HUYENDO DE LA LUJURIA


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DE JOSÉ EN GÉNESIS “JOSÉ EL SOÑADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 39 

INTRODUCCIÓN 

     Cuando hablamos de personas antisociales, normalmente nos referimos a aquellos seres humanos que, por regla general, no demuestran un claro discernimiento entre bien y mal, ignoran los derechos y sentimientos de los demás, tienden a hostigar, manipular o tratar a los demás con crueldad o indiferencia, no muestran culpa ni remordimiento por su conducta, suelen violar la ley y convertirse en delincuentes, recurren a la mentira y al comportamiento violento o impulsivo, y son más proclives a tener problemas con el consumo de drogas y alcohol. Seguro que vienen a nuestra mente algunos ejemplos de la vida real, bien porque nos ha tocado relacionarnos con ellos, o bien porque sus hechos han afectado negativamente a la convivencia social y familiar. Las posibles causas suelen estar asociadas principalmente a antecedentes familiares de trastorno de personalidad antisocial u otros trastornos de la personalidad o trastornos de salud mental, al maltrato o descuido durante la infancia, o a una vida familiar inestable, violenta o caótica durante sus primeros años de existencia. 

     Cuando se despliega esta clase de personalidad en los distintos ámbitos de la vida, los resultados son realmente lamentables y dramáticos. El maltrato a la pareja sentimental y a los hijos a cargo, los problemas de consumo de sustancias adictivas entrando en una espiral autodestructiva, el encarcelamiento a causa de crímenes y delitos, las conductas homicidas o suicidas, la depresión, la marginalidad y la muerte prematura como producto de actos violentos, son solo algunas de las complicaciones y consecuencias más probables que aparecen en el entorno de la persona antisocial. La raíz de tanta amargura y agresividad se halla tan profundamente arraigada en un trasfondo personal tan duro y cruel, que prácticamente es imposible poder evitar que desarrolle ramificaciones trágicas y frutos terribles a lo largo de su existencia. Solo Dios puede cambiar esta clase de tendencia y de dinámica vital, tal y como veremos en la propia vida de José. 

     Dejamos a José en manos de una caravana de ismaelitas que iban a vender sus mercancías a las tierras de Egipto, imperio gobernado en aquellos tiempos por la decimoquinta dinastía de procedencia hicsa. Los hicsos, probablemente una confluencia de pueblos sirio-palestinos o cananeos, se hicieron con el control de Egipto desde el 1720 al 1576 d. C. Etimológicamente, la palabra “hicso” significaba “gobernantes extranjeros,” por lo que entendemos que no eran oriundos del país egipcio, sino que poco a poco, con los flujos migratorios, se hicieron con el poder. La capital de este imperio fue Avaris, situada en el mismo delta del Nilo. No sabemos si José fue conducido a este emplazamiento en concreto, puesto que nada se nos dice al respecto, pero podría ser una opción.  

1. MAYORDOMÍA ÍNTEGRA 

     Con este contexto en mente, José llega al fin a tierras egipcias para ser vendido como esclavo: “Llevado, pues, José a Egipto, Potifar, un egipcio oficial del faraón, capitán de la guardia, lo compró de los ismaelitas que lo habían llevado allá. Pero Jehová estaba con José, quien llegó a ser un hombre próspero, y vivía en la casa del egipcio, su amo. Vio su amo que Jehová estaba con él, que Jehová lo hacía prosperar en todas sus empresas. Así halló José gracia a sus ojos, y lo servía; lo hizo mayordomo de su casa y entregó en su poder todo lo que tenía. Desde el momento en que le dio el encargo de su casa y de todo lo que tenía, Jehová bendijo la casa del egipcio a causa de José, y la bendición de Jehová estaba sobre todo lo que tenía, tanto en la casa como en el campo. Él mismo dejó todo lo que tenía en manos de José, y con él no se preocupaba de cosa alguna sino del pan que comía. José era de hermoso semblante y bella presencia.” (vv. 1-6) 

       ¡Cómo habían cambiado las cosas! José pasa de ser el mimado hijo de un gran señor de la tierra de Canaán, a convertirse en una mercancía más que vender en el mercado de un territorio extraño para él. ¿Qué pasaría por la mente de José mientras era conducido desde Dotán a Egipto? ¿Rumiaría para sus adentros cómo librarse de su patética situación? ¿Pensaría en cómo hacer pagar a sus hermanos por esta afrenta tan cruel? Sus sueños de grandeza habían quedado en el ayer, y su futuro no parecía ser de lo más halagüeño. ¿Llenaría su alma de quejas a Dios, de planes de venganza, de odio hacia el ser humano? No entendía el porqué de todo lo que le estaba sucediendo. No era justo. ¿Qué había hecho él para merecer tal castigo?  

      Un trayecto tan largo como el que tuvo que emprender a la fuerza, daría la posibilidad de pensar y meditar sobre este cambio tan radical del destino. Uno podría pensar, con toda la razón del mundo, que José se transformaría en un ser cínico, depresivo, endurecido por las circunstancias, insensible ante cualquier bondad que se le brindara por parte de otras personas. Podría perfectamente haberse constituido en una persona antisocial, despotricando una y otra vez contra la humanidad y su naturaleza malvada y traicionera. Cualquier sicólogo actual hubiera justificado que José viese trastornada su visión de la vida, de las interacciones sociales y de las relaciones interpersonales. 

     Sin embargo, a pesar de todo, el escritor bíblico enfatiza que lo que pudo ser, no fue. José es adquirido como un vulgar animal, por uno de los hombres más influyentes y poderosos de aquellos tiempos: Potifar, oficial del faraón y capitán de su guardia de corps. Pocos había en el entorno del faraón que disfrutasen de tanta confianza. José es llevado a su palacio, a fin de servir de sol a sol en las tareas del hogar. Y antes de que se nos narre el papel que iba a cumplir en los deberes domésticos, se nos recalca que Dios estaba con José, y que José estaba bajo la providente mano de Dios. Teniendo en cuenta el infortunio por el que había pasado recientemente, José confía a pies juntillas en los propósitos del Señor para su vida.  

      Ha perdido su libertad, está lejos de su padre y de sus raíces, ha sido traicionado por sus hermanos, pero, aun así, reconoce que está bajo el paraguas de Dios, y que no hay mal, que por bien no venga. Es una mentalidad difícil de lograr, una perspectiva de las circunstancias muy poco común. Es un talante que comprueba como, poco a poco, de forma progresiva, todo cuanto hace, todo cuanto emprende, está respaldado por la bendición celestial. Su propio testimonio, su personalidad y el fruto de su trabajo era premiado con la prosperidad para él y para todos cuantos le rodeaban. 

     Esto no pasa desapercibido para su señor Potifar. Seguramente un servidor de los dioses de Egipto y del mismo faraón, también considerado un dios en la tierra, Potifar era capaz de reconocer en José y en su devoción a su Dios, el origen y fuente de una cadena de beneficios materiales, los cuales amplificaban aún más si cabe su poderío y gloria. Pronto comprendió que la mejor decisión que podía tomar con respecto a José, era la de entregarle todas y cada una de las áreas de su casa, de sus propiedades y de sus bienes. José se crece en la adversidad, se adapta a la situación, pone su fe en su Señor, y ve la recompensa al ser ascendido en el escalafón de la servidumbre como administrador general doméstico.  

      Potifar estaba tan contento y se fiaba tanto de José, que lo único que tenía que hacer era preparar el ritual alimentario propio de los adoradores de las divinidades egipcias, dado que José se abstendría de realizar esta labor a causa de su lealtad a Dios. Todo iba viento en popa, y a toda vela para todos. La felicidad y la prosperidad recorrían cada estancia del hogar de Potifar. Y como detalle añadido a todo esto, el autor bíblico reseña que José era un buen mozo, bien parecido y lozano en su presencia, no en vano era hijo de Raquel, la “de lindo semblante y hermoso parecer” (Génesis 29:17), y tenía entre diecisiete y dieciocho años de edad. ¡Juventud, divino tesoro! 

2. LA INTEGRIDAD PUESTA A PRUEBA POR LA LUJURIA 

      Como en todas las historias que nos cuentan, y que comienzan con una descripción bucólica e ideal de lo que sucede, los nubarrones de la crisis no tardan en aparecer en el horizonte de este paraíso en la tierra: “Y aconteció después de esto, que la mujer de su amo puso sus ojos en José, y le dijo: —Duerme conmigo. Pero él no quiso, y dijo a la mujer de su amo: —Mi señor no se preocupa conmigo de lo que hay en casa, y ha puesto en mis manos todo lo que tiene. No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer. ¿Cómo, pues, haría yo este gran mal, y pecaría contra Dios? Hablaba ella a José cada día, pero él no la escuchaba para acostarse al lado de ella, para estar con ella. Pero aconteció un día, cuando entró él en casa a hacer su oficio, que no había nadie de los de casa allí. Entonces ella lo asió por la ropa, diciendo: —Duerme conmigo. Pero él, dejando su ropa en las manos de ella, huyó y salió.” (vv. 7-12) 

      No conocemos las razones exactas por las que la esposa de Potifar comenzó a fantasear con la idea de tener relaciones adúlteras con José. Pudo sentirse insatisfecha con la relación que mantenía con su esposo, dado que éste tenía un absorbente compromiso con la seguridad y protección del faraón, y pasaría mucho tiempo fuera del hogar; pudo pensar que, gracias a su ascendencia sobre sus siervos podía obligarlos a saciar su lujuria; o pudo imaginar qué se sentiría al ser amada por alguien más joven y más atractivo que su cónyuge. La cuestión es que el deseo se instala permanentemente en su mente, y trata de aprovechar las ausencias de su esposo para lograr un encuentro sexual con José.  

      De manera franca y directa, propone al administrador general tener conocimiento carnal. José, sabio y prudente, intenta hacer ver a la esposa de su señor que esta clase de comportamiento lascivo no va a tener lugar nunca. José manifiesta una integridad a prueba de bombas. Otro esclavo con menos principios o valores morales y éticos podría sucumbir ante las insinuaciones de la esposa de Potifar, animado por la posibilidad de escalar en el orden jerárquico del hogar, y por la promesa de prosperar de varias maneras. Con José esto no funciona. 

      Si algo podemos ensalzar de la figura de José en estos críticos instantes, es su lealtad. José, en primer lugar, es fiel a su señor y dueño. Potifar le ha encomendado la gestión de todo su patrimonio, y no puede traicionarlo de una forma tan vil y rastrera, acostándose con su esposa. En segundo lugar, José es leal al vínculo matrimonial que existe entre Potifar y su esposa. Por nada del mundo se convertirá en una cuña que destruya y quebrante la unión formal de un hombre y una mujer. Y, en tercer lugar, José es leal para con Dios, ya que entiende que cualquier acto sexual fuera del matrimonio es un pecado del que el Señor abomina, y que castiga a su tiempo.  

      Manteniéndose firme como una roca ante los peligrosos avances de esta mujer, da por zanjado este tema, esperando que la mujer de Potifar apacigüe sus ánimos y se retraiga de cometer un adulterio de libro. La mujer, no obstante, no se da por vencida. José se ha convertido en una auténtica obsesión para ella, y su rechazo no hace más que aumentar su acoso, sugiriendo simplemente echarse junto a ella en el mismo lecho, o que nadie se enteraría de sus escarceos libidinosos. El día a día de José se convierte en un verdadero infierno, zafándose de la manera más honrosa y digna posible de los arrumacos que le prodiga la mujer de Potifar. 

     La situación se va tornando insoportable para José, sobre todo, cuando un día en el que solo se hallaban en el recinto palaciego José y la esposa de Potifar, ésta última decide forzar a José para consumar su enfebrecida ansia sexual. Lanzándose sobre José como una loba sedienta de sangre, se aferra a la túnica de José mientras exige que éste al fin se rinda a sus encantos. José, asustado ante esta actitud tan agresiva, y siendo consciente del riesgo que estaba corriendo, se revuelve y con un movimiento escurridizo, deja en manos de la esposa de Potifar sus ropajes, huyendo despavorido hacia el exterior del palacio.  

3. TEATRALIZACIÓN DE UNA FARSA 

      Frustrada y humillada en su intención, la esposa de Potifar guarda las reconocibles vestiduras de José junto a sí, y grita a voz en cuello como si la vida le fuera en ello: “Cuando ella vio que le había dejado la ropa en sus manos y había huido fuera, llamó a los de casa, y les dijo: —Mirad, nos ha traído un hebreo para que hiciera burla de nosotros. Ha venido a mí para dormir conmigo, y yo di grandes voces. Al ver que yo alzaba la voz y gritaba, dejó junto a mí su ropa, y salió huyendo. Puso ella junto a sí la ropa de José, hasta que llegó su señor a la casa. Entonces le repitió las mismas palabras, diciendo: —El siervo hebreo que nos trajiste, vino a mí para deshonrarme. Y cuando yo alcé mi voz y grité, él dejó su ropa junto a mí y huyó fuera.” (vv. 13-18) 

      El plan de esta pérfida mujer era simple. Dando alaridos enronquecidos avisando a la servidumbre para que acudiesen a su auxilio, asiéndose de las ropas de José como evidencia de una violación, y fingiendo haber sido ultrajada por un esclavo forastero, tenía todas las de ganar en este juego artificioso. ¿A quién iban a creer? ¿A la señora de la casa o a un advenedizo hebreo que no sabía dónde se encontraba su lugar en el orden de las cosas? José tenía todas las de perder, no cabe duda. Aunque muchos de sus compañeros en el servicio lo conocían, y podían dar fe de su integridad y honradez, e incluso de las ocasiones en las que la mujer de Potifar había intentado obligar a José a acostarse con ella, no estaban en disposición de llevarle la contraria a esta astuta mujer. José no estaba presente para defenderse, o para dar su versión del asunto.  

     Y cuando Potifar aparece por casa, se encuentra con una nueva edición teatral de parte de su esposa para seguir echando gasolina al fuego. De forma atrevida, la esposa de Potifar es capaz de echarle la culpa a él de la posibilidad de haber sido violada en su propio hogar, y de haber comprado a un extranjero, un hebreo de mala muerte (recordemos quiénes eran los hicsos en realidad, ni más ni menos que extranjeros).  

4. DIOS FAVORECE AL ÍNTEGRO 

    La reacción de Potifar al escuchar esta historia es de desconcierto e ira: “Al oír el amo de José las palabras de su mujer, que decía: «Así me ha tratado tu siervo», se encendió su furor. Tomó su amo a José y lo puso en la cárcel, donde estaban los presos del rey; y allí lo mantuvo.” (vv. 19-20)  

      Enfurecido y descolocado, Potifar ha sido convencido de alguna manera de que, lo único que le estaba vedado a José, esto es, su esposa, había sido violentada, provocando que su nombre, su dignidad y su fama se viesen afectados de forma importante. Todos iban a saber que Potifar había tomado una mala decisión adquiriendo a este esclavo hebreo, y sería la comidilla de todo el mundo en lo que a su falta de cuidado conyugal se refería. También es preciso decir que Potifar no las tenía todas consigo, y, a pesar de que manda prender a José, sabedor de que era inútil defenderse de las acusaciones de una mujer de tanto poder, Potifar da indicios de que tenía la mosca detrás de la oreja al condenar a José a ser encarcelado, y no ejecutado por violación de una noble egipcia.  

      El hecho de que sea metido en un calabozo nos da la pista de que Dios sigue velando por la vida de José a pesar de las adversidades que le han sobrevenido: “Pero Jehová estaba con José y extendió a él su misericordia, pues hizo que se ganara el favor del jefe de la cárcel. El jefe de la cárcel puso en manos de José el cuidado de todos los presos que había en aquella prisión; todo lo que se hacía allí, él lo hacía. No necesitaba atender el jefe de la cárcel cosa alguna de las que estaban al cuidado de José, porque Jehová estaba con José, y lo que él hacía, Jehová lo prosperaba.” (vv. 21-23) 

     En tres ocasiones Dios muestra su providente ayuda y respaldo a José, algo que nos debe hacer pensar en el modo en el que podemos ver las vicisitudes de la vida desde la envidiable perspectiva del Señor. José vuelve a pasar de ser un privilegiado mayordomo a ser un gestor de uno de los peores trabajos del mundo conocido. Con el favor de Dios, se granjea el afecto y la confianza del jefe de prisiones, y propone que, ya que está allí, privado de libertad de forma injusta, podría echarle una mano con la administración de aquel cuchitril infecto y tenebroso. El jefe de prisiones, encantado y agradecido, permite que José se convierta en el que hace y deshace en este entorno tan alejado de lo que tuvo en su casa junto a su padre. Con José mejoraron las condiciones de los presos, y el carcelero jefe ya no tuvo que vérselas personalmente con lo peorcito de la sociedad egipcia. Esta es otra demostración de lo que Dios sabe hacer para acompañar y prosperar a los justos, a los inocentes y a los rectos de corazón. 

CONCLUSIÓN 

      Suele ser bastante complicado mantener nuestra integridad en la vida que nos ha tocado vivir. Las presiones de un lado y de otro pueden llevarnos a replantearnos incluso nuestra fe y nuestro seguimiento de Cristo. Las tensiones habidas con nuestros empleadores, con compañeros de trabajo y estudios, y con otras muchas personas con las que intercambiamos lazos afectivos, pueden provocar que dejemos a un lado nuestra moral y ética cristianas para sucumbir ante la erótica del poder, del dinero, de la posición, de la fama o del placer.  

     Muchos cristianos piensan que no pasa nada por pecar una sola vez, o que el fin justifica los medios, y su integridad se resiente, no solo a ojos de los que les rodean, sino, sobre todo, ante los ojos de Dios, aquel que ve aquello que tal vez otros no vean, aquel que nos pedirá cuentas de cómo empleamos los valores del Reino a la hora de enfrentarnos con casuísticas problemáticas y tentadoras. José es un ejemplo perfecto de lo que significa mantenerse íntegro, de lo que supone ser honrado y honesto pase lo que pase, y caiga quien caiga. Puede que siendo íntegros seamos vituperados, insultados o acusados de ser intransigentes, sosos o meapilas. Pero eso no importa, porque a su debido tiempo, Dios pondrá a cada cual, en su lugar, tal y como iremos viendo en la narrativa de José el soñador. 

    Por otro lado, aquella persona que, en un principio, y dados los ingredientes necesarios pudiera convertirse en una persona antisocial, puede dejar de serlo si confía plenamente en el Señor y en que Dios tiene un propósito con sentido para su vida. El destino no está escrito para ningún ser humano, sino que, escogiendo a Cristo como su Señor y Salvador, puede revertir aquellos traumas del pasado en oportunidades de bendición propias y para otras personas en la misma tesitura. 

     De nuevo, José está en un aprieto morrocotudo. ¿Durante cuánto tiempo estará encerrado en las pestilentes y húmedas celdas de Egipto? ¿De qué forma el Señor lo vindicará y lo vivificará a fin de soportar la injusticia de la que es objeto? Todo esto y mucho más, en el próximo estudio sobre la vida de José.

Comentarios

Entradas populares