HAMBRE



SERIE DE ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DE JOSÉ EN GÉNESIS “JOSÉ EL SOÑADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 42 

INTRODUCCIÓN 

       Sin duda alguna, uno de los motivos que han empujado a migrar a grandes cantidades de personas a otros lugares con más oportunidades de bienestar general, ha sido la necesidad de sobrevivir a hambrunas y carestías de todo tipo. A lo largo de la historia se han sucedido flujos migratorios considerables que llevaban a personas sumidas en la pobreza y la miseria más absolutas a otras latitudes en las que se han puesto enormes esperanzas. Sabemos también que, aquel que emigra desde sus raíces a otros países con una cultura y una cosmovisión distinta en numerosos ámbitos de la vida, no lo hace por capricho o con veleidosas intenciones. Ser arrancado a la fuerza de la patria provoca un dolor intenso e inmenso en los corazones de aquellos que entienden desesperadamente que el futuro es cada vez más tenebroso quedándose en una exangüe y paupérrima nación, por muy amada y querida que ésta sea. El destino de los emigrantes no es precisamente el ideal del ser humano. ¡Qué más quisieran muchos de aquellos que dejaron familia y tradiciones ancestrales atrás, que quedarse en su lugar de nacimiento, prosperar y ver cómo su descendencia hereda esta misma ilusión!  

     El sino del inmigrante es terrible, difícil y muy duro. Sobre todo, cuando es la necesidad la que empuja a la persona a despojarse de su orgullo nacional, y someterse al arbitrio de unos anfitriones, en ocasiones, poco o nada abiertos a la visita y establecimiento de personas de otros países, lenguas, etnias y culturas. Integrarse no es nada fácil, y aprender desde cero a comportarse dentro de otras leyes y otras costumbres, resulta complejo y sacrificado. Cuando el hambre, el desamparo, las guerras, la violencia o la pobreza colocan su cañón en la nuca de los menesterosos de este mundo, no queda más remedio que tragar quina y lanzarse a una aventura incierta que, incluso puede acabar en la muerte. Tenemos conocimiento de las calamidades que sufren los refugiados sirios en Turquía y Grecia, de las penurias a las que se enfrentan aquellos que intentan cruzar el Mar Mediterráneo en lanchas y pateras atestadas de miedo y esperanzas, de las mafias que trafican con mujeres extranjeras con la promesa de un trabajo y un mejor porvenir, pero que son enroladas en las filas de prostíbulos y locales de alterne, de las aflicciones que arrasaron los ojos de aquellos españoles que tuvieron que cruzar los Pirineos para trabajar como burros, a fin de mantener y sostener a sus hijos y esposas que se quedaron en la península. ¡Cuántos abusos no se abaten sobre los hombros y las almas de los desplazados y de los apátridas! 

1. HAMBRE Y MIEDO 

      Si hay algo que la Palabra de Dios nos señala una y otra vez en cuanto a la realidad demográfica y sociológica de las épocas en las que fue revelada y escrita, es la suerte del emigrante, la deriva de aquellos que buscan con ahínco la estabilidad, la fortuna y el bienestar de los suyos. Tal y como vimos en el estudio anterior, el hambre se ha convertido en un rasero trágico y demoledor para todos los pueblos del mundo conocido. Las malas cosechas, unidas a una pertinaz sequía y a plagas devoradoras, ha provocado una crisis humanitaria de dimensiones extraordinarias. Y como pasa con toda desgracia internacional, tarde o temprano todos los territorios contemplan cómo la miseria ha llegado para quedarse. La tierra de Canaán no es una excepción a la regla general que impone la colosal hambruna: Viendo Jacob que en Egipto había alimentos, dijo a sus hijos: «¿Por qué os estáis ahí mirando? Yo he oído que hay víveres en Egipto; descended allá y comprad de allí para nosotros, para que podamos vivir y no muramos.» Descendieron los diez hermanos de José a comprar trigo en Egipto. Pero Jacob no envió a Benjamín, hermano de José, con sus hermanos, porque dijo: «No sea que le acontezca algún desastre.» Fueron, pues, los hijos de Israel entre los que iban a comprar, porque había hambre en la tierra de Canaán.” (vv. 1-5) 

       Las últimas existencias de grano están menguando a ojos vista. Jacob, como patriarca del clan, contempla cada vez más preocupado cómo todo el alimento almacenado va disminuyendo de forma alarmante. Sabedor por las noticias que corrían a través de los mercaderes y pueblos vecinos, sobre la situación lamentable que estaba azotando la tierra, y sobre el único país en el que era posible abastecerse de trigo, decide dar un paso adelante. Es curioso que sea Jacob el que despierte del letargo, de la indolencia y de la indecisión a sus hijos. Parece que su inactividad ante algo que pueden percibir con sus propios ojos se antoja desconcertante. No mueven un músculo para resolver de motu proprio esta situación tan amenazadora. Tiene que ser el viejo Jacob el que imprima algo de sentido común y de iniciativa al respecto. Una vez ya despejados de sus ensoñaciones y sopores, los hijos convienen en marchar todos a una en busca del preciado grano dorado, base fundamental de la dieta de aquellos tiempos, la mayor parte de la cual se sustentaba en la harina de trigo. Jacob tenía dinero en abundancia, pero éste no podía masticarse ni llenar el estómago de nutrientes. Así que era el momento de comerciar con los egipcios, tan distintos en todo a ellos, y lograr la subsistencia de todo su gran clan familiar.  

      No obstante, no todos los hijos bajaron a los dominios egipcios para surtirse de trigo. Benjamín, el menor de todos los hijos de Jacob, se queda en casa, junto a su padre. Por lo que colegimos aquí, la desaparición de su hijo José, aun después de tantos años, seguía mordiéndole el alma. Y en memoria de esta pérdida tan trágica y amarga, Jacob no está en disposición de dejar que Benjamín se una a sus sospechosos hermanos en la misión de traer alimentos al campamento. Visto lo que había sucedido con José, no las tenía todas consigo en lo que respecta a sus hijos mayores, y prefería pecar de precavido que dejar que las vicisitudes del viaje pudiesen despojarle de lo que ahora más quería, el único fruto de su amor por Raquel. Al parecer, los hermanos no pusieron ninguna pega a esta decisión, por lo que no demoraron más su viaje de varios días a territorio extranjero. ¿Pensarían durante su trayecto en que estaban prácticamente haciendo el mismo recorrido que debió haber hecho su hermano José al ser vendido como un esclavo a unos mercaderes ismaelitas? No lo sabemos, pero podemos tener la certeza de que seguramente se les pasó por la cabeza encontrarse con su hermano sirviendo alguna de las casas de la capital del imperio egipcio. 

2. ESPÍAS EN EGIPTO 

      Tras varios días de travesía, los hijos de Jacob llegan a su destino: “José era el señor de la tierra, quien le vendía trigo a todo el mundo. Cuando llegaron los hermanos de José, se inclinaron a él rostro en tierra. José reconoció a sus hermanos en cuanto los vio; pero hizo como que no los conocía, y hablándoles ásperamente les dijo: —¿De dónde habéis venido? Ellos respondieron: —De la tierra de Canaán, para comprar alimentos. Reconoció, pues, José a sus hermanos, pero ellos no lo reconocieron. Entonces se acordó José de los sueños que había tenido acerca de ellos, y les dijo: —Espías sois; para ver las regiones indefensas del país habéis venido. —No, señor nuestro —respondieron ellos—, sino que tus siervos han venido a comprar alimentos. Todos nosotros somos hijos del mismo padre y somos hombres honrados; tus siervos nunca fueron espías. Pero José les dijo: —No; para ver las regiones indefensas del país habéis venido. —Tus siervos somos doce hermanos —respondieron ellos—, hijos de un hombre en la tierra de Canaán. El menor está hoy con nuestro padre y el otro ha desaparecido. Y José les dijo: —Eso es lo que os he dicho al afirmar que sois espías. En esto seréis probados: ¡Por vida del faraón, que no saldréis de aquí hasta que vuestro hermano menor venga! Enviad a uno de vosotros para que traiga a vuestro hermano, y vosotros quedad presos. Vuestras palabras serán probadas, si hay verdad en vosotros; y si no, ¡por la vida del faraón, que sois espías! Entonces los puso juntos en la cárcel por tres días.” (vv. 6-17) 

      Para poner orden en los acontecimientos siguientes, el autor de Génesis vuelve a aclarar que José ahora es quién determina a quién vender el trigo que tan sabiamente había acumulado en tiempos de bonanza agrícola y económica. Cualquier transacción financiera y comercial pasaba obligatoriamente por su despacho, de ahí que pueda reconocer, aun a pesar de los años pasados, a sus barbados hermanos. Haciendo la cola preceptiva, dada la amplia demanda que había de grano por parte de personas provenientes de numerosos países, al fin les toca el turno a los hermanos de José. José, siendo consciente de que su encuentro podría desvelar sus auténticos sentimientos para con sus hermanos, opta por mantener una pose de distanciamiento y de frialdad propia de quienes detentan el poder y de quienes tienen la sartén por el mango.  

      Vestido con las mejores telas al estilo egipcio, afeitado y maquillado según la moda imperante en la corte, y con un porte regio y distinguido, contempla cómo sus hermanos se postran ante él, humillándose y demostrando su sumisión ante el gobernador de Egipto. Estos fieros hermanos, destructores sanguinarios de Siquem, y conocidos por ser indómitos, deben transigir con la reverencia, algo que les repele, dado que la vida les va en ello. No da la impresión de que hayan conocido a José. ¿Quién podría imaginar que un esclavo pudiese convertirse en el segundo al mando de todo Egipto? Con el rostro pétreo y despojado de emoción alguna, José se acerca a ellos para comenzar un feroz e implacable interrogatorio. 

      Con aspavientos y ademanes exagerados, y demostrando una despectiva actitud para con los recién llegados, José inquiere sin preámbulos sobre la procedencia de la partida. Los hermanos contestaron que provenían de Canaán sin dar mayores detalles. ¿Por qué iba a interesarle a un mandamás egipcio el lugar exacto de su domicilio? José, empleando el intermedio de un traductor del egipcio al hebreo, recuerda, mientras observa a estos diez hombres arrodillados en tierra, el sueño que tuvo hacía ya tantos años atrás. En ese instante, un pensamiento de gratitud vuela a la presencia de Dios, y una oración de reconocimiento de la soberana providencia divina se escapa del corazón como un suspiro contenido.  

      El primer sueño se ha cumplido al fin. ¿Cuándo podría experimentar la realidad del segundo? Con estas cábalas rondando por su cabeza, José presiona a este grupo de hebreos para mortificarlos y atemorizarlos. Debían pasar por el filtro de la conciencia, a fin de considerar si habían cambiado algo en su corazón durante estas décadas sin verlos. José los acusa de ser espías forasteros que no venían a comprar grano, sino que su misión era la de verificar cuáles eran los puntos débiles de las defensas de Egipto. Espantados, sus hermanos alzan su rostro a José para aclarar que ellos son simples y honrados ganaderos de Canaán que únicamente desean grano para seguir subsistiendo en su tierra. Añaden una nueva información a José. Son hijos del mismo padre y solo quieren tener la fiesta en paz. 

     José arremete de nuevo contra ellos, incidiendo en la idea de que son unos espías vestidos de piel de oveja, prestos para descubrir el talón de Aquiles de su nación. De nuevo, los hermanos solo aciertan a sumar más datos a su procedencia, a su número, y al comentario de que en realidad originalmente eran doce, pero que el más joven se hallaba al cuidado del padre en Canaán, y que otro desapareció del mapa sin dar mayores explicaciones. José al menos ya sabe que, tanto su hermano pequeño como su padre, están vivos, y que sus hermanos nada sospechan de su verdadera identidad. Es más, al asegurar que José se ha desvanecido de algún modo, no parecen confesar aún su culpa sobre su venta como esclavo. José aprieta más las tuercas a estos atemorizados hebreos, y sigue en sus trece de que son unos infiltrados disfrazados de gente humilde, y de que su relato solo es un conjunto de invenciones sin ningún tipo de credibilidad.  

       La tensión se masca en el ambiente. José propone al grupo de diez hermanos que sean probados por él, y para ello, los amenaza con encarcelarlos a todos menos a uno, con el objetivo de que el que quedara libre pudiera traer al benjamín, nunca mejor dicho, a su corte. De este modo, corroboraría la versión dada por sus amilanados hermanos. José sabía que estaba llevándolos al límite, pero era necesario comprobar si amaban a su padre y a su hermano menor lo suficiente como para sacrificarse por ellos. Y así, a empellones, son llevados a la mazmorra, lugar que conocía a la perfección el propio José antes de ser investido el segundo hombre más poderoso de Egipto. Allí pasarían a la sombra durante tres días, tres jornadas en las que poder poner en orden las ideas, tanto las de José como las de los diez hermanos. 

3. CULPA CONFESADA 

     Los tres días transcurren lentos y repletos de indecisión y temor: “Al tercer día les dijo José: —Haced esto y vivid: Yo temo a Dios. Si sois hombres honrados, uno de vuestros hermanos se quedará en la cárcel, mientras los demás vais a llevar el alimento para remediar el hambre de vuestra familia. Pero traeréis a vuestro hermano menor; así serán verificadas vuestras palabras y no moriréis. Ellos lo hicieron así, pero se decían el uno al otro: —Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba y no lo escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros esta angustia. Entonces Rubén les respondió, diciendo: —¿No os hablé yo y dije: “No pequéis contra el joven”? Pero no me escuchasteis; por eso ahora se nos demanda su sangre. Ellos no sabían que José los entendía, porque éste tenía un intérprete para hablar con ellos. Entonces se apartó José de su lado, y lloró; cuando volvió a ellos, les habló y, tomando de entre ellos a Simeón, lo apresó en su presencia. Después mandó José que llenaran sus sacos de trigo y devolvieran el dinero a cada uno de ellos, poniéndolo en su saco, y que les dieran comida para el camino; así se hizo con ellos. Entonces pusieron ellos su trigo sobre sus asnos y se fueron de allí.” (vv. 18-26) 

       Parece que José cambia de planes, en parte compadeciéndose de ellos, y en parte pensando en su padre, Benjamín y el resto de familia que se había quedado en Canaán. Enviando a un solo hermano no habría podido llevar el grano suficiente como para alimentarlos a todos convenientemente. Acompañado de un traductor, José los hace salir de prisión, y comparecen ante él, con un rictus de incertidumbre en sus rostros. José toma la palabra en primer lugar, y les insta a hacer caso de su proposición exculpatoria sí o sí. A continuación, José apela a su fe en Dios, en Elohim, algo que nos llama poderosamente la atención, dado que aparentando ser un egipcio más, no habría hecho falta afirmar esta declaración de fe. Dios sigue siendo su ancla y su guía en todo, y, por tanto, a fin de dar algo de esperanza a los corazones apesadumbrados de sus hermanos, da a entender que su ética es intachable y justa en gran manera. He aquí la propuesta irrenunciable: uno de los hermanos quedará aprisionado como aval de que el resto traerá ante José a su hermano pequeño. Si no fuese así, el que hubiese quedado abandonado en Egipto sería ajusticiado y el resto sería perseguido hasta ser capturados y juzgados. No cabía queja alguna, u observación que diese lugar a una negociación de términos. Al fin, todos asintieron a una. 

      Mientras discutían esta propuesta ineludible de José en su propia lengua, y creyendo que José no iba a entender lo que estaban debatiendo entre ellos, el gobernador de Egipto aguza el oído. Prácticamente todos habían llegado a la misma conclusión: todo lo que les estaba sucediendo era el resultado de haber vendido a José como esclavo, sin haber tenido miramientos hacia sus gritos de desesperación y ruego. Todavía recordaban vívidamente ese instante, el cual los estaba atormentando terriblemente. Es interesante observar que, con todas las barrabasadas que habían realizado durante sus vidas, solo una de ellas les remordiera la conciencia, la venta de José. Este es el pensamiento típico oriental de aquellos días, que por cada mala acción había un retorno negativo tarde o temprano, el cual señalaba un crimen por el que no se había pagado. Rubén, el único que intentó en vano convencer en su día al resto de sus hermanos sobre el error de dañar a José, se posiciona como voz cantante para hacer ver a todos la sinrazón de aquel hecho. Es más, Rubén asume que José ha muerto ante la falta de noticias por su parte, y en virtud de las leyes retributivas, todos debían pagar sangre por sangre: “El que derrame la sangre de un hombre, por otro hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios es hecho el hombre.” (Génesis 9:6) 

     José, haciéndose el que no sabe de qué están hablando, recoge atentamente el contenido de sus pesares, de sus culpas y de sus remordimientos. La emoción pudo más que él, puesto que estaba escuchando sin tapujos el sentir del corazón de cada uno de sus hermanos, el sentimiento de culpa que tenían con respecto a su delito, y la sensación de que estaban completamente en manos de un Dios justo y vindicador. José tiene que excusarse rápidamente, puesto que la fuente de sus ojos se desborda y ninguno de sus hermanos debe saber quién es él en realidad, al menos no en ese momento. Tras un buen rato desahogando el cúmulo de emociones que le embargan, José se arregla y se recompone para dictaminar quién sería el escogido para quedarse en prisión mientras el resto traía a Benjamín.  

      Al final, el elegido será Simeón, uno de los hermanos más queridos entre todos. Mientras el resto de hermanos se dispone a viajar de nuevo rumbo a Canaán, José ordena que todos sus costales fuesen llenados con grano, y, sin que lo sepan sus hermanos, hace que sus sirvientes coloquen en la boca de todos los sacos, el dinero que, en principio, debía haberse empleado para pagar el trigo recibido. Además, los surte con avituallamiento para el largo camino que todavía queda hasta alcanzar el hogar familiar.  

4. DINERO Y TEMOR DE DIOS 

     Con el miedo todavía en el cuerpo, los hermanos dan inicio a su trayecto de vuelta: “Pero al abrir uno de ellos el saco para dar de comer a su asno en el mesón, vio el dinero que estaba en la boca de su costal. Y dijo a sus hermanos: —¡Me han devuelto mi dinero; aquí está, en mi saco! Entonces se les sobresaltó el corazón, y espantados se dijeron el uno al otro: —¿Qué es esto que Dios nos ha hecho?” (vv. 27-28) 

     Ya a medio camino de su destino, la comitiva de hijos de Jacob se detiene en un mesón para descansar y comer. Uno de los hermanos, al ir a dar de comer a su montura, descubre para su sorpresa y terror que el dinero que debía haberse quedado el gobernador de Egipto a cambio del grano, ha aparecido en la boca de su saco. Corriendo como las balas, se reúne con el resto de hermanos para comunicarles su desconcertante descubrimiento. Todos comienzan a atar cabos, a sumar dos más dos, y sacan una conclusión bastante sombría. Prevén tener problemas, por un lado, pero también son capaces de reconocer y confesar abiertamente que todo lo que les está sucediendo solo puede ser cosa de Dios. Tras la confesión de sus culpas, llega el temor de Dios, el cual está preparando las vidas de estos terribles hermanos para ser asombradas con la inconmensurable gracia y provisión del Señor. Dándole vueltas al asunto, reemprenden su viaje, elucubrando acerca de las razones que puedan haber llevado al gobernador de Egipto a devolverles el dinero, y temiendo su encuentro con su padre, al que habrían de transmitirle las condiciones de libertad de Simeón. 

5. NOTICIAS DEVASTADORAS 

     Después de varias jornadas mentalmente saturadas, los hermanos se allegan a la tienda de su padre para contarle toda la serie de peripecias por las que han tenido que pasar: “Cuando llegaron junto a Jacob, su padre, en tierra de Canaán, le contaron todo lo que les había acontecido, diciendo: —Aquel hombre, el señor de la tierra, nos habló ásperamente y nos trató como a espías de la tierra. Pero nosotros le dijimos: “Somos hombres honrados, nunca fuimos espías. Somos doce hermanos, hijos de nuestro padre; uno ha desaparecido y el menor está hoy con nuestro padre en la tierra de Canaán.” Entonces aquel hombre, el señor de la tierra, nos dijo: “En esto conoceré que sois hombres honrados: dejad conmigo a uno de vuestros hermanos, tomad para remediar el hambre de vuestras familias y andad, traedme a vuestro hermano menor; así sabré que no sois espías, sino hombres honrados; entonces os entregaré a vuestro hermano y comerciaréis libremente por el país. Aconteció que cuando vaciaban ellos sus sacos, vieron que en el saco de cada uno estaba la bolsita con su dinero; y tanto ellos como su padre, al ver las bolsitas con el dinero, tuvieron temor. Entonces su padre Jacob les dijo: —Me habéis privado de mis hijos: José no aparece, Simeón tampoco y ahora os llevaréis a Benjamín. Estas cosas acabarán conmigo. Rubén respondió a su padre: —Quítales la vida a mis dos hijos, si no te lo devuelvo. Confíamelo a mí y yo te lo devolveré. Pero Jacob replicó: —No descenderá mi hijo con vosotros, pues su hermano ha muerto y él ha quedado solo; si le acontece algún desastre en el camino por donde vais, haréis descender mis canas con dolor al seol.” (vv. 29-38) 

      De forma breve, y obviando algunos matices en su narración, los hijos de Jacob lo ponen en antecedentes sobre todo lo sucedido en Egipto. Jacob se quedó de piedra. No podía creer todo lo que estaba oyendo. Era una pesadilla, un mal sueño, tal vez. ¿Cómo se podía haber complicado una simple compra-venta de grano hasta ese punto? Mientras todavía trataba de entender el alcance de la petición del dirigente egipcio, pudo comprobar con sus propios ojos el relato de las monedas colocadas en las bocas de los costales. No era un invento de sus hijos. La realidad se le antojaba más tétrica que nunca, y más al constatar la ausencia de Simeón. El miedo se apodera de su espíritu y se pone en el peor de los escenarios. Como una espita que deja salir el vapor a presión de un recipiente, Jacob estalla. Incrimina a todos sus hijos, menos a Benjamín, claro está, en las desventuras que le han llevado a perder ya a dos de sus hijos: Simeón, encarcelado en un país extraño, y José, desaparecido para siempre. El hecho de tener que confiar a Benjamín al cuidado de sus hijos mayores no le convence en absoluto. Es como si presagiara un nuevo y más torturador dolor emocional con la posible pérdida de su hijo menor. Si algo le ocurriese a Benjamín, seguramente moriría de pena. 

     Rubén, entristecido y compungido al ver así a su padre, y tratando de hallar una solución a esta coyuntura tan enrevesadamente adversa, propone algo sumamente absurdo: entregar a Jacob a sus dos hijos para que dispusiera de sus vidas en caso de que algo malo sucediese a Benjamín. ¿Qué clase de consuelo iba a recibir Jacob aniquilando a sus nietos? Rubén no sabía bien de qué estaba hablando, por muy buena fe que tuviese en la resolución de este nudo familiar. Jacob prefiere que Simeón muera en una prisión egipcia, antes que renunciar a Benjamín. Ya había pasado días y noches de gran dolor y enlutado a causa de José, y todavía lo tenía fresco en su memoria aun con los años. Nada dice sobre el pobre Simeón, como si la vida de este valiese mucho menos que la vida de los hijos de Raquel. De nuevo, el peligroso favoritismo llevado al límite y a la obsesión de Jacob. El viaje a Egipto era largo y propenso a emboscadas y adversidades de todo tipo, y si Benjamín moría a causa de éstas, los últimos días de la existencia de Jacob devendrían en desgraciados y eternos momentos de tristeza y congoja. Su descenso al país de los muertos sería al fin el reposo a tantas y tantas penurias y tribulaciones terrenales. 

CONCLUSIÓN 

      José ha extendido su red en torno a sus hermanos, y el plan solo acaba de comenzar. El proceso restaurador del corazón pecaminoso de sus hermanos se ha iniciado confesando sus culpas, adquiriendo un inusitado temor de Dios y arrepintiéndose de sus malos caminos. ¿Qué tendrá José preparado para cada uno de ellos en el futuro? ¿Dejará Jacob que Benjamín viaje rumbo a Egipto para salvar el cuello de sus hermanos y proveer de alimento a toda su casa? La respuesta a estos interrogantes, y mucho más, en el próximo estudio sobre la vida de José en Génesis.

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