SUEÑOS Y PESADILLAS


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DE JOSÉ EN GÉNESIS “JOSÉ EL SOÑADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 41 

INTRODUCCIÓN 

      ¿Quién no ha tenido alguna que otra pesadilla después de ver una película de terror, o tras haber sido testigo de una escena dramática y traumática que se ha quedado grabada en el subconsciente? Las pesadillas suelen despertarnos en mitad de la noche, con el corazón en la boca y con un regusto metálico de lo más desagradable. Tratamos de quitarle importancia a este mal sueño, e intentamos volver a dormirnos, pero la recurrencia de este episodio onírico tan truculento suele depararnos una noche en vela, dándole vueltas al sentido que esta pesadilla pudiera tener para nosotros. Si existe una película mítica que sacó mucho partido a este tema de las pesadillas, fue la serie de filmes dedicados a Freddy Kruger que se titulaban “Pesadilla en Elm Street.” En estas películas que abarcan desde 1984 al 2010, un asesino en serie tenía la capacidad de introducirse en los sueños de sus víctimas para matarlas con sus afiladas cuchillas. Yo tendría unos diez años cuando apareció la primera de estas cintas, y debo decir, que, aunque me gustan las películas de miedo, en aquel entonces provocó en mí algún que otro encuentro con este personaje de ficción. 

     No existen demasiadas explicaciones de por qué tenemos pesadillas. Normalmente, estos terrores nocturnos suelen darse más en los niños, dadas sus mentes más impresionables y su imaginación desbordada, pero cuando un adulto entra en un círculo vicioso de ansiedad por cambios radicales en la cotidianidad como el fallecimiento de alguien muy querido, cuando sufre un hecho traumático como un accidente o un abuso físico, cuando se trastorna el ciclo del sueño a causa del trabajo a turnos, o cuando consume sustancias estupefacientes o alcohólicas, la pesadilla hace acto de aparición para provocarnos un susto del quince. Todavía soy capaz de recordar algunas pesadillas de mi infancia, y siguen estremeciéndome cuando vuelvo a verlas en mi mente. Los malos sueños no tienen por qué tener un significado concreto o un sentido profético o vaticinador. A veces, simplemente se trata de una mala digestión que dispara nuestras alarmas cerebrales y las neuronas se resienten. La obsesión con las pesadillas habidas puede llevar a las personas a la depresión, al insomnio, a la paranoia, e incluso, a plantearse el suicidio.  

1. PESADILLA EN EL PALACIO REAL 

     En nuestra historia de hoy, el faraón de Egipto experimenta uno de estos encuentros con lo más tétrico del mundo onírico. Teniendo en cuenta que los soberanos egipcios eran considerados dioses en la tierra, y que éstos tenían un canal exclusivo que les conectaba con el más allá y con el resto del panteón divino, que un faraón se viese sorprendido por el pavor en mitad de la vigilia, no era buena señal: Aconteció, pasados dos años, que el faraón tuvo un sueño. Le parecía que estaba junto al río, y que del río subían siete vacas hermosas a la vista, muy gordas, y que pacían en el prado. Tras ellas subían del río otras siete vacas de feo aspecto y enjutas de carne, que se pararon cerca de las vacas hermosas a la orilla del río; y las vacas de feo aspecto y enjutas de carne devoraban a las siete vacas hermosas y muy gordas. El faraón se despertó, pero se durmió de nuevo, y soñó la segunda vez: Siete espigas llenas y hermosas crecían de una sola caña, y después de ellas salían otras siete espigas menudas y quemadas por el viento del este; y las siete espigas menudas devoraban a las siete espigas gruesas y llenas. El faraón se despertó y vio que era un sueño. Sucedió que por la mañana estaba agitado su espíritu, y envió llamar a todos los magos de Egipto y a todos sus sabios. Les contó sus sueños, pero no había quien se los pudiera interpretar al faraón.” (vv. 1-8) 

     Dos años han pasado desde que el copero fuese perdonado por el faraón y el panadero perdiese la cabeza a causa de un delito contra la corona. José espera sentado a que el copero cumpla con su palabra, pero nada sucede. Sin embargo, es paciente y confía plenamente en el buen hacer providencial de Dios. Pues, por fin, el día en el que su nombre será recuperado del olvido ha llegado. Todo comienza con un par de pesadillas que afectan profundamente el ánimo del faraón. Como cada noche, éste duerme en su suite lujosa, y recibe inesperadamente una primera imagen en mitad de su sueño. Siete vacas hermosas y lozanas, dignas de ser vistas y alabadas por su gordura, suben del río Nilo para pacer en las verdes praderas de las inmediaciones. Hasta aquí, todo genial. Para un egipcio, poder admirar siete especímenes tan perfectos y rozagantes de ganado bovino era un auténtico placer. Para los egipcios, la vaca era la madre del faraón y le alimentaba con la energía de su leche nutricia, ya que era una diosa eminentemente positiva y protectora. En principio, el sueño de faraón le transmitía buenos augurios.  

       No obstante, mientras estas vacas de buen ver seguían alimentándose en los márgenes del río, siete vacas más surgen de entre los juncos. Estas son ejemplares diametralmente opuestos a las vacas gordas. Podríamos decir que eran una especie de vacas zombis, de aspecto enfermizo, huesudas y pellejudas, más feas que Picio. Con determinación, estos siete despojos vacunos se acercan a sus compañeras macizas, y, sin comerlo ni beberlo, en un santiamén, las asesinan, las desmiembran y se las zampan, sin que, por ello, aumenten un solo kilo a su peso o se vean mejoradas en su magra figura. Tal fue lo inesperado del desenlace de una historia que prometía, que el faraón dio un respingo, intentando recoger a duras penas bocanadas de oxígeno que pudieran sosegarlo un poco. Tan angustiante y vívida había sido esta pesadilla, tanta inquietud había acelerado su corazón, y tanto sudor frío recorría su columna vertebral, que se había incorporado en su lecho con la mirada perdida en el vacío. Pensando brevemente en lo que había presenciado en el país de los sueños, e intentando quitar importancia a este terror nocturno, se volvió a dormir. 

      Sin que pasara mucho más tiempo, el faraón se sume en un profundo sopor que lo guía a un campo de trigo en el que sobresalen siete espigas, todas ellas llenas a reventar de grano, brillantes y doradas, listas para ser segadas y molidas. El trigo que se cultivaba en Egipto era el farro o “Triticum turgidum,” de la subespecie Dicoccum. Cuando los romanos invadieron Egipto, adoptaron el uso de este cereal, que llamaron “trigo de los faraones” o “farro,” término del cual proviene la palabra “harina.” Al igual que en el primer sueño, todo parecía asegurar un buen rato de descanso y solaz onírico. Pero, sorpresivamente, entran en escena otras siete espigas, espigas zombis, para más señas, maltrechas, marchitas y grisáceas, y con sigilo se aproximan a las otras siete espigas nutridas de grano para devorarlas sin consideración alguna.  

     De nuevo, gritando de pánico, el faraón se despierta con una taquicardia de aúpa. “¡Ha sido un sueño!,” se repite a sí mismo una y otra vez. Ya no volvería a dormir en toda la noche, puesto que estaba considerando seriamente que la similitud entre ambas pesadillas era demasiado sugerente como para olvidarlas, así como así. Así llega el alba, e inmediatamente ordena a sus sirvientes que reúnan a todos los intérpretes de sueños de su imperio, que vengan con sus libros y sus técnicas de desciframiento, porque desea saber qué hay tras este doble sueño. Su alma no descansa y hay algo dentro de sí que le dice que ha recibido un mensaje oculto que debe ser desentrañado. Cuando acuden los magos y sabios, y escuchan el relato del faraón, solo pueden hacer suposiciones vagas, elaborar especulaciones superficiales y concluir resignadamente con que estos sueños estaban fuera de su competencia y capacidad interpretativa. El faraón estaba sumamente frustrado y bastante enfadado con aquellos que se suponía habían estudiado el significado de los sueños. 

2. EL FINAL DE LA AMNESIA 

     El faraón no cesaba de pasear de un lado a otro con frenéticas zancadas. El mecanismo de su mente estaba obsesionado con encontrar respuestas a los enigmas planteados en el silencio de la noche. Podía reconocer en estos sueños una suerte de profecía urgente que debía tener en cuenta si quería vivir tranquilo. Todos sus sirvientes y cortesanos lo contemplaban con preocupación y temor. Hasta que uno de ellos, el jefe de los coperos, al ofrecerle un poco de vino, se le encendió la bombilla: “Entonces el jefe de los coperos dijo al faraón: —Me acuerdo hoy de mis faltas. Cuando el faraón se enojó contra sus siervos, nos echó a la prisión de la casa del capitán de la guardia a mí y al jefe de los panaderos. Él y yo tuvimos un sueño en la misma noche, y cada sueño tenía su propio significado. Estaba allí con nosotros un joven hebreo, siervo del capitán de la guardia. Se lo contamos, y él nos interpretó nuestros sueños y declaró a cada uno conforme a su sueño. Y aconteció que como él nos los interpretó, así ocurrió: yo fui restablecido en mi puesto y el otro fue colgado. Entonces el faraón envió a llamar a José; lo sacaron apresuradamente de la cárcel, se afeitó, mudó sus vestidos y vino ante el faraón.” (vv. 9-14) 

     El copero, valorando el semblante alicaído de su señor, y con una ayudita del Señor, recupera instantáneamente la memoria para acordarse de José y de la ayuda que éste le dispensó en sus horas más lóbregas. Con el beneplácito del faraón, el copero se sincera y confiesa que había cometido un delito que había durado dos años ya, contra un hombre que podría ser clave para la interpretación de las pesadillas que turbaban el pensamiento del faraón. Recapitulando sobre lo sucedido con su persona y con el panadero real, y obviando, por qué no decirlo, algunos detalles de lo que en realidad sucedió en los calabozos, el copero pone en antecedentes al faraón sobre la habilidad que José había demostrado para desvelar el sentido de sus respectivos sueños, y cómo todo sucedió tal cual éste había pronosticado.  

     El faraón, desesperado ya por conocer los entresijos enigmáticos de sus terrores nocturnos, ordena que José sea llamado para que comparezca delante de él, y así comprobar si la información ofrecida por el copero era fidedigna. Con premura, los soldados se encargan de sacar a José de su celda, lo afeitan al estilo egipcio, queman sus harapientos ropajes, y lo visten dignamente para cumplir con los protocolos de audiencia real. José todavía asombrado por el cambio de tornas que le ha sobrevenido, se deja hacer y se prepara espiritual y mentalmente para comparecer ante el rey dios de todos los egipcios. José entiende que todo tiene que ver con el plan diseñado por Dios desde antes de nacer, y que ahora debe descansar en la providencia divina para observar el modo en el que el Señor va a transformar su entera existencia. 

3. JOSÉ, EL INTÉRPRETE DE SUEÑOS 

     Las puertas del salón del trono se abren de par en par para dejar paso al que hace unos instantes era un servidor de los presos del capitán de la guardia. Es la hora de la verdad. El faraón, todavía circunspecto, con el ceño fruncido al contemplar a este hebreo, no espera ni un segundo en presentar ante éste los sueños que lo han desazonado y sumido en la preocupación más estresante: “El faraón dijo a José: —Yo he tenido un sueño, y no hay quien lo interprete; pero he oído decir de ti que oyes sueños para interpretarlos. Respondió José al faraón: —No está en mí; Dios será el que dé respuesta propicia al faraón. Entonces el faraón dijo a José: —En mi sueño me parecía que estaba a la orilla del río, y que del río subían siete vacas de gruesas carnes y hermosa apariencia, que pacían en el prado. Y que otras siete vacas subían después de ellas, flacas y de muy feo aspecto; tan extenuadas, que no he visto otras semejantes en fealdad en toda la tierra de Egipto. Las vacas flacas y feas devoraban a las siete primeras vacas gordas; pero, aunque las tenían en sus entrañas, no se conocía que hubieran entrado, pues la apariencia de las flacas seguía tan mala como al principio. Entonces me desperté. Luego, de nuevo en sueños, vi que siete espigas crecían en una misma caña, llenas y hermosas. Y que otras siete espigas, menudas, marchitas y quemadas por el viento solano, crecían después de ellas; y las espigas menudas devoraban a las siete espigas hermosas. Esto lo he contado a los magos, pero no hay quien me lo interprete. Entonces respondió José al faraón: —El sueño del faraón es uno y el mismo. Dios ha mostrado al faraón lo que va a hacer. Las siete vacas hermosas siete años son, y las espigas hermosas son siete años: el sueño es uno y el mismo. También las siete vacas flacas y feas que subían tras ellas son siete años, y las siete espigas menudas y quemadas por el viento solano siete años serán de hambre. Esto es lo que respondo al faraón. Lo que Dios va a hacer, lo ha mostrado al faraón. Vienen siete años de gran abundancia en toda la tierra de Egipto. Tras ellos seguirán siete años de hambre: toda la abundancia será olvidada en la tierra de Egipto, y el hambre consumirá la tierra. Y aquella abundancia no se echará de ver, a causa del hambre que la seguirá, la cual será gravísima. Y que el faraón haya tenido el sueño dos veces significa que la cosa es firme de parte de Dios, y que Dios se apresura a hacerla.” (vv. 15-32) 

      Con las referencias recibidas de su copero, el faraón insta a José a que interprete lo antes posible sus dos experiencias oníricas, las cuales lo traen por la calle de la amargura. José escucha atentamente la petición que el faraón le está realizando, y, para que nadie se lleve a equívocos, osa rectificar algo de lo que ha dicho el soberano de todo Egipto. Muchos otros intérpretes podrían haber aprovechado la coyuntura para adjudicarse el mérito de cualquier descifrado onírico, pero José quiere puntualizar y acentuar la idea de que él no es el que averigua el significado de los sueños, sino que es Dios, el que los da, aquel que únicamente tiene la prerrogativa de otorgar el conocimiento de lo que en ellos se simboliza. José manifiesta una humildad y una dependencia encomiables delante del faraón. Está allí para ayudar al faraón, pero lo está por la gracia de Dios, y solo Dios entregará en su mano el mensaje ignoto que albergan las visiones nocturnas que éste ha tenido. El faraón no parece darle demasiada importancia al origen de la revelación, al menos en primera instancia. Solo desea que José recoja el relato de sus sueños, y que éste, de motu proprio, o de parte de una divinidad, resuelva sus interrogantes lo antes posible. Y así, vuelve a narrar el contenido de sus pesadillas, añadiendo algunos detalles y percepciones sobre el aspecto y apariencia de las vacas y de las espigas. 

     Una vez terminada la historia, el faraón queda atento a la interpretación que pueda comunicarle José, su última esperanza. José, habiendo escuchado todos los detalles de este doble sueño, no duda un ápice en explicarle el significado de sus símbolos e imágenes. Sabe que tiene buenas y malas noticias que transmitir al ser humano más poderoso de aquellos tiempos. Podría guardarse las desafortunadas nuevas, y solamente anunciar lo positivo, pero José es una persona íntegra y justa, y, por lo tanto, no se va a dejar nada en el tintero. Todo lo que tiene que ver con estos sueños es cosa de Dios, y todo debe ser expuesto con fidelidad y veracidad. En primer lugar, José quiere aclarar que sendos sueños son uno mismo. Con diferencias en su imaginería, pero concuerdan en los números, en la diferencia estética de las vacas y de las espigas, y en el canibalismo. En segundo lugar, José quiere volver a remachar la idea de que es Dios el que está hablando al faraón por medio de su persona. José es simplemente un canal humano por el que las verdades y misterios celestiales son comunicados al receptor de los sueños. Dios tiene previsto cumplir su voluntad para con Egipto, algo que nos da a entender que es Señor de señores y Rey de reyes, más allá de los límites de la zona de Canaán donde han ubicado su hogar los ancestros de José. Dios no es solo un Dios nacional, sino que abarca toda la historia y todas las civilizaciones e imperios. 

    En tercer lugar, pasa ya a interpretar cada detalle de los sueños. El número siete tiene dos sentidos: el de cumplimiento a carta cabal y el de determinar el tiempo durante el cual se sucederán dos periodos caracterizados, uno por una época de abundancia agrícola, y otro por una buena temporada de hambruna. El orden es el siguiente: los primeros siete años serán de gran acopio de grano, y los siete que vendrán a continuación, serán terriblemente adversos para la economía y la subsistencia, no solo del país egipcio, sino de todo el mundo conocido. El hambre será tan terrible y devastador que cualquier recuerdo de tiempos pasados mejores quedará completamente olvidado. Y, en cuarto lugar, José constata que el doble sueño implica que Dios va a actuar pronto al respecto, y que todo lo que acaba de escuchar el faraón es tan cierto como el aire que está respirando en ese instante. Ante estas revelaciones tan contundentes, el faraón queda asombrado y desconcertado. Asombrado ante el arrojo y la valentía de José al declararle sin pelos en la lengua todo cuanto ha de ocurrir en un futuro próximo dentro de la esfera de su reinado. Y desconcertado al pensar en la catástrofe que sería que el Nilo no se desbordase dejando su limo nutritivo para sembrar y plantar el trigo suficiente como para sustentar a todos sus súbditos.  

4. EL CANDIDATO IDEAL 

     Pensativo y apesadumbrado, el faraón aguarda alguna palabra más de parte de José y así ponerse en marcha con el objetivo de atajar una crisis inminente: “Por tanto, es necesario que el faraón se provea de un hombre prudente y sabio, y que lo ponga sobre la tierra de Egipto. Haga esto el faraón: ponga gobernadores sobre el país, que recojan la quinta parte de las cosechas de Egipto en los siete años de la abundancia. Junten toda la provisión de estos buenos años que vienen, recojan el trigo bajo la mano del faraón para mantenimiento de las ciudades y guárdenlo. Y esté aquella provisión en depósito para el país, para los siete años de hambre que habrá en la tierra de Egipto; y el país no perecerá de hambre.” (vv. 33-36) 

      Otro punto a favor de la humildad de José fue la de aconsejar al faraón sobre la oportunidad de reclutar a una persona experimentada y sensata que pudiese tomar las riendas de esta situación que acechaba a la nación egipcia. No se auto nomina, ni se postula personalmente a este cargo tan importante y con una responsabilidad tan enorme. El faraón, que en teoría conoce mejor a sus siervos, funcionarios y personas de confianza, será el que deberá nombrar a un individuo que reúna las condiciones necesarias para gestionar la crisis que se avecina. Esta persona debe ser plenipotenciaria. Ha de tener la potestad de tomar medidas restrictivas, administrativas y distributivas, sin que nadie coarte ni limite su línea de acción.  

     Bajo la cobertura y dirección de este ejecutivo real, se han de escoger gobernantes para cada zona y región del amplio territorio egipcio, con la misión de recoger la quinta parte de lo que se recoja en cada cosecha durante los tiempos de bonanza económica. Todos estos porcentajes de grano deben ser acumulados y guardados en silos para que, cuando las turbulencias provocadas por la hambruna sacudan la sociedad egipcia, haya alimento básico suficiente como para respaldar las necesidades que van a suscitarse. Si el administrador general del reino actúa sensatamente y sus subordinados velan por el exacto cumplimiento de esta estrategia, Egipto pasará estrecheces, pero nadie morirá de inanición. Sin darse cuenta, José está exhibiendo las dotes para la mayordomía que durante muchos años había aprendido de su estancia en la casa de Potifar y en los calabozos. José no era un lego en la materia, y aun cuando no había estudiado en universidades de pago, conocía a la perfección los entresijos de una óptima y eficiente planificación administrativa. 

     Fue tan convincente José en su presentación, sin PowerPoint ni Prezi que valiesen, que el faraón decidió en ese mismo momento que la persona ideal para el puesto era José mismo: “El asunto pareció bien al faraón y a sus siervos, y dijo el faraón a sus siervos: —¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios? Y dijo el faraón a José: —Después de haberte dado a conocer Dios todo esto, no hay entendido ni sabio como tú. Tú estarás sobre mi casa y por tu palabra se gobernará todo mi pueblo; solamente en el trono seré yo mayor que tú. Dijo además el faraón a José: —Yo te he puesto sobre toda la tierra de Egipto. Entonces el faraón se quitó el anillo de su mano y lo puso en la mano de José; lo hizo vestir de ropas de lino finísimo y puso un collar de oro en su cuello. Lo hizo subir en su segundo carro, y pregonaban delante de él: «¡Doblad la rodilla!» Así quedó José sobre toda la tierra de Egipto. Luego dijo el faraón a José: —Yo soy el faraón; pero sin ti nadie alzará su mano ni su pie en toda la tierra de Egipto.” (vv. 37-44) 

     No sabemos si el faraón confiaba más bien poco en sus funcionarios y cortesanos, o si algo dentro de su corazón le estaba diciendo que José era el candidato idóneo para la labor tan relevante y crucial que había que desempeñar al frente de la crisis por venir, pero lo cierto es que, tras consultarlo protocolariamente con sus siervos, y recibir de ellos su visto bueno, elige a José para el cargo de administrador general del reino de Egipto. ¿Quién iba a decirle por la mañana que iba a pasar de estar en una mazmorra infecta a estar a punto de convertirse en un eje fundamental para el estado de bienestar egipcio? ¡Cómo cambian las circunstancias! ¡Qué vertiginoso ascenso! Admirado por la clarividencia y perspicacia de José, el faraón lo alaba ante todos. Incluso reconoce que Dios está de su lado, y que cualquier decisión que este pueda tomar, sin duda alguna, vendrá avalada por la sabiduría divina. Este faraón se somete, consciente o inconscientemente, no lo sabemos, bajo la dirección de Dios tras haber comprendido que la historia no la iba a escribir él, sino que un ser mucho más poderoso y sabio manejaba los hilos de los tiempos. 

     Como parte de sus atribuciones, José sería nombrado administrador real y virrey de Egipto. Solo el faraón estaría por encima de José en términos de poder y decisión. Deposita toda su confianza en un recién libertado preso extranjero, y pone en sus manos toda su vida y la vida de su pueblo. Para rubricar este nombramiento espectacular, el faraón quita de su dedo el anillo con su sello, grabado en oro con un cartucho que contiene su nombre en símbolos jeroglíficos, como señal de su adquirida potestad y estatus. Este sello debía ser usado por José para firmar los documentos oficiales para autorizar cualquier medida que él creyese adecuada para cada circunstancia. El faraón también le hace vestirse de lino, a fin de asemejarse al resto de oficiales de la corte, y le regala un collar de oro como símbolo de la más alta distinción lograda. Por si esto fuera poco para reafirmar su nombramiento, hace que, en un desfile monumental, José sea llevado en un carro junto al del faraón, con el objetivo de hacer ver a toda su nación, que desde ese momento todos debían pleitesía y obediencia a la palabra de José. Nadie movería un músculo, ni haría nada sin contar con la consideración plenipotenciaria del nuevo virrey de Egipto, José el soñador. 

5. MANOS A LA OBRA 

      José no adoptó un espíritu de molicie y pereza tras tanta pompa y boato. Se arremangó bien y desde el principio puso todo su empeño y toda su sabiduría al servicio de la supervivencia de Egipto: “El faraón puso a José el nombre de Zafnat-panea, y le dio por mujer a Asenat, hija de Potifera, sacerdote de On. Así quedó José al frente de toda la tierra de Egipto. Era José de edad de treinta años cuando fue presentado delante del faraón, el rey de Egipto; y salió José de delante del faraón y recorrió toda la tierra de Egipto. En aquellos siete años de abundancia la tierra produjo en gran cantidad. Y él recogió todo el alimento de los siete años de abundancia que hubo en la tierra de Egipto, y almacenó alimento en las ciudades, poniendo en cada ciudad el alimento de los campos de alrededor. Recogió José trigo como si fuera arena del mar; tanto que no se podía contar, porque era incalculable. Antes que llegara el primer año de hambre, le nacieron a José dos hijos, los cuales le dio a luz Asenat, hija de Potifera, sacerdote de On. Llamó José al primogénito Manasés, porque dijo: «Dios me hizo olvidar todos mis sufrimientos, y a toda la casa de mi padre.» Al segundo lo llamó Efraín, porque dijo: «Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción.» Se cumplieron así los siete años de abundancia que hubo en la tierra de Egipto, y comenzaron a llegar los siete años de hambre, como José había predicho. Hubo hambre en todos los países, pero en toda la tierra de Egipto había pan. Cuando se sintió el hambre en toda la tierra de Egipto, el pueblo clamó por pan al faraón. Y dijo el faraón a todos los egipcios: «Id a José, y haced lo que él os diga.» Cuando el hambre se extendió por todo el país, abrió José todos los graneros donde estaba el trigo, y lo vendía a los egipcios, porque había crecido el hambre en la tierra de Egipto. Y de todos los países venían a Egipto para comprar grano a José, porque por toda la tierra había crecido el hambre.” (vv. 45-57) 

      Parte del proceso para integrarse dentro del organigrama directivo del imperio egipcio, suponía egipcializarse. Con su barba rasurada, sus vestidos de lino y sus símbolos de poder, José se había convertido en uno más del pueblo egipcio, cosa que se evidencia en el cambio de nombre que recibe. Zafnat-Panea significaba “Dios habla y vive,” en idioma egipcio, y trasladaba a la perfección el carácter e identidad del propio José. Además, el faraón escoge para él una esposa de alta alcurnia llamada Asenat, o “aquella que pertenece a la diosa Neit,” hija a su vez de Potifera, “aquel a quien ha dado Ra,” sacerdote principal del dios solar Ra en On, santuario más conocido como Heliópolis, o “ciudad del Sol,” a unos kilómetros al norte de El Cairo. Tal era su entusiasmo por trabajar para el que ahora era su patria, que comenzó a recorrer y examinar todas las ciudades y tierras de Egipto, consolidando su estrategia de eficiencia agrícola y económica a pie de calle. No iba con él ser un funcionario más, sentado en su despacho, y delegando sin verificar en el terreno todo cuanto estaba sucediendo. Su responsabilidad y compromiso lo impulsan a supervisar todos los preparativos para los tiempos de vacas flacas. 

     La realidad se ocupa de confirmar las proféticas palabras interpretativas de José. Durante siete años, se recoge un volumen impresionante de grano, las inundaciones del Nilo son fuente de prosperidad y felicidad entre el pueblo, y las medidas preventivas son implementadas a rajatabla bajo la escrutadora mirada de José. Nadie debe dejarse llevar por la abundancia, dilapidando cualquier ahorro que pudieran guardar en sus arcas, puesto que la época en la que la carestía sería el denominador común de miles de familias y hogares, se acercaba más rápidamente de lo que se pudiera pensar. El hambre y las malas cosechas llegaron puntualmente a su cita, y, a pesar de que en otras latitudes los estragos de la inanición eran terribles, en Egipto, gracias a la correcta y eficaz mayordomía del grano, todavía pudieron, durante un periodo breve de tiempo, vivir sin problemas de abastecimiento. Sin embargo, cuando los recursos familiares y particulares comenzaron a menguar peligrosamente, las cosas se pusieron bastante feas para todos. El pueblo se reunió como un solo hombre ante las puertas de palacio para rogar al faraón que se apiadase de su miserable y paupérrima situación. El faraón, plenamente confiado en la labor gestora de José, dejó en sus manos la solución de este problema alimentario. 

     Entonces, gracias a la precavida planificación de José, todos los silos en los que se había guardado el trigo que se iba apartando cada año en cada región egipcia, debidamente gobernada por los subordinados del virrey, fueron abiertos para que la gente comprase el grano necesario para su subsistencia. Incluso otros pueblos llegaban de todos los confines de una hambrienta tierra, con el propósito de recibir el suministro de trigo necesario para mantener a sus familias hasta que el chaparrón amainase después de los siete años de crisis. Esto hacía que las arcas reales se llenasen a rebosar de oro, plata y demás elementos de cambio, aumentando el tesoro disponible del faraón para cualquier otra contingencia futura.  

     Es interesante comprobar cómo José, aunque fue egipcializado con fines de identificación nacional, no dejó de pensar en sus raíces y en la casa de su padre. De hecho, si nos fijamos, los nombres de sus dos hijos habidos antes de la crisis humanitaria internacional, eran hebreos. Primero nace Manasés, cuyo nombre significa “Dios me ha hecho olvidar mi sufrimiento.” Con este hijo, José reconocía y confesaba que la mano de Dios lo había bendecido inmensamente en tierra extraña, a pesar de ser desechado y vendido por sus propios hermanos. En segundo lugar, Asenat da a luz a Efraín, “Dios me ha hecho fructificar en la tierra de mi aflicción.” José recuerda los malos tragos por los que tuvo que pasar, la injusticia de la que fue objeto, y las zancadillas que le pusieron personas y circunstancias; pero entiende que su situación actual supera con creces todo aquello que le fue arrebatado. Dios ha cumplido su sueño de ser alguien grande e influyente, de ser un canal de bendición para los menesterosos, y de aportar a sus semejantes vida y provisión. Aun a pesar de estar lejos de lo que más ama, ha encontrado un hogar y una familia, un reconocimiento providencial que todavía está por plasmarse en un encuentro futuro con sus hermanos. 

CONCLUSIÓN 

     José no desmayó en su fe y dependencia de Dios. Sus sueños no habían quedado en el olvido que trae el tiempo y las desventuras. Dios le ha dado la oportunidad de bendecir a muchas naciones mediante el ejercicio de su virreinato, y le ha regalado el amor de una esposa y de unos hijos que le siguen recordando de dónde vino y a quién se lo debe todo. El cargo no se le sube a la cabeza, y con una humildad y un sometimiento a Dios dignos de ser aplaudidos e imitados, José va a convertirse en el arca de salvación de un mundo hambriento. Pero la historia de José no termina aquí, sino que acaba de empezar. Sus sueños y las pesadillas de otros lo han encumbrado a la gloria. Ahora toca encargarse de su familia hebrea. Esto y mucho más, en el próximo estudio sobre la vida de José.


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