BENDICIÓN EN BET-EL


SERIE DE ESTUDIOS EN GÉNESIS “JACOB EL SUPLANTADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 35:1-15 

INTRODUCCIÓN 

       El miedo a las consecuencias de nuestros actos, o a las de los demás, suele depararnos noches de insomnio y mañanas de ansiedad. Porque no se trata de una suposición o de algo que se instala en nuestras mentes para estorbar nuestros planes y metas en la vida. Se trata de certezas que, escondidas en los pliegues del futuro, pueden asaltarte como bandoleros siniestros con ganas de arruinarte por completo. Una cosa es preocuparse por cosas que podrán pasar o no; otra es saber lo que te espera y tener que mantener el tipo en una tensa sucesión de días, semanas y meses. Sabes a ciencia cierta que la calamidad te va a atrapar, pero no sabes cuándo llegará ese temible instante. Y mientras tanto, intentas vivir tu vida como si al girar cada esquina de tu dinámica cotidiana, te fueses a topar con aquello que más te horripila. Es una sensación extraña. Cuando se dilata en el tiempo la llegada de la desgracia cierta, puedes llegar a relajarte, pensando que, al final, la adversidad no te alcanzará. Sin embargo, en cuanto te descuidas un poco, bajas la guardia y entonces el impacto de aquello que esperabas con crucifijo y ristra de ajos, se abate sobre ti y te deja para el arrastre. 

      Hay mucha gente que pasa por la vida de esta manera. En realidad, todos hemos tenido que vérnoslas con situaciones parecidas a estas. La diferencia que existe a la hora de encarar circunstancias como las reseñadas, entre aquellos que confían en Dios y aquellos que prefieren darse en medio de la cerviz con la cruda y terca realidad, es notable. Los que han depositado su fe en Dios y en el poder de su salvación, aunque con el miedo todavía en el cuerpo, saben que todo será conducido al bien de sus almas. Los que, por el contrario, piensan que ellos pueden con todo, y que no necesitan a Dios para nada, no cesarán de estar en el alambre de la locura y de la manía persecutoria, acabando majaretas y sufriendo el alcance de los hechos que propiciaron su fatídico destino. El temor y el miedo son compañeros de la humanidad a causa de su tendencia pecaminosa, por lo que, en el compromiso que uno asuma con respecto a Dios, encontrará la paz y la certidumbre de que, sí, que las repercusiones de nuestras acciones deben tener un efecto determinado sobre nuestras vidas, pero también de que el Señor es capaz de sacar algo bueno de coyunturas no tan buenas. 

1. PURIFICACIÓN FAMILIAR 

      Sabiendo estas cosas, recordemos que dejamos a Jacob y toda su familia a las afueras de un Siquem saqueado y destruido por dos de sus miembros: Simeón y Leví. Jacob se lleva las manos a la cabeza pensando en las represalias que, de ahora en adelante, sufrirán a causa de este episodio de vergüenza, honor y salvajismo. Jacob, aunque reprocha a sus hijos que el tema de la venganza por su hermana Dina se les ha ido de las manos, solo recibe una seca y áspera contestación, lógica en su planteamiento, pero desequilibrada en su puesta en práctica. Las noticias corren entre las ciudades aledañas de Canaán, trasladando a todos los habitantes de la región la amenaza que supone el pueblo de Israel a sus intereses. Muchos comienzan a pensar en atacar a este clan, en recuperar el botín arrebatado a sus ya fallecidos aliados de Siquem. Jacob reconoce que no tiene un gran ejército de su lado, y aunque sus hijos se siguen empecinando y reafirmando en las razones de la matanza, lo cierto es que son presa fácil para una confederación de ciudades con mayor capacidad militar. 

      Con este panorama de tensión territorial y de alerta constante por parte de Jacob y los suyos, Dios interviene para devolver la paz a su escogido: Dijo Dios a Jacob: «Levántate, sube a Bet-el y quédate allí; y haz allí un altar al Dios que se te apareció cuando huías de tu hermano Esaú.» Entonces Jacob dijo a su familia y a todos los que con él estaban: —Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, limpiaos y mudad vuestros vestidos. Levantémonos y subamos a Bet-el, pues allí haré un altar al Dios que me respondió en el día de mi angustia y que ha estado conmigo en el camino que he andado. Ellos entregaron a Jacob todos los dioses ajenos que tenían en su poder y los zarcillos que llevaban en sus orejas, y Jacob los escondió debajo de una encina que había junto a Siquem. Cuando salieron, el terror de Dios cayó sobre las ciudades de sus alrededores, y no persiguieron a los hijos de Jacob.” (vv. 1-5) 

      El Señor, conocedor de la zozobra interior que estaba padeciendo Jacob, revela a éste una serie de instrucciones que lo han de llevar a donde comenzó todo. Dios recuerda que, a través de una huida, Jacob pudo encontrarse con Él. En Bet-el Jacob erigió su primer altar, ante el cual reconoció la presencia real de Dios, y ante el cual recogió las promesas del Altísimo, y ante el cual, Jacob se comprometió personal y reverentemente con Él para servirle y obedecerle. Como ya hemos visto a lo largo de su historia desde entonces, Jacob ha tenido sus momentos difíciles y críticos, pero también la bendición de la prosperidad y de una familia propia. Dios siempre ha estado de su lado, ha templado los ánimos de Labán, ha provisto de una fortuna considerable, y ha hecho que Raquel diese a luz a un hijo a pesar de su esterilidad. Los ojos de Jacob han podido contemplar la bondad y el amor de Dios sobre su vida y la vida de los suyos. Por eso, cuando Dios vuelve a decirle que peregrine hacia Bet-el, le está diciendo que nada ha de temer, porque si ha estado con él durante toda su trayectoria vital, no dejará de estar presente en su vida ahora que las cosas vienen mal dadas. 

      Jacob, deseando acatar las indicaciones de Dios de marchar a Bet-el, entiende que su familia no está ritual y espiritualmente preparada para encontrarse con el Señor. Para resolver este problema, Jacob conmina a sus hijos, esposas, concubinas y demás servidumbre, a que le entreguen todos aquellos diosecillos que tenían consigo. Es curioso saber que, a pesar de que Jacob adoraba a Dios, sus seres queridos se habían convertido en adeptos a los ídolos. Traigamos a la memoria el episodio de Raquel, robando los dioses de la tienda de su padre. Y no nos olvidemos del acopio de dioses en el carroñero asalto de los hijos de Jacob en Siquem, entre los que se encontrarían zarcillos o pendientes de metales preciosos, utilizados en rituales paganos, o como veremos más adelante en Éxodo y Jueces, empleados en la fundición de un becerro dorado. Toda la familia debía ser purificada, al menos formalmente, para poder permanecer en la presencia de un Dios tres veces santo, y, por tanto, también sus vestiduras, quizás tomadas también del pillaje siquemita, debían ser cambiados por otros que no tuvieran olor a sangre y humo. 

      No entendemos de Jacob el hecho de esconder las figuras y joyas en un terebinto o encina. ¿Era un seguro de vida por si al final eran atacados y tuviese que echar mano de este botín de guerra para apaciguar a sus vecinos? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que, una vez todos se han despojado de cualquier vestigio de elemento que pudiese atentar contra la reverencia y la santidad del evento del que iban a participar en Bet-el, se ponen en camino. En esta travesía iban a estar a merced de cualquier enemigo que deseara atacarlos, y, sin embargo, el escritor de Génesis nos desliza una aclaración que va a dar tranquilidad y sosiego al alma de Jacob ya rumbo a la casa de Dios. No sabemos de qué forma, Dios hace descender sobre cada soberano, soldado y ciudadano de cada una de los pueblos que rodeaban a Jacob y su clan, un pánico tremendo que les hizo desistir de cualquier iniciativa bélica contra ellos. De nuevo, el Señor estaba junto a Jacob, protegiéndolo de todo mal y de cualquier amenaza que se cerniera sobre su campamento y su viaje a Bet-el. De forma misteriosa, Dios interviene entre las naciones para dar curso a su plan de salvación. 

2. ADORACIÓN Y DUELO 

      Tras varias jornadas en ruta, Jacob y su familia llegan a su destino: “Llegó Jacob a Luz, es decir, a Bet-el, que está en tierra de Canaán, él y todo el pueblo que con él estaba. Edificó allí un altar y llamó al lugar «El-bet-el», porque allí se le había aparecido Dios cuando huía de su hermano. Entonces murió Débora, nodriza de Rebeca, y fue sepultada al pie de Bet-el, debajo de una encina, la cual fue llamada «Alón-bacut».” (vv. 6-8)  

      Bet-el, la casa de Dios, antes conocido como Luz, traería multitud de recuerdos a Jacob. Vendría a su mente el sueño de la escalera celestial que descendía a la tierra, los ángeles mensajeros de Dios subiendo y bajando presurosos en obediencia a los dictados celestiales, el conjunto de promesas de bendición, protección y provisión que el Señor le había ofrecido y que éste había cumplido a rajatabla... Posiblemente, tras un par de décadas desde que visitó este paraje, el altar que en su momento levantó, habría sido demolido, y por ello, el Señor invita a que Jacob erigiese uno nuevo en compañía de todos los suyos. En cuanto está terminado, Jacob vuelve a rebautizar el lugar llamándolo “El-bet-el", o “Dios de Bet-el,” confirmando y renovando el pacto que años atrás había concertado con Dios. 

      Un suceso inesperado ocurre mientras todos están en Bet-el. Débora, ama de cría de la madre de Jacob, Rebeca, y seguramente alguien muy querido por el propio Jacob, ve cumplido su tiempo sobre la faz de la tierra. Ahora no se habla de las amas de cría, puesto que es una actividad en desuso, pero antaño, ya desde tiempos de la prehistoria, y hasta el siglo XIX, estas mujeres amamantaban a lactantes que no eran sus hijos cuyas madres no podían o no deseaban hacerlo. Según los expertos en la materia, el recurso a un ama de crianza podía estar motivado por razones físicas, como en el caso de producción insuficiente de leche, en partos múltiples en los que una sola persona no puede satisfacer los requisitos de lactancia, o sociales, ya que la profesionalización de la lactancia permitía a la madre dedicarse a otras ocupaciones, abreviar el período entre embarazos, puesto que el sistema endocrino inhibe normalmente la concepción mientras la madre está amamantando, o simplemente librarse de una tarea percibida como socialmente inadecuada para las clases superiores. Débora había sido parte importante de la infancia de Jacob, y, por tanto, es nombrada en el texto bíblico, y es sepultada con honores cerca de Bet-el, bajo una gran encina, en el enclave conocido como Alón-bacut, o “encina del llanto.” No cabe duda de que Débora fue alguien que marcó positivamente el corazón de Jacob. 

3. PROMESAS RENOVADAS 

      Habiendo llorado la pérdida de Débora, Jacob espera un nuevo encuentro con Dios, una teofanía que fortalezca su espíritu y que corrobore la alianza de Bet-el entre ellos dos: “Se le apareció otra vez Dios a Jacob a su regreso de Padan-aram, y lo bendijo. Le dijo Dios: «Tu nombre es Jacob; pero ya no te llamarás Jacob, sino que tu nombre será Israel.» Y lo llamó Israel. También le dijo Dios: «Yo soy el Dios omnipotente: crece y multiplícate; una nación y un conjunto de naciones saldrán de ti, y reyes saldrán de tus entrañas. La tierra que he dado a Abraham y a Isaac te la daré a ti, y a tu descendencia después de ti.» Y se fue Dios de su lado, del lugar desde el cual había hablado con él. Jacob erigió entonces una señal en el lugar donde había hablado con él, una señal de piedra; derramó sobre ella una libación y echó sobre ella aceite. Y Jacob llamó Bet-el a aquel lugar donde Dios le había hablado.” (vv. 9-15) 

       Si prestamos atención a las palabras que Dios va a dedicar a Jacob, seguramente percibiremos el eco de la bendición que Isaac derramó sobre éste en el día de la suplantación (Génesis 28:3-4). El Señor está respaldando con sus promesas cada una de estas bendiciones proféticas de su padre, y vuelve a remachar la idea del cambio de nombre y de identidad de Jacob, pasando de ser el suplantador, a ser Israel, el que pelea con Dios. Dios se da a conocer una vez más a Jacob como el Omnipotente, el Todopoderoso, aquel que da realidad y verdad a cuanto sale de sus labios soberanos. Dios, desde su poderío y potestad, manda a Jacob que siga aumentando el número de sus descendientes, para que, cuando llegue el momento que Él mismo disponga, éstos se conviertan en una imponente nación, temida por todos, y de bendición para todos. Esta nación heredará la tierra que ya había entregado previamente a sus antepasados, y su misión será la de prolongar su linaje hasta que un Salvador brotase de sus raíces. A veces, aunque un pacto ya esté firmado, es necesario encontrar el modo de reafirmarse en el contenido del mismo, y de reconocer la fidelidad de ambas partes a la hora de cumplirlo. 

      Tal como vino el Señor a encontrarse con su siervo Jacob, así también se fue. Jacob, en honor a esta teofanía que había calmado la taquicardia que tenía en relación a su futuro y a su seguridad, toma varias piedras y señala la localización exacta de su cita con lo divino. Sobre estas piedras, Jacob derrama una ofrenda de gratitud y amor hacia Dios, junto con un chorro de aceite, símbolo de la prosperidad y de la presencia espiritual de su Señor. Bet-el se convierte de esta forma en el final de un círculo vital en el que la mano de Dios siempre ha dado evidencias más que suficientes de que siempre cumple con su Palabra a la hora de ser nuestro protector y refugio cuando las cosas se ponen cuesta arriba.  

CONCLUSIÓN 

      Jacob, una vez ya ha meditado en su corazón sobre la fidelidad y la misericordia de Dios, vuelve a la tierra de su parentela, puesto que el final de la vida de tres de sus seres más queridos está a punto de llegar. La paz de Dios inunda su corazón, aunque como ya veremos más adelante, el sosiego en su hogar va a ser difícil de conseguir. 

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