EL COFRE DEL MAESTRO


SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 13 “PARABOLÉ”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 13:51-52

INTRODUCCIÓN

A la gente le encanta lo novedoso, lo último en producción, lo que acaba de salir calentito del horno. Este arrobamiento hacia lo nuevo no es malo en sí mismo. ¿Quién no quiere tener un dispositivo último modelo con mejoras reseñables y mayor amplitud de posibilidades? ¿Quién no desea poseer un aparato que acorte los tiempos, que haga la vida más sencilla y placentera, o que nos permita alcanzar la multitarea? El problema de esta mentalidad surge cuando, ante lo novedoso, se opta por arrinconar, desterrar o menospreciar cosas que siguen sirviendo, pero que se han vuelto obsoletas a los ojos de los consumidores.

No es difícil comprender que tras la vertiginosa tendencia de sacar productos cada vez más avanzados y mejorados, siempre hay un interés económico. Antes, recordará la generación “boomer”, que una lavadora duraba décadas, o que un coche aguantaba la veintena de años como un campeón. El lapso entre cambios tecnológicos era mayor, y la gente se apañaba bastante bien, ahorrando algo de dinerillo. Sin embargo, el intervalo de la consecución de nuevas generaciones de electrodomésticos, aparatos informáticos y automóviles de hoy día, se ha reducido tanto, que como pestañees, tu móvil ya es un ladrillo, tu nevera es de los tiempos de Maricastaña, y tu coche es una tartana viejuna.

En términos de la pedagogía también han cambiado mucho las cosas a lo largo de los siglos. La forma de enseñar e instruir a las nuevas hornadas generacionales no tiene que ver prácticamente nada con la forma en la que se nos educaba en la época de la EGB, y ya ni hablamos de la educación de hace sesenta o setenta años atrás. La forma en la que se aborda la pedagogía en colegios, institutos y universidades es diametralmente opuesta a la de nuestros abuelos o padres. La enseñanza de valores también se ha transformado radicalmente en las aulas, así como el trato que el profesor dispensa a sus alumnos y viceversa.

Antes el maestro era una autoridad civil a la que debía mostrarse respeto, y hoy se ha convertido en un colega más al que ningunean y al que hacen menos caso que al que oye llover. Las estrategias de aprendizaje también son distintas, ni mejores ni peores. Antaño se escuchaba la manida y terrorífica frase de que “la letra, con sangre entra”, y hoy se prefiere dejar a su aire al pupilo, a ver si canta el gallo y pone interés en formarse. No cabe duda de que muchas novedades han ido introduciéndose en los centros formativos, y de que estilos didácticos del pasado han sido considerados inútiles, arcaicos, e incluso, aberrantes.

He aquí el problema de la pasión por la novedad en la enseñanza a todos los niveles morales, académicos y espirituales: el pensamiento de que lo que se hacía en el pasado, o que proviene de tiempos pretéritos, ya no vale un pimiento. Lo nuevo es lo mejor, lo nuevo es lo óptimo, lo nuevo desecha lo antiguo. A mi parecer esto supone un craso error por parte de aquellos que buscan innovar por innovar y de aquellos que olvidan las bondades de métodos pedagógicos anteriores. Sería caer en la equivocación de Roboam cuando pidió consejo sobre cómo gobernar Israel tras el reinado de su padre Salomón. Optar por una visión más joven e innovadoramente cruel, y despreciar la voz de la experiencia y de la sabiduría, solo puede desembocar en el fracaso y la tragedia.

Como muchos cristianos hacen, consciente o inconscientemente, en relación con los dos testamentos que componen nuestras Biblias, éstos se decantan por el Nuevo Testamento, porque habla de la gracia, de la cruz y de Cristo, y arrumban en un rincón polvoriento el Antiguo Testamento, otorgándole una validez testimonial y secundaria. No se dan cuenta de que la revelación progresiva de Dios en las Escrituras es la misma voz del Señor hablando a la humanidad en general, y al creyente en particular. Es una forma absurda de perderse las riquezas inconmensurables que el Antiguo Testamento guarda en sus páginas.

1. ¿ENTENDIDO?

Jesús, tras contar un montón de parábolas a sus discípulos y a la audiencia que lo seguía, quiere saber a ciencia cierta si todos han comprendido las enseñanzas que se disfrazan de historias comunes y cotidianas. De forma especial, desea y espera que sus más íntimos colaboradores hayan interiorizado el significado de cada narración y que hayan entendido la magna e impresionante naturaleza del Reino de los cielos. A lo largo de varios relatos sencillos, Jesús ha ido describiendo a qué se parece el Reino de Dios y la calidad de su esencia. Si el maestro de Nazaret hubiese comunicado cómo era este reino sin recurrir a las parábolas, seguramente hubiese visto bocas abiertas, miradas extrañadas y encogimiento de hombros. Jesús había descendido a lo más básico, entretenido e ilustrativo para alcanzar las mentes de personas de todo tipo: pobres, adinerados, pescadores, recaudadores de impuestos, fariseos, saduceos, gentiles y judíos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos. Ahora viene la pregunta del millón después de este esfuerzo táctico: Jesús les preguntó—¿Habéis entendido todas estas cosas? Ellos respondieron: —Sí, Señor.” (v. 51)

¿Qué quería decir Jesús cuando habla de entender? Según el DRAE, entender es “percibir y tener una idea clara de lo que se dice, se hace o sucede o descubrir el sentido profundo de algo.” En otras palabras, Jesús estaba preguntando a sus discípulos si tenían claras las implicaciones que cada parábola tenía sobre sus vidas, sobre la razón de su fe, sobre su misión evangelizadora y sobre sus esperanzas futuras. Entender no es un simple asentimiento intelectual o inclinar la cabeza en señal de que más o menos la cosa está clara. Entender implica fe y confianza en lo que se ha explicado. Entender es asumir lo que se ha enseñado a fin de cambiar y transformar criterios anteriores y esquemas mentales pasados. Entender es poner por obra cada lección dada y aceptar el reto de querer seguir sabiendo más del maestro, puesto que las bases ya han sido comprendidas.

Entender es ser consciente de que lo que se ha puesto en marcha en el pensamiento requiere de nuevas respuestas y reacciones, de un progreso espiritual que busque un conocimiento perfecto de lo que se ha percibido. Entender es localizar gozosamente el meollo de lo expuesto y compartir la asunción lograda con otros alumnos y discípulos. Visto el alcance de lo que Jesús quiere saber de sus aprendices en cuanto al Reino de los cielos, sus seguidores más inmediatos no solo le confirman lo aprendido, sino que, además, reconocen que Jesús es el Señor. Se someten por completo a su señorío y autoridad, por cuanto sus palabras son distintas de aquellos que solamente comentan los comentarios de otros comentaristas.

2. EXPERTOS GENEROSOS

Jesús escruta los rostros de aquellos que han contestado afirmativamente a su pregunta. ¿De verdad habían alcanzado la sabiduría y el discernimiento suficiente como para aprehender las verdades espirituales que acababa de transmitirles? Solamente hay que seguir leyendo el evangelio de Mateo para conocer la respuesta. El caso es que Jesús interpela a sus discípulos con una frase enigmática: “Él les dijo: —Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas.” (v. 52)

Cuando parecía que Jesús había terminado de contar parábolas, he aquí que aparece una nueva historia que han de desentrañar con el objetivo de saber qué hacer con el entendimiento que, supuestamente, han adquirido sobre el Reino de los cielos y sobre la figura mesiánica de su maestro. Entra en escena la persona de un escriba. Los escribas eran, fundamentalmente, personas altamente instruidas en la Torá, la ley de Moisés, que dedicaban la mayor parte de su tiempo a estudiarla y explicarla sistemáticamente. Eran contados entre los maestros de la Ley, y por lo general, pertenecían a la secta de los fariseos. Eran grandemente respetados por la ciudadanía y se les trataba como rabí en señal de reconocimiento.

Jesús añade un detalle significativo a este escriba: estaba versado de forma especial y particular en el tema del Reino de los cielos. ¿Estaba Jesús adjudicando a sus discípulos el título de escriba con esta comparativa? Tal vez. Si habían empapado sus meninges con las inspiradoras lecciones de Jesús sobre el Reino de los cielos, podrían llegar a ser comparados con un escriba docto en este tema. La diferencia estribaría en que no habían llegado a este nivel de entendimiento de forma profesional, sino que habían alcanzado esta perspicacia espiritual en virtud de la obra de Dios en sus mentes y corazones.

Jesús está queriendo decir a sus aleccionados colaboradores en la expansión del evangelio que deben aprender, desde su sabiduría espiritual, a ser humildes y solidarios en la gestión de lo que acaban de recibir de parte de Dios. Han de encontrar en la figura de un padre de familia que cuida de su familia y educa a sus hijos, la idea de que aquello que ahora llena sus almas en lo concerniente al Reino de Dios, debe ser compartido con el resto de los mortales. Deben comprender que el evangelio que ha de ser predicado a todas las naciones es como un cofre o tesoro que se halla escondido en el hogar, que es abierto para extraer de éste cosas nuevas y cosas viejas.

Guardar para consumo personal, con la avaricia de saberse en poder de algo magnífico y valioso, el tesoro del descubrimiento de la naturaleza imparable del Reino de los cielos, sería signo de que no se ha entendido el mensaje que Jesús ha entregado a estos hombres. Han recibido por gracia una comprensión especial de la dimensión espiritual que les rodea, que les impulsa y que alcanzará su máximo esplendor en el porvenir, y ahora deben actuar graciosamente en el reparto de esta fortuna recién encontrada.

3. NUEVO Y VIEJO SON UNA MISMA COSA

Además, es curioso comprobar que Jesús habla de dos clases de tesoros encerrados en la caja fuerte del hogar. Cosas nuevas como la gracia de Dios, su encarnación en Cristo, el advenimiento del Espíritu Santo sobre toda carne, la resurrección de los santos, el fin de las barreras de género, estatus social y etnia, se reúnen como una sola misma cosa junto a las cosas viejas que hallamos en el Antiguo Testamento, como es la Ley de Dios, el arrepentimiento y perdón de pecados, la liberación de la opresión y la injusticia, la fidelidad al Señor y el combate contra la idolatría y el adulterio espiritual.

No podemos desnudar a un santo para vestir a otro. Todo forma parte del mismo tesoro de incalculable valor que Dios nos ofrece desde su revelación en las Escrituras. Los oídos de muchos de los que rodeaban a Jesús en sus predicaciones y clases magistrales parecían escuchar novedades que se ajustaban mejor a sus necesidades y a sus anhelos y preocupaciones. Por eso comparaban los discursos de los maestros de la ley con aquellos mensajes que Jesús publicaba, y eran capaces de ver la diferencia abismal que había entre ellos.

Sin embargo, Jesús se empeñaba en hacer ver a quienes bebían de sus palabras que las novedades que parecían percibir, no eran ni más ni menos que la auténtica y fidedigna interpretación de aquello que parecía lejano en el tiempo. Jesús ya lo dijo en una ocasión anterior: “No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir, sino a cumplir.” (Mateo 5:17) Jesús, como buen padre de familia y como experto escriba especializado en el Reino de los cielos, sabía cómo extraer de lo antiguo cosas nuevas, no por el hecho de inventar algo fuera de lo que ya estaba establecido, sino por el hecho de entresacar la verdadera y genuina interpretación que subyacía en lo viejo, y presentarlo de formas nuevas, ilusionantes y ajustadas a las necesidades del auditorio. Los discípulos deben tomar nota de estos ejemplos en orden a parecerse a Jesús, al padre de familia y al docto escriba.

El entendimiento de la realidad espiritual del Reino de los cielos que tú y yo hemos de tener ni puede ser simplemente una “cabotá” ante una enseñanza superficial y facilona de lo que es el evangelio y Cristo, ni ha de ocultarse en un lugar recóndito de nuestra mente. Cuando entendemos de verdad lo que implica ser agentes del Reino de los cielos y buscadores sinceros de las profundidades de éste, entonces renunciamos al orgullo de conocer las honduras del mensaje de Cristo, para ser solidarios, generosos y desprendidos a la hora de enseñar a otros la fantástica y maravillosa dimensión de la misión cristiana.

Nosotros tenemos una ventaja que no tuvieron los primeros discípulos de Cristo: tenemos toda la revelación especial de Dios en nuestras manos y al Espíritu Santo guiándonos en todo aquello que aprendemos de ésta en referencia al Reino de los cielos. ¿Por qué no aprovechamos el privilegio que se nos ha dado de entender las interioridades de este reino y de su mensaje primordial, y lo damos a conocer a cuantas personas se crucen en nuestro camino? ¿Qué nos lo impide? ¿El orgullo espiritual o la vergüenza y el temor a lo que el mundo nos llame?

CONCLUSIÓN

Si Jesús te hace la misma pregunta que realizó a sus discípulos, sobre si has entendido el auténtico significado de ser hijos del Reino de los cielos, ¿qué contestarás hoy? ¿Dirás un rotundo “sí” desde el convencimiento de que vives coherente y activamente en la realidad espiritual del Reino de Dios? ¿O bajarás tu rostro en señal de que todavía no has asimilado correctamente lo que implica ser agente del Reino de los cielos y servir a Cristo de forma integral y misionera?

Espero que puedas decir que “sí” a Cristo y así servir como canal en la extensión de su reino. Pero si no tienes una respuesta para él, medita en la Palabra de Dios, ruega al Espíritu Santo que te dirija en su estudio y adquiere el entendimiento que te falta para alcanzar a otros con el plan de salvación de Dios.

Y no te dejes llevar por el brillo deslumbrante de lo novedoso, dejando a un lado lo antiguo. Lo nuevo perfecciona lo antiguo solamente cuando se entiende que ambas cosas son la misma cosa.



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