BALA PERDIDA
SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA II”
TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 10:1-15
INTRODUCCIÓN
Seguro que habrás escuchado alguna vez la expresión “es un o una bala perdida.” Normalmente, cuando se habla de alguien en estos términos, es porque un individuo, da igual su sexo, se ha comprometido en vivir una vida loca en la que no existe ninguna clase de escrúpulos a la hora de lograr sus desastrados objetivos. La idea a esta expresión se aporta desde el mundo de lo militar y de lo bélico. En toda guerra hay balas perdidas que se disparan sin ton ni son, por soldados que no poseen la visibilidad suficiente como para apuntar a sus enemigos. Sueltan una ráfaga al azar para ver si por ventura alcanzan a los rivales escondidos en sus trincheras. También habrás oído de peleas callejeras en barrios problemáticos en las que han fallecido niños o personas que solamente pasaban por allí en el peor momento de la refriega, y han recibido un balazo inesperado, segándoles la vida.
Del mismo modo, existen personas que van por la vida llevando a cabo impredecibles actuaciones que suelen dañar terriblemente la existencia de otras personas que estaban en el momento y lugar equivocados. Su inmoralidad a la hora de perpetrar sus acciones y sus arrebatos de locura cuando quieren algo y las cosas no salen tal y como ellos desean, son proverbiales. No tienen temor de Dios ni de las autoridades civiles, no suelen cumplir con las normas, las pautas y los comportamientos sociales establecidos, son insolidarios y agresivos, explosivos en sus ademanes e irresponsables en sus palabras. Su mundo es el mundo del tráfico de drogas, de los negocios más tenebrosos y de la mala vida en general. Algunos que los conocen, llegan al punto de concluir que son irredentos e irrecuperables para la sociedad. Entran y salen de la prisión con una frecuencia inusitada, volviendo a incurrir en delitos nada más estar en libertad, provocando heridas y temor a todos cuantos están a su alrededor. Seguro que conocéis a personas de esta calaña irracional, y solo espero que ninguna de estas balas perdidas os haya causado un dolor irreparable e inesperado.
Salomón, con una nueva colección de proverbios, desea advertirnos contra la aparición de personajes que pueden hacernos puré nuestro futuro cuando menos lo esperamos. Pinta a la perfección el carácter y temperamento de estas balas perdidas, los cuales, al igual que recorrían las callejuelas de Jerusalén, también hoy continúan pululando por nuestras localidades. En la descripción de las balas perdidas que se nutren salvajemente de una sociedad meridianamente ordenada y regulada, Salomón también aporta una imagen contrastada de la vida de aquellos que pretenden beneficiar positivamente a la sociedad con su conducta. En contraposición con las balas perdidas, el escritor anima al lector a que, tras apartarse de la vera de unos auténticos botarates que tienen la capacidad de demoler pieza a pieza tus planes de porvenir sin que lo esperes, seamos sensatos y abracemos un estilo de vida ajustado a obedecer la voz de Dios y a representar en el mundo su carácter y atributos.
1. LA BALA PERDIDA Y LENGUARAZ
Tres son los ámbitos personales que identifican a una bala perdida, de la que hemos de cuidarnos en el día a día: sus manifestaciones verbales, su actitud hacia las finanzas y su reprochable comportamiento social. Comencemos por lo que sale de sus bocas, auténticas cavernas de las que el chapapote más negruzco y viscoso surge para oscurecer nuestras pacíficas vidas: “Hay bendiciones sobre la cabeza del justo, pero la boca de los malvados oculta violencia... El de corazón sabio recibe los mandamientos, mas el de labios necios va a su ruina... El que guiña el ojo acarrea tristeza; el de labios necios será derribado. Manantial de vida es la boca del justo, pero la boca de los malvados oculta violencia... En los labios del prudente hay sabiduría, mas la vara es para las espaldas del insensato. Los sabios atesoran sabiduría, mas la boca del necio es una calamidad cercana." (vv. 6, 8, 10-11, 13-14)
En dos ocasiones Salomón nos indica que la manera que tienen de hablar las balas perdidas es la que se centra en la violencia oculta. Tal vez susurren palabras en apariencia de buena voluntad, atraigan tu atención con promesas inquietantemente provechosas, o te persuadan con explicaciones y justificaciones baratas de que participes junto a ellos de un negocio redondo, pero ilegal hasta las trancas. Te envuelven y te chantajean emocionalmente con la excusa de la amistad para que te unas a sus tejemanejes arriesgados y tramposos. Sin embargo, en su paladar, tras un discurso suave y melifluo, solo hay traición, engaño y muerte. Si el golpe al que te han invitado sale mal, no creas que te esperarán o darán su vida por ti; más bien lo que harán es decir que, donde dije digo, dije Diego. Todas esas fantásticas promesas se convertirán en lo que realmente son: un obscuro agujero en el que tu vida se arruinará para siempre y en el que tu futuro será enterrado profundamente.
Las balas perdidas suelen decir cosas sin pensar. No les importan las repercusiones de sus actos o de sus manifestaciones. Sueltan lo primero que le viene a la cabeza, sin mirar a quiénes dirigen su carga radioactiva, sean parientes, amigos o compañeros de parranda, y ésta explota causando serios y graves estragos en sus relaciones. La insensatez gobierna sus sesos y la imprudencia ha dejado sin filtros cada una de sus declaraciones. Esto les reportará la ruina y la soledad más tremebundas, la auto marginación y el aislamiento social más brutales. Embrutecidos y orgullosos de sus palabras, por muy tóxicas que éstas sean, se pasean cual gallitos por las calles del barrio, esperando un movimiento en falso de alguien para dedicar un buen puñado de insultos, difamaciones y exabruptos. Salomón lo dice bien claro. Aunque durante un periodo de tiempo crean ser los amos del cotarro, solo le sobrevendrán miserias, violencias, ruina, humillaciones, varazos punitivos y calamidades a corto plazo. Por sus palabras serán juzgados y su final será terrible y pavoroso, tal y como la historia se ha ocupado de enseñarnos con miles y miles de casos de balas perdidas.
Salomón exhorta a que seamos sabios y justos, para que así, el Señor nos bendiga de maneras espectaculares, y seamos nosotros a nuestra vez canales de bendición a otros, incluso a las balas perdidas. Sabiendo recibir las ordenanzas de Dios, registradas una por una en las Escrituras, poniéndolas en acción desde nuestra conducta habitual, seremos comparados a esos manantiales de agua fresca y limpia que brotan de las alturas para influir positivamente sobre la vida de nuestra sociedad. El sabio, aprendiendo de sus errores, y vigilando sus pasos de acuerdo a la voluntad divina, transforma su mala elección de palabras en un empleo edificante de las mismas, provocando y ofreciendo vida en sus oyentes. Aquellos que tienen temor de Dios optan por hablar prudentemente, sin atropellarse ni obstinarse en dar su versión de las cosas en todo momento, sino más bien, empeñándose en hablar a tiempo, tras escuchar a los demás, respetando lo escuchado y emitiendo un mensaje vivificador y estimulante que es respaldado por un testimonio piadoso y recto.
2. LA BALA PERDIDA Y DILAPIDADORA
Otro de los elementos que caracterizan a las balas perdidas es su gestión financiera: “Los tesoros de maldad no serán de provecho, mas la justicia libra de la muerte. Jehová no dejará que el justo padezca hambre, mas rechazará la codicia de los malvados. La mano negligente empobrece, pero la mano de los diligentes enriquece. El que recoge en verano es hombre sensato, pero el que duerme en tiempo de siega, avergüenza... Las riquezas del rico son su ciudad fortificada; la debilidad de los pobres es su pobreza.” (vv. 2-5, 15)
Una bala perdida no sabe administrar sus ganancias, por muchas que estas sean. Alguna vez escuché de alguien que conocía bien el lado B de los negocios sucios, que el dinero mal habido, se va tan rápido como viene. Todos hemos visto alguna película, serie o documental en el que, forajidos y delincuentes que amasaban millones y millones de euros o dólares, todo producto de sus criminales asuntos, han acabado definitivamente mal. Unos han dilapidado todo cuanto habían logrado fraudulentamente en caprichos absurdos y son actualmente indigentes; otros han acabado con sus huesos en una cárcel de máxima seguridad; y otros han terminado asesinados, se han suicidado en un instante crítico de sus vidas, o han muerto de sobredosis. Las ganancias deshonestas pueden transportar a alguien a la cima del hampa, a la cota más alta del hedonismo, a tener lo que uno nunca tuvo por mucho que trabajase deslomándose en empleos honrados. Pero del mismo modo que entraron por la puerta de la vida de las balas perdidas, así vuelven a huir de su morada, dejando tras de sí a una persona más tarada, cruel e inconsciente que antes.
La codicia forma parte esencial de la vida de las balas perdidas. Siempre quieren más y más. No les importa de dónde pueden sacar los fondos para sufragar sus apetitos depravados. Si tienen que recurrir a la extorsión, al chantaje o a la amenaza sistemática, lo hacen sin miramientos de ninguna clase. Arrebatan al honrado jornalero el pan de su familia, rapiñan la virtud de mujeres inocentes convirtiéndose en proxenetas repugnantes, y hacen pillaje de ancianos indefensos, dejándolos en las huesudas manos de la indigencia. No obstante, aunque acumulan enormes cantidades de capital a causa de sus actividades delictivas, son negligentes y descuidados en su gestión. Son manirrotos que se dejan llevar por las tendencias y por la vista, despilfarradores de lo que no es suyo en cosas de las que se aburren después de unos cuantos días. No tienen previsión de futuro, viven al día, no piensan en el mañana. No desean trabajar, sino que prefieren sestear, vagueando y haciendo daño a diestro y siniestro. Son cigarras que no se dan cuenta de que el invierno llegará para sentenciarlos y fulminarlos. Son pobres en todos los sentidos: espiritual, afectiva, social y económicamente. Nunca ahorran, nunca guardan, siempre roban, siempre al filo de la miseria.
Por contra, aquel que se somete a los dictados de Dios, que busca ser sabio en la mayordomía de sus fondos, todos ellos logrados con el sudor de su frente y de forma honesta, será prosperado y la provisión del Señor nunca se apartará de su hogar. La manutención divina es una bendición que sigue a aquellos que saben que lo que poseen es de Dios y no suyo. La corona de prudencia que adorna las cabezas de aquellos que aman a Dios y colocan su confianza en su providencia, los anima a ser diligentes en todo: en su trabajo, en sus relaciones familiares, en su tiempo y en sus dones espirituales. Siempre hallan en sus negocios, tratos y empleos, la oportunidad de glorificar a Dios y de encontrar en ellos una forma de cuidar de los suyos, e incluso de velar por las necesidades de los menesterosos. Su fuerza está en su esfuerzo, dedicación y sacrificio diarios, todos ellos respaldados por la fortaleza que solo Dios sabe dar a sus amados hijos. Nunca tomarán nada que no les pertenezca. Nada que provenga de malvados y repugnantes orígenes mancillará su fe en el sustento celestial.
3. LA BALA PERDIDA Y ANTISOCIAL
En tercer lugar, podemos reconocer el espíritu de una bala perdida cuando contemplamos su comportamiento social, sus acciones perversas y sus actividades disolutas: “El hijo sabio alegra al padre, pero el hijo necio es la tristeza de su madre... La memoria del justo es bendecida, mas el nombre de los malvados se pudrirá... El que camina en integridad anda confiado, pero el que pervierte sus caminos sufrirá quebranto... El odio despierta rencillas, pero el amor cubre todas las faltas.” (vv. 1, 7, 9, 12)
Si conocéis algún caso de bala perdida en vuestro contexto vecinal, seguramente, una de las cosas que se os pasará por la mente es una pregunta entretejida con grandes dosis de compasión: ¿Cómo lo estarán pasando en casa de esa bala perdida? Todavía tengo la imagen vívida de aquel programa en el que un coach intentaba enderezar la vida de una serie de adolescentes y jóvenes balas perdidas. En la entrevista que el conductor del programa hacía a la madre o al padre, siempre aparecía un torbellino estremecedor de sentimientos que te ponía un nudo en la garganta. Madres y padres avergonzados, no solo de su violento retoño, sino de sí mismos al no poder solventar la papeleta que los estaba sumiendo en la desesperación. Madres y padres abrumados y deprimidos, llorosos, sonrojados, con la mirada vacía y el corazón sobrepasado por las circunstancias que les tocaba vivir. Convivir con una bala perdida no es nada fácil. La tristeza emponzoña cada instante cotidiano y el sufrimiento abarca la totalidad del tiempo.
¿Quién se acuerda de aquel individuo que hacía malezas a todo quisque, que amedrentaba a sus vecinos, cuya presencia era sinónimo de gresca y agresiones, cuando fallece? ¿Quién guarda en la memoria todos aquellos desmanes que perpetró contra la tranquilidad y estabilidad social en el día de su muerte? Nadie. Personas así, genios y figuras hasta la sepultura, que no se arrepintieron nunca de sus maledicencias, agravios y malas artes, no merecen ni un byte de memoria en el disco duro de nuestro cerebro. Su fama se irá pudriendo hasta desaparecer. Sus perversos caminos serán ceniza arrastrada por el viento, y dispersada a los cuatro rincones del universo. Ese odio feroz que anidaba en sus corazones, que inducía a alborotos, peleas, disensiones y disputas interminables, se desvanecerá para siempre en el olvido de nuestra sociedad civil. Solo dejarán tras de sí el dolor del recuerdo por los crímenes terribles cometidos, las cicatrices en las familias víctimas de sus insoportables acciones, y el regusto amargo del ejemplo que otras balas perdidas siguen después de su desaparición definitiva sobre la faz de la tierra.
Sin embargo, aquellos que acatan las órdenes de sus progenitores, que obedecen y honran a sus padres, siempre aportarán a la vida de éstos alegría, satisfacción y orgullo. Padres y madres, ¿no se hincha vuestro pecho de felicidad al contemplar a vuestros hijos sirviendo al Altísimo, siguiendo sus sabias directrices de vida y respetando con toda reverencia cada uno de los consejos que Dios puso en vuestros corazones para beneficio de ellos? No hay cosa más maravillosa y dulce que observar cómo tus hijos crecen y se desarrollan de acuerdo a las leyes del Señor inscritas en su Palabra de vida. Aquel que ha procurado en cada uno de los pasos de su existencia ser justo y recto delante de Dios y de los hombres y mujeres que componen la sociedad, será recordado con añoranza, cariño y honores. En el futuro, muchas personas traerán a la memoria las obras de justicia de aquellos que escogieron ser sabios en su forma de conducirse.
Con la confianza que brinda saberse respaldado y sustentado por el discernimiento de lo alto, el servidor de Dios no teme al mañana, porque deposita su fe absoluta en que el Señor siempre le colmará de las sobreabundantes riquezas celestiales. El justo y sabio no tendrá en cuenta los errores cometidos por otras personas en contra de él, ni siquiera aquellos que provienen de manos de balas perdidas, ya que, habiendo sido perdonado por Dios de sus pecados, sabe que debe replicar esta misma actitud para con aquellos que pudieran haber dañado sensiblemente su vida. El amor consiste en esto, en pasar por alto los pecados de aquellos que desearon el mal para nosotros, en erradicar el odio y el rencor del alma, y en procurar restaurar a aquellos que ansiaron nuestra ruina y calamidad en un momento dado.
CONCLUSIÓN
Es hermoso, alentador e inspirador poder identificar a Cristo como el modelo de hijo sabio y recto, obediente en todo al Padre, y oferente del amor, el perdón y la provisión a todo ser humano que anhele ser feliz y bienaventurado bajo la cobertura del Espíritu Santo. Las malas noticias en cuanto a la vida que nos toca vivir, son las balas perdidas que aleatoriamente promueven el caos y la violencia en todas sus formas y especies. En la medida de lo posible, alejémonos de sus turbios negocios y de sus zarpas carroñeras.
Las buenas nuevas residen en que una bala perdida, por muy petrificada
que tenga su conciencia, puede llegar a ser sabio si se arrepiente de
corazón, confiesa sus culpas a Cristo, y deja que el Espíritu Santo
transforme su locura e irresponsabilidad en una vida sabia y dirigida a
glorificar a Dios y a hacer el bien a aquellos a los que antaño odiaba.
Es fácil darse por vencidos cuando conocemos alguna bala perdida, pero
hasta el minuto noventa más el añadido, siempre habrá oportunidad para
que ésta deje de ser una bala perdida, y llegar a ser un instrumento de
paz y amor en manos de Dios.
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