UN EQUIPO DE FÚTBOL


SERIE DE ESTUDIOS SOBRE GÉNESIS “JACOB EL SUPLANTADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 29:31-30:24 

INTRODUCCIÓN 

      Seguramente muchos de nosotros habremos oído ese refrán que dice que “en todas partes cuecen habas, y en mi casa a calderadas.” Es una forma muy curiosa de asegurar que todas las familias tienen sus cosas, sus problemas, sus crisis y sus dificultades particulares. No hace falta mirar a través de las ventanas de nuestros vecinos para entender que en todas las familias pasan mil cosas que son extrapolables a las del resto del mundo, y que es mejor ocuparse de lo propio antes de lo ajeno. Si contásemos qué episodios, circunstancias o situaciones han convertido a nuestra familia en lo que es hoy, alucinaríamos. Hay tantas historias como familias, tantas narrativas como hogares, y tantas coyunturas como clanes. La familia que un día pregona a los cuatro vientos que “de esta agua no beberé,” con el paso del tiempo aprende que no se puede afirmar con rotundidad determinadas conclusiones, puesto que el futuro y la complejidad de las relaciones interpersonales pueden llegar a acogotarnos de tal manera que hemos de tragarnos nuestras palabras dichas en un momento dado. Todas las familias tienen sus secretos, sus miserias y sus peleas. Todos los hogares no siempre son felices, dado que todo puede cambiar radicalmente en menos de lo que canta un gallo. 

      La percepción de que las familias cristianas no pasan por calamidades, por luchas y por problemáticas de toda índole, es demoledoramente errónea. Si no es por una cosa, es por otra, y por eso, todos los hogares han tenido, tienen y tendrán que afrontar determinadas épocas de trastorno, tristeza y desconcierto a causa de mil y un vaivenes que nos provoca la vida en este plano terrenal. La vida de las familias bíblicas tampoco era un camino de rosas. Ya vimos cómo Adán echaba la culpa a Eva en el Edén, cómo Caín asesinó a su hermano Abel, cómo Cam se reía de la desnudez de Noé su padre cuando se embriagó con vino, cómo Abraham tuvo que bregar con su esposa Sara y su criada Agar, y cómo las hijas de Lot se acostaron con su padre tras haberlo emborrachado. No son precisamente ejemplos a seguir a la hora de querer construir una familia modélica. Y esto, por no hablar de la manipulación de Isaac por parte de su esposa Rebeca, y la animadversión entre Esaú y Jacob. Todo esto lleva a que la formación de nuevas familias tienda a ser un tanto desestructurada y manifiestamente imperfecta. 

1. HERMANAS Y CONTRINCANTES 

      En el texto que hoy nos ocupa, Jacob ya se ha casado con Raquel y con Lea. Vimos que Jacob bebía los vientos por Raquel, aunque tras el engaño perpetrado por Labán, su tío, tuvo que unirse conyugalmente a regañadientes con Lea, si quería optar a desposarse con Raquel. Por lo que observamos, la constitución de una nueva estirpe no estaba comenzando muy bien, que digamos. Jacob amaba profundamente a Raquel, y, por lo tanto, el tiempo dedicado a Lea se iba a ver reducido al máximo. Los años pasan, y Jacob se vuelca principalmente hacia Raquel, dispensándole mayor atención y cariño, y buscando una criatura que acabase de redondear ese gran amor que ambos sentían. Lea, que también amaba a Jacob, contemplaba con el paso de las jornadas cómo era arrinconada y obviada. Esto crea en Lea un sentimiento de envidia y rencor hacia su hermana que poco a poco irá enrareciendo el ambiente familiar recién cimentado. Sin embargo, aunque el foco del amor de Jacob era Raquel, ésta era estéril, lo cual impedía su completa felicidad matrimonial. Por el contrario, Lea, aunque falta de cariño y mimo por parte de su esposo, tenía un as en la manga, el cual iba a cambiar su suerte, ya que ella había sido bendecida por Dios con el don de la procreación: Vio Jehová que Lea era menospreciada, y le dio hijos; en cambio Raquel era estéril." (v. 31) 

      Lea, en los esporádicos encuentros amorosos con su esposo, tuvo la fortuna de ser premiada con ser la madre del primogénito de Jacob: Concibió Lea y dio a luz un hijo, y le puso por nombre Rubén, porque dijo: «Ha mirado Jehová mi aflicción: ahora me amará mi marido.»” (v. 32) Convertirse en la primera que diese un heredero a Jacob fue una de las mayores alegrías de Lea, y a causa de ello, bautizó a su hijo con una poderosa confesión de que Dios había considerado su tristeza, su languidez marital y su menguado atractivo, de tal manera, que, para compensar su lamentable estado de abatimiento, le había concedido el regalo de ser madre. Rubén, en hebreo, significa “he aquí, un hijo” o “mi aflicción,” por lo que toda la frustración de Lea se había tornado en alegría y en la prueba inequívoca de que Dios estaba de su lado. Al socaire de este bienaventurado acto, Lea pensaba, tal vez de forma bastante ingenua, que Jacob llegaría a despreciar a Raquel a causa de su esterilidad, y que, al fin, éste se decantaría por dispensarle mayor amor y pasión. 

     Con esto en mente, Lea vuelve a demostrar su fecundidad a Jacob en tres ocasiones consecutivas más: “Concibió otra vez y dio a luz un hijo, y dijo: «Por cuanto oyó Jehová que yo era menospreciada, me ha dado también éste.» Y le puso por nombre Simeón. Concibió otra vez y dio a luz un hijo, y dijo: «Desde ahora se unirá mi marido conmigo, porque le he dado a luz tres hijos.» Por tanto, le puso por nombre Leví. Concibió otra vez y dio a luz un hijo, y dijo: «Esta vez alabaré a Jehová»; por esto llamó su nombre Judá. Y dejó de dar a luz.” (vv. 33-35) Parece ser que las expectativas de Lea no se vieron cumplidas tras el nacimiento de Rubén, por lo que sigue intentando demostrar a su esposo su valía por medio de su asombrosa capacidad reproductiva. Después de Rubén, llega Simeón. Su nombre significa “atención” o “que oye.” Lea entiende que el Señor la está colmando de su bendición procreadora, dada su situación sentimental y conyugal penosa. Hemos de comprender que Lea no era despreciada, sino menospreciada. De todos modos, no es nada agradable convertirse en segundo plato de su esposo, y aún más sabiendo que, a pesar de que su hermana es infértil, sigue gozando de los amores de Jacob.  

     El nombre de su tercer vástago es Leví, cuyo nombre significa “unido” o “apegado.” De nuevo, Lea apela a la ayuda de Dios para estrechar más su intimidad amorosa con Jacob. El número tres es un número que, en el judaísmo, simboliza la permanencia, la estabilidad y la integración. Cuando algo se lleva a cabo por tercera vez, esto añade fuerza a las acciones realizadas. Lea desea ver en sus tres hijos la señal definitiva de su anhelo por auparse a la cima de los afectos de su esposo. Es como si dijese Lea a su hermana Raquel, que va ganando el partido por tres a cero, algo que no sentaría precisamente bien a ésta última. Y como no hay tres sin cuatro, a Lea le nace Judá, cuyo nombre significa “alabanza.” Lea expresa su gran alegría al ver sobrepasadas sus expectativas, y ensalza a Dios por todas y cada una de sus misericordias. El Señor ha sido ampliamente bondadoso con ella, y a través de las vidas de sus cuatro retoños, de alguna manera puede recuperar parte de ese cariño que cree que merece de Jacob, pero que éste sigue sin darle de forma plena. 

2. LA ESTRATEGIA DE RAQUEL 

      ¿Y Raquel? ¿Iba a quedarse sentada mientras observaba la espectacular capacidad reproductiva de su hermana? Aquí es donde empiezan los primeros roces y encontronazos matrimoniales entre Jacob y su amada Raquel: “Al ver Raquel que no daba hijos a Jacob tuvo envidia de su hermana, y dijo a Jacob: —Dame hijos, o si no, me muero. Jacob se enojó con Raquel y le dijo: —¿Soy yo acaso Dios, que te ha negado el fruto de tu vientre?” (vv. 1-2) Raquel tenía una envidia que la corroía por dentro. Amaba a Jacob y Jacob la amaba a ella, pero no estaba plenamente satisfecha. No albergaba celos hacia Lea, puesto que ella sabía que Jacob siempre la tendría colocada en un pedestal. Lo que empezaba a nacer en la raíz de su corazón era una amargura y una envidia tiñosa que no la dejaba vivir en paz. Tal era la frustración que inunda su ser, que un día, con palabras tensas y directas, se dirige a su esposo. Jacob debe darle hijos, o si no, todo el amor que existe entre ambos no servirá para nada. Sin la culminación de su relación conyugal, nada tiene sentido para Raquel. Raquel se muestra cínica, llena de reproches hacia Jacob y ampliamente desbordada por su situación de esterilidad. Jacob, al escuchar estas rotundas y ásperas manifestaciones de la depresión de Raquel, se enciende de ira, y contesta de una manera todavía más dura y cortante: “A mí que me dices... El problema es tuyo con Dios. ¿Qué más puedo hacer para que tus deseos se hagan realidad? ¿Acaso soy Dios para revertir la maldición que cierra tu vientre a la vida?” 

      Podía cortarse el ambiente con un cuchillo. La primera trifulca matrimonial que podemos constatar en la aparentemente feliz convivencia en el seno del hogar. Jacob también estaba molesto, frustrado y desconcertado con respecto a la voluntad soberana de Dios de no darle descendencia por medio de Raquel. Sabía que el problema no era suyo, dado que ya había tenido cuatro hijos con Lea. Entonces Raquel, de igual manera que hizo Sara en su momento con Abraham, propone una solución a la dificultad para ser madre. Si no podía serlo de forma natural, tendría que serlo de forma putativa a través de su criada: “Entonces ella le dijo: —Aquí está mi sierva Bilha; llégate a ella, y que dé a luz sobre mis rodillas. Así yo también tendré hijos de ella. Le dio a Bilha, su sierva, por mujer, y Jacob se llegó a ella. Bilha concibió y dio a luz un hijo a Jacob. Dijo entonces Raquel: «Me juzgó Dios, pues ha oído mi voz y me ha dado un hijo.» Por tanto, llamó su nombre Dan. Concibió otra vez Bilha, la sierva de Raquel, y dio a luz un segundo hijo a Jacob. Y dijo Raquel: «En contienda de Dios he luchado con mi hermana y he vencido.» Le puso por nombre Neftalí.” (vv. 3-8)  

     Como ya sabemos, las leyes de aquella época en oriente permitían la asimilación de los hijos habidos con concubinas como propios de la madre y el padre de familia. Labán había ofrecido a Raquel a Bilha como su criada en el día de su boda, y ahora pasaba de ser una simple ayudante de cámara a ser parte oficial de la familia por medio de su papel reproductor. Si alguno ha podido ver la serie “Los cuentos de la criada,” podrá comprobar la forma en la que se daba a luz desde el concubinato. Bilha reposaría su cabeza sobre el regazo de Raquel en la hora del parto, simbolizando un nacimiento simbólico de su propio seno. Bilha demuestra ser bastante fecunda, y da a luz, en primer lugar, a Dan, cuyo nombre significa “juez,” “juicio,” o “juzga.” Raquel pone este nombre a su primer hijo recordando el modo en el que el Señor ha provisto de este canal para que ésta sea madre. Lo curioso que cabría pensar sobre este episodio, teniendo en mente las palabras de Raquel, es por qué Dios no otorga a Raquel la capacidad de tener hijos por sí misma, sin tener que recurrir a su doncella Bilha 

       El segundo hijo, producto del concubinato, es Neftalí, cuyo nombre significa “mi lucha,” haciendo alusión a la relación tormentosa y competitiva que se había entablado entre las hermanas por una posición más alta en las atenciones de su esposo. Si nos fijamos, tanto Lea como Raquel siempre introducen a Dios en sus declaraciones de victoria, de combate y de rivalidad. Todo esto forma parte de una mentalidad antigua y muy humana, en la que Dios es el que maneja a su antojo los hilos de la realidad, y que suele manifestar sus preferencias de forma clara en las vidas de la humanidad de aquella época histórica y religiosa. 

      ¿Creéis que Lea iba a quedarse de brazos cruzados viendo como Raquel, con su estrategia particular, estaba comiéndole el terreno alcanzado? Lea, al verificar el éxito de la artimaña legal de su hermana, vuelve a la carga: “Al ver Lea que había dejado de dar a luz, tomó a su sierva Zilpa, y la dio a Jacob por mujer. Y Zilpa, sierva de Lea, dio a luz un hijo a Jacob. Entonces dijo Lea: «Vino la ventura»; y le puso por nombre Gad. Luego Zilpa, la sierva de Lea, dio a luz otro hijo a Jacob. Y dijo Lea: «Para dicha mía, porque las mujeres me llamarán dichosa»; y le puso por nombre Aser.” (vv. 9-13) Lea echa mano de Zilpa, la doncella que su padre Labán le había entregado el día de su enlace nupcial. Y Zilpa demuestra ser tan fértil como su colega Bilha, ya que tiene dos hijos. El primero se llamará Gad, cuyo nombre significa “buena suerte.” Lea, pensando que con cuatro hijos propios ya había cubierto el cupo que la acercaría mucho más a los brazos de Jacob, se da cuenta de que el Señor puede seguir bendiciéndola por medio de su sierva, y con el quinto hijo, ella misma se considera sumamente afortunada. El segundo hijo de Zilpa será Aser, cuyo nombre viene a señalar su felicidad, ya que significa “feliz” o “buena suerte” como su hermano Gad. Con este sexto churumbel, Lea ya no cabe en sí misma de alegría, puesto que ha doblado el número tres, con la ayuda de Zilpa, el número de la estabilidad gozosa. 

3. ESPOSO DE ALQUILER 

     En esta carrera de fondo, aparece un capítulo un tanto extraño y enigmático que nos habla de hasta qué punto se hallaba enrarecida la atmósfera familiar en el hogar de Jacob: “En el tiempo de la siega del trigo halló Rubén en el campo unas mandrágoras que trajo a Lea, su madre. Y dijo Raquel a Lea: —Te ruego que me des de las mandrágoras de tu hijo. Ella respondió: —¿Te parece poco que hayas tomado mi marido, para que también quieras llevarte las mandrágoras de mi hijo? Raquel dijo: —Pues dormirá contigo esta noche a cambio de las mandrágoras de tu hijo. A la tarde, cuando Jacob volvía del campo, salió Lea a su encuentro y le dijo: —Llégate a mí, porque a la verdad te he alquilado por las mandrágoras de mi hijo. Y durmió con ella aquella noche. Dios oyó a Lea, que concibió y dio a luz el quinto hijo a Jacob. Y dijo Lea: «Dios me ha dado mi recompensa, por cuanto di mi sierva a mi marido»; por eso lo llamó Isacar.” (vv. 14-18)  

      Rubén, el hijo mayor de Jacob, ya involucrado en los trabajos de la siega del trigo, realiza un hallazgo interesante. Encuentra una planta llamada mandrágora, de la familia de la belladona que produce una fruta aromática como una manzana o un tomate. El fruto produce un efecto narcótico, y se sabe que fue usada como medicina en tiempos remotos. Los antiguos creían que la mandrágora poseía cualidades que estimulan el deseo sexual y fomentan la fertilidad. El supuesto valor afrodisíaco está implícito en el uso bíblico del término precisamente en este texto, ya que, en cuanto Raquel escucha de estas mandrágoras, corre a su hermana Lea para que ésta se las dé y pueda aprovecharse de las propiedades de fertilidad que se presumen de ellas. La respuesta de Lea demuestra que la relación entre hermanas estaba muy dañada. La contestación áspera y cruda de Lea nos muestra a una Lea despechada y frustrada, y a una Raquel desesperada. Entonces Raquel, a instancias de su esposo, decide emplear una nueva argucia para conseguir esas mandrágoras: ofrece a Lea la oportunidad de tener relaciones sexuales con Jacob durante toda una noche, si ésta le da las mandrágoras. ¿No es alucinante?  

     Y lo curioso de todo este momento de compra-venta es que, cuando Jacob llega de su jornada de trabajo, se encuentra a Lea esperando la compensación en especie a cambio de las mandrágoras de su hijo. Lea, sin pelos en la lengua, y tal vez tras innumerables noches sin estar junto a su esposo en el tálamo nupcial, le explica el cambalache realizado con Raquel. La palabra “alquiler” nos suena demasiado fuerte, ¿verdad? ¡Lea ha alquilado los servicios sexuales de su propio esposo! Hasta ahí llega también la desmesurada desesperación de Lea. El caso es que yacen juntos, y como fruto de este encuentro ocasional, Lea vuelve a recuperar su capacidad reproductiva dando a Jacob su quinto hijo habido biológicamente. Su nombre será Isacar, cuyo significado es “recompensa.” Lea asume que el hecho de haber ofrecido a Zilpa a su esposo para procrear ha sido galardonado con un nuevo hijo, a pesar de que ella misma creía que su periodo biológico de tener descendencia había terminado. De nuevo es Dios el actor y propiciador de esta segunda juventud de Lea en términos reproductivos. 

      Pero esto no acabaría así, ya que Lea aún daría un par más de hijos a Jacob: “Después concibió Lea otra vez, y dio a luz el sexto hijo a Jacob. Y dijo Lea: «Dios me ha dado una buena dote; ahora vivirá conmigo mi marido, porque le he dado a luz seis hijos.» Y le puso por nombre Zabulón. Por último, dio a luz una hija, y le puso por nombre Dina.” (vv. 19-21) Lea, incombustible en su anhelo por ser digna del amor y aprecio de su esposo, termina su dinámica procreadora con dos hijos más, un varón y una mujer. El nombre de su sexto hijo biológico es Zabulón, cuyo nombre significa “exaltado,” “dote” o “morada.” El Señor la ha prosperado de una forma incontestable y abundante, y, por tanto, piensa Lea, ya es hora de que Jacob se dé cuenta de que Lea debe estar por encima de Raquel en el orden y prioridad de su amor. Por mucho que se empeñe Raquel, nunca llegará a ofrecerle lo que ella le ha dado en términos de descendencia. Además, Lea da a luz a Dina, cuyo nombre significa “juzgada” o “absuelta.” De Dina se nos habla aquí, porque tendrá un papel bastante controvertido en el futuro, cosa que veremos en su momento. 

      Abrumada por los logros de su hermana, Raquel veía incrementada su envidia y su decepción con mandrágoras y sin ellas. No obstante, del mismo modo que pasó con Sara y con Rebeca, Raquel es visitada por Dios para recibir el don del engendramiento de la vida: “Pero se acordó Dios de Raquel, la oyó Dios y le concedió hijos. Concibió ella y dio a luz un hijo. Y exclamó: «Dios ha quitado mi afrenta»; y le puso por nombre José, diciendo: «Añádame Jehová otro hijo.»” (vv. 22-24) ¡Al fin el sueño y el deseo, tanto de Raquel como de Jacob, se hace realidad! El primer hijo engendrado por el amor será José, cuyo nombre significa “que Dios añada.” Raquel se desembaraza de ese peso que había llevado durante tanto tiempo, esa pesada mochila que la señalaba como maldita o inservible. Con José entre sus brazos, Raquel entiende que el Señor se ha apiadado de ella y que ya puede respirar tranquila el resto de su vida, no sin antes rogar a Dios que siga aumentando en ella las posibilidades de seguir dando a luz más descendencia para su esposo. 

CONCLUSIÓN 

      El equipo de fútbol ya está casi formado y una nueva familia se alza para erguirse poderosa y numerosa. El germen de lo que será el pueblo de Israel en el porvenir no acaba más que empezar a crecer. Las tiranteces y las tensiones se irán desarrollando con el paso del tiempo y con la multiplicación de miembros del clan de Jacob. Ya hemos comprobado que las relaciones matrimoniales polígamas no son lo más aconsejable, por muchas tradiciones y costumbres que existan para favorecerlas.  

       Y también hemos observado el modo en el que cualquier circunstancia de la vida de la familia de Jacob se adscribe a la mano y voluntad de Dios. No siempre es Dios el que interviene en todas las situaciones de la dinámica vital humana. A menudo, queremos encasquetarle a Dios cosas que son el producto de nuestra propia voluntad. Sin embargo, es interesante saber que Dios se había convertido en el centro de todo lo que sucedía en el entorno familiar, y que sus bendiciones se hacían palpables en el proceso del plan de salvación de Dios a la humanidad.

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