PRESUNCIÓN


SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA III” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 13:1-15 

INTRODUCCIÓN 

      No sé si alguna vez habréis tenido la ocasión de escuchar o leer a Esopo, uno de los escritores de fábulas más conocido de la historia junto con Samaniego, Iriarte y De la Fontaine. Entre sus decenas de historias con moraleja final, hay una que nos enseña a ser más humildes y menos presuntuosos en la vida y cuando queremos impresionar a los demás. Se cuenta que viajaban juntos una zorra y un mono conversando animosamente sobre la nobleza. Mientras cada uno enumeraba sus títulos, llegaron a un cementerio. El mono rompió a llorar y la zorra le preguntó qué le ocurría. Mostrándole unas tumbas, el mono respondió: - ¡Cómo no sollozar cuando estoy en las lápidas de los esclavos de mis antepasados! - ¡Miente todo lo que quieras - contestó la zorra -, pues ninguno se levantará para desmentirte! Esta breve narración nos permite comprobar de qué manera el ser humano es capaz de inventarse currículums que en nada tienen que ver con la realidad.  

      Sabemos que esta clase de comportamiento sigue siendo propio de nuestra actualidad social. Individuos que inflan sus credenciales con títulos inexistentes, con cursos a los que no se ha asistido o con empleos sacados del mundo de la fantasía; personajes que intentan aparentar lo que no son con sus poses cuidadosamente estudiadas y retocadas con Photoshop; embaucadores de incautos que exhiben una fachada atractiva y encantadora, pero que ocultan intereses perversos y deleznables... Presumir es lo que se lleva desde siempre. Querer hacer ver a otros un espejismo que está muy lejos del estado lamentable en el que se vive. Diseñar la vida para dar impresiones erróneas a sus semejantes para conseguir algo de ellos. Maquinar trucos de prestidigitador para distraer al personal de la auténtica realidad de sus corazones y tramas. Vivimos en un mundo de presuntuosos y de presumidos, de orgullosos y de hipócritas, que buscan vivir a todo tren a costa de esconder su verdadero ser al resto de la humanidad.  

     Sin embargo, sabemos que esta clase de personas, que durante una temporada disfrutan del resultado de sus atrezos cosméticos, tarde o temprano, en los momentos críticos, se verán descubiertos en sus engaños, en su arrogancia y en su turbia esencia personal. Y cuando se descorre el telón dorado y púrpura de su pintura superficial, solo queda la miseria, la corrupción del alma y la tristeza más cruda. La mayor parte de la gente que se las da de algo, que construye su vida con hojarasca, madera y paja, se dará cuenta, como en el cuento de los tres cerditos y el lobo, que cuando la desgracia sople y sople sobre su intrincada y falsa identidad, ésta caerá derrumbada para ser una víctima más de la insensatez con que encaró su existencia. La presunción no es buena compañera de viaje, porque ésta, en cuanto ve los nubarrones de la catástrofe venidera, poco podrá hacer para ser refugio y cobijo para el espíritu desnudo y empapado. 

1. CONEXIÓN ENTRE DISCURSO Y ÉTICA 

     Salomón vuelve a enviar un mensaje a la posteridad acerca de los resultados positivos de la humildad y la sensatez, y sobre los infames réditos que ofrece ser falsa moneda e imprudentes especímenes humanos. El rey sabio quiere, en esta oportunidad, emplear una estrategia discursiva que ya había utilizado en otras secciones sapienciales: la de la instrucción que un padre prodiga a un hijo joven que todavía no ha salido del cascarón: “El hijo sabio recibe el consejo del padre, pero el insolente no escucha las reprensiones. Del fruto de su boca el hombre comerá el bien, pero el alma de los prevaricadores hallará el mal. El que guarda su boca guarda su vida, pero el que mucho abre sus labios acaba en desastre. El perezoso desea y nada alcanza, mas los diligentes serán prosperados. El justo aborrece la palabra mentirosa; el malvado se hace odioso e infame. La justicia protege al perfecto de camino, pero la impiedad trastorna al pecador.” (vv. 1-6) 

      Dando por supuesto que el padre del que nos habla el autor de Proverbios es alguien experimentado y cuya vida está en manos de Dios, podemos comprender, tanto la satisfacción del progenitor que ve cómo su descendiente escucha y pone por obra sus consejos, como la decepción al comprobar de qué manera su retoño desprecia cada una de sus instrucciones sobre cómo conducirse en este mundo. Cuando un padre preocupado y temeroso de Dios sienta ante sí a su hijo para ofrecerle indicaciones útiles y eficaces sobre cómo encarar cualquier situación que le vaya a surgir en su dinámica vital, lo hace, no para disgustarlo, para enfadarlo o para aguarle la fiesta. Lo hace desde un corazón que conoce bien las dos caras de la moneda de la vida. Lo hace desde un amor extraordinario y desde un conocimiento de causa que procura evitar a su criatura males mayores en situaciones críticas.  

      Si el hijo responde de buen grado ante las advertencias paternas, el pecho del progenitor suspira aliviado con la esperanza de que la sabiduría compartida con el joven será aplicada convenientemente en el futuro. Pero si el hijo contesta con desdén, desprecio y pasotismo a las enseñanzas de su padre, el alma de este último se verá desgarrada hasta el tuétano, penando cada día con la idea de que, en cualquier instante, las malas noticias llamarán a su puerta y el porvenir de su hijo se verá truncado trágicamente. Como asegura el versículo seis, el consejo rector de un padre será como un escudo protector en torno al hijo sabio, mientras que la rebeldía injustificada del hijo insensato solo le deparará sinsabores mientras respire. 

     El hijo que sabe ser discreto y tiene ha adquirido el suficiente autocontrol como para no decir más de lo oportuno y debido, es aquel que tiene en cuenta que según el uso que se les dé a las palabras pronunciadas, así será el resultado de sus negocios, tratos, relaciones y afectos. Hay un proverbio que dice que uno es esclavo de sus palabras, y dueño de sus silencios, lo cual debe hacer pensar al joven que comienza a entablar conexiones sociales de todo tipo, que su discurso está directamente relacionado con la clase de contactos y compañías que tendrá en su círculo más íntimo. Si sus palabras solo buscan beneficiarse astuta y falsamente de los demás, difamando para lograr verse cumplidos sus deseos, estas provocarán que todo les salga rematadamente mal.  

      El joven que no mide lo que sale por su boca y que deja que su lengua se enrede en mentiras, tergiversaciones de todo tipo y estafas groseras, se verá abocado a una paulatina disminución de amistades y lazos comerciales. Será odiado por los que fueron engañados por él y su fama de poco fiable correrá como la pólvora entre aquellos que todavía no han sido contaminados con su labia retorcida. Con el tiempo, el embuste es descubierto, la prevaricación es probada, y la cárcel se convierte, en el mejor de los casos, en el alojamiento de los que echaron por la borda su vida al no estimar como necesarios los consejos de sus progenitores. 

    La pereza es la falta de ganas de trabajar, o de hacer cosas, en general. Si el hijo que ha recibido de su padre, no solo palabras de consejo, sino también el ejemplo de una vida industriosa, opta por tumbarse a la bartola, fiándolo todo a la suerte, al engaño sistemático para medrar a costa de otros, o al parasitismo social, es que no ha entendido nada. La holgazanería es uno de los peores males que pueden afectar a la persona, y de manera más fatídica, al joven, individuo con un gran potencial, con energías prácticamente inacabables, con una creatividad exuberante, y un activismo envidiable. El gandul por excelencia se pasa las horas soñando y soñando, imaginando cumplir sus ansiados deseos, mecido por la hamaca de la desidia, pero al final, no saca nada en claro.  

      Y es que, para poder alcanzar los sueños, primero hay que trabajar, estudiar, marcarse metas realistas, y persistir en el esfuerzo. Es preciso ser diligentes, es decir, personas que ponen mucho interés, esmero, rapidez y eficacia en la realización de un trabajo o en el cumplimiento de una obligación o encargo, para obtener el premio de los anhelos conseguidos. La molicie no tiene lugar con la prosperidad o con la dicha, sino que más bien lleva al que la practica, si es posible ser practicada, a hacer noche bajo los puentes o durmiendo de prestado en cualquier albergue de transeúntes.  

2. CONEXIÓN ENTRE RIQUEZAS Y ÉTICA 

     Salomón también abre a reflexión la relación existente entre las riquezas materiales y la ética personal derivada del acatamiento o menosprecio de la amonestación de un padre a un hijo: Hay quienes presumen de ricos y no tienen nada, y hay quienes pasan por pobres y tienen muchas riquezas. Las riquezas de un hombre pueden ser el rescate de su vida, pero el pobre no escucha amenazas. La luz de los justos brilla alegremente, pero se apagará la lámpara de los malvados. Ciertamente la soberbia produce discordia, pero con los prudentes está la sabiduría. Las riquezas de vanidad disminuyen; el que recoge con mano laboriosa las aumenta.” (vv. 7-11) 

     Podríamos decir que aquí tenemos una porción ciertamente reveladora en lo que a los negocios, las propiedades y las posesiones materiales se refiere. El escritor de Proverbios enlaza y conecta la ética personal con la gestión de fondos y bienes. En su amplia experiencia, el sabio padre advierte al joven hijo de dos conductas muy antisociales y que defraudan, no solo al resto de la sociedad, sino también a Dios. La primera de ellas es presumir de riqueza cuando no se tiene un cuarto en los bolsillos. Personas que van anunciando a bombo y platillo que son unos magnates, pero están a dos velas. Individuos que presumen de ser unos potentados por lo que tuvieron un día, pero que en el presente son unos pobretones a causa de los reveses económicos de la vida. Son personas que antaño eran parte de un rancio abolengo, que se vanagloriaban de sus poderes y lujos, que se ufanaban de su alto tren de vida; pero que ahora van mendigando favores con los que sobrevivir. Sin embargo, a pesar de su desafortunado estado, siguen dando a entender que continúan nadando en la abundancia, perseveran en su estilo de vida holgado gastando lo que no tienen, y dedican su tiempo a airear sus exiguas glorias ante los que siguen formando parte de su entorno elitista. 

    El otro hábito a evitar por el joven asesorado por su padre es pasar al lado completamente contrario, el lado de tener riquezas y restringir su generosidad para con los necesitados. Seguro que habéis visto a personas que van por ahí por los mercados recogiendo las sobras de los puestos de fruta y verdura, mirando por los contenedores en busca de tesoros que otros tiran, o vistiendo como auténticos mendigos, con la ropa remendada y las suelas de los zapatos con agujeros. Y, sin embargo, profundizas en quiénes son, y te enteras de que son de los más ricos del pueblo. ¿A qué obedece esta mezquindad de vida? Y si alguien tiene algún problema de solvencia o liquidez, son los primeros que se apartan de ellos, excusándose de mil maneras imaginables para no soltar la gallina. Tienen mucho, pero ni viven ellos, ni ayudan a vivir a los que tienen necesidades auténticas. Son roñosos, avariciosos, rácanos y muy insolidarios con sus convecinos, y son conocidos por su falta de empatía y compasión para con los menesterosos. Son tan pobres, que no tienen más que dinero. 

     El padre intenta inculcar a su hijo la conveniencia de practicar el contentamiento material, procurando un equilibrio en la gestión y tenencia de posesiones. Si eres muy adinerado, siempre correrás el riesgo de ser secuestrado para pedir un rescate por tu vida. No es la primera ni la última vez en la que unos desgraciados delincuentes han raptado a una persona famosa por su capital, para reclamar a la familia un rescate suculento. La riqueza no da la seguridad o la tranquilidad a la persona. Es más, puede convertirse en un verdadero quebradero de cabeza cuando sabes que estás en la mira de personajes siniestros que quieren arrebatarte lo que tienes.  

      Por otro lado, si eres pobre, nadie va a venir a tu casa a coartar tu libertad. Ya puedes amenazarlo o coaccionarlo, que el que no tiene nada que alguien pueda querer, se va a reír a carcajadas. No tiene nada que perder, y todo le da igual. Y como las cosas no pueden ir a peor, pues se embarca en la estrepitosa idea de robar al que más tiene para sobrevivir, y el temor a ser juzgado y condenado a veces se le antoja incluso lo mejor que le puede pasar. El padre desea que su hijo ni haga alarde y presunción de lo que gana, y que ni se justifique en lo que carece para perpetrar delitos contra sus conciudadanos. 

     La soberbia, la vanidad y la discordia son hermanas que siempre van cogiditas de la mano. Alcanzar una posición socialmente elevada, entregarse a los deleites y caprichos más absurdos y provocar allí por donde vas el conflicto y el enfrentamiento, son prácticas inmorales que el joven debe evitar por encima de todo. La humildad, la prudencia y la sabiduría también son hermanas que necesaria y naturalmente se unen para que la luz de los justos y los de ética basada en el temor de Dios relumbre sobre la menguante llama de los malvados, los altaneros y los veleidosos de este mundo.  

      Y aunque en la actualidad, pueda parecer que se pone en el candelero todo aquello que es contrario a la voluntad de Dios para el carácter de los seres humanos, esto es, el orgullo enfermizo, la superficialidad estética y la disensión sistemática, lo cierto es que llegará un día en el que los valores propios de una vida junto a Dios y sometida a sus designios, refulgirá con más fuerza que nunca. La tontería dará paso a la disciplina, la estupidez cederá su trono a la sensatez y a la cultura del esfuerzo, y la batalla dialéctica será erradicada para plantar la paz que solo la justicia de Dios puede ofrecer al ser humano perdido y envanecido. 

3. PLENITUD CONTRA FRUSTRACIÓN 

     No cabe duda de que existe una gran diferencia entre aquellos jóvenes hijos que optaron por recurrir a la plenitud que solamente brinda la sabiduría de Dios, y aquellos que decidieron unilateralmente dirigir sus vidas hacia la frustración que únicamente trae la insensatez de sus actos y pensamientos: “La esperanza que se demora es tormento del corazón; árbol de vida es el deseo cumplido. El que menosprecia el precepto se perderá; el que teme el mandamiento será recompensado. La instrucción del sabio es manantial de vida para librar de los lazos de la muerte. El buen juicio da gracia; el camino de los transgresores es duro.” (vv. 12-15) 

      El versículo 12 es un proverbio que para nuestro refranero castellano no es ajeno. Podemos reconocer en sus palabras el dicho de que “más vale pájaro en mano, que ciento volando.” Si pensamos en dar comienzo a nuestra andadura terrenal, a ocuparnos por construir las vías que nos lleven a la madurez personal, y a dar pasos en la dirección que nos marca el Señor, solo cuando nuestras expectativas se cumplan, estamos apañados. De ahí que existan muchos jóvenes, ya bastante talluditos, que siguen esperando a que sus sueños idealizados se cumplan en la realidad para avanzar. Son esos Peter Pan y esas Wendy que viven oteando siempre al firmamento para ver si los astros se alinean y todo sucede exactamente como han soñado. Son jóvenes anclados en una esperanza que solo atormenta sus vidas con cada día que pasa, que llena de pesadumbre y pesimismo sus ánimos. No está mal desear o soñar, el problema es que, en esa espera se pierden oportunidades sumamente válidas, y se desperdicia el tiempo y el potencial limitado que se tiene. El deseo cumplido, lo que hoy puedes hacer, es lo que te da vida, y si en el futuro, aparece otra mejor ocasión de prosperar, pues entonces se tomarán las decisiones oportunas.  

      El hijo que escucha atentamente a su padre, amándolo por su tierno y cariñoso discurso sapiencial, sabe que, a su tiempo, si persevera en cumplir con los requerimientos recibidos de parte de Dios canalizados a través de sus padres, alcanzará el éxito en la vida. Si con honradez atesora las lecciones que sus progenitores le entregan para su bien, la fuente de toda bendición material y espiritual, el cual es nuestro Dios omnipotente, le surtirá abundantemente de alegría y satisfacción. El sentido común y el discernimiento espiritual que salta para vida eterna lo hará agradable ante los ojos de la sociedad y ante la mirada aprobadora de Dios.  

     Ahora, si escoge beber de otros pozos, otras cisternas rotas y salobres, citándose de continuo con la maldad y la mentira, con la presunción y el hedonismo salvaje, no podrá escapar de la trampa mortal que le aguarda a pesar de haber saboreado los placeres más depravados. La repercusión de sus actos e intenciones le alcanzarán en cualquier momento del camino, y perecerán para siempre en sus pecados y desvaríos. La dureza de su ruta dislocada solo será el menor de sus inconvenientes en esta dimensión terrenal. 

CONCLUSIÓN 

      Como padres, entendemos de parte de Dios, que somos sus administradores hasta que éstos hayan alcanzado la edad en la que deben independizarse y han de volar de nuestro nido. Todo progenitor sabe que un día nuestros hijos tomarán la decisión de transitar por este mundo al margen de nuestra cobertura. De ahí que sea tan importante inculcarles la necesidad de desarrollar un carácter dúctil en manos del Señor, enseñarles de palabra y testimonio los valores y principios morales y éticos que podemos reconocer en las Escrituras, y poner a su disposición cualquier consejo que les permita elegir aquello que es correcto, justo y agradable para Dios. 

     Como hijos, hemos aprendido, a veces por las buenas, y otras por las malas, lo que resulta de obedecer y desobedecer las instrucciones paternas. En el ardor, la arrogancia y la pasión de la juventud quisimos en muchas ocasiones obviar las lecciones que nos fueron confiadas, pensando que conocíamos mejor el mundo y sus complejidades, mejor que nuestros progenitores. Y así nos fue. No nos quedó más remedio que lamentarnos y confesar nuestro yerro, a la par de nos decíamos a nosotros mismos que “ya nos lo decía nuestro padre o nuestra madre.” Y cuando llegamos a ser a nuestra vez, padres, asimilamos con humildad que “cuando seas padre, comerás huevos.”  

     Solo cuando un hijo se convierte en padre de una nueva criatura, entonces, y solo entonces, sabrá bendecir la memoria de sus padres y sabrá apreciar el consejo sabio y tierno que también ellos mismos aprendieron de sus antepasados, todos ellos dirigidos y guiados por la sapientísima gracia de Dios.

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