LA PUERTA DEL CIELO


SERIE DE ESTUDIOS SOBRE GÉNESIS “JACOB EL SUPLANTADOR”

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 28:10-22

INTRODUCCIÓN

Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha necesitado erigir templos o localizar ubicaciones sagradas con tal de conectarse con la divinidad o las dimensiones espirituales. A lo largo de la historia la humanidad ha ido construyendo localizaciones sagradas desde las cuales establecer un nexo entre el cielo y la tierra. En el ámbito arqueológico y arquitectónico tenemos muestras más que suficientes de esta expresión religiosa. Tenemos los zigurats de Mesopotamia, cuyas edificaciones imponentes eran llamadas “etemenanki”, palabra sumeria que significaba “fundación del cielo y la tierra”; la figura mitológica del Bifröst escandinavo, una suerte de camino de arco iris que unía Midgard, esto es, el mundo terrenal, con Asgard, el reino de los dioses; la bajada de Kukulkán, dios de las cosechas, a los templos mayas; la piedra Intihuatana de los incas donde se decía que se amarraba el dios Sol; y ya en Asia, el templo de Angkor Wat, dedicado a Visnú, que fue ideado como símbolo del Monte Meru, o Morada de los Dioses. Y ya en el plano cristiano, los chapiteles de las iglesias católicas también simbolizan la unión de cielo con la aguja que remataba dichos chapiteles. Como vemos, no ha habido cultura o civilización que no haya pensado en comunicarse con los cielos a través de construcciones espectaculares y asombrosas.

Esta inquietud, que siempre existirá aun a pesar de la progresiva ateización y secularización de las sociedades contemporáneas, también tuvo su réplica en los tiempos bíblicos. Recordamos la torre de Babel que ansiaba rascar la panza de las nubes y llegar hasta las moradas celestiales, y el modo en el que el Señor castigó esta empresa delirante, y también traemos a la memoria los tiempos en los que Abram vivía en Ur de los caldeos, y la adoración en zigurats de la diosa lunar Sin. Más tarde, y ya en territorio cananeo, habremos de reconocer en los lugares boscosos con árboles de altas copas, emplazamientos sagrados en los que los habitantes de estas tierras recibían los oráculos de los dioses. Más adelante, leeremos acerca de lugares altos, de montes y oteros que simbolizaban también ese enlace entre los cielos y la tierra, así como de montañas como la del Sinaí o el Carmelo. Esta manifestación religiosa era ampliamente conocida por todos los coetáneos de Abraham, Isaac y Jacob.

1. UN ALTO EN EL CAMINO

Dejamos a Jacob caminando en solitario rumbo a Harán, la tierra de sus parientes por parte de madre. Eludiendo el peligro inminente de muerte a causa de su suplantación fraterna, Jacob pone pies en polvorosa e inicia una ruta arriesgada y con altas probabilidades de asaltos, robos y ataques de fieras salvajes. Normalmente, cuando alguien decidía recorrer una distancia tan larga como la que Jacob tenía por delante, solía hacerlo en compañía de caravanas numerosas. Solo así era posible arribar al destino de una pieza. Sin embargo, Jacob no tiene esta posibilidad, y tendrá que valerse por sí mismo si las cosas se ponen feas. Imaginemos lo que sería viajar 800 kilómetros sin GPS, sin un medio de locomoción mecánico y sin hoteles donde pernoctar. Jacob debía estar preparado para pasar semanas entre el polvo del camino, las tormentas a la intemperie, y las solanas inmisericordes, sin contar con lo que pudiese encontrarse en lo más agreste de su ruta. Pero ahí lo hallamos, determinado en hallar un lugar en el que poder olvidar el odio de su hermano y en el que reconstruir su vida: “Jacob, pues, salió de Beerseba y fue a Harán.” (v. 10)

A unos cien kilómetros de su destino, Jacob decide acampar para pasar la noche y para descansar sus lacerados pies: “Llegó a un cierto lugar y durmió allí, porque ya el sol se había puesto. De las piedras de aquel paraje tomó una para su cabecera y se acostó en aquel lugar. Y tuvo un sueño: Vio una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo. Ángeles de Dios subían y descendían por ella.” (vv. 11-12) En principio no se nos dice nada sobre el lugar de su reposo. Cuando el atardecer ya daba paso al anochecer, y en vista de que de noche uno podía toparse con cualquier clase de alimaña o bandolero, Jacob deja su petate en tierra y, tras comer algo y beber agua fresca de su odre, busca una almohada pétrea sobre la que recostar su cabeza. Nosotros que usamos almohadas hipoalergénicas y viscoelásticas, nos veríamos en un apuro durmiendo sobre una piedra desnuda toda la noche. Dada la fatiga que atenazaba su cuerpo, no tardó en caer rendido en brazos de Morfeo. ¡Qué bien sienta un sueño reparador tras una jornada dura y agotadora!

En esto, una visión onírica irrumpe en su fase REM. Ante nosotros se nos describe una escalera. No era una escalera simple de madera, como la que usamos para subir a lugares altos de la casa. Era una auténtica escalinata de mampostería más propia de un zigurat babilónico, con una altura que se adivinaba infinita. Por esta escalinata, millares de ángeles subían de la tierra al cielo, y descendían del cielo a la tierra, en una vorágine de actividad continua y vertiginosa. Jacob estaba siendo testigo en sueños de una realidad espiritual e invisible que todavía hoy no somos capaces de percibir a causa de nuestras limitaciones sensoriales: la actividad celestial sobre el plano terrenal. El escritor de Hebreos resume esta intensa actividad angélica en estos términos: “¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?" (Hebreos 1:14) Es importante recuperar aquí las palabras de Jesús sobre la misión de estos seres celestiales durante su ministerio: “—De cierto, de cierto os digo: Desde ahora veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre.” (Juan 1:50-51) Poder contemplar, aunque fuese a través de un episodio visionario, este ajetreo angelical, era una señal inequívoca de que Dios quería hablar a Jacob sobre el porvenir que le aguardaba.

2. UNA VISITA INESPERADA

En lo más alto de la escalera, Dios recibía y enviaba a sus siervos celestes: “Jehová estaba en lo alto de ella y dijo: «Yo soy Jehová, el Dios de Abraham, tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente, pues yo estoy contigo, te guardaré dondequiera que vayas y volveré a traerte a esta tierra, porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho.»” (vv. 13-15) La voz tonante de Dios resuena en la mente de Jacob como un trueno poderoso. El comienzo del parlamento divino requiere de la identificación de aquel que habla. Jacob está ante el Dios de sus padres, el “Yo Soy”, el Eterno, aquel que ha bendecido a sus ancestros con maravillosos beneficios, aquel que ha infundido vida en los úteros infructuosos, aquel que ha provisto de todo lo necesario y de mucho más a su familia. Jacob no está en presencia de una divinidad local o de una entidad cananea. El Dios del cual siempre escuchó hablar a su padre Isaac ahora está comunicándose personalmente con él.

Dios dispone de un amplio abanico de promesas que ofrecer a Jacob. A pesar de que éste era un suplantador, un timador y un manipulador, el Señor ha depositado sobre él el peso de un linaje santo y escogido para salvación y bendición de las naciones. Dios promete a Jacob y a toda su estirpe la posesión del lugar en el que recuesta su testa, y por añadidura, toda la familia que surgirá de su simiente será numerosísima, abarcando naciones y territorios sin límites. Su nombre será símbolo de salvación y redención para toda la tierra, sobre todo cuando de su casa saldrá el Mesías, aquel que brindará la oportunidad a todo el mundo de reconciliarse con Dios a través suyo. La providencia divina acompañará a Jacob a lo largo de su existencia comenzando desde ese instante en el que sueña con Dios. La mano protectora del Señor evitará que sea dañado o amenazado por cualquier clase de enemigo, lo librará de cualquier peligro que surja en su andadura.

Además, el Señor no se olvida de prometerle que volverá de nuevo a su casa para poder estar junto a su padre en sus últimos momentos de vida. Por último, Dios expresa una idea preciosa e inspiradora, tanto para Jacob como para nosotros hoy día: Dios no nos desampara hasta que cumple su propósito en nosotros. Esta declaración de intenciones de Dios nos emplaza a aquellas palabras de Pablo sobre los propósitos del Señor para nuestras vidas en Cristo: “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.” (Filipenses 1:6) Mientras nos mantengamos dentro de la voluntad de Dios, y mientras el Señor tenga planes para nuestras vidas, seguiremos siendo perfeccionados y usados por el Espíritu Santo en aquello que sea menester para su honra y gloria.

Después de escuchar claramente la intervención divina en su mente, Jacob no sale de su asombro: “Cuando Jacob despertó de su sueño, dijo: «Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía.» Entonces tuvo miedo y exclamó: «¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios y puerta del cielo.»” (vv. 16-17) ¡Es curiosa la manera en la que Jacob se expresa tras su primera teofanía! Tal vez su descubrimiento de que Dios no se circunscribía a un lugar concreto y a un área de acción limitado por fronteras humanas, se debía precisamente a la asunción de aquellos tiempos y de la cultura religiosa imperante del mundo conocido, de que los dioses eran entes regionales que estaban obligados a respetar la de los otros dioses. Para Jacob, Jehová solamente podía operar en su circunscripción familiar y fuera de ella no tenía poder. Sin embargo, esta concepción de Dios salta por los aires cuando recibe esta teofanía tan vívida y estremecedora, repleta de detalles y promesas sumamente nítidas. Esta verdad lo sumió en un temor sobrecogedor. Creyendo que estaba desamparado al dejar su casa y fuera del alcance del Dios de su padre, ahora ya era consciente de que Dios traspasaba fronteras y de que éste tenía un plan de salvación que abarcaba a toda la humanidad conocida y por conocer.

A fin de recuperarse de esta impactante noticia acerca de Dios, Jacob resuelve demostrar su cambio de paradigma religioso y divino. Lo hace a través de una declaración exclamativa que comunica lo sagrado de la conexión que une la tierra con el cielo. Está en tierra santa y su miedo le lleva a pensar en que ha de hacer algo para constatar esta realidad. Para ello, primero inicia esta transformación espiritual afirmando algo especialmente hermoso y terrible a la vez. El lugar sobre el que está es un emplazamiento extraordinariamente bendito, ya que, no solamente es la casa de Dios, es decir, el lugar donde Dios ha establecido su morada y lugar de adoración y operaciones, sino que además es la puerta del cielo, esto es, una ubicación geográfica específica en la que Dios se comunica con el ser humano a través de seres angélicos que sirven a sus designios eternos. Es como un cuartel general de los cielos desde el que el Señor interactúa con sus criaturas terrestres, desde el que provee a sus hijos de la ayuda necesaria, desde el que es posible encontrarse cara a cara con el Eterno de los siglos. Jacob, anonadado por este descubrimiento espiritual, se postra humillado ante Dios mientras contempla la miríada de estrellas del firmamento.

3. UN VOTO DE CONFIANZA

Todavía arrobado ante lo que acaba de sucederle en sueños, Jacob pone manos a la obra para señalizar debidamente el lugar en el que Dios se le ha manifestado de una forma tan gloriosa y hermosa: “Se levantó Jacob de mañana, y tomando la piedra que había puesto de cabecera, la alzó por señal y derramó aceite encima de ella. Y a aquel lugar le puso por nombre Bet-el, aunque Luz era el nombre anterior de la ciudad.” (vv. 18-19) Ya repuesto de la gran sorpresa nocturna, Jacob se despereza, y antes de tomar un bocado que lo anime en el trayecto que le queda por delante, decide erigir un monumento sencillo que recuerde que la presencia de Dios traspasó las fronteras de lo que le era conocido y querido. La misma piedra que Jacob había empleado como almohada improvisada es colocada en alto y sobre ella derrama aceite en una suerte de unción sagrada. Esta unción adivinaba el reconocimiento de que Dios era Señor de la tierra y de los cielos, de que lo mejor debía ofrendarse a Él. Ahora sí aparece el auténtico nombre del lugar en el que había hecho noche: Luz. Este nombre significa “almendro” y determinaría una ciudad anterior a Bet-el, que con el paso del tiempo sería fagocitada por esta última. Jacob rebautiza Luz con el término Bet-el, o “casa de Dios,” reafirmando su declaración tras el sueño teofánico. Bet-el sería, de aquí en adelante, uno de los centros de adoración más importantes para los descendientes de Jacob.

Antes de reemprender su viaje, Jacob no quiere simplemente levantar un túmulo recordatorio de su encuentro con Dios, sino que, de forma solemne y sincera desea realizar una promesa también al Señor en forma de voto: “Allí hizo voto Jacob, diciendo: «Si va Dios conmigo y me guarda en este viaje en que estoy, si me da pan para comer y vestido para vestir y si vuelvo en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal será casa de Dios; y de todo lo que me des, el diezmo apartaré para ti.»” (vv. 20-22) Jacob recoge el guante que el Señor le ha tirado, y emplaza su adscripción a la adoración del Dios de Bet-el al cumplimiento de las promesas que Dios ha enumerado en su discurso onírico.

Si Dios lo acompaña y lo libra de cualquier mal en su ruta a Harán, si su provisión se hace efectiva en la dura travesía que le aguarda en forma de alimentos y ropajes, y si logra retornar a su hogar con bien para volver a ver a sus padres con vida, Jacob habrá comprendido que Dios habrá estado tras cada detalle de su existencia. Algunos pueden pensar que Jacob no es que tuviese una gran fe en Dios en estos instantes, puesto que condiciona su seguimiento y adoración a la consumación de las promesas divinas. Entendamos que este es el principio de una fe que irá desarrollándose, que progresará hasta alcanzar cotas impresionantes y que alcanzará su madurez a través de las distintas experiencias por las que tendrá que pasar hasta lograr ser una auténtica nación.

Todos hemos pasado por momentos en los que en primer lugar hemos escogido ver qué es lo que puede hacer Dios por nosotros antes de comprometernos. Y cuando el Señor ha cumplido fehacientemente sus promesas, no nos ha quedado más remedio que rendirnos ante Él en gratitud y sometimiento. Dios conoce nuestros pensamientos y nuestras intenciones, y comprende que nuestras dudas y un atisbo de escepticismo necesitan ser contrastados con las mil formas que Él tiene de darnos respuestas y derribar cualquier muralla que nos impida confesarlo como Señor y Salvador nuestro. Conocemos a personajes bíblicos como Gedeón o Natanael, que empezaron poniendo en tela de juicio a Dios, y que posteriormente le sirvieron poderosa y comprometidamente.

CONCLUSIÓN

Jacob tuvo la experiencia increíble de encontrarse con Dios en uno de sus instantes más críticos, y de ahí en adelante irá construyendo su fe y su confianza en el Altísimo. El Señor, al igual que a Jacob, nos ha inundado de promesas fieles y esperanzadoras por medio de sus Escrituras. ¿Habéis contado alguna vez cuántas promesas nos ofrece el Señor en su Palabra? Algunos hablan de 3565 promesas que Dios da a sus hijos. Las hay de todas las clases y colores y son para cada uno de nosotros. Únicamente hay que hacerlas nuestras por fe y ser obedientes a Dios. Como iremos viendo a partir de este capítulo de Génesis, Jacob fue testigo de excepción de esta realidad espiritual en su vida, tanto en los buenos ratos como en los malos.

Jacob ve pasar los días y las semanas sin nada que impida su avance hasta Harán. ¿Qué le aguardará en la casa de su tío Labán? ¿Encontrará lo que busca? ¿O recibirá alguna que otra sorpresa inesperada? Todo esto, y mucho más, en nuestro próximo estudio sobre la vida de Jacob.



Comentarios

Entradas populares