VERDADERO HIJO EN LA COMÚN FE


SERIE DE ESTUDIOS SOBRE TITO  

TEXTO BÍBLICO: TITO 1:1-4 

INTRODUCCIÓN 

      No es sencillo encontrar personas altamente capacidades y con una fiabilidad a prueba de terremotos con las que poder contar a la hora de trabajar o de poner en marcha proyectos. Hallar a colaboradores de los que puedes fiarte al cien por cien es prácticamente una quimera en la actualidad. Solamente después de mucho tiempo de trato y análisis es posible lograr confiar en otra persona que cumpla cabalmente con sus cometidos y labores. Poder encontrar apoyo y comprensión en un compañero es una de las satisfacciones que todo trabajador, sin importar el ámbito en el que desempeña sus tareas, anhela, puesto que esto significa el éxito de cualquier empresa o misión. Qué triste y complicado resulta buscar colaboración solícita y eficacia probada en un entorno en el que cada uno mira por lo suyo. El individualismo que sigue imperando en nuestra sociedad, impide que la solidaridad, la humildad y el respaldo fiable de un colega aparezca con la frecuencia deseada. La sensación de que alguien te cubre las espaldas, que comulga con tu misma perspectiva de un negocio o una inversión, y que siempre está ahí para lo que sea menester, es increíble. 

     Ahora, cuando te topas con una persona así, das mil gracias al cielo. La fluidez en el desarrollo de las etapas que llevan a una meta concreta, la coordinación espectacular a la hora de la toma de decisiones, la armonía de movimientos y la empatía más humilde, son solo algunos de los aspectos que conducen al triunfo final. No importa qué clase de circunstancias o coyunturas puedan afectar al proyecto, un colaborador eficiente y confiable te ayuda a convertir crisis en oportunidades. Tener a tu lado a alguien que ve lo que tú no eres capaz de percibir, que sinceramente ofrezca su visión de las cosas y que colme tus expectativas en cuanto a formación y dedicación, es un tesoro difícil de hallar. No hay nada mejor que caminar por la vida junto a personas que te aportan, que hacen más sencillo tu trabajo y que comparten tus mismos valores y principios. Son los colaboradores perfectos, y todos estamos en la búsqueda y descubrimiento de personas de esta índole. 

1. COLABORADORES DEL EVANGELIO 

      Pablo, apóstol de Cristo, no era una persona aislada del resto del mundo. Ninguno como él entendió la necesidad y el beneficio de contar con colaboradores misioneros de la más alta calidad. En ocasiones depositó su confianza en personajes que más tarde lo traicionaron, dejándole en la estacada; pero también se fio de hermanos y hermanas que se convirtieron en magníficos y hermosos ejemplos de consiervos. Pablo siempre quería contar con otras personas que lo ayudasen, que le echasen una mano, que fuesen sus ojos y sus manos allí donde él los enviaba. Eran hermanos, amigos y socios al mismo tiempo. Con una misma dirección y guía espiritual, aquellos que caminaron junto a Pablo en sus diferentes viajes misioneros, se convirtieron en valiosos estandartes de la verdad a lo largo y ancho del mundo conocido. De manera especial, Tito, fue uno de sus más íntimos colaboradores, uno de aquellos a los cuales podía confiar su propia alma, al menos a la luz del tratamiento que Pablo le da en esta epístola pastoral personal que le dedica. 

      Se estima que esta carta de Pablo a Tito fue escrita a mediados de los años cincuenta después de Cristo, mientras el apóstol de los gentiles viajaba a Nicópolis en los meses de invierno. A lo largo de esta epístola veremos diferentes instrucciones que Pablo le da a su consiervo, el cual está pastoreando la iglesia en Creta, en cuanto a la elección de ancianos y obispos, a la defensa de la doctrina evangélica, y a la justificación por gracia de Dios en Cristo. Pero antes de entrar en materia, es preciso atender a la salutación que Pablo da a Tito, la cual alberga una gran riqueza espiritual y teológica que hemos de saborear con deleite.  

     Pablo se presenta ante su querido discípulo y hermano en términos que, no solo se adscriben a su persona, sino que hemos también nosotros hacer nuestros desde una perspectiva actual:Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad...” (v. 1)  

      Todos conocemos a Pablo. En principio conocido como Saulo, fariseo de fariseos, y servidor apasionado y fanático del judaísmo, perseguía a la iglesia cristiana desde sus primeros orígenes con ferocidad y saña. Tras tener un encuentro con Cristo en su camino a Damasco, Pablo se irá convirtiendo con el tiempo en el apóstol número trece, en el mensajero de Dios a las naciones gentiles, en el plantador de iglesias a lo largo y ancho de Asia Menor y Europa. Su perspicacia y su tesón son proverbiales, y sus numerosos viajes le sirvieron al objetivo de expandir el conocimiento del evangelio a todos cuantos quisieran escucharle. Acompañado de muchos colaboradores como Bernabé, Priscila, Aquila o Lucas, siembra la Palabra de vida en los corazones de millares de personas pertenecientes al Imperio Romano.  

      Pablo comienza llamándose siervo de Dios. La palabra original, “doulos,” significa esclavo, por lo que, cuando Pablo se autodenomina siervo de Dios, implica que todo su ser está al servicio de su Señor. Su entrega a Dios es completa y su obediencia a Él es plena. Su dueño es Dios y él se considera de su propiedad para que éste haga lo que le plazca con su cuerpo y su alma. Es interesante reseñar que Pablo, a diferencia de otras de sus cartas, aquí emplea la expresión “siervo de Dios” y no “siervo de Cristo.” No existe ningún problema al respecto, dado que, para el apóstol, tanto Dios como Cristo son una misma persona, y por ello emplea indistintamente ambos nombres. Lo que prima aquí es la idea de que Pablo ya no pertenece al mundo, a Satanás o a una religión; pertenece únicamente a su Señor y Salvador. Del mismo modo, nosotros, como creyentes en Cristo, también somos esclavos o siervos de Dios, sujetos a su voluntad y humillados bajo su soberanía divina. No nos presentamos delante del mundo como individuos autónomos que sucumben a los susurros de la locura y el pecado, sino que somos propiedad preciosa de Dios, al cual agradecemos lo que somos y tenemos. 

     A continuación, Pablo afirma que es un apóstol de Jesucristo, y lo es en la doble vertiente del término. Por un lado, es contado como uno de aquellos que han visto a Cristo y que poseen una autoridad especial; y por otro, es considerado como un mensajero o enviado de Dios para proclamar las virtudes de Cristo al mundo. Por supuesto, Pablo no participó de la misma experiencia que el resto de apóstoles, caminando junto a Jesús durante su ministerio terrenal, pero sí tuvo ocasión de recibir la revelación del mismo Cristo, el cual lo comisionó proféticamente para ser uno de sus apóstoles. No fue fácil para Pablo ser reconocido e identificado como apóstol de Cristo por parte de muchos líderes de la iglesia primitiva. Sin embargo, con el tiempo y con la ayuda del Espíritu Santo, el resto de apóstoles y columnas de la comunidad de fe cristiana, lo aceptaron y le dieron la diestra. En sus diferentes cartas, Pablo tiene que defender hasta la saciedad su autoridad y su posición como apóstol.  

    En cuanto a su capacidad misionera, levantando iglesias por allí por donde pasaba, nada podemos añadir a su increíble y excelente labor apostólica. Sembró el evangelio de Cristo en lugares donde fue recibido con gozo, y también tuvo que sufrir penalidades a causa de su predicación y enseñanza. En varias ocasiones, Pablo se remite a las marcas que surcan sus espaldas, a los moratones y a las heridas que plagan su cuerpo, para consolidar su obra apostólica ante los descreídos y los falsos maestros que se infiltraban en las primeras congregaciones cristianas. Cristo era su estandarte y su razón de vivir, y nada que hiciese en la vida después de conocerlo, se iba a desviar de los planes celestiales que para él estaban preparados. Nosotros también somos apóstoles de Cristo, no en la primera de las acepciones de esta palabra, sino más bien en la segunda, en la de ser misioneros enviados por Dios a nuestro vecindario, a nuestras familias, a nuestra ciudad y a nuestra sociedad. Nuestra labor misionera no es fácil, pero con Cristo por bandera, asumimos que somos llamados a dar testimonio de nuestra fe en él al mundo. 

     En tercer lugar, Pablo asume que, si es siervo de Dios y apóstol de Cristo, lo es en virtud de dos factores: la fe de aquellos a los que Dios escoge, y la sabiduría que procede de la devoción de éstos hacia el Señor. Es interesante comprobar que Pablo no se alza como una persona altiva que posee poderes especiales a su alcance, y que forma parte de una élite minúscula de privilegiados. Pablo se identifica con los muchos hermanos y hermanas en la fe que han sido seleccionados directamente por Dios, y con los que han alcanzado la verdad a través de una relación íntima y constante con Cristo. Esto no solamente abarca el pasado y el presente de los días en los que Pablo desarrolla su ministerio, sino que nos alcanza también a nosotros como iglesia contemporánea.  

      El primer elemento que respalda su presentación adquiere tintes de paradoja, dado que se aúnan tanto la fe, como respuesta humana al don de la salvación de Dios, como la soberanía de Dios, esto es, la elección de aquellos que han de ser objeto de esta salvación. Es importante entender que, aunque esto pueda llegar a crearnos un cortocircuito mental, no significa que se trate de ideas contrarias. Más bien son conceptos afines y complementarios que han hecho que ríos de tinta hayan corrido entre eruditos y teólogos. Lo cierto es que, al menos desde el punto de vista mayoritario bautista español, tanto Dios como el ser humano participan de este preciso momento de la conversión, uno ofreciendo el rescate por el alma de los mortales, y el otro consintiendo con la mano de gracia que Dios ofrece. 

     También Pablo nos remite a la auténtica vía que nos permite conocer la verdad de todas las cosas, la cual se halla solamente en Cristo. Pablo, mientras fue perseguidor de la iglesia, siempre creyó que la verdad estaba de su lado. Pero cuando el Espíritu Santo comenzó a realizar su obra santificadora en él, se dio cuenta de que todo aquello que había mantenido como verdadero y como asidero de su fe en Dios, era erróneo. De ahí, que en todas sus cartas podamos comprobar cómo el apóstol de los gentiles fue entendiendo y comprendiendo la verdad del evangelio, cómo fue desarrollando y profundizando su relación con Cristo, y cómo su intimidad con él transformó todos sus esquemas mentales y espirituales hasta verlo todo con meridiana claridad. Solamente en la piedad, en la devoción perseverante, en el constante deseo de conocer a Cristo, en la práctica de la fe, es posible citarse con la verdad y la sabiduría de Dios. Podríamos decir que poder afirmar que uno es siervo de Dios y apóstol de Cristo es el colofón a una vida de conversión y santificación espiritual. 

2. ESPERANZA Y PROCLAMACIÓN 

      Pablo no detiene aquí su salutación, sino que imprime a ésta una energía y un énfasis que se adentra en los misterios del porvenir: “En la esperanza de la vida eterna. Dios, que no miente, prometió esta vida desde antes del principio de los siglos, y a su debido tiempo manifestó su palabra por medio de la predicación que me fue encomendada por mandato de Dios, nuestro Salvador.” (vv. 2-3)  

      Pablo culmina la conversión y la santificación de su vida con la esperanza viva que aguarda a aquellos que creen en Cristo como su Señor y Salvador. Conociendo los tiempos convulsos y peligrosos en los que el cristianismo primitivo se iba construyendo, no es difícil pensar que Pablo, al dirigirse a su compañero Tito, quisiera insuflarle ánimos renovados en el ministerio que estaba llevando a cabo en Creta. La idea es que la vida no termina con la muerte, sea como sea que ésta llegue, sino que, en virtud de la fe y la verdad adquiridas, el creyente sienta que su recompensa está esperándole en la presencia del Señor. Se trata de una vida eterna, gozando y disfrutando de Dios en los hospedajes que Cristo ya ha preparado para cada uno de nosotros, los que hemos confiado y entregado nuestra existencia a Dios. 

     Apelando a la fidelidad de Dios a la hora de cumplir con su palabra y sus promesas, en contraposición con aquellos falsos maestros y pastores que prometen lo que nunca podrán cumplir, Pablo deja claro que la vida eterna no es un plan B de Dios, sino que desde la eternidad ha sido prometida a aquellos que quieran, de todo corazón, servir y seguir a Cristo. Esta vida eterna, similar al shalom, a cómo debían de ser las cosas antes de que el pecado contaminase la creación de Dios, ha sido revelada por medio de profetas, reyes y cronistas en el Antiguo Testamento, y ahora, Pablo también se convierte, a través de su predicación o “kerigma,” en un nuevo eslabón de esta cadena que comunica al mundo la posibilidad de ser perdonados por Dios en Cristo para disfrutar de la vida eterna. En el momento que quiso Dios, llamó a Pablo para que se convirtiera en vocero fiel de las bondades y beneficios de la fe en Cristo. Por tanto, todo cuanto salió de la boca y de la mente de Pablo, y que ha quedado para la posteridad en nuestros Nuevos Testamentos, fue inspirado por el Espíritu Santo en orden a que todos los que hoy leemos sus cartas, seamos bendecidos por la Palabra de Dios revelada. Nuestro Dios y Salvador confió esta misión a Pablo, y éste no le defraudó. 

3. TITO 

      Para terminar esta salutación, Pablo aporta la identidad de la persona que ha de recibir su consejo y su instrucción. Aunque es una carta personal la que Pablo envía a su consiervo, también debe hacernos reflexionar sobre quién era Tito, y sobre si hemos de anhelar ser como él fue: “A Tito, verdadero hijo en la común fe: Gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y del Señor Jesucristo, nuestro Salvador.” (v. 4)  

      Pablo, en una hermosa expresión de lo que siente hacia Tito, nos describe con unas breves palabras el carácter de éste. En primer lugar, es verdadero, una persona fiable y leal. No hay dobleces de ánimo, ni hipocresías, ni ocultación de sus auténticas intenciones. Es una persona sincera y honesta que siente lo que vive, y vive lo que siente. Es alguien con el que puede contar siempre.  

      En segundo lugar, es como un hijo para Pablo. Probablemente fue uno de sus discípulos más aventajados y más queridos para él. Espiritualmente, había estado bajo su paternidad, aprendiendo y honrando a su maestro. El cariño y la ternura que transmite esta palabra filial nos habla sin duda de una persona que valoró y veneró siempre a Pablo. Y, en tercer lugar, Pablo confirma que Tito y él tienen a un mismo Señor y Salvador, una misma fe, un mismo propósito y una misma meta de servicio a Cristo. No existen diferencias de criterio, ni disputas vanas en las que enredarse, ni conflictos de intereses. Son parte del mismo cuerpo de la iglesia de Cristo y su relación no puede ser más cordial y respetuosa. En definitiva, Tito era una persona muy querida y estimada por Pablo. 

      ¿Y quién era Tito? La Palabra de Dios nos indica varios textos y situaciones en los que aparece su nombre. Primero para hablar de uno de sus viajes a Jerusalén, y donde se nos da a entender que Tito era gentil: “Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito. Subí debido a una revelación y, para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación, el evangelio que predico entre los gentiles. Pero ni aun Tito, que estaba conmigo, con todo y ser griego, fue obligado a circuncidarse.” (Gálatas 2:1-3)  

      Luego se refiere a Tito para recoger la necesidad que Pablo tenía de su presencia inestimable: “Cuando llegué a Troas para predicar el evangelio de Cristo, aunque se me abrió puerta en el Señor, no tuve reposo en mi espíritu, por no haber hallado a mi hermano Tito. Por eso, despidiéndome de ellos, partí para Macedonia.” (2 Corintios 2:12-13); “Cuando vinimos a Macedonia, ciertamente ningún reposo tuvo nuestro cuerpo, sino que en todo fuimos atribulados: de fuera, conflictos, y de dentro, temores. Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la venida de Tito; y no sólo con su venida, sino también con la consolación con que él había sido consolado en cuanto a vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto, vuestro llanto, vuestra preocupación por mí, de manera que me regocijé aún más.” (2 Corintios 7:5-7)  

      También se habla de Tito como representante y compañero del apóstol Pablo ante los corintios: “De manera que exhortamos a Tito, para que tal como comenzó antes, asimismo acabe también entre vosotros esta obra de gracia... Doy gracias a Dios que puso en el corazón de Tito la misma preocupación por vosotros, pues a la verdad recibió la exhortación; pero estando también muy solícito, por su propia voluntad partió para ir a vosotros... En cuanto a Tito, es mi compañero y colaborador para con vosotros; y en cuanto a nuestros hermanos, son mensajeros de las iglesias y gloria de Cristo.” (2 Corintios 8:6, 16-17, 23); “Rogué a Tito, y envié con él al hermano. ¿Os engañó acaso Tito? ¿No hemos procedido con el mismo espíritu? ¿No hemos seguido en las mismas pisadas?” (2 Corintios 12:18) 

     El conjunto de bendiciones que Pablo quiere derramar sobre Tito comprende la gracia, la misericordia y la paz de Dios. Esta formalidad desiderativa del apóstol es mucho más que una construcción protocolaria. Es el anhelo porque la gracia divina lo rodee en su labor ministerial, porque la misericordia de Dios le brinde aquello que necesite para desempeñarla y en la paz de ánimo que necesitará para abstraerse de los ataques que recibirá como consiervo de Pablo y mantener la sensatez en las horas más tenebrosas de su comisión. Solo Cristo puede dispensarle los dones oportunos para desarrollar su pastoral en el lugar en el que éste se halla en el momento de recibir la misiva paulina. Estos también deben ser nuestros acompañantes a la hora de vivir la vida cristiana. Cuando la gracia de Dios abunda, la compasión del Señor se adueña de nuestro ser, y la paz que sobrepasa todo entendimiento se apodera de nuestras decisiones, palabras y acciones, podemos estar seguros de que nada ni nadie podrá arrebatarnos el gozo de nuestra salvación y la pasión por predicar, como Pablo y Tito, el evangelio de redención en Cristo. 

CONCLUSIÓN 

     Con esta escueta salutación, Pablo prepara el terreno para una serie de enseñanzas que Tito no habrá de desdeñar si quiere que su ministerio prospere y que su conocimiento de Cristo aumente. Algunas prescripciones tendrán que ver con la iglesia local, otras con la iglesia universal, y otras con la vida devocional piadosa que se espera sea parte nuclear de nuestra dinámica cristiana. Siendo siervos de Dios y mensajeros de Cristo, habiendo entregado todo a él y dejando que el Espíritu Santo opere en nuestra mente y nuestro corazón, podremos alcanzar la verdad de Dios en Cristo para su iglesia y para cada uno de sus verdaderos hijos en la común fe.

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