CRISTO, NUESTRA SABIDURÍA


SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA II” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 8:22-36 

INTRODUCCIÓN 

      Muchos libros y enciclopedias se han escrito sobre el conocimiento y la ciencia. Las bibliotecas están atestadas de colecciones sesudas y minuciosas que hablan sobre lo visible y lo invisible, lo humano y lo divino. A nuestro alcance tenemos millones de escritos, artículos e investigaciones sobre cualquier clase de tema, y solo tenemos que cliquear con nuestro ratón en un ordenador o en un dispositivo móvil para acceder a ellos en un santiamén. Todavía recuerdo que, cuando iba al instituto de bachillerato, visitaba una biblioteca que había en el centro de la ciudad en la que vivía, a bastante distancia de mi domicilio, y nada más entrar, lo primero que veía era una magnífica enciclopedia Espasa de gruesos volúmenes, todos ellos bien alineados en un mueble creado ex profeso para colocarlos. Podía llegar a pasarme una tarde entera hojeando sus páginas, anotando en mi cuadernillo datos sobre animales, minerales y plantas, a fin de llevarme un poco de tanta sabiduría a casa. El olor de sus hojas era inconfundible y embriagante, y las apretadas letras y palabras sugerían que mil y un tesoros del conocimiento estaban ahí para darme luz sobre las innumerables preguntas e interrogantes que suelen surgir en tiempos de la adolescencia. 

     En la actualidad, y con los adelantos en términos de tecnología y de almacenamiento digital, ya podemos disponer de anaqueles con cientos de miles de libros en un disco duro externo y portátil que llevar a todas partes sin pisar una biblioteca. Tiempo ha que esas enciclopedias Encarta, en soporte de compact disc, han quedado arrinconadas en nuestros trasteros, obsoletas a causa de las frenéticas actualizaciones de la ciencia humana. La sabiduría, en todas sus esferas y especialidades, está disponible para todo el mundo, en todo lugar, y en cantidades industriales. Sin embargo, siempre tengo a mano mis libros físicos, encuadernados y señalados, con sus tapas algo raídas por el uso, con ese aroma especial que no puedes dejar de olfatear mientras te internas en sus capítulos y páginas. La sabiduría, siempre me dijeron, no ocupa lugar, y también aprendí que no te acostarás, sin saber una cosa más.  

1. CRISTO: LA SABIDURÍA ETERNA 

     En los anteriores sermones recordaremos que es Doña Sabiduría la que alza la voz en todos los rincones de la habitación social para darse a conocer, y para ponerse a disposición de toda clase de personas. Insistió en su discurso acerca de los beneficios que surgen de atender sus consejos y advertencias, y demostró su poderío, una capacidad de regir los destinos de los pueblos, necesaria para que cualquier civilización sobreviviese siglo tras siglo. Ahora, dedica unos versículos más a presentar sus credenciales eternas. Doña Sabiduría no es una recién llegada. No es la personificación de algo novedoso. Ni siquiera es una advenediza que pretende sustituir algo ya presente en la realidad. La sabiduría aporta con vehemencia y rotundidad que siempre estuvo y fue:Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve la primacía, desde el principio, antes de la tierra.” (vv. 22-23) 

     Estas palabras, ¿no os suenan de algo? ¿No señalan directamente a alguien que conocemos perfectamente? La sabiduría es posesión de Dios, es de su propiedad, forma parte de su esencia, de quién es Él. No es una creación más, ni es un ente abstracto que cobra forma por la voluntad de Dios. La sabiduría es consustancial con Dios, y podríamos decir, sin temor a errar, que Dios es la sabiduría más pura, plena y perfecta. Y si hilamos correcta y sensatamente esta cadena de argumentos, entendemos en estos versículos una vinculación típica e insoslayable entre la sabiduría y Cristo. Al igual que Cristo, la sabiduría existe desde el principio, desde tiempos inmemoriales, antes de que la creación fuese dada a la existencia por el poder de la voz de Dios. Esta idea la podemos hallar en varios pasajes bíblicos del Nuevo Testamento como Juan 1:1-2: “En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. Éste estaba en el principio con Dios.” ¿De quién nos habla Juan aquí? Del Logos, del Verbo encarnado, de Cristo. Desde la eternidad y para la eternidad, la sabiduría de Dios, esto es, Cristo, es una realidad misteriosa, pero poderosa. 

      Además, tenemos en Proverbios el concepto de que la sabiduría siempre tuvo el primer lugar, cuestión que se une a la primogenitura del unigénito de Dios, Jesucristo: “Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación.” (Colosenses 1:15); “¿A cuál de los ángeles dijo Dios jamás: «Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy», ni tampoco: «Yo seré un padre para él, y él será un hijo para mí»? Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios.»” (Hebreos 1:5-6) 

      A diferencia del pensamiento arriano que se empecinaba en considerar que Cristo era un ser subordinado y creado por Dios, y que fue rechazado por la iglesia antigua con la ayuda inestimable de Atanasio de Alejandría, la Palabra de Dios nos ayuda a considerar equilibradamente este misterio que forma parte del Credo niceno-constantinopolitano del año 381: “Creemos... en un solo Señor, Jesucristo, el unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, consustancial con el Padre, por quien todo fue hecho...” Cristo es, de nuevo, identificado con esta sabiduría que pertenece al Padre antes de la creación del mundo. El ángel de la iglesia de Laodicea en Apocalipsis no vacila en dar nombre a Cristo en este sentido: “El Amén, el testigo fiel y verdadero, el Principio de la creación de Dios.” (Apocalipsis 3:14) 

2. CRISTO: LA SABIDURÍA SIEMPRE PRESENTE Y ACTIVA 

     La idea de que la sabiduría fue engendrada por Dios, del mismo modo en que lo fue el propio Cristo, es afirmado y remachado una y otra vez en el pregón público: “Fui engendrada antes que los abismos, antes que existieran las fuentes de las muchas aguas. Antes que los montes fueran formados, antes que los collados, ya había sido yo engendrada, cuando él aún no había hecho la tierra, ni los campos, ni el principio del polvo del mundo.” (vv. 24-26) Aunque el vocablo “engendrar” sugiere los significados generales y terrenales de dar vida a un nuevo ser, a causar, ocasionar o formar, en términos teológicos hemos de plantear su sentido de otro modo. Engendrar no supone crear algo de la nada, puesto que Cristo, al ser consustancial con Dios Padre y Dios Espíritu Santo, es preexistente al igual que estas dos personas de la Trinidad. Por lo tanto, no hemos de sucumbir a la tentación de caer en el mismo error que los Testigos de Jehová, los cuales han considerado a Jesús como creado, es decir, como una especie de dios menor o semidios, y han adaptado los primeros versículos de Juan 1 para sustentar su postura antitrinitaria. Cristo, nuestra sabiduría ha existido desde siempre y para siempre, y cualquier otra consideración distinta a esta, se halla fuera de los márgenes ortodoxos de la interpretación bíblica. 

     Sabiendo que la sabiduría ha estado ahí presente, antes de que el ser humano tuviese constancia de su identidad con Cristo, antes de que la creación fuese traída a la realidad, y antes de que lo invisible de los pensamientos creativos de Dios se plasmara en el lienzo de la materia, el espacio y el tiempo, ésta desea dar a conocer cuál era su papel en la obra y arquitectura de nuestra dimensión terrenal: “Cuando formaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo, cuando afirmaba los cielos arriba, cuando afirmaba las fuentes del abismo, cuando fijaba los límites al mar para que las aguas no transgredieran su mandato, cuando establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo ordenándolo todo.” (vv. 27-30a)  

      La sabiduría no es un concepto teórico y abstracto que se mantiene al margen de la soberana voluntad de Dios. Todo lo contrario. Cristo, nuestra sabiduría, colabora junto al Padre y al Espíritu Santo para moldear y diseñar el mecanismo de las esferas celestes, de las galaxias y nebulosas, de las novas y supernovas, de los planetas y satélites. La infinita extensión del universo es producto de la acción creativa de Cristo, algo que apoyan las palabras de Pablo: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes que todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten.” (Colosenses 1:16-17) Juan reafirma esta perspectiva paulina: “Todas las cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho.” (Juan 1:3) 

     Hebreos también suscribe esta idea: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo y por quien asimismo hizo el universo. Él, que es el resplandor de su gloria, la imagen misma de su sustancia y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder.” (Hebreos 1:1-3a); “Tú, Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos.” (Hebreos 1:10) Cristo formó parte del equipo trinitario de trabajo al calcular los finos detalles que separaban la tierra de los océanos, al configurar las necesidades de agua y oxígeno, a fin de abrir el mundo a la vida en todas sus versiones. Cristo, nuestra sabiduría, no dejó de participar en ningún instante en la ordenación, equilibrio y regulación de las leyes que iban a regir los destinos de nuestro planeta tierra. El orden es parte fundamental de la creación de Dios, y todo estuvo siempre en manos de la sabiduría por excelencia: en manos de Cristo. 

3. CRISTO: LA SABIDURÍA DELICIOSA DE DIOS 

     Ahora la sabiduría deja meridianamente clara su identificación con Cristo y la relación que existía con el Padre desde la eternidad: “Yo era su delicia cada día y me recreaba delante de él en todo tiempo. Me regocijaba con la parte habitada de su tierra, pues mis delicias están con los hijos de los hombres.” (vv. 30b-31) ¿En quién sino en Cristo iba a deleitarse Dios Padre? “Porque al Padre agradó que en él habitara toda la plenitud.” (Colosenses 1:19) Dios se complace en Cristo, nuestra sabiduría, pues su alegría y su recreación en él le ofrece la satisfacción y la felicidad de su plenitud. A veces escuchamos a personas que dicen que Dios creó al ser humano porque necesitaba alguien con el que tener una relación y una comunión significativa. Nada más lejos de la realidad, si sabemos leer qué quiere decir la Sabiduría cuando habla de delicia y de recreación constantes y perpetuas. Dios no necesitaba a una criatura para ser más feliz, o para alcanzar una cota de satisfacción superior. Ya tenía esto en sí mismo, en la unión y comunión de las personas de la Trinidad.  

     No obstante, Dios escoge, por el puro afecto de su voluntad soberana, poner vida en recipientes de barro, creados y no engendrados, sujetos a los dictados de sus conciencias y de su libre albedrío. Traigamos a la memoria la clase de relación existente entre los dos primeros especímenes humanos y Dios, antes de cometer el craso error de desobedecerle. La comunicación e intimidad de la que ambas partes gozaban eran cotidianas, naturales y no forzadas. Cristo, nuestra sabiduría, se lo pasaba en grande en compañía de todo ser viviente que habitaba la creación, y especialmente en compañía del ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios. Su deleite con los seres humanos es algo muy hermoso y maravilloso que nos debería hacer reflexionar sobre la clase de relación que tendremos con Cristo cuando recuperemos lo que se perdió en el Edén en el instante en el que regrese por segunda vez.  

      Cristo se convierte de este modo en un enlace entre Dios y los cielos, y el ser humano y la tierra. A pesar de nuestro pecado, Cristo todavía quiere seguir siendo nuestra sabiduría: “Pero vosotros no habéis aprendido así sobre Cristo, si en verdad lo habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está corrompido por los deseos engañosos, renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Efesios 4:20-24) 

4. CRISTO: LA SABIDURÍA BIENAVENTURADA 

      Sabiendo todo lo anterior, que la Sabiduría es Dios mismo hablando al ser humano de todas las épocas de la historia, y que su presencia ha estado siempre delante todos aquellos que han ejercido convenientemente su capacidad intelectual, mental y cognoscitiva, ésta quiere proclamar la posibilidad de hallar la felicidad en este mundo, atendiendo a sus beneficios y frutos: “Ahora pues, hijos, escuchadme: ¡Bienaventurados los que guardan mis caminos! Atended el consejo, sed sabios y no lo menospreciéis. Bienaventurado el hombre que me escucha, velando a mis puertas cada día, guardando los postes de mis puertas, porque el que me halle, hallará la vida y alcanzará el favor de Jehová; pero el que peca contra mí, se defrauda a sí mismo, pues todos los que me aborrecen aman la muerte.” (vv. 32-36) 

      El ser humano que presta atención a lo que Cristo, nuestra sabiduría, tiene que decirnos sobre cómo hemos de conducirnos en la vida, sobre qué decisiones son las más ajustadas al consejo divino, sobre cómo afrontar los problemas y dificultades que pueden sobrevenirnos, y sobre cómo profundizar en nuestra comunión con él, será feliz. Aquel que memoriza sus prescripciones, aquel que no se despista cuando Dios habla a su corazón, aquel que escoge ser sabio y no necio, y aquel que nunca minusvalora ni deprecia el impacto que la ley de Dios tiene en su alma, será feliz. Aquella persona que abre su mente a todo cuanto le dicta la conciencia que Dios ha puesto en su interior, aquella persona que siempre está alerta y dispuesto a emplear con tino la Palabra de verdad, y aquella persona que persiste en lo aprendido y lo pone por obra, será feliz.  

      El ser humano que busque a Dios con todas sus fuerzas, implicando cada parcela de su ser en esta búsqueda trascendental, encontrará a Cristo, y en él hallará, no una vida cualquiera, mediocre o superficial, sino la vida eterna: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.” (Colosenses 3:1) Jesús ya nos ofreció esta posibilidad de acercarnos de esta forma a su sabiduría y a su Padre celestial: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” (Mateo 7:7-8)  

      La seguridad de que, al esforzarnos en aprehender la mente de Cristo, recibiremos la promesa de la complacencia y la bendición de Dios, ha de llenar de gozo y plenitud espiritual a todos los buscadores de la verdad, el amor y la justicia de Cristo. Pero, si rechazamos su sabiduría, si nos rebelamos contra sus consejos y su buena voluntad para con nosotros, y si amamos más morir en vida que vivir en Cristo, nos estaremos engañando a nosotros mismos. Dar la espalda a Cristo supone abrir de par en par los brazos para aferrarse obstinadamente a toda una vida insatisfactoria, miserable y vacía, la cual desembocará, tarde o temprano, en una muerte eterna a las espaldas de Dios.  

CONCLUSIÓN 

     Cristo es nuestra sabiduría. Así nos lo corrobora Pablo: “(Cristo), en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.” (Colosenses 2:3); “En cambio para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder y sabiduría de Dios.” (1 Corintios 1:24); Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención.” (1 Corintios 1:30)  

      Él nos conoce desde antes de poner él mismo los cimientos de la creación. Lo sabe todo de todo y de todos. Nada escapa a su omnisciencia y presciencia. Sus consejos e instrucciones son siempre convenientes para nosotros, para toda la raza humana. Tal vez necesites su sabiduría ahora, en circunstancias que requieren de su guía y dirección. No hay problema: “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.” (Santiago 1:5)  

       No hay amonestación o exhortación que provenga de Cristo en sus evangelios, que quiera arrebatarnos la felicidad o el bienestar integral de nuestras vidas. No hay lección o discurso que haya salido de su boca que no procure acercarnos a Dios y reconciliarnos con Él. No hay gesto, palabra o acción que no nos hable con poder, de tal manera que entendamos el amor, la misericordia y la gracia con la que ha vivido entre nosotros. Él, Dios encarnado, la sabiduría humanada, sigue estando a nuestra disposición si le buscamos sinceramente.  

     Por ello, atiende a la voz de Cristo, a su evangelio de gloria y salvación, para que seas bienaventurado perpetuamente y para siempre: “Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.” (Santiago 3:17) 


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