¿HOGAR, DULCE HOGAR?


SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 13 

TEXTO BÍBLICO: MATEO 13:53-58 

INTRODUCCIÓN 

       He de confesar que yo soy muy de pueblo. No en el sentido peyorativo del término, sino en el sentido de que me encantan las pequeñas localidades por la proximidad que existe entre vecinos y las tradiciones que animan las callejuelas en las fiestas mayores. Sin embargo, ser de pueblo no significa que no hay problemáticas propias de la cercanía poblacional. Me gusta que todos nos conozcamos, que cuando volvemos a visitar nuestro pueblo porque, por circunstancias de la vida, hemos tenido que emigrar a otras latitudes en busca de una mejora de nuestras condiciones vitales, todo el mundo nos reconozca, nos pregunte si somos de tal o cual familia, o nos brinden los frutos de sus campos y corrales. Eso es genial. En la ciudad cada uno va a su bola, casi no conoces a los vecinos de tu escalera, y puedes camuflarte en la masa que viene y va por sus avenidas, pasando completamente desapercibido para el resto de tus conciudadanos. Incluso puedes sentirte solo en medio del océano de personas que componen ese enjambre humano que es la ciudad o la capital. 

      El peligro que uno corre al ser de pueblo se deriva de que nos conocemos demasiado bien y sabemos demasiado de cada uno de nuestros vecinos, para bien y para mal. Ya lo dice el refrán: “Pueblo pequeño, infierno grande.” Da igual que pasen años sin acercarte por el pueblo, que te van a reconocer, te van a recordar lo que hiciste cuando eras joven o niño, y te traerán a tu memoria tanto tus triunfos como tus fracasos. Siempre hay personas que te vigilan sin darte apenas cuenta, o de forma descarada descorriendo los visillos de la ventana que da a la calle. Al conocernos tanto, se suprime totalmente la capacidad de sorpresa o admiración hacia alguien que ha estado en el regazo de medio pueblo.  

      Por eso es tan difícil sobresalir en un pueblo, porque para quienes te han visto nacer, crecer, rasguñarte las rodillas e ir al colegio, siempre serás el hijo de Mengano o de Zutano, aquel que hizo esto y aquello, tanto bueno como malo, y esto es inevitablemente parte de formar parte de un pueblo. La sabiduría popular, con todos sus matices y prejuicios, siempre saldrán a relucir para retratarte en un sentido u otro, sobre todo en aquellos corrillos de vecinos que empiezan sus frases con los consabidos “se conoce que...” o “si te paice que...” 

1. VOLVER A LOS ORÍGENES 

      Nazaret no es que fuese precisamente una gran capital de Judea en los tiempos de Jesús. Se cree que, en esa época, Nazaret tenía una población de 400 personas, una sinagoga y unos baños públicos, y poco más. Por tanto, vistas las dimensiones de este pueblo a 23 kilómetros al oeste del Mar de Galilea, nos enfrentamos a ese fenómeno que se da inexorablemente en los lugares pequeños y aldeas: el fenómeno de que nadie es profeta en su propia tierra. Jesús termina de explicar e ilustrar a sus discípulos el alcance y la esencia del Reino de los cielos por medio de parábolas, y decide que debe hacer una visita a su pueblo tras una temporada fuera de sus confines: Aconteció que cuando terminó Jesús estas parábolas, se fue de allí.” (v. 53) No sabemos si tenía morriña de su tierra, si tenía previsto volver a ver a su madre y hermanos, los cuales todavía vivían en Nazaret, o si buscaba lo que muchos que se marcharon por equis razones de su hogar patrio cuando vuelven a sus raíces, bendecir y beneficiar a sus antiguos convecinos. El caso es que recoge lo necesario para emprender este breve viaje y sus discípulos lo acompañan. 

      Tras varias horas de caminar por las rutas polvorientas de Palestina, Jesús y sus seguidores llegan a su destino: “Vino a su tierra y les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se maravillaban y decían: —¿De dónde saca éste esta sabiduría y estos milagros?” (v. 54) Como buen judío que era Jesús, después de haber visitado a su familia, encontró el momento en el siguiente sábado para asistir junto a sus discípulos a la sinagoga. La sinagoga era el lugar de reunión o la casa de asamblea en la que todo judío que se preciaba de serlo se congregaba para escuchar la Palabra de Dios, para estudiarla, para orar al Señor, y para interpretar la Torá, la Ley de Moisés. Normalmente, en el transcurso del culto público comunitario, bien un rabino o un fiel versado en las Escrituras, se levantaba para leer el texto hebreo que correspondía a ese día, y lo interpretaba ante la audiencia. Es curioso cómo Jesús, en el momento oportuno, se alzaba para enseñar a los congregados, y cómo éstos quedaban absorbidos por su sabia y excelsa exposición.  

      Todos conocían a Jesús, no en balde éste había estado trabajando en el oficio familiar de carpintero hasta que, con apenas treinta años comprende que ha llegado la hora de abandonar su zona de confort para dedicarse a los negocios de su Padre celestial. Por eso, cuando Jesús comienza a ofrecer lecciones a sus correligionarios y compatriotas, y lo hace con una autoridad y soltura admirables, los corrillos comienzan a aparecer para comentar la jugada. Pero es que no solamente Jesús se ocupaba de interpretar espectacularmente las Escrituras, sino que al parecer también obraba milagros de todo tipo entre sus vecinos. Todo esto da lo suficiente para que en esos días Jesús sea la comidilla de todo el pueblo.  

      Mateo ilustra esta sarta de comentarios sobre Jesús de una forma muy especial. “Si te paice qué. Si hace nada se marchó de Nazaret dejando a su madre ahí descompuesta y llorosa. Se conoce que ha estudiado en colegios de pago, porque si no... ¿a qué cuento se explica tan bien cuando sube al púlpito para leer el rollo de la Ley? Si aquí solo era un carpintero... ¿cómo es que ahora se cree un rabino con lo joven que es? ¿Y los milagros? ¿Serán trucos de charlatán o está conchabado con aquellos a los que parece que son sanados? No sé, no sé... aquí hay gato encerrado... Habrá que ir echándole un ojo, porque tanto cambio me parece sospechoso. De simple carpintero a maestro de la Ley. ¡Habrase visto cosa igual!,” parecen decir aquellos que se reúnen para sacar conclusiones de este nuevo Jesús que ha regresado a Nazaret. ¿No os suena a lo que suele suceder en determinados pueblos cuando alguien retorna con un renovado estilo de vida? Se antoja difícil no participar de esta clase de comentarios y opiniones. 

2. HABLADURÍAS Y CORRILLOS 

      Pero es que, con el paso de las jornadas, los cuchicheos en cada esquina se siguen sucediendo en un intento de explicar la transformación de Jesús y su carácter espiritual tan alto: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, saca éste todas estas cosas?” (vv. 55-56) No cabía en la cabeza de muchas personas de Nazaret el hecho de que una persona de extracción humilde, del que pendía la continua sospecha sobre su filiación paterna, hubiese cambiado tanto. Lo conocían desde que gateaba y jugaba con sus hijos, desde que asistía a la escuela del rabino local, desde que empezó a ayudar a su padre en las labores de carpintería. Era buen mozo, simpático, amable y humilde. Era inteligente y aprendía rápido tanto de la religión judía como de la profesión de su padre José. Pero, ¿a qué se debía este nuevo papel que estaba desarrollando tras unos meses de ausencia? “¿De un carpintero qué se puede esperar? Todos sabemos quién es, y no es una novedad decir que su nacimiento fue un poco, digamos, extraño. No seré yo quien lo diga, pero ya sabéis que hay rumores sobre sus opacos orígenes,” dirían algunos. 

      Es interesante resaltar la realidad familiar de Jesús. A pesar de los inconsistentes intentos por parte de la iglesia católica de querer interpretar en este versículo que lo que Jesús tenía no eran hermanos y hermanas, sino primos y primas, a fin de respaldar y justificar el dogma de la inmaculada concepción de María, lo cierto es que todo el mundo era consciente de que Jesús se había criado con una madre, María, tal vez ya viuda en estos instantes, puesto que José no es nombrado en este texto bíblico, con unos hermanos con nombres muy comunes, y con unas hermanas que tal vez, por lo que dejan entrever los comentarios vecinales, desposadas con varones nazarenos.  

      También es de reseñar que Mateo nos ofrezca los nombres de los hermanos de Jesús, puesto que algunos de ellos tendrán su importancia y relevancia en el futuro de la iglesia de Cristo. Jacobo y Judas serán pilares fundamentales para entender los primeros pasos de la comunidad de fe cristiana primitiva. El caso es que los hermanos y hermanas de Jesús todavía estaban allí, formando parte de la breve sociedad nazarena, siendo parte del vecindario, fieles a sus raíces, no como Jesús. “¿Quién se creerá que es este advenedizo de Jesús? ¿Qué pretende demostrar con sus palabras y acciones? ¿Piensa que es mejor que nosotros?,” pueden ser pensamientos que pasan por la mente de los habitantes de Nazaret en relación a este impactante Jesús. 

3. NO HAY PROFETA EN LA TIERRA PROPIA 

       A veces pasa lo siguiente en los pueblos: uno de los suyos triunfa en la vida sea en el campo que sea, y, sin embargo, en lugar de reconocerlo como parte de su identidad y esencia, se le menosprecia y se lo coloca en el filo de la sospecha. En vez de alegrarse por lo conseguido, por sus logros y por lo que puede aportar a su pueblo natal, se le relega a un segundo o tercer plano, bien por un sentimiento de inferioridad colectivo, o por una envidia particular al ver que los que quedan en el pueblo no han progresado y conseguido grandes empresas. A Jesús le sucede más o menos esto. El pueblo tiene la inmejorable oportunidad de ver en Jesús, no solo un gran maestro o un entendido sabio sobre las cosas de Dios, sino al mismísimo Hijo de Dios, y, no obstante, prefiere escandalizarse de él: “Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: —No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa.” (v. 57)  

      En otras palabras, lo mejor es que Jesús se vaya lo antes posible para no estorbar la mediocridad espiritual en la que vive el pueblo. Prefieren ser medianías religiosas que aceptar que están ante la ocasión más importante de sus vidas, la ocasión de escuchar el evangelio de salvación, el mensaje del Reino de los cielos, y la oferta de reconciliación con Dios. Es terrible, pero son cosas que a veces pasan en los pueblos cuando uno desea volver para disfrutar del calor de su familia y vecinos, y se encuentran con una frialdad que entristece el alma y desmejora el rostro. 

      ¿Cómo se siente Jesús cuando empieza a escuchar comentarios, a leer corazones y mentes, a constatar que el trato personal es distante y frío? ¿Qué sentirías tú en su lugar? No cabe duda de que la pena y la decepción son dos de las emociones que más sobresalen en situaciones de este calibre. Jesús viene a traer una enseñanza redentora, y las gentes la confunden con pedantería y presunción. Jesús desea que todos comprendan que deben arrepentirse delante de Dios para recibir el perdón de sus pecados, y la mayoría de su audiencia opta por seguir la corriente de la tradición y de los viejos maestros de la ley. Jesús quiere que su amada localidad pueda recibir de Dios lo mejor que se puede tener, esto es, la salvación y la vida eterna, y escogen no escuchar sus palabras y atacarle personalmente de forma traicionera.  

      No obstante, Jesús, aun con el corazón encogido al ver la prácticamente nula acogida de su persona y de su mensaje, reconoce que lo que siempre se dijo sobre esta situación que está sufriendo, es parte del estudio histórico de la naturaleza y usos de la humanidad. Empleando el proverbio que nosotros hemos remozado de que “nadie es profeta en su propia tierra,” Jesús entiende que su tiempo entre sus amigos de la infancia, su familia carnal y política, sus compañeros de sinagoga y sus maestros, ha terminado. Es triste, pero es una realidad con la que, lamentablemente, debe vivir. Debe comenzar a liar el petate, y volver por donde vino para seguir desarrollando su ministerio redentor en otros lugares donde también le necesitan y donde podrá también continuar predicando su mensaje. 

4. POCA FE, POCOS MILAGROS 

      Fijémonos hasta qué punto la indiferencia ensayada por sus convecinos llega a condicionar el hecho de que Jesús pudiese bendecir a los suyos: “Y no hizo allí muchos milagros debido a la incredulidad de ellos.” (v. 58) ¿El problema de que las gentes nazarenas no hiciesen aprecio por el evangelio de salvación fue el mensaje en sí, o fue a causa de aquel que lo portaba? En ocasiones, es mucho más fácil que una persona que viene de fuera, del que apenas se conoce nada en todo el pueblo, sea el foco de atención de todo el mundo, y que su discurso tenga una aceptación mayor, que si el que trae el discurso es uno que fue en algún momento parte de la localidad. La amplia mayoría de nazarenos no respondió positiva o afirmativamente al evangelio del Reino de los cielos, simplemente porque era Jesús el que lo exponía. Ni más, ni menos. Todos reconocían una autoridad y una sabiduría superior en sus palabras, pero como era Jesús, el hijo ilegítimo de José el carpintero, uno que se fue y que ahora viene con ínfulas, nada de lo que dijese era digno de ser tenido en cuenta.  

      Lo único positivo de la visita de Jesús fue que hizo milagros, aunque no fuesen muchos. La incredulidad de muchos soterró las pocas decisiones de seguir a Jesús o las ínfimas expresiones de fe en estas buenas noticias que él traía a su tierra. Jesús ya estaba curado de espantos, y si no, recordemos todo el trabajo que llevó a cabo en tres de las ciudades más importantes de Galilea, Capernaúm, Corazín y Betsaida, y el poco fruto que sacó de ellas. Desafortunadamente, son cosas que siguen pasando en nuestro medio local. De ahí que, como creyentes que vivimos en un entorno poblacional menor, debamos cuidar con esmero nuestro testimonio de vida.  

      Aunque sea injusto, e incluso oprobioso, las personas que conviven con nosotros en el día a día de la vida de un pueblo o ciudad pequeña, serán poco proclives a escuchar de nuestros labios el mensaje de Cristo, si en algún momento de nuestra historia hemos metido la pata estrepitosamente o nos hemos comportado de formas éticamente reprochables. Jesús no tenía mal testimonio entre sus vecinos nazarenos. Tal vez los rumores sobre su nacimiento pudieran haber marcado su estigma de por vida, no lo sabemos. Pero lo que sí sabemos es que Nazaret perdió una ocasión dorada para recibir de uno de los suyos el tesoro y el galardón más fantástico jamás ofrecido: la vida eterna y el perdón de Dios. 

CONCLUSIÓN 

      El grado de atención y de recepción del evangelio en nuestras localidades viene dado por el testimonio vital que hayamos llevado, tanto a nivel individual como comunitario. Reconociendo que, como seres humanos, cometemos errores y nos equivocamos, y que a veces, ensuciamos el nombre de Cristo con actuaciones desastrosas que dejan su huella en la memoria colectiva de nuestro vecindario o ciudad, hemos de esforzarnos por solventar nuestros pecados con la ayuda de la gracia de Dios, y demostrar al resto de nuestros conciudadanos que el evangelio puede restaurarnos y renovarnos para volver a ser personas de bien y de confianza.  

      Aunque no nos demos cuenta, nuestros vecinos nos observan y escuchan todo aquello que sale por nuestras cuerdas vocales, y si no somos comedidos y sensatos sobre cómo hacemos las cosas a la luz del día, y no hablamos de una forma que demuestre que el Espíritu Santo guía nuestros comentarios, opiniones y conversaciones en la calle, no podremos lograr esa autoridad con la que Jesús exponía y comunicaba el mensaje del Reino de los cielos a todos cuantos deseaban escucharle en la sinagoga y fuera de ella. Encomendémonos a Dios para que podamos romper con el refrán de que no hay profeta en su propia tierra, y nuestra luz alumbre a nuestros vecinos, compañeros y amigos. 


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