INVITADO A MI FIESTA


SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA II” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 9 

INTRODUCCIÓN 

      Que te inviten a una fiesta suele ser un honor que no desdeñas, así como así. Que te propongan poder reunirte con amigos y gente interesante en un entorno de alegría y celebración, es recibir una buena noticia. Por lo general, una fiesta es un acto o conjunto de actos organizados para la diversión o disfrute de una colectividad. Normalmente, todas las fiestas tienen este mismo fondo, aunque, no obstante, no todas las fiestas son iguales. Hay fiestas religiosas, días festivos en los que uno no trabaja y que dedica al esparcimiento, jornadas concretas destinadas a promover alguna clase de valor o acontecimiento histórico reseñable, y guateques prácticamente espontáneos en la casa de alguien que desea festejar algún logro u éxito.  

      Ahora, el fin de cada fiesta también tiene sus propios derroteros y objetivos. Hay personas que festejan para emborracharse y perder el sentido, sino algo más; personas que celebran en un ambiente de camaradería, pero sin perderse en los abusos; grupos de individuos que deciden participar de una fiesta de etiqueta donde las formas y los protocolos son importantes; botellones infames en un descampado o en un parque con los altavoces de un coche vibrando con músicas urbanas; comidas fraternales en la iglesia cada último domingo de mes, etc... 

     A pesar de que hay multitud de tipos de fiestas, todas ellas se podrían catalogar en dos grupos perfectamente reconocibles y subjetivamente valoradas: buenas fiestas y fiestas malas. Seguro que, a lo largo de nuestras vidas, hemos catado de ambas. Fiestas en las que nos hemos divertido y que siempre recordaremos por los magníficos ratos que hemos pasado, fiestas en las que nuestros cinco sentidos han estado despiertos en todo momento, disfrutando de la compañía mutua, de la música, de las conversaciones entretenidas y amenas, de un buen menú. Y fiestas en las que todo ha salido rematadamente mal, en las que el exceso de alcohol y otras sustancias han tensionado el ambiente, en las que ha habido alguna que otra trifulca entre supuestos amigos, en las que nadie puede charlar porque el volumen de la música estaba hasta los topes, en las que solo queda el regusto amargo de la resaca, de la amnesia y del ridículo. Personalmente, yo me quedo con las primeras, aunque a mucha gente le vale integrarse en fiestas en las que solamente se busque alcoholizarse y bailar entre la línea de la consciencia y la de la inconsciencia. 

       Del mismo modo que existe esta doble clasificación festiva en el mundo en el que vivimos, así también hay dos clases de fiesta en el ámbito de la vida. Salomón, continuando con la imagen de Doña Sabiduría, también nos presenta a otro personaje, totalmente contrapuesto a ésta: Doña Insensatez. Si consideráramos la existencia como el contexto en el que escogemos a qué fiestas ir, dónde poder disfrutar de un ápice de felicidad, en qué lugar celebrar la alegría y el júbilo, tenemos dos opciones, tal y como veremos a continuación. A nuestro buzón siempre llegan dos invitaciones a dos fiestas completamente distintas. La cuestión que nos propone el escritor de estos proverbios es la siguiente: ¿qué invitación aceptarás y qué hallarás cuando te acerques a ser parte de la fiesta? 

1. LA FIESTA DE LA SABIDURÍA 

      Una de las invitaciones proviene de Doña Sabiduría. Veamos qué nos aguarda si optamos por acudir a su propuesta festiva: “La Sabiduría edificó su casa, labró sus siete columnas, mató sus víctimas, mezcló su vino y puso su mesa. Envió a sus criadas, y sobre lo más alto de la ciudad clamó, diciendo a todo ingenuo: «Ven acá», y a los insensatos: «Venid, comed de mi pan y bebed del vino que he mezclado. Dejad vuestras ingenuidades y viviréis; y andad por el camino de la inteligencia.»” (vv. 1-6)  

      Doña Sabiduría vive en un templo, una gran mansión donde todos tienen cabida, y en el que ha espacio para toda clase de invitados. Las siete columnas que sostienen la cubierta de esta edificación simbolizan la plenitud y la perfección de sus objetivos y caminos. La anfitriona cuida cada detalle a la hora de agasajar a sus convidados: una buena comida, un buen vino de calidad, y una presentación general del lugar en el que se va a llevar a cabo la fiesta, magistral y exquisita. No es una fiesta espontánea en la que cada uno de los elementos es dejado al azar. Doña Sabiduría pretende cautivar a su asistencia y cada detalle cuenta. Una vez ha dejado todo perfilado y preparado, son sus siervos, aquellos que la han aceptado una vez y para siempre en sus vidas, los que salen a pregonar la invitación a todos cuantos quieran asistir a su banquete festivo. Desde un emplazamiento que permite que gran parte de los habitantes de la ciudad reciban la notificación de esta invitación, las criadas vocean la oportunidad inmejorable de que, tanto los ingenuos, los inexpertos, los inmaduros, como los insensatos, los rebeldes y los indecisos, puedan traspasar el umbral del templo de Doña Sabiduría. 

      La idea que tiene en mente Doña Sabiduría no es la de embriagar y empachar a sus invitados. Su propósito es el de poder disfrutar de las bondades y beneficios que comporta hacerse amigos de ella. El mejor pan y el mejor vino que se les ofrece es la representación de una vida próspera, en la que nunca ha de faltar provisión de Dios para ellos y sus familias. La anfitriona no pone en su mesa un cuscurro duro como una piedra o un vino aguado y picado, sino que da de lo mejor a aquel que decide sentarse junto a ella en el banquete de la vida.  

       El deseo de Doña Sabiduría es que se dejen de pamplinas, que abandonen el constante ejercicio de inconsistencia, incoherencia y doblez de ánimo, para albergar el conocimiento espiritual que procede de Dios y que da vida a un corazón moribundo y lleno de pecados. El sueño de la anfitriona es que aquellos que han vivido de espaldas a Dios se arrepientan de sus vanidades y de sus contumaces irreverencias contra Dios. Con su demostración de excelencia y afecto tierno, su meta es la de convertir a seres humanos descarriados, ofendidos con todo el mundo y diletantes, en personas que se ajustan a los designios del Señor, que se reconcilian con todo y todos, y que pasan de ser amateurs a ser personas sabias según el discernimiento espiritual que solo Dios sabe dar. 

2. LA FIESTA DE LA INSENSATEZ 

      Por otro lado, Doña Insensatez también trata de robar adeptos a las fiestas de Doña Sabiduría, y para ello, también invita a todos cuantos quieran desmadrarse y dar rienda suelta a sus salvajes instintos: “La mujer necia es alborotadora, ingenua e ignorante. Se sienta en una silla a la puerta de su casa, en los lugares altos de la ciudad, para llamar a los que pasan por el camino, a los que van derechos por sus sendas, y dice a cualquier ingenuo: «Ven acá»; y a los faltos de cordura dice: «Las aguas robadas son dulces, y el pan comido a escondidas es sabroso.» Pero ellos no saben que allí están los muertos, que sus convidados están en lo profundo del seol.” (vv. 13-18) 

      Creo que, a simple vista, podemos observar el gran contraste existente entre las dos fiestas a las que podemos ser invitados. En esta ocasión, Doña Insensatez, caracterizada por tres adjetivos, no precisamente favorecedores, se sienta delante de su propio palacio o templo, en las alturas de la ciudad, para ser ella misma la que susurre al oído de cuantas personas pasan por allí. Es la reina del alboroto, princesa de las alteraciones y cacofonías, y especialista en armar en un abrir y cerrar de ojos una agitada concentración de perturbadores del orden y el concierto social. Propone fiestas en las que el desenfreno no conoce límites, y el caos es su mejor baza a la hora de atraer a sus invitados. No le importan las normas, porque, tal y como se suele decir por algunos mentideros, están para romperse. No necesita ser sabia para hacerse con el mayor número de personas, puesto que su idea de la diversión es la de olvidarse de la razón y la de dejar que el caprichoso deseo interior de cada persona salga a la superficie sin tener que dar cuentas a nadie. 

      Doña Insensatez no tiene vergüenza ni la conoce. Como una prostituta, sale a la calle, y en cuanto divisa una posible presa, sea un transgresor curtido de la voluntad divina, o sea una persona que obedece las directrices del Señor, se levanta de su silla para tratar de persuadirla y engatusarla hasta conseguir que entren en su hogar. No respeta a nada ni a nadie, y halla gran disfrute en arrebatar de los brazos de Doña Sabiduría a cuantas más personas mejor. Sus tentadoras palabras y sus promesas vacías pueden llegar a hacer mella en las personas de buen testimonio y de exigente trayectoria vital. Nadie está a salvo de sus melifluas y atractivas propuestas, ni siquiera los más santos de los más santos. Sus piezas más fáciles las cobra cuando los ingenuos, aquellos que todavía no saben lo que quieren en la vida, y los faltos de sesera, aquellos que se dejan llevar por las falsas proposiciones de felicidad y placer sin reflexionar sobre las repercusiones de sus decisiones erróneas, se acercan a su altura para ser obsequiados con una gran dosis de ceguera espiritual y moral.  

      La anfitriona de la fiesta orgiástica del desvarío y la concupiscencia, no duda en mentir abiertamente sobre conductas relacionadas con el adulterio, la fornicación y lo prohibido. Esta meretriz no vacila en sugerir al incauto que beber de otras aguas que no sean las propias, esto es, tener relaciones sexuales con otra persona que no sea el cónyuge de su juventud, es dulce y apetitoso. Para ello, emplea sus artes de forma magistral en orden a quebrantar el compromiso matrimonial, a engañar al cónyuge que fielmente espera a su esposo o esposa, a ocultar una doble vida repleta de oscuridad.  

       Pero no solo se conforma con esta táctica, sino que promueve cometer actos contrarios a la ley, a la moral y a la ética, respaldando con la idea de la sabrosura cualquier acción personal que atenta contra los principios espirituales y éticos propuestos por Dios para el ser humano. Embriagados y ofuscados por sus apetitos carnales, los carentes de mollera no se aperciben de la terrible realidad que encierra servir a las sugerencias perversas de Doña Insensatez. La ruina, el descalabro social, la destrucción familiar, la miseria espiritual y la desolación moral que provoca entrar a celebrar esta fiesta del frenesí y la depravación, serán el epitafio de sus lápidas. No entienden que la invitación a la fiesta de la locura y la ignorancia es una invitación a su propio funeral. 

3. ¿ESCARNECEDOR O SABIO? 

      Ante nosotros se presenta la disyuntiva de qué clase de invitación aceptar. Nadie puede decidir por nosotros en este aspecto. Nuestro libre albedrío nos desafía a traspasar reflexivamente las puertas del templo del temor de Dios o a entrar ingenuamente en las estancias del templo de la imprudencia. Salomón desea ayudarnos en este momento crucial, y coloca entre ambas opciones, a modo de sándwich, consejos que confrontan a aquellos conocidos por ser burlones y despreciadores de la sabiduría, con aquellos que han aceptado emparentarse con la sabiduría: “El que corrige al escarnecedor, se acarrea afrenta; el que reprende al malvado, atrae mancha sobre sí. No reprendas al escarnecedor, para que no te aborrezca; corrige al sabio, y te amará. Da al sabio, y será más sabio; enseña al justo, y aumentará su saber. El temor de Jehová es el principio de la sabiduría; el conocimiento del Santísimo es la inteligencia. Porque por mí se aumentarán tus días, años de vida se te añadirán. Si eres sabio, para ti lo eres; si eres escarnecedor, sólo tú lo pagarás.” (vv. 7-12) 

      En la vida, al igual que las fiestas, hay dos clases de personas: los escarnecedores y los sabios. La interacción entre estos dos tipos de ver la vida no puede ser más controvertida. Los escarnecedores se burlan, rechazan, ofenden, ultrajan, ridiculizan, insultan, calumnian o afrentan a una persona delante de todos. Si tú quieres intentar amonestar a un personaje de esta calaña, prepárate para recibir de éste toda clase de improperios y soeces manifestaciones verbales. Esto pasa en el día a día. Vas tranquilo por la calle, observas a alguien que pasea un perro por la acera, éste defeca en todo el medio, y el dueño del can sigue tan campante adelante sin recoger el excremento depositado allí. Ahora, ve y dile que debe recoger el excremento, que te dirá hasta de qué clase de muerte fallecerás. Y en cuestiones de tráfico, ya ni hablamos, porque su estrategia siempre será la de despotricar a grito pelado contra ti, aunque tú simplemente quisieras que cumpliese con las reglas establecidas.  

       Advertir o aconsejar al escarnecedor es tiempo perdido. A éste le da igual ocho que ochenta, y no tiene miramientos a la hora de ponerte debajo del palo del gallinero delante de todo bicho viviente. Salomón nos dice que estos individuos, en su ignorancia escogida y en su percepción de que pueden vivir como les da la gana sin tener que dar cuentas a nadie, lo pagarán muy caro el día en el que alguien reciba sus invectivas y, en lugar de encogerse de miedo, opte por dedicarle unos minutos de su vida a callarles la boca. Y, lo que, es más: ser escarnecedor significa no ver la conexión existente entre sus acciones y sus consecuencias eternas. 

      Por otro lado, tenemos a los sabios, personas que aceptan la amonestación desde la humildad más sincera y profunda. Porque ser sabios implica la habilidad para escuchar y responder correctamente a la crítica, a fin de no volver a cometer los mismos errores. El sabio de corazón no devuelve una mueca de disgusto, o un mohín de incomodidad. Es capaz de reconocer sus equivocaciones, de agradecer el favor que se le hace en la reprimenda o en el consejo, y de ajustar su vida a las nuevas recomendaciones para recalibrar sus metas y sus procedimientos.  

       Es sumamente difícil hallar a personas así, que acepten de buen grado cualquier crítica constructiva, y que te amen y aprecien porque les has hecho ver algo que ellos no veían. Esto es así, porque muy pocos escogen la invitación de Doña Sabiduría, y porque la inmensa mayoría de seres humanos se hacen a sí mismos impermeables a la disciplina y reconvención del Señor. La auténtica sabiduría es temer a Dios, conocerle día tras día incorporando sus lecciones y enseñanzas, sacando provecho a cada jornada de vida desde el progresivo afán de superación dentro de la santificación espiritual que obra el Espíritu Santo. El sabio, aquel que comparte mesa cotidianamente con la sabiduría de lo alto, tendrá cubiertas todas y cada una de las áreas de su vida, y celebrará satisfecho su unión con Dios. 

CONCLUSIÓN 

      Cristo, nuestra sabiduría por excelencia, sigue invitándonos a su mesa, y así festejar con alegría y regocijo las mieles y la plenitud del Reino de los cielos: “Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo: —¡Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios! Entonces Jesús le dijo: «Un hombre hizo una gran cena y convidó a muchos. A la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: “Venid, que ya todo está preparado.” Pero todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: “He comprado una hacienda y necesito ir a verla. Te ruego que me excuses.” Otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego que me excuses.” Y otro dijo: “Acabo de casarme y por tanto no puedo ir.” El siervo regresó e hizo saber estas cosas a su señor. Entonces, enojado el padre de familia, dijo a su siervo: “Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos.” Dijo el siervo: “Señor, se ha hecho como mandaste y aún hay lugar.” Dijo el señor al siervo: “Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar para que se llene mi casa, pues os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados gustará mi cena.”»” (Lucas 14:15-24) 

     ¿Serás tú uno de aquellos que priorizan su egoísta bienestar o su deleite privado sobre la invitación a las bodas del Cordero de Dios? ¿O decidirás sentarte junto a Cristo para disfrutar eternamente de su gran fiesta celestial? Tú decides ser escarnecedor y morador de las fiestas hedonistas que este mundo te ofrece en bandeja, o ser sabio y humilde, hospedado por Cristo y a salvo de las dramáticas consecuencias de tus pecados.

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