recompensada, que David no ha traicionado a Saúl sino que
ha sido ungido por Dios para ser el nuevo soberano de Israel y que es una
persona justa que no se ceba en los inocentes que se ven involucrados en las
estupideces de una sola persona. Proféticamente, Abigail augura a David que
éste un día será príncipe de Israel y le aconseja que sea Dios el que vengue
este agravio. David, sin salir de su asombro, comprende que iba a cometer un
error tremendo al consumar la venganza por su propia mano. Entiende a través de
la sabiduría y diplomacia de Abigail que Dios ha detenido su espada y sus
ansias de revancha providencialmente. Felicita a Abigail por su prontitud de
reacción y por su razonamiento acertado, y aceptando los regalos de manos de
Abigail, zanja este desaguisado definitivamente.
D. EL
JUICIO PERFECTO DE DIOS
“Y Abigail
volvió a Nabal, y he aquí que él tenía banquete en su casa como banquete de
rey; y el corazón de Nabal estaba alegre, y estaba completamente ebrio, por lo
cual ella no le declaró cosa alguna hasta el día siguiente. Pero por la mañana,
cuando ya a Nabal se le habían pasado los efectos del vino, le refirió su mujer
estas cosas; y desmayó su corazón en él, y se quedó como una piedra. Y diez
días después, Jehová hirió a Nabal, y murió. Luego que David oyó que Nabal había
muerto, dijo: Bendito sea Jehová, que juzgó la causa de mi afrenta recibida de
mano de Nabal, y ha preservado del mal a su siervo; y Jehová ha vuelto la
maldad de Nabal sobre su propia cabeza. Después envió David a hablar con
Abigail, para tomarla por su mujer.” (vv. 36-39)
Mientras
Abigail solventaba con sensatez e ingenio el desaguisado, Nabal solo pensaba en
disfrutar, embriagarse y olvidarse de todo celebrando a todo tren la esquila.
En ese estado de ebriedad era imposible que Abigail pudiese contarle todo lo
que había sucedido en su encuentro con David, y por supuesto, el peligro tan
amenazador que había estado a punto de costarle la vida. Al día siguiente,
cuando la borrachera estaba dando lugar a la resaca, Abigail no oculta a su
esposo la realidad de cuanto había acontecido mientras él bebía como un cosaco.
El choque de la noticia es tal en Nabal que fulminantemente es presa de un
ataque al corazón, quedando paralizado por completo. No sabemos si fue el saber
que había estado a punto de ser asesinado, si fue el disgusto de que Abigail
hubiese hecho las cosas a sus espaldas, o si fue su desagrado por haber tenido
que dar de lo suyo a unos advenedizos como los soldados de David. Lo cierto es
que diez días después murió para no volver a gozar de nuevas fiestas de la
esquila nunca más.
David,
cuando se entera de la luctuosa noticia, entiende que Dios ha sido el que había
ejecutado una verdadera justicia que a él no le pertenecía haber ejercido con
violencia y sangre. Reconoce que el mal que en vida Nabal hizo había sido
observado por Dios, y que éste había tomado la decisión de raerlo de la faz de
la tierra. En ese instante David recuerda a Abigail, una mujer hermosa de
semblante y sabia en sus resoluciones, que queda viuda, y la toma por esposa,
una esposa que a buen seguro seguirá desplegando sus habilidades, prudencia y
sensatez en la vida del futuro rey de Israel.
CONCLUSIÓN
Abigail
se convierte en esta historia en el modelo a seguir a la hora de arreglar
desaguisados. Ante la ofensa y la afrenta que podamos recibir en la vida, no
existe mejor camino a seguir que el que ella siguió: un camino de humildad, de
sensatez y creatividad, y de pacificación. Siempre que alguien nos agravie, no
nos dejemos llevar por la furia y la venganza, sino más bien busquemos los
medios, mecanismos y canales oportunos en forma de personas entendidas y
razonables para que un problema no se convierta en un problemón, y que un
desaguisado no se convierta en algo sin solución. Apelemos a la justicia de
Dios en vez de a la revancha, para que nuestras manos sigan estando limpias de
sangre y de delitos.
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