COMPAÑÍAS

SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA III” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 13:16-25 

INTRODUCCIÓN 

      Todos hemos sido víctimas de alguna que otra relación tóxica. También deberíamos considerar que nosotros mismos seamos una influencia negativa para nuestros contactos personales. El caso es que, mientras vamos creciendo y madurando en la vida, y como seres sociales que somos, entablamos una serie de lazos afectivos con personas de toda laya y procedencia. La mayoría de nosotros quisiéramos llegar a construir amistades duraderas y genuinas, relaciones sentimentales sanas y empáticas, así como conexiones sinceras y enriquecedoras, y trabazones que nos hacen ser más felices y a sentirnos mucho más realizados. Cuando hallamos una de estas relaciones en nuestro transcurso vital, lo celebramos con alegría, dado que, en muchas ocasiones podemos llegar a contarlas con los dedos de una mano. Se convierten en tesoros que deseamos mantener junto a nosotros, en jardines que cultivamos con mimo y esmero para seguir profundizando en ellas, en entornos de seguridad, consuelo y comprensión que no podemos alcanzar a lograr en otras personas. ¿No es maravilloso poder confiar en leales amigos, en familiares comprometidos en un mismo proyecto de vida, y en hermanos en la fe que nos aman a pesar de todo lo que somos? 

     Sin embargo, y es preciso lamentarlo, solemos apuntar al blanco de nuestros íntimos deseos, y fallamos el tiro, involucrándonos en relaciones venenosas, cancerígenas y peligrosas. Seguro que podemos hablar de más de una persona que iba a ser candidata para convertirse en una relación relevante para nuestro ser, y que más tarde, hemos podido comprobar cómo nos ha dejado en la estacada, nos ha engañado, ha sido desleal con el compromiso adquirido, o nos ha sumido en la vergüenza o en la ruina más estrepitosas. Seguro que te has topado alguna vez con esa persona que, en principio parece amigable, pero que no tarda en desvelar sus intenciones de manipulación sicológica, induciéndote de forma soslayada un sentimiento de inferioridad o una inseguridad en cuanto a tu cosmovisión se trata. Seguro que te has encontrado con individuos que, con el encanto que destilan, poco a poco se aprovechan escandalosamente de ti, de tu tiempo, de tus recursos y de tus ideas. Seguro que te has juntado con personajes que tienen vidas realmente disfuncionales, abonados a la locura y la imprudencia, enganchados a alguna sustancia estupefaciente o a algún vicio inconfesable, que te transmiten esa falta de control que desgobierna sus vidas. Seguro que has conocido a personas ultra críticas con todo lo que haces y que intentan que seas quienes ellos quieren que seas. ¿Me equivoco? 

      Las compañías son un elemento fundamental para la construcción del carácter y para el establecimiento de valores y principios morales y éticos en la persona. Por eso, cuando hablamos de aquellos que se encuentran en nuestro círculo más íntimo de relaciones, estamos hablando de lo que somos a causa de ellos, de lo que seríamos sin ellos, y de lo que nos gustaría ser a pesar de ellos. El influjo que promueven los afectos personales y sociales tienen su mayor contribución en el desarrollo de los adolescentes y jóvenes. Según sean sus juntas y cuadrillas, así serán ellos si no tienen el suficiente sentido común para no dejarse embaucar por la presión de grupo. Sabemos que los adolescentes encuentran su núcleo escogido de opinión, tendencia y valores en sus iguales, ya que los padres y profesores pasan a un segundo plano en cuestiones orientativas. Por mucho que como padres queramos controlar el sistema de amistades de nuestros hijos, es muy poco probable que podamos poner puertas al campo. Hoy, con la globalización de contactos virtuales entre personas de cualquier parte del mundo, y el acceso fácil a internet y demás aplicaciones móviles, los adolescentes pueden escapar de cualquier intento de control parental sin mayores dificultades.  

1. BUENAS Y MALAS COMPAÑAS 

      Salomón quiere hablar al corazón del joven y de cualquier persona que anhela trabar relaciones con el fin de descubrir el auténtico valor de la amistad y de la pertenencia social. Las compañías deben escogerse con tino y buen juicio, porque, no cabe duda de que, como dijo el propio apóstol Pablo, No os engañéis: «Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.»” (1 Corintios 15:33) Podríamos asegurar que las asociaciones tóxicas solo procuran dolor, miseria y pobreza integral. De ahí que el sabio nos indique la gran diferencia que existe entre tener una relación beneficiosa y empeñarse en una relación perjudicial y mortal de necesidad: “Todo hombre prudente procede con sabiduría; el necio manifiesta su necedad. El mal mensajero acarrea desgracia; el mensajero fiel acarrea salud. Pobreza y vergüenza tendrá el que menosprecia el consejo, pero el que acepta la corrección recibirá honra. El deseo cumplido regocija el alma; apartarse del mal es abominable para los necios. El que anda entre sabios será sabio, pero el que se junta con necios saldrá mal parado.” (vv. 16-20) 

      La primera característica que distingue la compañía bendita de la maldita radica en el carácter de la persona y en el camino que ha escogido en la vida. Si te relacionas con una persona prudente y sensata, no cabe duda de que te contagiarás de esta visión vital, persiguiendo el bien en todos los ámbitos de la existencia, y gozando del favor de Dios. Tener amigos sensatos te aportará consejos repletos de sabiduría y acierto, te ayudará a considerar cualquier situación con una mente preclara y una perspicacia que te evitará más de un quebradero de cabeza. Desde su carácter bondadoso y abierto al conocimiento, uno puede enriquecerse siempre, porque cualquier diálogo o conversación con esta clase de personas siempre será ameno, restaurador, vivificante e interesante. Aunque muchos insensatos intenten socavar el comportamiento de este tipo de seres humanos temerosos de Dios, adjudicando malsonantes epítetos para resaltar el tedio que comunican, la sosería que transmiten o la mojigatería que dan a entender con sus acciones bien pensadas y ejecutadas según el raciocinio que Dios nos ha regalado, lo cierto es que son impagables compañeros de viaje en un mundo caótico y falto de sesera. 

     Ahora, si lo que deseas es rodearte de personajes que no tienen vergüenza, ni la conocen; si prefieres codearte con individuos que pregonan sus pecados y malas artes a diestro y siniestro como un vendedor ambulante que anuncia sus productos; si optas por caminar junto a malhechores sin una pizca de sentido común y con una total ausencia de cabalidad; o si muestras interés por asociarte con tóxicos especímenes humanos que no dudan en desplegar ante la sociedad su falta de escrúpulos, su talante temerario y desafiante, y su tendencia a la irresponsabilidad comunitaria; si te sientes atraído hacia inoperantes ejemplos de lo que puede provocar la perversión en las mentes calenturientas de bandidos, criminales y delincuentes, lo tienes sumamente fácil. Están en aquellos lugares donde el riesgo y la adrenalina son sus cómplices, donde el desmadre es el pan de cada día y donde las sirenas de las ambulancias y la policía suenan con más fuerza cada noche. Puedes encontrarlos esperando nuevas víctimas, nuevos acólitos a los que enseñar cómo dañar lo público y lo privado, nueva carne de cañón para urdir junto a ellos un mar de despropósitos y crímenes abyectos. 

      Otra característica que es posible discernir entre juntarse con buena o con mala gente, es la clase de moralidad que cada persona aporta. Empleando la figura de dos correos o mensajeros, responsables de llevar consigo tanto buenas como malas noticias, informaciones cruciales para batallas igualadas, o instrucciones oportunas para la resolución de contratos y pactos, Salomón nos ayuda a entender qué se puede esperar de cada uno de ellos. Para ser un buen mensajero, era preciso que la integridad, la seriedad y la preparación disciplinada fuesen factores nucleares en el correcto desempeño de su función. Si te presentabas ante el receptor de las nuevas, y se te olvidaba lo que debías decir, o te inventabas aquello que se te había ido de la memoria por pensar en la mona de pascua, o magnificabas algo insignificante y viceversa, o te mostrabas vacilante en cuanto al sentido y significado de las noticias portadas, lo que se podía era crear una tensión innecesaria entre el remitente y el receptor del mensaje, y, por lo tanto, se podría mascar la tragedia. No hay nada peor en una relación que personas que marean la perdiz, que no son sinceras y que no son capaces de reconocer sus errores, empleando mentiras y subterfugios en el proceso comunicativo. El mensajero fiel a su mensaje, por el contrario, sabe cómo transmitirlo en tiempo y forma, logrando una claridad y una simplicidad enormemente necesarias para cualquier conexión humana. La salud, esto es, el bienestar del receptor, es siempre el objetivo del amigo que no esconde la verdad, pero que la comunica con sensatez y delicadeza. 

     Añadida a estas características de las compañías que pueden formar parte de nuestra dinámica vital, está la de saber acoger el consejo del amigo. Si tu amigo es sabio y comprueba que necesitas ser asesorado sobre ciertos asuntos, sobre todo para que te vaya bien en la vida, y para demostrarte su estima y cariño, aceptarás de buen grado sus palabras. Si ocurre lo mismo en el sentido contrario, miel sobre hojuelas. No existe cosa más hermosa que dos personas corrigiéndose mutuamente sin reproches ni quejas. A la postre, el resultado será una relación más sincera, más respetuosa, más fuerte y más resistente en el tiempo. Pero si tu amistad no está por la labor de que lo amonestes en algún sentido que crees necesario para su crecimiento personal, arruga la nariz y el ceño en señal de molestia o fastidio, y hace que te escucha, aun cuando su mente vaga por los mundos del desprecio al consejo ajeno, entonces deberías pensar seriamente si esta clase de compañía te conviene. Si una en una relación no existe confianza, simpatía o respeto, lo más probable es que hará aguas, naufragando tarde o temprano, dejando tras de sí un rastro de sufrimiento y rencor. Y es que aquel que no desea ser corregido en mansedumbre, no tardará en encontrarse de bruces con la triste y paupérrima realidad de una vida solitaria y sometida al hazmerreír de la sociedad. 

     Otro factor que engrandece o que empequeñece la interrelación humana tiene que ver con la valoración que se hace de lo que afecta positivamente a la comunidad y a la relación. Si el deseo de nuestra amistad es la de beneficiarnos con su compañía y ayuda, la alegría es cosa hecha. La felicidad puede constatarse en aquellas relaciones en las que las partes velan la una por la otra, en la que se comparte el gozo de uno, en la que se llora y se ríe con un mismo corazón, en la que la empatía se superpone al egocentrismo individual. No ocurre así con aquellos que no son capaces de valorar en su justa medida hacer el bien a los que se supone conforman su círculo íntimo de relaciones. No tienen, ni quieren tener, la habilidad y privilegio de alegrarse del contento de los suyos, envidiando su satisfacción, y restando importancia a los éxitos de los demás. Cínicamente, eligen criticar la virtud y ensalzar el vicio. En sus planes no está cambiar su visión de la realidad, afeando las conductas que benefician a la sociedad, y recurriendo a su bravuconería para ocultar su profunda insatisfacción personal. Se muestran insensibles a las necesidades de los demás, consumiendo la voluntad de aquellos que se les acercan como si de vampiros afectivos se tratase. 

      Por último, en aquello que respecta a las asociaciones personales, es menester avisar, tal y como hace Salomón, de las consecuencias que aguardan, tanto a aquellos que ansían acompañar a personas sabias, como a aquellos que escogen rodearse de bellacos y granujas. En mi casa siempre se dijo que se pega todo menos la hermosura. No hay nada más cierto. Lo fácil y más seductor es juntarse con individuos rebeldes, desobedientes con la autoridad, impíos y perversamente recalcitrantes. Lo vemos todos los días, ahora con lo de la pandemia. El botellón, las fiestas clandestinas, los malos modos, la falta de sensibilidad social y la canallesca se reúnen sin rubor en torno a esta clase de personas. No les importa el bien común, no se muestran solidarios, desafían las leyes y las normas de convivencia, y se ríen a carcajadas de la salud ajena. Puede que ahora se mofen de las restricciones establecidas por las autoridades sanitarias competentes, pero al reír será el freír. Algunos han tenido que vérselas directamente con la propia enfermedad, siendo intubados en los hospitales sobre los que escupían, otros han perdido a sus seres queridos a causa de su estulticia e imprudencia, llevando el virus al organismo de sus abuelos o padres, y otros tendrán que pagar multas y ser sometidos al juicio de los tribunales. Asociarse con pandilleros y demás patibularios solo lleva a que, tarde o temprano, la desgracia, la miseria, e incluso la muerte, se ceben con uno.  

2. EL FUTURO DE LAS COMPAÑÍAS 

       El porvenir se antoja también bastante distinto según la clase de compañías que uno frecuenta, y, aunque la vida no es justa con los justos, y que, en apariencia, los malvados parecen gozar de carta blanca para sus desvaríos y actos delictivos, lo cierto es que el futuro de ambas clases de personas no puede ser más diametralmente opuesto: El mal persigue a los pecadores, pero los justos serán premiados con el bien. La herencia del bueno alcanzará a los hijos de sus hijos, pero la riqueza del pecador está guardada para el justo. En el barbecho de los pobres hay mucho pan, pero se pierde por falta de justicia. El que no aplica el castigo aborrece a su hijo; el que lo ama, lo corrige a tiempo. El justo come hasta saciarse, pero el vientre de los malvados quedará vacío.” (vv. 21-25) 

      Hay quien piensa que las repercusiones negativas de sus perversas hazañas nunca les alcanzará. Pueden seguir creyendo en esta mentira todos los días de su vida si así lo desean, pero la realidad desmiente esta malhadada esperanza. Cualquier insensato que ha perpetrado crueles y aviesas acciones contra el prójimo, contra sí mismo y contra aquellos que estaban implicados en su red de contactos más estrechos, ha podido comprobar con el paso del tiempo cómo los estragos de sus fechorías han hecho de las suyas en su organismo, en sus hogares y en sus reputaciones. No hay nadie que pueda escapar del mal que hizo un día a otros. Todos seremos juzgados por nuestros actos, sean estos buenos o malos, y absolutamente todos habremos de esperar una sentencia de culpabilidad, a menos que hayamos depositado nuestra fe en el perdón y la gracia de Dios. Aquellos que hayamos vigilado nuestros pasos por esta realidad terrenal, y nos hayamos sometido a la soberana voluntad de Dios, obrando en consonancia con nuestra adhesión a la causa de Cristo, recibiremos el galardón de manos de nuestro Salvador, un reconocimiento eterno de nuestra fidelidad al evangelio. 

     La probidad y la fe coherente de las personas que dependen de Dios en todo es fundamental para entender el legado que dejamos a los que nos sobreviven. La fama que dejamos como herencia a nuestra descendencia es sinónimo de confianza, de prudencia y de cabalidad. Hemos de pensar en las generaciones venideras, para que éstas tengan más fácil entablar relaciones íntegras, provechosas y benefactoras. Si somos buenos en nuestras relaciones familiares, de amistad, espirituales y laborales, seremos recordados siempre por una sociedad que, a pesar de todo, sabe que necesita de personas capaces de cumplir con su palabra, de transmitir valores espirituales y morales justos, y de comprometerse lealmente con las necesidades comunitarias. Por otro lado, si somos malvados exponentes de la ambición desmedida, de la apropiación indebida, del robo sistemático de fondos públicos, y de la corrupción judicial y política, ¿qué ejemplo estaremos dejando a los que nos seguirán en el flujo de la historia? ¿No serán las ganancias mal habidas repartidas por Dios entre aquellos que practican la rectitud de corazón y la honestidad en las relaciones? Dios cuida de los suyos, de aquellos que también cuidan con quiénes se asocian, de aquellos que buscan solidaria y generosamente el bienestar de toda una nación. 

     En cuanto a las relaciones paterno-filiales, Salomón expone una enseñanza contundente, pero entrañable a la vez. Seguramente los psicopedagogos no estarán muy de acuerdo con la afirmación que el sabio ofrece sobre la disciplina en el hogar. Pero confundir la disciplina debida, planificada y controlada con apalizar a un hijo sin ton ni son, es un auténtico despropósito. Puede que suene muy fuerte la idea de castigar a un hijo para una sociedad hipersensibilizada como la occidental, pero no cabe duda de que, si no existe disciplina familiar, ese hogar tiene las horas contadas. Si el hijo no aprende con algo de dolor que cada actuación irresponsable y rebelde tiene su contrapartida correctora, lo más probable es que esa familia se vaya a pique más pronto que tarde. El hijo debe aprender a considerar que sus padres no lo van a corregir y amonestar por puro gusto, por una oscura delectación en el sufrimiento ajeno, o por dar salida a frustraciones cotidianas. El padre disciplina a sus hijos por amor, y solo desde el amor y una actitud pedagógica es que el hijo, aunque no lo entienda en el momento en el que recibirá la penalización, lo comprenderá precisamente cuando éste llegue a ser padre a su vez en el futuro. El progenitor, sea la madre o el padre, ha de medir los tiempos, calcular las oportunidades convenientes, y reflexionar sobre el momento exacto en el que la corrección logrará su efecto deseado en sus queridos retoños. 

     Por último, y no pensando tanto en términos gastronómicos, Salomón nos invita a asimilar que las compañías nutren o desnutren el alma de la persona. Espiritualmente hablando, el justo, aquel que ama a Dios y a su Palabra, que se granjea la amistad de personas que valen la pena, que aportan y no restan, que viven sus vidas desde la gracia y la sabiduría divina, se dará un festín con cada encuentro que tenga con ellos. Un verdadero banquete es dispuesto en la mesa de la comunión fraternal y familiar cada vez que se vuelven a citar aquellos que no desentonan en un ambiente de paz, alegría y serenidad. No será así con los malvados, con aquellos que pueden incluso presumir de miles de amigos en redes sociales, en saraos de toda clase y en reuniones de lo más siniestras. Siempre quedará un vacío espiritual en el fondo de sus entrañas. Siempre querrá saciarse de la compañía de mucha gente, pero siempre estará hambriento en la soledad de su miseria interior. Siempre pensará que llenar su casa de personas es lo que lo hará feliz, pero cuando el dinero mengüe, cuando su ascendencia se reduzca, y sus fiestas ya no sean tan aclamadas, el silencio sonará con el eco de las risas falsas, de las presencias ausentes, y de los placeres efímeros. El malvado siempre escuchará aterrorizado el gruñido estomacal de su egocentrismo justo en el último suspiro de su existencia. Solo quedará el olvido y el desierto, la perdición sempiterna y el fuego abrasador del averno. 

CONCLUSIÓN 

      “Dime con quién andas, y te diré quién eres,” reza el famoso refrán castellano. Aunque no debemos generalizar sobre asuntos de juntas, sin embargo, sí podemos y debemos ser conscientes de los beneficios y de los riesgos que pueden entrañar las compañías que frecuentamos. Lo más sencillo del mundo para un adolescente o un joven es sucumbir ante la presión de grupo, ante la prueba de fuego que permita al chico o a la chica pertenecer como miembro de pleno derecho de la cuadrilla de turno.  

      Por eso, como padres, y como padres cristianos, tenemos una tarea titánica que llevar a cabo en nuestros hogares y en nuestras iglesias: transmitir los valores inherentes de la sabiduría divina que incorporamos en su día a nuestras vidas, y lidiar con la confusión y el caos que aportan muchas de las compañías que tienen nuestros hijos. Roguemos al Señor que aprendan pronto a escoger sus amistades con sensatez y buen juicio, porque, sin duda alguna, éstas marcarán el devenir de sus existencias positiva o negativamente.

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