DESHONRA Y VENGANZA


SERIE DE ESTUDIOS SOBRE GÉNESIS “JACOB, EL SUPLANTADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 34 

INTRODUCCIÓN 

       La violación perpetrada por uno o varios individuos contra una persona que ha manifestado su nulo deseo de entablar relaciones sexuales de forma clara y rotunda, es uno de los actos más deleznables y asquerosos del mundo. Enterarnos de personajes de dudosa capacidad cerebral forzando con violencia y agresividad a una mujer solitaria, conocer casos en los que se ha drogado a una chica para aprovecharse sexualmente de su desmayo e inconsciencia, o saber de individuos que emplean su posición social y financiera para abusar de sus trabajadoras o subordinadas laborales con un acoso realmente repugnante. La violación supone traspasar los límites de la esfera personal y sexual de alguien de una forma caprichosa y lujuriosa, implica transgredir las fronteras de la intimidad física y psicológica rompiendo todo a su paso, y deja a la víctima completamente destrozada en todos los sentidos.  

      El verdugo, amparado en la absurda técnica de que ha sido previamente provocado, de que ha malinterpretado las señales que la chica en cuestión le estaba enviando, o de que es su palabra contra la suya, intenta zafarse de la responsabilidad de sus actos. Y esto, por no hablar de las argucias legales que tratan de matizar esta vil práctica, provocando interminables e infértiles debates en términos de reglamentación y codificación que suelen aumentar el dolor, la depresión y el peso del trauma recibido por parte de la víctima. Así, el tiempo pasa, los cargos se suavizan, se intenta victimizar al agresor sexual, se condena y estigmatiza a la auténtica víctima, y al final, aquí no ha pasado nada. Es terrible tener que ser testigo de cómo procesos aparentemente claros en su sentencia, se olvidan convenientemente, y se cierran con penas mínimas e irrisorias. 

      Como padre y esposo, la violación es uno de esos hechos que pueden llegar a destruirte paulatinamente. En caliente, cualquier padre, hermano o esposo, sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de que el agresor sexual recibiera su merecido. En otras épocas, menos reguladas por códigos específicos, si una familia recibía la terrible noticia que uno de sus miembros ha sido ultrajado en la intimidad de su sexualidad, todos cogían sus escopetas o sus estacas, y hasta que no daban con el culpable de su deshonra, no cejaban en su empeño. Pobre de aquel que osara arrebatar la dignidad a una muchacha, porque su vida era puesta en búsqueda y captura. Esos tiempos han pasado, principalmente porque la venganza al margen de la justicia terrenal, por muy imperfecta y burocrática que sea, solo trae mayores males y perjuicios a la sociedad en la que vivimos. Pero esto no quita que, al conocer la violación de un familiar nuestro, nos encendamos de ira, de indignación y nuestra primera reacción sea la de extirpar definitivamente el tumor de dos patas de esta dimensión terrenal. La sangre vertida de uno de los nuestros normalmente no ha de quedar impune, por mucho que entendamos, ya en frío, que hemos de dejar que los agentes de la justicia se apliquen diligente y objetivamente en la tarea de juzgar nuestra desdicha. 

1. LA VIOLACIÓN DE DINA 

      En la narrativa que hoy nos ocupa, pasamos de la instalación de Jacob y su familia en Siquem, a un episodio ciertamente escabroso y horripilante en muchos sentidos. Recordemos que Jacob había comprado un terreno en los aledaños de la ciudad de Siquem, a los príncipes de esta ciudad, hijos de Hamor. La convivencia es pacífica, aunque Jacob siempre tiene presente que no puede, ni debe, mezclarse con los habitantes de esta ciudad a causa de su paganismo e idolatría. Tienen relaciones de vecindad, cordiales y sosegadas, propias de pueblos que desean vivir en paz. Hasta que un acontecimiento que rompe por completo las convenciones sociales, desata el caos entre Jacob y Siquem: Dina, la hija que Lea había dado a luz a Jacob, salió a ver a las hijas del país. Y la vio Siquem hijo de Hamor, el heveo, príncipe de aquella tierra; la tomó, se acostó con ella y la deshonró. Pero su alma se apegó a Dina, la hija de Lea; se enamoró de la joven y habló a su corazón. Entonces dijo Siquem a Hamor, su padre: —Tómame por mujer a esta joven.” (vv. 1-4) 

      Todo comienza con Dina, hija de Lea y Jacob. Ésta decide pasear por las calles de Siquem, encontrarse con las muchachas de la ciudad para pasárselo bien, para disfrutar de su juventud con chicas de su misma edad. Dina era una muchacha en medio de muchachos, y necesitaba conectar con féminas, hacer amigas con las que compartir tiempo y actividades lúdicas. Al parecer, Dina lo hace a escondidas, sin avisar de sus intenciones y sin la escolta de sus hermanos o de alguna de las siervas de Jacob. No piensa ni por asomo que nadie pueda hacer algo contra ella. Es como esas escenas cinematográficas en las que la hija que se quiere ir de fiesta con las amigas, salta por la ventana de su cuarto para engañar a sus padres. Cree que podrá salirse con la suya sin que nadie se dé cuenta. 

      Todo el mundo sabe que es la hija de Jacob, y si alguien tocase alguno de sus cabellos se las tendría que ver con un pequeño ejército comandado por sus fornidos hermanos. No obstante, el hecho de que Dina quisiera entrar de lleno en la vida social de un pueblo pagano, se antojaba ya de por sí, inconveniente, irresponsable e inapropiado. Y allí que va, contenta y radiante, ilusionada por ver a las doncellas de Siquem. El problema surge cuando Siquem, príncipe heredero de la casa de Hamor, la ve por primera vez, y el deseo impetuoso de su libido se enciende hacia ella. No se ajusta a las costumbres de galanteo y de cortejo de la época, sino que, pensando que dada su posición social podía tomar cuanto quisiera sin pedir permiso a nadie, decide tomar a Dina como la diana de su lujuria desbocada.  

      No sabemos si Dina todavía paseaba por las callejuelas de la ciudad en busca de alguna chica con la que iniciar tratos de amistad, o si, ya inmersa en alguna fiesta de jóvenes, es embriagada a propósito por Siquem para forzarla sexualmente. No es importante conocer el contexto en este caso, porque el escritor de Génesis nos habla de que Siquem la toma. Tomar a alguien sugiere que la otra persona no ha dado el visto bueno a cualquier aproximación sexual o sentimental. Con la fuerza que otorga el delirio concupiscente en un joven que ansía a toda costa poseer a una muchacha virgínea, Siquem consuma su feroz y rapaz encuentro sexual, con una Dina a merced de sus aviesas intenciones. Sabemos que Dina no acordó este momento, ni consintió en tener coyunda con Siquem, porque el detalle que consigna el escritor de Génesis es que fue deshonrada. Cuando una joven virgen participaba de una relación sexual consentida o no fuera del marco del matrimonio, sin el beneplácito patriarcal, la chica se convertía en alguien indigna que ya nadie querría tomar como esposa nunca más. Era morir a la experiencia conyugal y maternal, algo que pesaría para siempre en el alma y la conciencia de la víctima. 

      Sin embargo, lo que más nos sorprende de este depravado incidente es que Siquem queda prendado de Dina. A pesar de que la ha violado, desea que ésta sea su esposa. Confunde pasión con amor, y dando poca importancia a su violación brutal, cree que la mejor manera de solventar este error es cubrirlo con la apariencia de un enamoramiento y de un enlace matrimonial. ¿Es posible que alguien que ha robado la virtud y la virginidad de una chica, pueda ahora afirmar que la ama con toda su alma, y que quiere pasar toda la vida junto a ella? Si ha arrebatado a Dina la oportunidad de acceder al matrimonio de forma clásica y tradicional, ¿qué clase de respeto tendría este Siquem hacia ella en los años venideros? Obsesionado con Dina, medita sobre qué hacer ahora, sobre cómo arreglar esta situación tan comprometida. Después de mucho discurrir, llega a la conclusión de que lo mejor es pedir a su padre el derecho de casarse con Dina, lo cual suponía involucrar directamente a Hamor en este problemón de aúpa. ¿Contaría Siquem a su padre las circunstancias que lo llevaban a querer casarse con Dina? Parece que así fue a tenor de los siguientes acontecimientos. 

2. LAS MALAS NOTICIAS VUELAN 

      Los rumores corren como la pólvora. Jacob, sabiendo que al habitar cerca de un lugar idólatra y de costumbres diametralmente opuestas a las indicaciones éticas y morales de Dios, podría desembocar en algo parecido a lo que tenía entre manos, se llena de indignación. Sin embargo, con una cierta capacidad reflexiva, pone el asunto en barbecho: “Se enteró Jacob de que Siquem había deshonrado a Dina, su hija. Sus hijos estaban con su ganado en el campo, y calló Jacob hasta que ellos regresaran. Mientras tanto, Hamor, el padre de Siquem, se dirigió a Jacob para hablar con él.” (vv. 5-6) Menos mal que sus hijos no estaban allí junto a él en esos terribles instantes. Se hallaban pastoreando su ganado en otros territorios cercanos a Sucot, donde tenía cabañas diseñadas para albergar su gran cantidad de rebaños.  

       Jacob sabía que, si hacía partícipes a sus hijos de la violación de Siquem, en caliente podrían hacer auténticas barbaridades. Jacob los conocía a la perfección, y tenía idea de que poseían caracteres furiosos, impetuosos y salvajes cuando se trataba de defender la causa familiar. Era mejor permanecer en silencio, recabar más información del hecho delictivo de Siquem, y ya habría tiempo para calmar las tempestuosas personalidades de sus hijos. En su silencio, reconocemos, por un lado, su madurez y paciencia personal, aprendida tras más de veinte años al servicio de su suegro Labán, y, por otro lado, su confianza en Dios a la hora de resolver pacíficamente esta ignominia cometida contra su hija. No es dejadez o negligencia, o que amase menos a su hija, o que simplemente echase sobre ella cualquier culpa sobre este incidente. Jacob es lo suficientemente inteligente como para intentar hallar una solución que satisficiera a todas las partes, algo que no iba a ser pan comido. En esta espera a que regresen sus hijos, recibe la visita de Hamor y de Siquem, dispuestos a proponer a Jacob un trato aparentemente suculento. 

3. UN TRATO PARA OCULTAR LA VIOLACIÓN 

      En cuanto los hermanos se enteran de la violación de su hermana Dina, no dudan en dejar todo para regresar al campamento, y entonces se arma la rebambaramba: “Los hijos de Jacob regresaron del campo cuando lo supieron; se entristecieron los hombres y se enojaron mucho, porque se había cometido una ofensa contra Israel al acostarse con la hija de Jacob, lo que no se debía haber hecho. Hamor habló con ellos, y les dijo: —El alma de mi hijo Siquem se ha apegado a vuestra hija; os ruego que se la deis por mujer. Emparentad con nosotros, dadnos vuestras hijas y tomad vosotros las nuestras. Habitad con nosotros, porque la tierra estará delante de vosotros; morad y negociad en ella, y tomad en ella posesión.” (vv. 7-10)  

      Las sospechas de Jacob sobre cómo se tomarían sus hijos la deshonra de Dina se ven confirmadas: primero, se entristecieron enormemente por su hermana; y después, casi inmediatamente, se encendió un fuego descomunal de furia que los consumía por dentro. Tal era la rabia que les embargaba que no dudaron en afirmar que la ofensa sexual cometida se extendía a toda la familia de Jacob, a todo el pueblo de Israel. Reclaman justicia, por cuanto este tipo de comportamiento lúbrico e impúdico no tenía cabida en el entendimiento de las reglas y leyes que en aquellos entonces existían. Hamor, previendo la que se le venía encima, y contemplando los contraídos y enrojecidos rostros de los hermanos de Dina, intenta apaciguar, en la medida de lo posible, una más que posible represalia violenta por parte de los hijos de Jacob. Expone parte de la realidad, obviando el hecho de la agresión sexual de Dina, y centrándose únicamente en cómo solventar la papeleta. Siquem sigue en sus trece de casarse con Dina, a la que ama con locura, y, por tanto, la forma más conveniente y menos escandalosa de acabar con una probable batalla campal, sería tapar la deshonra con un enlace conyugal honroso. 

     Además, continúa el rey Hamor, todo esto lleva a una oportunidad inmejorable de unir lazos de sangre con los habitantes de Siquem. Ya que pueden llegar a ser familia, ¿por qué no ofrecer a los futuros cuñados de su hijo la ocasión de emparentar con el linaje de los heveos? De algún modo, Hamor propone que se unan como un solo pueblo, que se dediquen al comercio sin cortapisas en la ciudad, y que dejen el terreno en el que están clavadas las estacas de sus tiendas para cohabitar con el resto de ciudadanos de Siquem. Así, pudiera parecer que Hamor estaba sugiriendo a todos que no hay mal que por bien no venga. Pelillos a la mar. Lo importante no es lo que ha acontecido, sino lo que podemos construir de ahora en adelante unidos como una sola nación, más poderosa que nunca. A simple vista, el arreglo no estaba tan mal en términos prácticos y utilitaristas. 

      Y por si todo lo ofertado fuese poco, su hijo Siquem aumenta los beneficios de aceptar su propuesta: Siquem dijo también al padre y a los hermanos de Dina: —Halle yo gracia en vuestros ojos y os daré lo que me pidáis. Aumentad a mi cargo mucha dote y regalos, que yo os daré cuanto me pidáis; pero dadme la joven por mujer.” (vv. 11-12) Ahora el agresor sexual es el que da la cara ante los enfurecidos hermanos de Dina. Reuniendo todos sus arrestos y descaro, Siquem pide a los hijos de Jacob que le den la oportunidad de congraciarse con ellos, como si la virtud de su hermana fuese un tema de compra-venta. Pone todo lo que tiene a disposición de ellos. Regalos, dote, tesoros, tierras, lo que quieran pueden llegar a tenerlo. Tal era la desfachatez y la falta de tacto de este mozalbete, que intenta poner precio a la honra de la que espera sea su futura esposa. Dina no tiene nada qué decir aquí. Es una propiedad más que Siquem ha de adquirir al precio que sea. Da igual que la oferta sea de un valor incalculable en lo material. Las entrañas desgarradas de Dina no podrán ser rehechas con monedas de oro y de plata. 

4. UNA CONTRAPROPUESTA CON GATO ENCERRADO 

      Los hermanos de Dina escuchan atentamente qué tienen que decir simplemente por respeto a su padre Jacob, también allí presente. Pero sus mentes ya comienzan a forjar un plan distinto que desdice las palabras de respuesta a Hamor y Siquem: “Los hijos de Jacob respondieron a Siquem y a Hamor, su padre, con palabras engañosas, por cuanto había deshonrado a Dina, hermana de ellos. Les dijeron: —No podemos hacer esto de dar nuestra hermana a hombre incircunciso, porque entre nosotros es abominación. Pero con esta condición os complaceremos: que os hagáis como nosotros, y se circuncide entre vosotros todo varón. Entonces os daremos nuestras hijas, y tomaremos nosotros las vuestras; habitaremos con vosotros y seremos un pueblo. Pero si no nos prestáis oído en lo de circuncidaros, tomaremos nuestra hija y nos iremos.” (vv. 13-17) 

     Jugando con el apasionado enamoramiento de Siquem y con la amplia generosidad de Hamor, los hijos de Jacob han pergeñado una estrategia de venganza taimada y artera. Para esconder sus genuinas intenciones, exponen a Hamor y a Siquem las condiciones bajo las cuales harán entrega de su hermana para que se case con su agresor sexual. Sabemos que, desde los tiempos de Abraham, todo varón de su familia se debía circuncidar al octavo día desde su nacimiento, como señal de pertenencia al pueblo escogido de Dios y de compromiso con el pacto dado a su antepasado. Lo mismo debía hacer todo criado o siervo varón que se incorporase a la vida familiar. Dado que Siquem era un servidor de los dioses falsos de Canaán, éste no tenía ninguna posibilidad de integrarse en el clan de Jacob si previamente no obedecía este mandato innegociable. Si Siquem deseaba casarse con Dina, no solo él, sino toda la ciudad, debían circuncidarse obligatoriamente. Entonces sí que accederían a su petición, e incluso se unirían sin problemas a la sociedad hevea a todos los niveles. Si Siquem rechazaba esta imposición, Dina se quedaría en sus tiendas y nunca volvería a verla. 

      ¿Cuál sería la contestación de Siquem a esta proposición? “Parecieron bien sus palabras a Hamor y a Siquem hijo de Hamor. Y no tardó el joven en hacer aquello, porque la hija de Jacob le había agradado. Él mismo era el más distinguido en toda la casa de su padre. Entonces Hamor y su hijo Siquem fueron a la puerta de su ciudad y hablaron a los hombres del lugar, diciéndoles: —Estos hombres son pacíficos con nosotros; que habiten, pues, en el país y comercien en él, porque la tierra es bastante ancha para ellos; nosotros tomaremos sus hijas por mujeres y les daremos las nuestras. Pero sólo con esta condición consentirán estos hombres en habitar con nosotros para que seamos un pueblo: que se circuncide todo varón entre nosotros, como ellos son circuncidados. Su ganado, sus bienes y todas sus bestias serán nuestros; solamente convengamos con ellos, y habitarán con nosotros. Obedecieron a Hamor y a su hijo Siquem todos los que salían por la puerta de la ciudad, y circuncidaron a todo varón, a cuantos salían por la puerta de su ciudad.” (vv. 18-24) 

     Siquem y Hamor se miraron el uno al otro, se apartaron por un instante para debatir las condiciones del trato, y pensaron que tener que cortarse el prepucio no era precisamente una de las peores cosas que podían hacer para obtener a Dina, zanjar la metedura de pata de Siquem, tener relaciones comerciales beneficiosas con la casa de Jacob, y fagocitar las grandiosas riquezas que tenían. Todo en uno. Con una ancha sonrisa de oreja a oreja, Siquem y su padre se muestran de acuerdo con las condiciones, y deciden marchar a la ciudad para implicar a todos sus moradores en esta alianza. Empleando un discurso demagógico en el que todo son ventajas y réditos para la metrópolis, los varones de la ciudad acogen con buen ánimo ser circuncidados. Todo es fiesta y algarabía, porque un futuro repleto de grandes expectativas de prosperidad se abre ante ellos. De este modo, uno a uno, todos los varones pasan por la afilada cuchilla que les practicará una operación quirúrgica de fimosis. 

5. MASACRE VENGATIVA 

      A diferencia de los niños recién nacidos, a los cuales se les circuncida al octavo día, aprovechando que en ese día las posibilidades de cicatrización son más altas y la operación duele menos, los adultos deben permanecer en reposo hasta que se curan adecuadamente de esta intervención. Esto es lo que aprovechan los hijos de Jacob para consumar su plan vengador sobre Siquem: “Pero sucedió que, al tercer día, cuando ellos sentían el mayor dolor, dos de los hijos de Jacob, Simeón y Leví, hermanos de Dina, tomaron cada uno su espada, fueron contra la ciudad, que estaba desprevenida, y mataron a todo varón. A filo de espada mataron a Hamor y a su hijo Siquem, y tomando a Dina de casa de Siquem, se fueron. Los hijos de Jacob pasaron sobre los muertos y saquearon la ciudad, por cuanto habían deshonrado a su hermana. Tomaron sus ovejas, vacas y asnos, lo que había en la ciudad y en el campo, y todos sus bienes; llevaron cautivos a todos sus niños y sus mujeres, y robaron todo lo que había en las casas.” (vv. 25-29) 

      Imaginad a todos los varones de Siquem, artesanos, guerreros y nobleza, aguantando los dolores derivados de la circuncisión en sus hogares, sin ibuprofeno ni paracetamol, durante tres días. Impedidos, incapacitados e impacientes porque se pasasen las secuelas de su operación, se relajan a la espera de poder celebrar las nupcias de su príncipe heredero. Y en ese instante de relax, aparecen Simeón y Leví con sus tropas entrando por las puertas de la ciudad y repartiendo estocadas y mandobles a diestro y siniestro, asesinando sin misericordia a todos los hombres de Siquem, incluidos el rey y su hijo. Se llevaron a su hermana, la cual todavía no había salido de la ciudad desde el episodio de la violación, y entraron a saco en todas las casas para rapiñarlo todo. Además, se llevaron a las mujeres y a los niños como esclavos al campamento de Jacob. Una auténtica escabechina que pilló desprevenida a la ciudad, y que ratificó la clase de personas que eran los hijos de Jacob. No se andaban con chiquitas, se emborracharon de sangre y su temperamento salvaje sacudió las entrañas de una gran ciudad como era Siquem. No dejaron piedra sobre piedra, y todo ello con la excusa de la deshonra de su hermana. ¿Acaso todos los ciudadanos de Siquem eran culpables de la acción repugnante de su príncipe? Al parecer, en esa concepción ancestral de que el pecado de un miembro de la comunidad afectaba al resto de la misma, el feroz ataque de los hijos de Jacob parecía ampliamente justificado. 

      Jacob, que desde sus tiendas puede ver el humo subiendo de Siquem, y también puede escuchar los alaridos de dolor de los que van cayendo a espada, menea su cabeza en señal de desacuerdo: “Entonces dijo Jacob a Simeón y a Leví: —Me habéis puesto en un grave aprieto al hacerme odioso a los habitantes de esta tierra, el cananeo y el ferezeo. Como tengo pocos hombres, se juntarán contra mí, me atacarán, y me destruirán a mí y a mi casa. Pero ellos respondieron: —¿Acaso tenía él que tratar a nuestra hermana como a una ramera?” (vv. 30-31)  

      Jacob se halla apesadumbrado en gran manera. No es así como él habría encarado el asunto de la deshonra de Dina. La diplomacia había sido devorada por la vindicación, y el daño ya estaba hecho. Seguramente los ecos de esta invasión relámpago llegarían a oídos del resto de ciudades de Canaán, y Jacob sería inevitablemente colocado en la lista negra de los cananeos y de los ferezeos, de personas con las que tratar, comerciar o relacionarse. El prestigio y la fama de Jacob se había esfumado por completo entre sus vecinos. Y lo más preocupante: dada su poca potencia militar, sería el objetivo número uno de sus enemigos. Esta escaramuza vengativa podía llegar a convertirse en el principio del fin de todo por lo que había luchado en la vida. Estaba a merced de sus adversarios, por muy agresivos y combativos que fuesen sus tremendos hijos.  

     Jacob llama ante sí a Simeón y Leví, autores de la matanza de Siquem, y les afea su conducta y sus decisiones. Les expone todos los perjuicios que le han causado con su inflamada vendetta. Pero ellos no van a callarse lo que piensan del asunto. Olvidando el respeto que merecen las canas, y no teniendo en cuenta los argumentos de su padre, demuestran que tienen su propio criterio a la hora de resarcirse por la deshonra cometida contra su hermana. Espetan en toda la cara de su padre que es un cobarde y un ingenuo, sobre todo si creía que las cosas se iban a resolver por la vía pacífica, y que los habitantes de Siquem iban a cumplir su palabra. ¿Qué se podía esperar de un pueblo dirigido por una podrida persona como era Siquem? ¿De verdad creía su padre que se iban a quedar de brazos cruzados, impasibles ante la vergüenza de haber sido ninguneados y de mercadear con la virtud de Dina? Siquem había considerado a su hermana como una prostituta que se podía comprar y vender como una propiedad más, que se podía jugar intolerantemente con la virginidad de Dina. Y eso no lo iban a permitir. Con esta palabra final, ambos hermanos, representantes del sentir del resto, se justifican irreverentemente ante su padre. Y Jacob, cabizbajo, nada más añade a la volcánica expresión de la motivación de sus hijos. 

CONCLUSIÓN 

      Esta descripción del temperamento de los hijos de Jacob ya nos anticipa el porvenir de la familia. Jacob va perdiendo ascendencia sobre sus hijos y esto desembocará en mayores y múltiples desgracias. ¿Los pueblos de alrededor, avisados de la carnicería de Siquem, lanzarían ofensivas contra Jacob para arrebatarle todo lo que tenía? ¿Los hijos de Jacob eran tan piadosos delante de Dios, tal y como aparentemente hemos comprobado con el tema de la circuncisión? ¿O no eran tan devotos del Señor como querían dar a entender? Todo esto, y más, podremos verlo en el siguiente estudio sobre la vida de Jacob.

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