DE TESOROS Y PERLAS


SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 13 “PARABOLÉ”
TEXTO BÍBLICO: MATEO 13:44-46
INTRODUCCIÓN
¿Qué niño no ha soñado alguna vez con desenterrar un fabuloso tesoro repleto de doblones y lingotes de oro? Yo mismo, desde que tuve la oportunidad en mi adolescencia de leer “La isla del tesoro” de Robert Louis Stevenson o de hojear los tebeos de Sandokán, el Tigre de Mompracem, personaje ideado por Emilio Salgari, siempre tuve la ilusión de escarbar por la montaña aledaña a mi barrio por ver si hallaba alguna pista que me condujese a la ubicación de una imaginaria fortuna. Pero lo único que encontraba era piedras, tierra, alguna bala de la Guerra Civil, y una moneda de estaño sin valor alguno de los tiempos de la dictadura de Franco. La fértil imaginación de un niño invariablemente ha tramado aventuras y expediciones a lugares donde había ruinas de edificios ya demolidos, a castillos en las cumbres de los montes y a las trincheras excavadas por soldados en guerras fratricidas del pasado. No cesábamos, mis amigos y yo, de pensar qué haríamos con el tesoro si al final lo encontrábamos, y así pasábamos las horas tumbados entre la hierba, soñando despiertos.
Sin embargo, a lo largo de la historia siempre ha habido hallazgos increíbles de tesoros de incalculable valor. Aquí en España tenemos el caso del tesoro de Guarrazar, en Toledo. Un labrador de 40 años, llamado Francisco Morales, encontró parte de una gran cantidad de cruces y coronas ofrecidas como exvotos en una iglesia cercana por parte de varios reyes visigodos. Al considerar el contenido de oro y joyas de las arcas romanas que las contenían, se trataba de un descubrimiento valiosísimo. Otros muchos arqueólogos e investigadores a lo ancho y largo de la tierra han hecho salir a la luz cientos de tesoros de precio prácticamente inestimable: la tumba del faraón Tutankamón, el tesoro de Hoxne en Gran Bretaña, el de los tracianos en Bulgaria, o el tesoro de Príamo, en la antigua Troya. Y aún quedan muchos más tesoros que quedan por el momento ocultos en algún lugar: la fortuna de Juan Sin Tierra, el tesoro vikingo de la Isla del Roble, el galeón portugués Flor de la Mar, hundido en alguna parte de la costa de Sumatra, Indonesia, o el tesoro de Moctezuma. Si te animas y tienes medios, aún estás a tiempo de dedicar tu vida a su descubrimiento.
  1. CRISTO ES NUESTRO TESORO MÁS VALIOSO
El misterio que subyace en estas búsquedas de tesoros y de cofres llenos de piedras preciosas, ha compuesto innumerables historias literarias que nos entretienen y nos adentran en pistas, mapas y cruces señalando el lugar exacto donde reposa una gran fortuna sepultada por piratas y filibusteros. Jesús no iba a ser menos, seguramente porque de alguna forma él mismo había escuchado bien de sus padres o de sus maestros alguna que otra anécdota en la que alguien, de forma sorprendente y casual, se encuentra sin comerlo ni beberlo ante un hallazgo que puede cambiarle la vida en términos económicos. Estas narraciones vienen ahora a la mente de Jesús para construir una parábola que ilustra a la perfección la inmensa importancia que el Reino de Dios debe tener para cualquier persona que tiene un encuentro, de la clase que sea, con el evangelio de salvación de Dios. Comparar el Reino de los cielos con un tesoro que logra un impacto completo en la persona que lo encuentra, es una técnica magistral y repleta de sentido y simbolismo.
Después de hablar sobre la levadura y el grano de mostaza, también imágenes que nos provocan pensar en el Reino de los cielos, y de explicar la parábola del trigo y la cizaña, Jesús cuenta una breve historia al hilo de considerar la relevancia de creer en las buenas nuevas que proclama a diestro y siniestro: “Además el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene y compra aquel campo.” (v. 44) Teniendo en cuenta el crecimiento progresivo y su silencioso alcance hasta lograr ser instaurado por completo, el Reino de los cielos, por añadidura, se convierte en un tesoro, esto es, “un conjunto de dinero, joyas u otros objetos de valor, reunidos y guardados en un sitio.” Se trata de un depósito que alguien realizó en un lugar oculto a la vista de cualquiera, y que solamente puede ser encontrado, bien por medio de un plano o mapa, o, como en algunos casos, por medio del azar. Aquí simplemente se nos dice que está escondido en un campo. En términos simbólicos, este tesoro es espiritual, el Reino de los cielos, y está oculto en este mundo.
Nos consta que, a fin de hallar este tesoro es preciso acudir a las Sagradas Escrituras reveladas en el Antiguo Testamento, mapa en el que las profecías son pistas y señales que nos conducen al gran tesoro que es Cristo, inaugurador del Reino de los cielos. Si una persona presta atención sincera y dedicada a estudiar las sombras y los tipos que aparecen en la Biblia judía, que es la que disponían los oyentes de Jesús en el momento de narrar este relato comparativo, es capaz, con la guía del Espíritu Santo, de descubrir el lugar exacto en el que puede citarse con la prosperidad integral del ser, el sitio en el que reluce Cristo, nuestro tesoro glorioso. Es curioso comprobar cómo este hombre de la historia verifica la realidad del tesoro y lo vuelve a ocultar. La lógica ampara a este personaje, puesto que, si hace ostentación y pregón de lo hallado en unas tierras que no son suyas, probablemente, por ley, el dueño de la parcela será el legítimo poseedor del tesoro, dejando al descubridor sin opciones de recibir nada a cambio de su hallazgo. Si el que saca a la luz el tesoro quiere ser su amo absoluto, deberá dar los pasos que a continuación se detallan, comprando el terreno a toda costa y coste, y después desenterrando el tesoro para disfrutarlo según sus planes.
La cuestión es que, aunque el terreno cueste un ojo de la cara, el hombre que ha encontrado la fortuna, preso de la alegría y de los sueños que podrá cumplir disponiendo de ésta, no tendrá ningún temor en venderlo todo con tal de adquirir la parcela que contiene lo más valioso y precioso que ha visto jamás en su vida. Estamos hablando de renunciar a todo lo logrado hasta ese momento, de sacrificarlo todo con el objetivo de mejorar su estado, de apreciar con mayor valor lo hallado que lo que con tanto esfuerzo le costó lograr durante años y años de trabajo duro. ¿Has encontrado algo en tu vida que se parezca a esta experiencia narrada por Jesús? ¿Tuviste un encuentro personal con Cristo, y el orden de las prioridades de tu vida ha cambiado drásticamente por servirle y seguirle? ¿Qué cosas has dejado atrás, cosas que eran importantes para ti, por disfrutar con alegría de la salvación que solo Dios puede ofrecer? ¿En qué lugar encontraste el tesoro del evangelio de Cristo? Estas preguntas deben servir al propósito de reflexionar sobre lo que es verdaderamente valioso en nuestras vidas, sobre lo que es primordial en nuestro diario caminar, sobre cuál es el enfoque central de nuestros deseos, sueños y voluntades.
Probablemente, en esta historia, el hombre supo del tesoro por pura casualidad, tal vez labrando el campo, o paseando por allí. Y es que a veces sucede, y es la experiencia de muchos creyentes actuales, que una persona halla un folleto evangelístico tirado en la calle, o pasa cerca de las puertas de una capilla evangélica, y una chispa de curiosidad se enciende en sus corazones. Atraídos por estos fortuitos encuentros, deciden escribir a la dirección del folleto para recibir más información de las creencias evangélicas o un estudio bíblico por correspondencia, o escogen entrar dentro del templo como observadores de aquello que allí se lleva a cabo. Desde este pequeño punto, provisto por Dios en su sabia providencia, algunas personas hallan precisamente aquello que buscaban por otras vías, y reciben la respuesta a preguntas y dudas que, en un momento dado de sus vidas, aparecieron en su espíritu. Y de esta forma milagrosa y asombrosa, estas personas que solamente pasaban por allí, ven cambiadas sus prioridades en la vida, y eligen ser llamados hijos de Dios.
Más allá de los detalles que rodean a la historia, Jesús desea enfatizar la idea de que aquel que somete toda su vida al Reino de los cielos, lo hace con gran gozo y alegría. La vida del discipulado en pos de Jesús no es un camino exento de peligros y obstáculos, y a menudo es necesario decir “no” a tentaciones muy sugerentes y a propuestas mundanas realmente atractivas, pero si el gozo inunda nuestros corazones porque nos sabemos poseedores de la vida eterna que propicia el tesoro de Cristo, cualquier lucha o renuncia será recompensada con creces cuando el advenimiento y la consumación del Reino de los cielos sea un hecho en la segunda venida de Cristo. Pablo, ejemplo claro de lo que implica dejarlo todo para seguir la senda del evangelio de salvación, expresa esta realidad espiritual del siguiente modo: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a él lo he perdido todo y lo tengo por basura, para ganar a Cristo.” (Filipenses 3:8) ¡Qué palabras tan poderosas y firmes de parte del apóstol de los gentiles! ¡Qué inspiradoras son para nosotros en los tiempos que nos toca vivir!
  1. CRISTO ES NUESTRA PERLA MÁS APRECIADA
Engarzada y conectada con la concisa historia del hombre que descubre un tesoro oculto, se halla la siguiente narración, también bastante corta: “También el reino de los cielos es semejante a un comerciante que busca buenas perlas, y al hallar una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.” (vv. 45-46) En este relato hallamos detalles que complementan la anterior parábola. En este caso se nos especifica la clase de persona que protagoniza este episodio. Se trata de un comerciante de perlas que no se conforma con perlas de categoría vulgar, sino que se mueve activamente realizando visitas y viajes a diferentes lugares en los cuales pueda encontrar perlas de altísima calidad.
Por norma general, las perlas son “concreciones nacaradas, generalmente de color blanco agrisado, reflejos brillantes y forma más o menos esferoidal, que suelen formarse en el interior de las conchas de diversos moluscos, sobre todo en las madreperlas. Se estiman mucho en joyería cuando tienen buen oriente y son de forma regular.” Las perlas perfectas, redondas y brillantes eran, y siguen siendo, muy difíciles de encontrar. La mayoría tienen imperfecciones o su brillo es más mate, y por ello, cuando alguien realiza el hallazgo de una gran perla redonda y absolutamente lisa, se cuenta como un verdadero afortunado. Por ejemplo, la perla más valiosa del mundo, conocida como “La Peregrina” ha sido subastada en torno a los nueve millones de euros, imaginaos.
Este comerciante, con ojo para los negocios y con conocimientos suficientes como para poder reconocer una perla de alta calidad, también sabe que debe hacer todo lo posible y lo imposible por adquirirla. De ahí que venda toda su colección de perlas compradas con anterioridad, que ponga precio a todo lo que posee, con tal de hacerse con esta perla de gran valor. No escatima en costes, porque el sueño de tener en su poder la mejor perla del mundo supone algo más que riqueza y beneficios; es el culmen de toda una vida de búsqueda continua y perseverante. El Reino de los cielos es como esa perla que el alma humana busca aquí y allá, en el hedonismo, en el consumismo, en religiones y creencias variadas, en éticas de diversa índole, en filosofías e ideologías de todo tipo, etc. Sin embargo, en esa búsqueda a la que mucha gente se entrega, solo unos cuantos que han observado y examinado las perlas de menor categoría que han pasado por sus vidas, logran entender que solo hay una perla de gran precio: el Reino de los cielos.
A diferencia del primer hombre de la historia del tesoro escondido, probablemente este comerciante había escuchado de boca de alguien relacionado con el negocio, de la existencia de la perla más hermosa jamás vista. Muchas personas que hoy son discípulos de Cristo lo son porque en alguna ocasión alguien los puso en conocimiento del evangelio del perdón y la salvación. Alguien, un familiar, un amigo, un evangelista o un pastor, les compartió las buenas noticias de Cristo, y resolvieron acompañarlos a un culto o a algún evento evangelístico especial. Y allí el Espíritu Santo les habló de tal forma por medio de la predicación bíblica o del testimonio de una persona que había cambiado su estilo de vida de forma radical gracias al amor del Señor, y se rindieron entre lágrimas de arrepentimiento delante de Dios, comprometiéndose a servirle y a obedecer su voluntad desde ese instante. Han encontrado la perla de gran precio y sus vidas han dejado de ser las mismas de ayer.
Y cuando contemplan con arrobo y admiración esta perla espiritual inmaculada y fulgurante, entonces se dan cuenta de que deben recalcular su ruta, de que han de desprenderse de lo que tiene menor brillo y valor, para ocuparse completa e integralmente en adquirir lo perfecto y completo, esto es, Cristo. No podemos conjugar las perlas mediocres con la perla más valiosa del mundo. O vendemos y nos olvidamos de lo mediocre de nuestras vidas, para tener a Cristo; o nos conformamos con medianías viviendo vidas empobrecidas espiritualmente hablando, y renunciando a la redención que Cristo conquistó en la cruz. El que recibe del Espíritu Santo la iluminación de la existencia del Reino de los cielos, si es sensato, y de verdad es un buscador sincero de la verdad y de la justicia de Dios, lo dejará todo por ser discípulo de Cristo y por recibir la vida eterna de manos del Señor.
Cuando dejamos que el tesoro por excelencia, esto es, Cristo, se asiente en el centro de nuestras existencias, nos damos cuenta de cómo hemos perdido el tiempo buscando el sentido de nuestras vidas en lugares incorrectos. A veces, hemos dejado que el pálido fulgor del oropel nos cegase, para más tarde adquirir la consciencia de que no era oro todo lo que relucía. Muchas personas han caído en las garras de sectas que prometían la realización espiritual más trascendente, el bienestar cósmico por medio de las energías o la paz emocional y mental a través de técnicas de meditación y relajación místicas. Millones de personas hoy día persiguen la posibilidad de cambiar sus dinámicas tóxicas y autodestructivas por medio de tratamientos farmacéuticos y psicoterapéuticos, y, sin embargo, lo que logran es un estado adictivo a estas terapias que los mantienen en un limbo psicológico en el que se estancan. Y otros tantos millones de individuos prefieren pensar y creer que el mejor camino es vivir la vida sin pensar en las consecuencias y haciendo lo que les pida el cuerpo hasta que todo acabe con la muerte y la aniquilación del alma. No se dan cuenta de que el Reino de los cielos es algo real, al alcance del que lo busque, y abierto a que puedan encontrar esperanza en medio de su miseria vital.
CONCLUSIÓN
¿Has encontrado tu tesoro y preciosa perla en Cristo? ¿Has determinado seriamente en tu vida dejar que Cristo sea el centro en torno al cual todo tienes y eres, orbite, y bajo el cual todo sea sometido por completo? Si es así, no dejes de alegrarte cada día en el Espíritu de la inmejorable oportunidad de ser salvo de tus pecados y de vivir eternamente junto a Cristo.
¿Todavía sigues buscando el tesoro que te cambie la vida? ¿Aún no has hallado la perla de gran precio por mucho que te has afanado en descubrirla? Si hoy estás entre nosotros, tal vez sea momento de que abras tu mente, tus oídos y tu alma para escuchar la voz del Espíritu Santo convenciéndote de tus pecados y guiándote a dejarlo todo para formar parte de aquellos que hemos encontrado en Cristo nuestro tesoro, nuestra razón de vivir y morir, y nuestra perla más bella y valiosa del mundo. Te invitamos cordialmente a que dejes que Cristo te visite para demostrarte con su amor y su verdad, que no hay nada mejor que caminar cada día de tu vida junto a él.

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