RAQUEL E ISAAC
SERIE DE ESTUDIOS SOBRE GÉNESIS “JACOB, EL SUPLANTADOR”
TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 35:16-29
INTRODUCCIÓN
Un nombre puede marcar la vida de una persona. Y no me estoy refiriendo únicamente a los cambios de nombre que, tanto Abraham, y como Sara y Jacob, recibieron directamente de Dios. Hago alusión a la clase de nombres que los padres ponen a sus hijos, antaño y en la actualidad. Hay que pensar seriamente cuál es el nombre que va a acompañar a un infante durante gran parte de su vida, por no decir toda. Hoy día es posible cambiarse de nombre y apellidos en el registro civil, alegando una causa justa que no agreda a los intereses de terceros. Pero antes eso no era posible. Sabemos que en tiempos pretéritos se imponía en España el nombre de pila, por mucho que los padres quisieran ponerle al niño o la niña un nombre que les gustase más. Ahí tenemos algunos nombres del santoral que podían dañar la autoestima futura del chaval o de la chavala: Abundio, Torcuato, Apapurcio, Domitila, Gervasia o Agapito. Somos conocedores de la facilidad y creatividad con que algunos de nuestros compañeros de infancia podían llegar a componer rimas y canciones con el nombre o el apellido de las personas. Existe mucha gente que, si pudiera, se cambiaría inmediatamente de nombre, porque supone un auténtico suplicio a la hora de entablar relaciones con otras personas.
Otra cosa es la clase de nombres que suelen poner ahora muchos padres a sus hijos, atendiendo a personajes de la ficción, como Daenerys, Arya, Arwen o Leia, y ya ni hablamos de los nombres que ponen los famosos de turno a sus retoños en un alarde de extravagancia y originalidad como Aleph, Cruz, Eros, Egypt o Summer Rain. Si atendemos a las innumerables opciones de que disponen otros países, sobre todo de Latinoamérica, podemos llegar a encontrarnos con nombres estrambóticos, absurdos y definitivamente ridículos como Shakespeare Mozart Armstrong, Batman Roberto, Jack Daniels, Disney Landia, James Bond Cero Cero Siete, o Frankenstein de Jesús. Y no me diréis que llevar estos nombres por estos mundos, no supone algún tipo de venganza personal de los padres hacia los hijos. El trauma ya se inserta desde los primeros días de existencia del churumbel, y que viva la fiesta. Los padres deben tener misericordia y un poco de inteligencia para valorar colocar al niño o a la niña en la mira de cuantos burladores pueblan la tierra. Y es que un nombre dice mucho, no solo de la persona, sino de los padres que la engendraron.
1. PONER NOMBRE A LA TRISTEZA
En el texto que hoy nos ocupa, veremos cómo el nombre es importante a la hora de construir los fundamentos de la persona que acaba de nacer. Recordamos a Jacob junto con toda su gente yendo a Bet-el a reafirmar su pacto con Dios, y una vez este acto solemne se ha llevado a cabo de forma satisfactoria, todos marchan a la tierra donde ahora está viviendo Isaac: “Partieron de Bet-el, y cuando aún faltaba como media legua para llegar a Efrata, Raquel dio a luz, pero tuvo un mal parto. Aconteció que, como había trabajo en el parto, la partera le dijo: «No temas, porque también tendrás este hijo.» Ella, al salírsele el alma —pues murió—, le puso por nombre Benoni; pero su padre lo llamó Benjamín. Así murió Raquel, y fue sepultada en el camino de Efrata, la cual es Belén. Levantó Jacob un pilar sobre su sepultura, y ésta es la señal de la sepultura de Raquel hasta hoy.” (vv. 16-20)
Es difícil saber cómo reaccionar en una situación como la que se le va a presentar a Jacob en el camino. En esta narración se entremezcla la alegría por la vida y la pena por la muerte. Durante el trayecto, se nos informa que Raquel está encinta y que está a punto de dar a luz. Somos conocedores de las grandes dificultades que siempre había tenido en cuanto a dar hijos a su esposo, y aunque al alumbrar a José parece no haber ninguna clase de problemas, en esta ocasión las cosas se complican bastante. Algunos eruditos bíblicos piensan que es en Ramá, a ocho kilómetros al norte de Jerusalén, y a unos 11 kilómetros de Efrata o Belén, donde se desarrollan los siguientes acontecimientos. Raquel da muestras de que la comitiva ha de detenerse, dado que las contracciones son irresistibles. No sabemos cuáles fueron las circunstancias médicas que rodearon a la complicación en el parto de Raquel, pero lo que sí sabemos es que, pasase lo que pasase, el niño iba a ser traído al mundo. Asistida por una partera, la cual ejercía su labor de dar ánimos a la parturienta, Raquel hizo todo lo posible porque una nueva vida, producto de sus continuas oraciones a Dios, la honrase como madre y esposa.
Sin embargo, y a pesar de todos los esmerados cuidados de la partera, Raquel está a punto de desfallecer. Con la agonía de la cercanía de la muerte, ésta aún tiene fuerzas para dar nombre a su criatura. El nombre que pone a su recién nacido hijo responde al tremendo sufrimiento que estaba padeciendo, amén de estampar sobre el bebé su último estertor, la proximidad de su hora final sobre la faz de la tierra. Y ahí es donde se conjuga el gozo con la tristeza más profunda. Benoni respira con fuerza el aire mientras llora, y Raquel exhala su última respiración mientras las lágrimas surcan sus ya pálidas mejillas. Aunque era bastante normal que muchas madres muriesen a causa de dificultades en su parto, dado que las técnicas para practicarlo eran sumamente rudimentarias, lo cierto es que el corazón de Jacob se resquebrajó por la mitad. Raquel siempre había sido el amor de su vida, y la había visto siempre sufridora y con ansias de darle cuantos más hijos mejor. Fue un gran palo para Jacob y para José, el otro hijo de Raquel, todavía demasiado joven como para darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. La dureza de la escena, con Jacob tomando entre sus brazos a Benoni, y con el cuerpo exangüe de su esposa amada a su lado, no puede ser expresada con palabras.
A pesar de que Raquel, con su postrer aliento, ha decidido que su hijo se llame Benoni, esto es, “hijo de mi tristeza,” Jacob entiende que, este nombre no solo afectará negativamente al futuro varón que será en el porvenir, en cuanto a que siempre recordará a todos que recibió la vida provocando la muerte de su madre, sino que también determinará su carácter y destino. Por ello, para evitar cualquier contingencia en el porvenir del bebé, lo renombra para llamarlo Benjamín, es decir, “hijo de mi diestra.” Y para señalar el lugar en el que Raquel fue sepultada, Jacob erige un túmulo, del cual nada se sabe a día de hoy. Ha habido diferentes interpretaciones sobre el lugar exacto del enterramiento de Raquel, aunque existen varios textos bíblicos que atestiguan sobre su existencia. Uno de ellos nos narra que, durante la búsqueda de las asnas por parte del futuro rey de Israel, Saúl, y tras consultar al profeta Samuel, se nos dice que éste le anunció: “Hoy, después que te hayas apartado de mí, hallarás dos hombres junto al sepulcro de Raquel, en Selsa, en el territorio de Benjamín...” (1 Samuel 10:2).
2. DESAFÍO INCESTUOSO
Como si la pérdida de Raquel no hubiese sido un mazazo para el ánimo de Jacob, un nuevo revés se ceba en su honorabilidad y autoridad patriarcal: “Israel salió de allí y plantó su tienda más allá de Migdal-edar. Aconteció que, cuando habitaba Israel en aquella tierra, Rubén fue y durmió con Bilha, la concubina de su padre; de esto se enteró Israel.” (vv. 21-22) Después de expresar su luto durante unos días en Ramá, Jacob decide volver a ponerse en ruta para reunirse con su padre hasta que recala en una ubicación conocida como “la torre del rebaño.” Era un enclave situado entre Belén y Hebrón ampliamente conocido, seguramente por ser un centro de comercio de ganado de la zona. Intentando recuperarse del deceso de su querida esposa, Jacob recibe la noticia humillante y amenazadora de que su primogénito, Rubén, hijo de Lea, ha mantenido relaciones sexuales incestuosas con Bilha, a la postre sirviente de la recién fallecida Raquel. ¿Por qué Rubén haría una cosa semejante? ¿Qué le había llevado a ultrajar el nombre de su padre y la memoria de Raquel?
Partamos de la base de la continua competitividad que existía entre Raquel y Lea para conseguir atraer los afectos de su esposo Jacob. Una vez Raquel ha traspasado el umbral de la muerte, ahora Lea podría tener vía libre para conseguir lo que toda su vida había estado procurando. Sin embargo, restaba el escollo de la criada de Raquel, Bilha, sobre la que, al parecer Jacob había depositado su atención especial. Para evitar que esto sucediese, y que Lea volviese a estar relegada en el esquema sentimental de Jacob, Rubén no tiene más que la feliz idea de acostarse con Bilha, y así también aprovechar para reclamar su autoridad por encima de su padre, ya entrado en años. Fuese cual fuese su auténtica intención, lo cierto es que Rubén había cometido un pecado degradante y vil. Si acudimos a las leyes del Levítico y de Deuteronomio, esta práctica deleznable estaba clara y gravemente penalizada: “La desnudez de la mujer de tu padre no descubrirás; es la desnudez de tu padre.” (Levítico 18:8); “Cualquiera que se acueste con la mujer de su padre, la desnudez de su padre descubrió; ambos han de ser muertos: su sangre caerá sobre ellos.” (Levítico 20:11); “Maldito el que se acueste con la mujer de su padre, por cuanto descubrió el regazo de su padre.” Y dirá todo el pueblo: “Amén”.” (Deuteronomio 27:20)
Jacob, del mismo modo que hizo cuando su hija Dina fue violentada sexualmente por Siquem, permanece en silencio. Algunos piensan que fue un cobarde, que no quiso enfrentarse con su primogénito, un hombretón mucho más vigoroso y fuerte que él, o que no deseaba iniciar una batalla campal familiar que pudiese desembocar en problemas mucho más dramáticos. No obstante, personalmente, creo que Jacob confiaba en que el tiempo pondría a cada cual en su lugar. Rubén tal vez no pagaría el precio de su desafío y desvergüenza en esos mismos instantes. No obstante, si seguimos el hilo de la historia de José y Jacob hasta el final, entenderemos que el silencio no siempre significa otorgar. La maldición se cerniría sobre Rubén, hasta el punto de que, como ya veremos mucho más adelante, pierde su primogenitura en favor de otro de sus hermanos: “Rubén era el primogénito de Israel, pero como profanó el lecho de su padre, sus derechos de primogenitura fueron dados a los hijos de José hijo de Israel, y no fue contado por primogénito.” (1 Crónicas 5:1)
3. LA BUENA MUERTE DE ISAAC
El autor de Génesis introduce aquí la lista de todos los descendientes de Jacob, probablemente para dar pie a una nueva narrativa, en este caso de José, la cual se desarrollará desde el capítulo 37 al 50 de este libro: “Los hijos de Israel fueron doce. Hijos de Lea: Rubén, primogénito de Jacob, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón. Hijos de Raquel: José y Benjamín. Hijos de Bilha, sierva de Raquel: Dan y Neftalí. Hijos de Zilpa, sierva de Lea: Gad y Aser. Éstos fueron los hijos de Jacob, que le nacieron en Padan-aram.” (vv. 22-26)
Con el dolor y la decepción en el alma de Jacob, al fin llega a la morada de su padre Isaac, esta vez situada en Hebrón, y no en Beerseba, lugar del que salió Jacob para huir de su hermano Esaú: “Fue Jacob junto a Isaac, su padre, a Mamre, a la ciudad de Arba, que es Hebrón, donde habitaron Abraham e Isaac. Los días de Isaac fueron ciento ochenta años. Exhaló Isaac el espíritu; murió y fue reunido a su pueblo, viejo y lleno de días. Lo sepultaron sus hijos Esaú y Jacob.” (vv. 27-29)
Como recordaremos, Abraham compró en su momento una parcela en Mamré, lugar de su sepultura y de su esposa Sara. Allí se hallaba Isaac, próximo a la muerte, y como se nos dice en el texto, después de una longeva existencia de 180 años, que no es poco. Jacob tuvo la oportunidad de acompañar a su padre en sus últimos momentos, algo muy hermoso, sobre todo tras tantos tumbos dados por el mundo. Atrás quedaron los instantes de engaños, favoritismos y peleas fraternales. Ahora solo queda cuidar de su padre y hacerse cargo en un momento dado de la herencia que le correspondía como primogénito. Cuando el fatal desenlace llega, también es precioso comprobar que la reconciliación entre Esaú y Jacob era un hecho consumado. Ambos sepultan con todos los honores a su padre, y aun cuando sus caminos serán muy distintos en la vida, sus descendientes serán los que recogerán aquellas profecías que entrecruzan sus trayectorias como naciones diferenciadas.
CONCLUSIÓN
Hasta aquí llega la narrativa de Jacob. Aún queda un capítulo dedicado a su hermano Esaú y a su descendencia, y todavía Jacob será uno de los actores de la narrativa de José, su hijo. Aunque la muerte empaña algo tan maravilloso como es la vida, Jacob sigue adelante en su empeño de obedecer a Dios en todo, de mantener su alianza con Él siempre viva, y, a pesar de que habrá momentos críticos en términos familiares y de supervivencia del clan, Jacob se muestra como un maduro siervo del Señor en todos los sentidos. Ya ha llovido desde que se dedicaba a engañar a sus familiares.
Ahora, con una estabilidad relativa, está en disposición de convertirse
en el escogido de Dios para dar continuidad a la estirpe de la que
saldrá el Salvador del mundo, Jesús. Ha pasado de ser el suplantador a
ser el que lucha con Dios, de ser Jacob a ser Israel. Y es que un nombre
dice mucho de la persona, y cuando Dios es el que te lo pone, suele
sonar a plan eterno de redención.
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