TRUCO O TRATO


SERIE DE ESTUDIOS SOBRE GÉNESIS “JACOB EL SUPLANTADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 30:25-31:16 

INTRODUCCIÓN 

        Hoy vamos a hablar de un espécimen humano conocido como “aprovechategui.” Aunque este término no esté recogido en el DRAE, y sea una mixtura de la palabra castellana “aprovechado” y de la terminación del euskera, “tegui,” indica y significa a la perfección a aquella persona ventajista, oportunista y gorrona, que saca provecho de la situación sin ningún tipo de escrúpulos. Esta clase de individuos no duda ni un ápice en convertirse en un parásito que absorbe cualquier beneficio que le proporcione un huésped cualquiera. Es el epítome del refrán “quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija.” A veces, lleva a cabo la acción del aprovechamiento desde las sombras, sin que te des cuenta, y en otras ocasiones lo hace de una manera tan descarada como abierta.  

      Son como rémoras que emplean sus ventosas para adherirse a la buena fortuna de los demás, sin trabajar demasiado ni invertir mucho de sus capacidades y recursos. Sacan tajada y ventaja de cualquier persona incauta, si pueden la explotan hasta la extenuación o hasta que ya no les reporta rédito alguno, y aprovechan cada oportunidad como si fuese la última. Se autoinvitan a todo tipo de actividades que les puedan reportar algo suculento y se pegan como lapas a otras personas de tal forma que es sumamente difícil espantarlas o deshacerse de su abrazo vampírico. No tienen principios morales ni valores éticos a los que servir, y, por tanto, utilizan cualquier artimaña para subirse al tren del éxito o de la riqueza ajena sin pagar billete. ¿Conoces algún caso particular de “aprovechategui”? ¿Alguien se ha aprovechado sin miramientos de tu trabajo, de tu tesón y de tus sacrificios, e incluso ha llegado a erigirse en el autor de tus triunfos? 

1. EL “APROVECHATEGUI” POR ANTONOMASIA 

      Si en la fauna humana de la Palabra de Dios hallamos a una persona que pudiese ajustarse a la perfección a esta rama antropológica del “aprovechategui,” ese era Labán, aunque Jacob, vistas las artimañas y mentiras de su pasado, tampoco es que se quedase corto al respecto. Recordemos que Labán era el tío de Jacob, hermano de su madre Rebeca, y que éste lo había acogido en principio de buen grado. Al tiempo, Labán conviene con Jacob una serie de años de trabajo para poder casarse con Raquel, aunque también le mete un gol sorpresa a su sobrino al incorporar oportunamente a su otra hija Lea en el trato. Labán veía que Jacob, con su presencia y denodada labor ganadera, estaba llenando sus arcas de amplios y abundantes beneficios. El tiempo pasa, y después de catorce años trabajando de sol a sol para su tío Labán, Jacob decide que es la hora de regresar a su hogar junto a sus padres y sus esposas e hijos: “Cuando Raquel dio a luz a José, Jacob dijo a Labán: —Déjame ir a mi lugar, a mi tierra. Dame a mis mujeres, por las cuales te he servido, y a mis hijos, y déjame ir; pues tú sabes los servicios que te he prestado.” (vv. 25-26) 

     Con una buena prole y su contrato de trabajo vencido, Jacob espera que Raquel alumbre a su primer hijo, José, para despedirse de su tío. Son muchos los años que no ve a sus padres, ha madurado como persona, ha construido una familia numerosa con la que comenzar desde cero un nuevo clan, y desea desvincularse al fin de su familia de Harán. Todos podríamos pensar que no habría problema en demandar esto a Labán, dada la legitimidad adquirida por tantos años de dedicación laboral de Jacob. Es curioso comprobar que Jacob solicita a Labán el permiso de llevarse a sus esposas e hijos, como si Labán aún fuese el dueño de sus vidas. Esto parece obedecer a las tradiciones y leyes propias de aquellos lares babilónicos. Cumplida la formalidad, solo queda esperar y confiar en la buena fe de su tío, al cual ha servido honrada y fielmente durante mucho tiempo. Jacob presenta su vida laboral ante Labán, y ésta solo ha reportado pingües beneficios a su suegro. 

      Sin embargo, como buen “aprovechategui,” Labán levanta sus manos delante de sí para apaciguar el anhelo acelerado de Jacob: “Labán le respondió: —Halle yo ahora gracia en tus ojos, y quédate; he experimentado que Jehová me ha bendecido por tu causa. Y añadió: —Señálame tu salario y yo te lo pagaré.” (vv. 27-28) “Espera, espera, Jacob,” parece decir Labán, “¿Cómo es eso de que te quieres marchar? Con lo bien que nos va a todos, y especialmente a mí, ¿a qué vienen esas prisas por volver a la casa de tu parentela? ¿No te estoy tratando bien a ti y a tu familia? Piénsatelo, Jacob. ¿Es que ya no me tienes en alta estima?” Viendo la determinación de Jacob de picar espuelas, Labán además añade a este ruego tan interesado una oferta irresistible. Labán no iba a dejar que Jacob liase el petate así de fácil. Estaba en juego su fortuna, y haría todo lo posible para que Jacob repensase su decisión y se quedase para siempre junto a él. No escatimaría en gastos con tal de que su actual estado de prosperidad cambiase para mal. Dios estaba de parte de Jacob, y a esto había que sacarle partido fuese como fuese. 

      Jacob parece meditar sobre este último ofrecimiento de salario. Ya había cubierto el término de tiempo pactado por sus esposas, y todo su empeño había redundado en aumentar el capital de Labán. Si se marchaba ahora a su tierra, se iría con las manos vacías, puesto que no había recibido un jornal material que hubiese podido ahorrar antes de proponerse retornar al hogar de sus padres: “Jacob respondió: —Tú sabes cómo te he servido y cómo ha estado tu ganado conmigo, porque poco tenías antes de mi venida, y ha crecido en gran número; Jehová te ha bendecido con mi llegada. Y ahora, ¿cuándo trabajaré también para mi propia casa? Labán le preguntó entonces: —¿Qué te daré?” (vv. 29-31a) Sacando partido de la coyuntura y del reconocimiento de su suegro de que su prosperidad era resultado de su gestión ganadera, Jacob contempla la inmejorable oportunidad de sacar también él tajada de un nuevo trato con Labán. Recoge la idea de que Dios es el que ha promovido la fortuna de Labán a través de su persona, y sugiere a su suegro la posibilidad de seguir trabajando bajo su cobertura, pero esta vez percibiendo un sueldo en especie que le abriese la puerta a ir amasando poco a poco el sustento futuro de su familia. Labán, viendo también la ocasión de seguir aumentando el tamaño de su patrimonio, le pone una alfombra roja ante Jacob para que pida lo que sea por esa boquita. 

2. UNA PROPUESTA DELIRANTE 

      No sabemos si Jacob había urdido esta treta psicológica con antelación, o si se le encendió la bombilla en ese instante, pero la propuesta de trato con Labán resulta ante todo muy peculiar y extravagante: “Y respondió Jacob: —No me des nada. Si haces esto por mí, volveré a apacentar tus ovejas. Hoy pasaré por entre tu rebaño y apartaré todas las ovejas manchadas y salpicadas de color y todas las ovejas de color oscuro, y las manchadas y salpicadas de color entre las cabras. Eso será mi salario, y la garantía de mi honradez el día de mañana. Cuando vengas a ver lo que he ganado, toda la que no sea pintada ni manchada en las cabras, y de color oscuro entre las ovejas, se me habrá de tener por robada. Dijo entonces Labán: —Bien, sea como tú dices.” (vv. 31b-34)  

      Jacob no desea oro ni plata ni piedras preciosas como pago de sus servicios. Quería ovejas y cabras. Pero no cualquier clase de oveja o de cabra, sino aquellas que reunían unas características de lo más extraño e insólito: las manchadas, las abigarradas y las de color oscuro. Esta clase de animales eran las rarezas del rebaño. Por lo general, la mayoría de cabezas de ganado eran monocolores. Nos llama la atención que Jacob, sabiendo que no serían muchas las ovejas y cabras con estas condiciones cromáticas, proponga este acuerdo al “aprovechategui” de Labán. Claro, Labán, en primera instancia, se frota las manos y se relame al valorar esta oferta. Se ríe internamente de la ingenuidad de su sobrino y yerno, y acepta el trato. Labán se las promete muy felices y una ancha sonrisa destella en sus labios. 

       No obstante, rumiando el trato que acaba de formalizar con Jacob, y conociendo un poco a su yerno, entiende que hay gato encerrado en esta propuesta tan misteriosa y sorprendente, y toma cartas en el asunto en prevención de que las cosas se tuerzan de algún modo: “Pero Labán apartó aquel mismo día los machos cabríos manchados y rayados, todas las cabras manchadas y salpicadas de color, toda aquella que tenía en sí algo de blanco y todas las de color oscuro entre las ovejas, y las puso en manos de sus hijos. Y puso tres días de camino entre él y Jacob. Mientras tanto, Jacob apacentaba las otras ovejas de Labán.” (vv. 35-36)  

       Intrigado, Labán resuelve con gran malicia apartar del rebaño a las ovejas y cabras requeridas por Jacob, y entregárselas a sus hijos, a fin de que cuando Jacob echase mano del rebaño para escoger su salario ovino y caprino, se quedase con dos palmos de narices y los bolsillos vacíos. Labán pone tierra de por medio para no recibir de Jacob acusaciones de incumplimiento del pacto salarial, y Jacob, ya sin remedio, se ocupa de apacentar el rebaño a la espera de nuevos acontecimientos. Y así, Jacob se ve burlado una vez más por su suegro. Permanece en silencio, se traga su orgullo y su indignación, y comienza a elaborar un plan que le permita lograr sus objetivos con la ayuda de Dios. 

      Jacob, ni corto ni perezoso, y convirtiéndose en el defensor de la expresión “donde las dan, las toman,” lleva a cabo una estrategia que mezclaba superstición y ciencia a partes iguales para tomar lo que era suyo por derecho contractual. He aquí su particular sistema de retribución laboral: “Tomó entonces Jacob varas verdes de álamo, de avellano y de castaño, y labró en ellas unas franjas blancas, descubriendo así lo blanco de las varas. Puso las varas que había descortezado delante del ganado, en los canales de los abrevaderos adonde venían a beber agua las ovejas, las cuales procreaban cuando venían a beber. Así concebían las ovejas delante de las varas; y parían borregos listados, pintados y salpicados de diversos colores. Apartaba Jacob los corderos, y ponía con su propio rebaño los listados y todo lo que era oscuro del hato de Labán. Y ponía su hato aparte, no con las ovejas de Labán. Y sucedía que cuantas veces se hallaban en celo las ovejas más fuertes, Jacob ponía las varas delante de ellas en los abrevaderos, para que concibieran a la vista de las varas. Pero cuando venían las ovejas más débiles, no las ponía; así, las más débiles eran para Labán y las más fuertes para Jacob. Y se enriqueció Jacob muchísimo, y tuvo muchas ovejas, siervas y siervos, camellos y asnos.” (vv. 37-43) 

      Jacob iba a aprovechar también la oportunidad que le brindaba ser el responsable del rebaño de Labán. Como ya no tenía la supervisión de su suegro, decide incorporar a su manera de gestionar el ganado una técnica que se apoyaba en la idea folklórica de que una mirada vivaz del animal hacia un objeto puesto ante sus ojos durante el apareamiento, marcaba, de alguna manera enigmática, el signo de la preñez de las ovejas y cabras. Esto es algo que incluso hemos escuchado de nuestros padres o abuelos en cuanto a lo que se conoce como antojos durante el periodo de embarazo de las mujeres. Haciendo uso de esta creencia tradicional, Jacob también aplica este sistema en el momento en el que las ovejas y las cabras, sedientas tras caminar horas y horas, se lanzan a los abrevaderos para saciar su sed. Justo en ese momento, Jacob coloca ante las miradas ávidas de las ovejas y cabras una serie de varas de distintos árboles de la zona, que previamente ha descortezado y ha labrado con franjas blancas.  

      Una posible explicación científica a esta práctica, es la que afirma que los ejemplares más vigorosos del rebaño eran híbridos de un solo color, es decir, que se caracterizan por lo que se conoce como heterosis, o vigor híbrido, lo cual hace a estos especímenes más vigorosos. Estos eran los que llegaban antes al abrevadero, y eran los que interactuaban con las varas, propiciando que las hembras diesen a luz corderos fuertes y sanos. Las ovejas más débiles, las cuales llegaban tarde o eran apartadas por las más fuertes, eran las que no veían estas varas, alumbrando a corderos y cabritillos menos saludables. Jacob se quedaba con las que por contrato había acordado, macizas y rozagantes, y dejaba aparte al resto de ganado más débil y enfermizo para Labán. Era el juego del truco o trato. De esta manera Jacob compensaba lo que le había sido arrebatado y dado a sus cuñados, y con el tiempo llegó a acumular tal cantidad de ganado, que se fue enriqueciendo a lo grande, cosa que no pasó desapercibida para un Labán enfurecido y burlado. 

3. UN AMBIENTE FAMILIAR TENSO 

      El hecho de que Jacob superase con creces a su suegro en términos patrimoniales iba a generar una serie de reacciones de mal presagio: “Jacob oía las palabras de los hijos de Labán, que decían: «Jacob ha tomado todo lo que era de nuestro padre, y de lo que era de nuestro padre ha adquirido toda esta riqueza.» Miraba también Jacob el semblante de Labán, y veía que no era para con él como había sido antes. Entonces Jehová dijo a Jacob: «Vuélvete a la tierra de tus padres, a tu parentela, y yo estaré contigo.»” (vv. 1-3) Los rumores comenzaban a recorrer el campamento de Labán. Entre otras murmuraciones, a oídos de Jacob llegan los comentarios de sus cuñados en relación a su increíble y rápida fortuna. Desde la base de una envidia que los corroía por dentro, y el temor de quedarse sin nada, dada la mengua patrimonial de su padre y la baja calidad de su ganadería, los hijos de Labán sacan la conclusión, nada sorprendente por otro lado, de que Jacob era un ladrón y un “aprovechategui.” He aquí la mejor imagen del dicho que reza: “Le dijo la sartén al cazo: Quítate de aquí, gorrinazo.” Ellos, que habían visto la formidable racha de prosperidad de su casa gracias a Jacob, ahora despotricaban contra él porque, de repente, las cosas ya no salían como ellos deseaban. 

      Como añadidura a este mal ambiente entre primos y cuñados, Labán ya no disimulaba su mal genio y su enojo hacia Jacob. El trato entre ellos había cambiado a causa de las posesiones materiales. Mientras Labán disfrutaba a costa de Jacob, todo iba bien; ahora que Jacob lo superaba en patrimonio, sus miradas furibundas y maliciosas se sucedían en el día a día. La atmósfera familiar se hallaba muy cargada de tensión y aviesas intenciones. No pasaría un día sin que Labán pudiese explicarse la repentina fortuna de Jacob, y sin que se arrepintiese de su propuesta inicial para que éste permaneciera junto a él. Todo este cúmulo de actitudes enrarecidas no presagiaba nada bueno. Y en medio de estos pensamientos de Jacob, el Señor revela a Jacob cuál ha de ser el curso a seguir dadas las circunstancias. Jacob tenía más que suficiente con que sustentar a su numerosa familia, y Dios le ordena que vaya pensando en retomar la decisión de regresar a la casa de sus padres. La protección y el cuidado de Dios, ya prometidos en Bet-el, estarán cubriéndolos hasta que lleguen a destino. 

4. UNA DECISIÓN CONSENSUADA 

      Con este mensaje divino en mente, Jacob opta por hablar primeramente con sus esposas sobre la posibilidad de cambiar de aires, algo que lo honra, y que tiene que ver con respetar las formalidades de las leyes propias del territorio en el que moraban: “Envió, pues, Jacob a llamar a Raquel y a Lea al campo donde estaban sus ovejas, y les dijo: —Veo que vuestro padre ya no me mira como antes; pero el Dios de mi padre ha estado conmigo. Vosotras sabéis que con todas mis fuerzas he servido a vuestro padre; pero vuestro padre me ha engañado y me ha cambiado el salario diez veces, si bien Dios no le ha permitido que me hiciera daño. Si él decía: “Los pintados serán tu salario”, entonces todas las ovejas parían pintados; y si decía: “Los listados serán tu salario”, entonces todas las ovejas parían listados. Así quitó Dios el ganado de vuestro padre y me lo dio a mí. Sucedió, cuando las ovejas estaban en celo, que alcé yo mis ojos y vi en sueños que los machos que cubrían a las hembras eran listados, pintados y abigarrados. Y me dijo el ángel de Dios en sueños: “Jacob”. Y yo respondí: “Aquí estoy.” Entonces él dijo: “Alza ahora tus ojos, y verás que todos los machos que cubren a las hembras son listados, pintados y abigarrados, pues yo he visto todo lo que Labán te ha hecho. Yo soy el Dios de Bet-el, donde tú ungiste la piedra y donde me hiciste un voto. Levántate ahora y sal de esta tierra; vuélvete a la tierra donde naciste.”” (vv. 4-13) 

      Apartados de miradas y oídos indiscretos, Jacob convoca a sus esposas al campo en el que se hallaba su rebaño. Antes de acudir a su suegro para comunicarle su marcha, Jacob prefiere hablar con calma con Raquel y Lea, al fin de conocer su parecer y comprobar hasta qué punto estaban vinculadas con su padre. Jacob no quería provocar una ruptura familiar como la que él mismo había creado en casa de sus padres. Jacob expone la realidad de la situación en la que se hallan: su suegro ya no lo aprecia como antes, el Señor ha prosperado sus caminos y ha provisto a su familia de sustento abundante, ha trabajado como un mulo al servicio de su suegro, ha tenido que soportar los caprichos de su suegro a la hora de pagarle por su labor, el cual lo ha intentado engañar por activa y por pasiva, aunque le ha salido el tiro por la culata... En definitiva, Jacob quería que tanto Raquel como Lea supieran todo el esfuerzo y la entrega que había desplegado hasta lograr, gracias a Dios, todo lo que necesitaban para levar anclas y soltar amarras. El Señor había observado las mil y una maneras en las que Labán quería aprovecharse de Jacob, y había procurado que Jacob prosperase a pesar de la continua injerencia de su suegro. Les cuenta acerca de su teofanía y del voto que había realizado con Dios en Bet-el, así como del cumplimiento fehaciente de las promesas de Dios en su vida hasta ese día. 

      Las esposas de Jacob, atentas a su relato, van digiriendo todas y cada una de sus peripecias, y tras pensar y reflexionar en medio del sonido de balidos, toman una postura que llega a admirar a Jacob: “Respondieron Raquel y Lea, y le dijeron: —¿Tenemos acaso parte o heredad en la casa de nuestro padre? ¿No nos tiene ya por extrañas, pues que nos vendió y hasta se ha comido del todo lo que recibió por nosotras? Toda la riqueza que Dios le ha quitado a nuestro padre es nuestra y de nuestros hijos; ahora, pues, haz todo lo que Dios te ha dicho.” (vv. 14-16)  

      Por una vez, las dos hermanas se ponen de acuerdo en algo. Tras su competición reproductiva y sus ansias por complacer y conquistar a Jacob, hablan con una sola voz. Lo primero que demuestran con su declaración a Jacob, es que no existe ninguna clase de nexo o vínculo entre su padre y ellas. No hay ni siquiera un atisbo de cariño o de afecto. Se sienten utilizadas por su padre, olvidadas en su relación paterna a causa de estar solamente obsesionado con el materialismo y la avaricia. Se consideran una mercancía, un par de objetos que comprar y vender sin atender a sus propias convicciones personales o a sus decisiones individuales, cosas que usar en un cambalache de favores y servicios. Tal es la desfachatez de su padre, que toda la dote recibida para aquellas circunstancias de abandono o viudez, ha sido dilapidada sin consideración para el futuro de estas dos mujeres. Para ellas, Labán solo es un extraño, alguien al que no deben absolutamente nada. 

      De acuerdo también con Jacob, consideran que es justo que Dios haya despojado a su padre de aquello que ha costado sudor y sangre a su esposo. Ven muy bien que el burlador haya sido burlado, y que lo que ha conseguido aprovechándose de su yerno, vuelva a sus manos. “Lo tiene bien empleado,” vienen a decir estas dos mujeres disgustadas con su negligente y ausente padre. Raquel y Lea están ciento por ciento con Jacob, lo van a apoyar a muerte, y se van a poner manos a la obra para poder escapar al fin de las zarpas egoístas y ventajistas de su padre. Están preparadas para abandonar el nido y para poner el cuentakilómetros de sus vidas a cero como una familia independiente. 

CONCLUSIÓN 

     Dios nos libre de los “aprovechateguis.” Son personas tóxicas que simplemente buscan medrar a tu costa, y que cambian su semblante en cuanto no les das lo que ellos quieren. Y no seamos nosotros tampoco de esta cuerda. Seamos honestos y fieles en nuestros compromisos, sin desear más que aquello que, en justicia, nos corresponde. El Señor se encargará de poner cada cosa en su sitio, no lo dudemos ni por un instante. Dios se apiada de aquellos que son explotados o esquilmados, y a su tiempo, éstos recibirán mayores bendiciones que las que dejaron de percibir a causa de individuos que persiguen aprovecharse del sudor de tu frente. 

      Y no olvidemos tratar a nuestros hijos conforme a lo establecido por Dios en su palabra. Recojamos la absoluta desafección mostrada por Raquel y Lea hacia su padre como un ejemplo de algo que no debemos hacer con nuestros hijos. En esta época consumista y materialista, los padres entregan más de su tiempo a sus trabajos y a conseguir cosas, que a ofrecer instantes de calidad a sus descendientes. La realidad de los padres ausentes es una peligrosa dinámica que hemos de evitar sea como sea, puesto que, como hemos visto, esto puede convertirse en un auténtico problema familiar de desvinculación y desintegración. Considera a tus hijos como regalos de Dios y dones celestiales que debes administrar desde el amor y la dedicación, y en el futuro, éstos te darán innumerables satisfacciones y alegrías. 

     ¿Cómo se enfrentará Jacob a Labán en esta decisión mancomunada y familiar? Lo veremos en el próximo estudio sobre la vida de Jacob.

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