CONTRASTES



SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS 12-16 “SAPIENTIA III” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 12:1-15 

INTRODUCCIÓN 

     La vida está llena de contrastes. Muchos de estos contrastes tienen relación íntima con lo que consideramos bueno o malo, bello o repulsivo, virtuoso o malvado. Si lo pensamos detenidamente, nosotros mismos, como seres humanos, somos la vívida imagen del contraste en todo tipo de facetas. Nuestro corazón puede llegar a albergar sentimientos solidarios, generosos y bondadosos para con nuestros prójimos, y, sin embargo, también podemos llegar a ser insolidarios, avariciosos y perversos. Tenemos la capacidad de crear cosas realmente hermosas, inspiradoras y beneficiosas, y a la par, también es posible idear elementos destructivos, repletos de fealdad y perjudiciales. Existe dentro de nuestro ser una lucha continua entre lo que debemos hacer y lo que nos apetece hacer, entre el deber y el deseo, entre el sacrificio y el egoísmo puro y duro. Estamos en disposición de reír y festejar cuando hay una celebración jubilosa, y también tenemos ocasión para sumirnos en la pena y en la tristeza cuando el dolor se abate sobre nosotros. Somos una mezcolanza perfecta de caos y orden, de razón y sentimiento, de ilusión y fracaso.  

     Lo mismo sucede en nuestra práctica real de lo que atesoramos en nuestras entrañas. Una misma persona puede escoger entre ser un bienhechor y un malhechor, entre convertirse en un filántropo o en un misántropo de la peor especie. Dentro del libre albedrío que Dios nos ha regalado al crearnos a su imagen y semejanza, tenemos la capacidad de tomar decisiones tan diametralmente opuestas, que hasta nosotros mismos nos sorprendemos a veces. La frialdad del alma se contrapone al calor espiritual, la indiferencia se alza contra la empatía, y el amor se transmuta en odio en solo un chasquido de dedos. ¡Qué contradictorios podemos llegar a ser los seres humanos, con sus dos caras de la misma moneda!  

       Pablo entendió esta realidad bajo la que todo mortal permanece durante toda su existencia, y por ello nos legó su propia experiencia en este sentido al escribir lo siguiente: Y yo sé que, en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que está en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí, pues según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:18-24) 

     En el transcurso de nuestra andadura existencial, no solamente percibimos esta clase de contrastes radicales en nosotros mismos, sino que también podemos apreciarlos en las personas con las que nos relacionamos en el día a día. Salomón, dada su extensa experiencia vital, había tenido que vérselas con multitud de individuos de todo pelaje y calaña. Por ello, no ve mejor manera de ilustrar la mejor manera de transitar por este plano terrenal, que contraponiendo el estilo de vida del que teme a Dios, con el de aquel que se aferra a su propia opinión y sabiduría ingenua. Ambas clases de personas aparecen de continuo en sus proverbios, una y otra vez, a fin de acentuar las diferencias clave que existen entre ellas, y con el propósito de hacer ver al lector u oyente de sus colecciones sapienciales cuál es la senda que lleva a la auténtica felicidad en la vida, aquella que está trazada por el Señor y Creador de la humanidad. 

1. CONTRASTES DE VIDA 

      En el texto propuesto para el día de hoy, Salomón comienza su enseñanza diferenciando entre aquellos que están abiertos a la formación espiritual y aquellos que la rechazan de plano: “El que ama la instrucción ama la sabiduría; el que aborrece la reprensión es un ignorante.” (v. 1) Esta afirmación salomónica es básica para entender que el que desea con toda el alma ser sabio en todos sus caminos, debe estar dispuesto a recibir la enseñanza de otras personas con el corazón abierto de par en par. Si no existe apertura mental a la hora de recibir el consejo o la guía de un maestro, de nada servirán cada una de las lecciones que se impartan. Serán solo palabras, vacías de contenido e influencia en la puesta en acción, incapaces de permeabilizar cada rincón de nuestra conciencia. La instrucción a veces no es solamente la imagen de un docente trasladando su discurso a sus estudiantes, sino que es también el vivo retrato de la pasión, la atención y la concentración a la hora de recibir la reconvención, la amonestación y la corrección.  

     Imaginemos por un momento a un alumno que se enroque únicamente en aquello que le interesa y conviene, y no da lugar a que su instructor marque cuáles son sus errores y equivocaciones. ¿Qué clase de aprendizaje sería este? Uno que responde solamente a la contumacia y la rebeldía más indisciplinada, y, por tanto, inútil y falto de sentido. Así sucede con aquellos supuestos alumnos que odian ser corregidos, redirigidos y reprendidos. Se convierten en auténticos ignorantes de aquello que es verdadero, fiel y correcto, yendo tras sus propias percepciones de lo que es más atrayente o interesante. Son seres humanos estúpidos que no poseen la racionalidad suficiente como para ser diferenciados de cualquier bestia salvaje. En uno de los salmos de Asaf, el autor de este cántico es lo bastante sincero como para reconocer este extremo: “Tan torpe era yo, que no entendía; ¡era como una bestia delante de ti!” (Salmo 73:22) En otro salmo, esta vez de David, podemos encontrarnos de frente con personajes de este calado tan temerario: “No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti.” (Salmo 32:9) 

      El ser humano debe comprender que Dios es el agente que sostiene el orden natural de la creación, y así poder llegar a elegir sabiamente en cada paso que da en la vida: “El bueno alcanza el favor de Jehová, pero Jehová condena al hombre de malos pensamientos. El hombre no se afirma por medio de la maldad, pero la raíz de los justos no será removida.” (vv. 2-3) El eje central de toda la realidad es Dios, y solamente Dios. Partiendo desde este punto nuclear inmutable que no puede ser ignorado, el ser humano puede escoger entre ser bondadoso para con los demás, participando de un atributo divino comunicable que solamente reporta bienestar y alegría al mundo; o elegir ser alguien que pasa cada instante de su breve existencia urdiendo y elaborando planes malignos con los que destruir a su semejante. Todo depende de cada uno de nosotros.  

     No obstante, hemos de saber que nuestras decisiones tienen consecuencias. Si, por un lado, optamos por ser canales de las bendiciones del Señor hacia los demás, beneficiando a nuestra comunidad, Dios nos favorecerá, gozándose en las acciones, palabras y pensamientos sabios que proceden de nosotros. Seremos plantas de Dios, nutridas por la fuente inagotable de la gracia del Señor. Si, por otro lado, preferimos dar rienda suelta a nuestros más bajos instintos, dañando la paz social, no habrá más que esperar la furia divina derramándose sobre nosotros. La maldad no es un buen cimiento sobre el que edificar nuestro futuro, ya que éste es endeble, efímero y autodestructivo. El destino final del sabio y del ignorante no podrían ser más distintos. 

2. CONTRASTES EN EL HOGAR Y EL DISCURSO 

     Las palabras y nuestra conducta en medio de nuestro hogar suelen ser evidencias muy reconocibles del contraste que se produce entre aquellos que buscan la voluntad sabia de Dios y aquellos que se desentienden de las directivas celestiales: “La mujer virtuosa es corona de su marido, pero la mala es como carcoma en sus huesos. Los pensamientos de los justos son rectitud; los consejos de los malvados, engaño. Las palabras de los malvados son como emboscadas para derramar sangre, pero a los rectos los libra su propia boca. Dios trastorna a los malvados y dejan de existir, pero la casa de los justos permanece firme.” (vv. 4-7) 

      Como bien sabemos, y ya hemos aplicado en otros textos de Proverbios, cuando hablamos de mujer o de varón, hablamos de la misma cosa, dado que ambos pueden llegar a alternar lo bueno con lo retorcido. Del mismo modo, cuando el autor habla de la esposa, también puede inferirse que esta enseñanza se aplique al sexo opuesto. El cónyuge que expresa cotidianamente un estilo de vida ajustado a las directrices sabias de Dios, es el orgullo de su pareja. ¿No miramos con ojos de admiración, amor y reconocimiento a nuestro cónyuge cuando manifiesta de mil formas distintas su pasión por el Señor? ¿No recorre vuestro cuerpo un estremecimiento de felicidad cuando observas de qué manera tu compañero o compañera de vida se conduce fielmente según la sabiduría de Dios? La satisfacción que hallamos en valorar la hermosura de su testimonio y comportamiento es inenarrable.  

      Por el contrario, ¡qué penoso y vergonzoso es comprobar cómo tu cónyuge comete fechorías, acciones delictivas o dice cosas improcedentes y fuera de sus cabales! Salomón compara a esta persona con una carcoma, ese insecto que progresivamente va devorando el interior de la madera, o en este caso, de los huesos del cónyuge, hasta que, con el tiempo, todo se desmorona y se derrumba. ¿No es triste esto? 

     Que el pensamiento es, en muchas ocasiones, la antesala de las palabras y las acciones, es algo ampliamente conocido. Si nuestros pensamientos buscan llevar a cabo aquello que es correcto, justo y honrado, sus palabras no precipitarán su ruina en tiempos de crisis. Todo lo contrario, sus afirmaciones se acomodarán a la honestidad, la humildad y la sabiduría, virtudes que nunca han traído un rédito negativo al que las vive abiertamente. El Señor pondrá un fundamento sólido en la trayectoria vital y en los hogares de aquellos que confían en Él y en su maravillosa sabiduría.  

      No obstante, en lo que respecta a los ignorantes de este mundo, sus pensamientos e indicaciones siempre serán fraudulentos. Su anhelo más profundo es engatusar, timar, robar, perjudicar o hacer sufrir a aquellos que prestan oídos a lo que tienen que decir. Su intención siempre es la de inmolar a los incautos en el altar de sus apetitos y deseos más desenfrenados. Lógicamente, esta clase de comportamientos perversos obtendrán su merecido, ya que en vida serán trastornados con remordimientos recurrentes, y en la hora del juicio final serán condenados a padecer la segunda muerte a causa del abultado expediente de sus pecados y desvaríos. 

3. CONTRASTES EN LA ADMINISTRACIÓN MATERIAL 

     Si los pensamientos y las palabras son importantes en la determinación de quién es sabio o estulto, también lo son las acciones y la actitud que se proyecta sobre las propiedades materiales: “Por su sabiduría es alabado el hombre, pero el perverso de corazón es menospreciado. Más vale el despreciado que tiene quien lo sirva, que el jactancioso que carece de pan. El justo cuida de la vida de su ganado, pero el corazón de los malvados es cruel. El que labra sus tierras se saciará de pan, pero el que se une a vagabundos carece de entendimiento. Codicia el malvado la red de los malvados, pero la raíz de los justos da fruto.” (vv. 8-12) 

      Aunque a veces no lo parezca, se valora mucho más una mente privilegiada que sabe de qué habla, que un cabeza de chorlito que no discierne ni por asomo las consecuencias de sus palabras. Quedan para la posteridad los nombres de hombres y mujeres que se condujeron por la vida luchando por la verdad, la justicia y el progreso, que los nombres de personajes siniestros que asolaron la sociedad de formas realmente abyectas. Todos conocen a Gandhi, a Martin Luther King Jr., y a Florence Nightingale por sus logros, inspirando a muchas personas de bien en su búsqueda de provecho social; pero, ¿quién se acuerda, para aplaudirlos, de los terroristas integristas, de los etarras, de los dictadores carniceros o de los corruptos que arramblaron con los caudales públicos? Solamente se acuerdan de ellos los que medraron a su costa, los que siguen matando y vituperando patéticamente a las víctimas de sus crímenes, aquellos que se beneficiaron de la crueldad de estos especímenes sedientos de sangre. Aquellos que procuramos la paz, la esperanza y el bienestar de los pueblos, no podemos más que despreciar a aquellos que quieren robarnos la felicidad. 

      Es curioso el dicho salomónico que viene a continuación. Me recuerda a aquellos hidalgos, o “hijos dalgo,” de tiempos antiguos que presumían de su linaje y de su estirpe, pero que estaban más pelados que Vin Diesel. Hacían ostentación de su sangre azul y de su árbol genealógico, de su heráldica y de su título nobiliario, pero no tenían donde caerse muertos. Eran “creyentes” en el sentido de que se lo creían demasiado, y aspiraban a ir tirando de su rancio abolengo para ir sobreviviendo. A menudo miraban con desdén a los burgueses, despreciando su ascenso social y sus negocios, pero al final, no les quedaba más remedio que recurrir a ellos en los tiempos en los que las tripas cantaban La Traviata. Hoy día también pasan estas cosas con esos famosillos penosos que se arrastran por el fango para seguir estirando el chicle de su cada vez más menguado prestigio televisivo. Pero es mejor ser un humilde trabajador que tiene los pies en el suelo, que ser un tronista o un personaje de la farándula que malvive de sus vergüenzas e indiscreciones. 

     Un administrador de sus propiedades, sea ganado o tierras de cultivo, si persigue la sabiduría de lo alto, puede llegar a obtener la provisión divina sin ningún tipo de problemas. Conoce cuáles son los deseos de sus animales, se presta a trabajar de sol a sol en la labranza, de forma disciplinada y constante, y recoge la recompensa de sus desvelos en el momento oportuno y justo. Por el contrario, si el pastor de ovejas las golpea con rudeza, es negligente en cuanto a su cuidado y alimentación; si el agricultor prefiere dejar que el azar sea el responsable de su prosperidad, holgazaneando en el proceso; si busca la compañía de otros vagos en lugar de dedicarse a lograr el fruto de su esfuerzo; y si colige que la mejor manera de enriquecerse es imitar los hábitos de los malhechores, de aquellos que se llenan los bolsillos de ganancias deshonestas a costa del engaño y la rapacidad, entonces la ruina y la bancarrota se cebarán inmisericordemente con ellos, abatiéndolos en el polvo de sus propios lamentos e imprudencias. 

4. CONTRASTES DE OBRA Y PALABRA 

     Para concluir con este bloque de proverbios de contraste, Salomón nos alecciona acerca de la relación inevitable que existe entre palabras y hechos: “El malvado se enreda en la prevaricación de sus labios, pero el justo sale con bien de la tribulación. El hombre se sacia con el bien del fruto de su boca, y recibe el pago que merece la obra de sus manos. Opina el necio que su camino es derecho, pero el sabio obedece el consejo.” (vv. 13-15)  

      ¿Qué significa prevaricar? Según el diccionario, supone que un funcionario “falte conscientemente a los deberes de su cargo al tomar una decisión o dictar una resolución injusta, con plena conciencia de su injusticia.” El funcionario perverso emplea su posición elevada en la administración para, a sabiendas, perjudicar a sus semejantes, teniendo éstos razón o motivo para recibir una sentencia a su favor. Por experiencia, tenemos la certeza de que todo sale a la luz, tarde o temprano, y que este tipo de delitos lleva a aquel que los perpetra conscientemente a liarse y a no acordarse de los detalles de su engaño. Ahí tenemos las grabaciones y audios de funcionarios públicos enorgulleciéndose de sus tejemanejes y riéndose de los pobres contribuyentes, pero que, confiándose en demasía, abren la espita de su soberbia para presumir ante otros colegas.  

      El que es justo y sabio siempre mide sus palabras y declaraciones, para que, en un momento dado, no tenga nada por lo que avergonzarse, por lo que ser acusado o por lo que ser culpado. Sus labios solamente tienen la sazón de la edificación, de la ternura, de la diplomacia y del sentido común. Su alma se alimenta espiritualmente al bendecir y mostrar su buena voluntad para con sus congéneres. Y así, hablando y actuando, Dios lo prospera en abundancia, siendo justificado en la hora en la que se encuentre con su supremo Hacedor. 

      ¿Qué podemos decir de los opinadores actuales? En este ambiente de aparente libertad de expresión y opinión, todo el mundo puede aportar su visión de las cosas. Hasta aquí todo correcto. El problema es que no todas las opiniones son válidas, no todas están respaldadas por la verdad y la razón, y no todas tienen el mismo peso. Hoy día cualquier persona puede opinar sobre cualquier tema, incluso si no has profundizado en el tema en cuestión, o nadie te haya pedido tu opinión. Solamente hay que echar un vistazo a periódicos digitales o redes sociales para comprobar que la gente cree de verdad que sus opiniones son tan válidas como las de personas entendidas en un asunto en particular.  

      Y como parece que se ha enseñado en los últimos tiempos que la verdad no es absoluta y que todo es relativo, que todo depende de los sentimientos y de las emociones, propiciando la aparición de la posverdad, y que hay que respetar todas las perspectivas, aunque sean estrambóticas y estén sumamente alejadas de la realidad, pues casi ya no vale la pena opinar, so pena que una horda de trolls y descerebrados te acribille con comentarios que van desde lo absurdo a lo insultante. Así es el ser humano malvado que vagabundea por la Red de redes, alguien que neciamente cree ciegamente en que su verdad es la que ha de prevalecer sobre la verdad con mayúsculas.  

     Aquella persona que sabe de qué va todo esto, procura no hacer comentarios públicos sobre aspectos tratados en las redes sociales, donde el anonimato de sus detractores puede hacerle más mal que bien. El justo que confía en el Señor, y que se deja guiar por el consejo de la Palabra de Dios, así como por la asesoría de aquellos que padecieron en sus carnes dar su opinión en foros virtuales, perseguirá desvincularse de las opiniones vertidas con inquina para cimentar su cosmovisión en las ordenanzas y enseñanzas de las Escrituras. Solo existe una verdad inopinable e inmutable, y esta es que Dios existe y que da sabiduría a aquellos que escogen pedírsela.  

CONCLUSIÓN 

     Como hemos podido comprobar, el contraste entre el justo y el malvado es bastante claro. Como seres sociales que somos, a menudo nos encontraremos con personas que te aportan, que edifican y que bendicen tu vida, y en ocasiones, tendremos que vérnoslas con individuos tóxicos y depravados que nos roban la paz, que demuelen tu futuro y que carcomen tus esperanzas de ser feliz. Como seres individuales que somos, tenemos en nuestro interior una batalla dura y peliaguda que hemos de librar entre ser sabios según Dios y sabios según nuestra propia opinión, toda ella contaminada por el pecado.  

     En la vida debes tomar partido por un estilo de vida o por el otro, sin medias tintas ni tibiezas. Escucha la voz de Dios a través de estos contrastes proverbiales, y permite que el Espíritu Santo riegue de vida y discernimiento cada uno de tus pensamientos, de tus palabras y de tus acciones.

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