AMAR CUESTA


SERIE DE ESTUDIOS SOBRE GÉNESIS “JACOB EL SUPLANTADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 29:1-30 

INTRODUCCIÓN 

       Encontrar al amor de tu vida no siempre es sencillo. Muchos de nosotros hemos tenido que relacionarnos con distintas personas, hemos sufrido algún que otro desengaño, y hemos besado a más sapos que ranas, a fin de alcanzar a conocer a nuestra media naranja. Si cada uno de nosotros contase su propia historia sentimental y romántica, seguro que habría un buen porcentaje de personas que no recibieron ese flechazo instantáneo que los condujo a la persona que los iba a acompañar de por vida. A veces, uno le tira los tejos a la persona de la que se ha enamorado, y, sin embargo, el objeto del amor puede que no responda a las expectativas creadas, o que éste decida que no eres su tipo. Otras veces, surge la chispa durante un tiempo determinado, y luego ésta se apaga paulatinamente cuando la convivencia y el roce empiezan a dejar ver el auténtico yo de cada uno. Y en otras ocasiones, el fuego de la pasión es atemperado por el compromiso serio de un futuro compartido, y entonces, ya has hallado a la persona perfecta con la que pasar el resto de la existencia, pase lo que pase, y cueste lo que cueste. 

      Las relaciones interpersonales no tienen una matemática definida, ni un logaritmo que adivine el grado de afinidad entre dos seres humanos, ni una fórmula concluyente que propicie la unión de dos almas sin ningún tipo de problema o crisis. Hay tantas realidades afectivas y sentimentales como parejas en el mundo. Llegamos a conocer a la persona que nos roba el corazón en mil y una circunstancias diversas, en contextos muy distintos y hasta el modo en el que desarrollamos la relación es diferente en todos los casos. Puede que existan una serie de patrones más o menos generales, pero cada pareja escribe su propia historia. En muchos casos, lograr que una persona hacia la que mostramos cierta simpatía platónica se interese por nosotros también, puede convertirse en una auténtica odisea. Ahí entra el proceso del galanteo, del agasajo y del cortejo. Estos procesos pueden ser sencillos y rápidos, pero en otros supuestos, puede que requiera de esfuerzo, sacrificio y renuncia con tal de alcanzar el balcón espiritual y amoroso de la otra persona, y así iniciar un noviazgo y un compromiso firmes y sensatos. 

1. LLEGAR Y BESAR EL SANTO 

      A Isaac le fue bien en este aspecto. Su padre Abraham envía a su siervo a Harán para hallar esposa para su hijo, y la providencia divina hace que, nada más llegar a la tierra de la familia de su señor, encuentre a Rebeca de buenas a primeras. Isaac no tiene ni siquiera que desplazarse para enamorarla o para solicitar su mano al padre de Rebeca. Este es un proceso sentimental rápido y prácticamente sin complicaciones de ningún tipo. No obstante, en lo que respecta a Jacob, la cuestión va a ser bastante peliaguda y compleja.  

      Recordamos a Jacob rumbo a Harán, y haciendo una parada en Bet-el, lugar en el que es testigo de una epifanía onírica y de un pacto solemne delante de Dios en el que éste le promete su presencia, protección y provisión de ahora en adelante. Tras responder a Dios y construir un altar conmemorativo de su encuentro con el Dios de sus ancestros, retoma su trayecto, y lo hace con pies mucho más ligeros: Siguió luego Jacob su camino y fue a la tierra de los orientales. Vio un pozo en el campo y tres rebaños de ovejas que yacían cerca de él, porque de aquel pozo abrevaban los ganados; y había una gran piedra sobre la boca del pozo. Cuando se juntaban allí todos los rebaños, los pastores corrían la piedra de la boca del pozo y abrevaban las ovejas; luego volvían la piedra a su lugar sobre la boca del pozo.” (vv. 1-3) 

       Al consignar su llegada a destino, entendemos que el Señor cuidó y respaldó a Jacob en todos los altos que tuvo que hacer para descansar, en las encrucijadas y en aquellos parajes en los que las bestias salvajes o los bandoleros rapaces solían actuar. Cuando ya entra dentro de los territorios orientales en los que Harán estaba ubicado, Jacob se topa con un pozo y tres rebaños de ovejas que pacen, mientras el resto de rebaños de los lugareños llegan y así pueden retirar una piedra enorme que se usaba para evitar que el agua fuese contaminada o el pozo fuese cegado por malhechores. Era la estampa de la tranquilidad, del descanso y de la refrescante provisión de Dios en forma de manantial. Allí estarían los pastores, guarecidos bajo la sombra de algún árbol, charlando animadamente entre sí, mientras echaban un ojo a sus ovejas. Sabiendo que a las ovejas no les gustaba nada el agua corriente y ruidosa de los torrentes, del pozo seguramente se abrirían varios abrevaderos de longitudinales por los que los pastores depositarían en baldes el líquido elemento, y de este modo, el ganado podría acceder al agua sin que se acelerasen sus tiernos corazones. 

      Jacob se acerca al grupo pastoril a fin de conocer su ubicación exacta y averiguar si éstos conocían a Labán, su tío: “Jacob les preguntó: —Hermanos míos, ¿de dónde sois? —De Harán somos —respondieron ellos. —¿Conocéis a Labán hijo de Nacor? —volvió a preguntar. —Sí, lo conocemos —respondieron. —¿Está bien? —insistió Jacob. —Muy bien —dijeron los pastores—. Mira, ahí viene su hija Raquel con las ovejas.” (vv. 4-6) Los pastores confirman a Jacob que su puerto está cercano. Harán está a la mano, y solamente necesita saber algo más del estado de su familia materna. Al interrogar a los pastores éstos afirman conocer a Labán, e incluso le informan de que se halla bien de salud y que sus negocios van viento en popa a toda vela. Y justo cuando acaban de pronunciar estas palabras, en el horizonte se recorta la silueta de una doncella guiando a su propio rebaño. Los pastores, acostumbrados a ver a esta chica, la reconocen en la distancia. Es Raquel, una de las hijas de Labán, y encargada de abrevar a su rebaño cada día, algo que contrasta con los pastores varones que hablaban con Jacob. 

      Al escuchar quién era esta damisela, Jacob se afana en despachar a los pastores, con el objetivo de encontrarse lo antes posible con una de sus primas hermanas, y hallar descanso para él en el hogar de su familia: “Él dijo: —Es aún muy de día; no es tiempo todavía de recoger el ganado. Abrevad las ovejas e id a apacentarlas. Ellos respondieron: —No podemos, hasta que se junten todos los rebaños y se remueva la piedra de la boca del pozo. Entonces daremos de beber a las ovejas. Mientras él aún hablaba con ellos, Raquel vino con el rebaño de su padre, porque ella era la pastora. Y sucedió que cuando Jacob vio a Raquel, hija de Labán, hermano de su madre, y las ovejas de Labán, el hermano de su madre, se acercó Jacob y removió la piedra de la boca del pozo, y abrevó el rebaño de Labán, hermano de su madre. Luego Jacob besó a Raquel, alzó la voz y lloró. Jacob le contó a Raquel que él era hermano de su padre e hijo de Rebeca, y ella corrió a dar la noticia a su padre.” (vv. 7-12) Jacob desea acelerar el proceso habitual de abrevar las ovejas, e impele a los pastores a que no esperen al resto, a que levanten la piedra del brocal del pozo y den de beber a sus rebaños, y así aprovechar el día para que pasten en los lugares de verde hierba.  

      Los pastores, que no tenían prisa por conducir sus ovejas a comer y a beber, corrigen a Jacob con la excusa de la tradición y del uso consuetudinario. Pero Jacob, ni corto ni perezoso, con toda la fuerza que puede reunir, levanta la gran piedra que tapaba el pozo, y se arremanga para facilitar que el rebaño de Raquel beba sin tener que esperar al resto de pastores. Jacob, todavía sudando a causa de su arranque frenético, se acerca a Raquel para presentarse y saludarla con un beso, señal de familiaridad y de gratitud a Dios por haberlo traído con bien a su destino. Tal era su necesidad de encontrar a su familia materna, que está loco de contento, su voz se alza en medio de la serenidad del paisaje, y las lágrimas de emoción brotan como un río incontenible. Todos sabemos que esto es parte de lo que podemos sentir en un momento dado en el que, después de atravesar montañas, sortear obstáculos y remover piedras enormes, alcanzamos nuestros sueños y deseos. Damos rienda suelta a nuestras emociones, sabiendo que todo por lo que pasamos quedó atrás, y hemos conseguido lo que buscábamos con tanta pasión y ahínco. En cuanto Raquel es consciente de este bendito encuentro, corre como una gacela a su hogar para anunciar las buenas noticias. 

2. EL AMOR CUESTA TRABAJO 

      En cuanto Labán escucha de la llegada de su sobrino, abre las puertas de su hogar de par en par. La hospitalidad oriental muestra aquí su máxima expresión: “Cuando Labán oyó las noticias de Jacob, hijo de su hermana, corrió a recibirlo y lo abrazó, lo besó y lo trajo a su casa. Entonces él contó a Labán todas estas cosas. Y Labán le dijo: —Ciertamente eres hueso mío y carne mía. Y estuvo con él durante un mes.” (vv. 13-14) La bienvenida fue apoteósica. Después de años y años sin poder verse, Labán y Jacob se abrazan como si se conocieran desde siempre. El cariño y la recepción tan calurosa que prodiga Labán es signo de la importancia nuclear de los lazos sanguíneos y familiares en la cultura de aquella época y de aquellos territorios orientales. “Tu casa es mi casa,” parece decirle Labán a Jacob, mientras sus sirvientes lavan sus pies polvorientos, le ungen con aceite aromático y le invitan a despojarse de sus mugrientas y sucias vestiduras.  

       ¿Sabéis el suspiro que muchos de nosotros damos cuando llegamos a casa después de un largo viaje o de una prolongada estancia en otros lares? Pues es ese gemido de satisfacción, de tranquilidad y de comodidad el que sintió Jacob al poner pie en el umbral de la morada de su anfitrión y tío. A fin de que Jacob pudiese recobrarse de su larga travesía, y así también poder ponerse al día sobre muchísimas cosas que habían pasado desde que Rebeca, su hermana, se marchase para casarse con Isaac, Labán deja que los días pasen. Sin apenas darse cuenta, se cumple un mes desde que llegase Jacob, y ya es hora de marcar cuáles serán los planes que Labán y Jacob tienen con respecto al futuro. 

       Labán, siendo consciente de que su sobrino iba a estar una buena temporada en su hogar, propone a Jacob un trato en lo referente a su trabajo en medio de ellos. Labán era una persona ciertamente muy práctica, y como veremos más adelante, era más listo que los ratones colorados: “Entonces dijo Labán a Jacob: —¿Por ser tú mi hermano me vas a servir de balde? Dime cuál ha de ser tu salario. Labán tenía dos hijas: el nombre de la mayor era Lea, y el nombre de la menor, Raquel. Los ojos de Lea eran delicados, pero Raquel era de lindo semblante y hermoso parecer. Jacob amó a Raquel, y dijo: —Yo te serviré siete años por Raquel, tu hija menor. Labán respondió: —Mejor es dártela a ti que a otro hombre; quédate conmigo. Así sirvió Jacob siete años por Raquel; y le parecieron como pocos días, porque la amaba.” (vv. 15-20)  

      “Vamos a ver, sobrino. Ya veo que, como señal de gratitud por haberte acogido como si fueras mi propio hijo, estás trabajando sin cobrar nada. No me gusta aprovecharme de mi carne y de mi sangre, y creo que podríamos ajustar alguna clase de salario para que vayas ahorrando. En cualquier momento vas a querer fundar una familia y vas a necesitar de un buen capital personal,” parece querer decir Labán a Jacob. Esta actitud le honra, no cabe duda, puesto que podría haber aprovechado la fuerza de trabajo de su sobrino, como compensación por el techo y la comida que éste le proveía. 

      Jacob, que ya parecía tener en mente lo que de verdad le pedía el corazón, no va a solicitar a su tío dinero o alguna clase de retribución en especie. El autor de Génesis expone aquí una aclaración para valorar el sentido de la propuesta salarial de Jacob. Labán tenía dos hijas: la mayor, Lea, que significa “cansada,” la cual tenía como atractivo físico unos ojos preciosos y delicados, pero nada más; y la menor, Raquel, cuyo nombre significa “oveja de Dios,” y que es la que había prendado el alma de Jacob con un abanico más amplio de virtudes físicas: un rostro armonioso y bello, así como una prestancia y elegancia innatas.  

     No sabemos si su primer encuentro en el pozo fue el detonante de este aprecio, o fue su trato cotidiano, pero lo cierto es que, si tenía que escoger a una de sus primas, elegiría a Raquel de todas, todas. Jacob le dice a Labán que no necesita dinero, y que dará lo mejor de sí mismo laboralmente hablando, si le concede la mano de su hija Raquel. Aunque está feo, al menos en nuestra cultura occidental y en nuestra época contemporánea, Jacob valora el amor que siente por Raquel en siete años de trabajo para Labán. Esto era muchísimo en términos económicos si nos atenemos a lo que se percibía diariamente como pastor en esos tiempos. Esto nos da la medida del amor tan intenso que Jacob profesaba por Raquel, y es que, el amor cuesta. Labán, viendo el gran negocio que iba a realizar, acepta el trato, y ya se frota las manos.  

       Lo hermoso de este amor de Jacob por Raquel, es que constató la teoría de la relatividad del tiempo. Siete años fueron siete días para él, porque su corazón estaba tan lleno de amor por Raquel que se le hicieron muy cortos. ¿No nos ha pasado esto alguna vez? ¿No vuela el tiempo cuando estábamos cerca de nuestra pareja en los tiempos del noviazgo? Una tarde entera se nos antojaba una sola hora, y cuando teníamos que estar lejos en el tiempo de nuestro amor, la eternidad caía sobre nuestros hombros de forma angustiosa. Jacob, viendo cada día a su amada, comiendo con ella, charlando en los momentos libres de que disponía, contemplaba el paso de los días y los meses como si de minutos se tratase. Además, siete años dan para conocerse mejor, para descubrir la complicidad que va construyendo un porvenir lleno de sueños, y para consolidar el afecto entre ambos. A diferencia de su padre Isaac, Jacob iba a tener que ganarse el respeto de Labán con el sudor de su frente, y el cariño de Raquel a golpe de ejemplaridad en la vida del día a día. Es precioso comprobar cómo ese amor que Jacob sentía hacia Raquel era correspondido, y que se vio incrementado conforme el tiempo pasaba. 

3. DOS BODAS POR EL PRECIO DE UNA 

       Al fin, los siete años se cumplen, y Jacob, deseoso de unir su vida a la de Raquel en el marco matrimonial, solicita audiencia de su tío Labán para recibir su salario: “Un día dijo Jacob a Labán: —Dame mi mujer, porque se ha cumplido el plazo para unirme a ella. Entonces Labán juntó a todos los hombres de aquel lugar y ofreció un banquete.” (vv. 21-22) Jacob estaba que no cabía de gozo. El día ansiado había llegado. Labán escucha atentamente a Jacob, y en buena ley, recuerda el pacto y reconoce su obligación de darle la mano de Raquel. Labán le dice a Jacob que deje la organización del evento conyugal en sus manos. Él se encargará del banquete, de invitar a todos sus vecinos, de encontrar al sacerdote que oficiará este enlace, y de cuidar de cada detalle para que todo sea perfecto. Jacob se deja llevar por la generosidad de su tío y solamente queda a la espera del día más especial de su vida.  

      Cuando llega la noche de inicio de la fiesta matrimonial, Jacob, vestido como un auténtico príncipe, con una guirnalda floral en su cabeza, un cinto de seda irisada, y unas sandalias repletas de adornos listados, camina con su séquito de amigos hacia el lugar en el que su futura esposa está siendo vestida y arreglada para la ocasión. Las maquilladoras habían logrado un efecto marmóreo en el rostro de la doncella, y las guedejas de su largo cabello se había ornado con perlas brillantes. Su laborioso vestido de boda se hallaba repleto de joyas y piedras preciosas que habían pertenecido a su madre y abuela. Un perfume embriagador saturaba la estancia, y la novia era coronada como una princesa a la espera de su amado. 

      Jacob llama a la puerta, y toma de la mano a su futura esposa para conducirla al lugar de la fiesta y el banquete, mientras una gran procesión los acompaña en el trayecto. Con la melena al viento, la novia llevaba un velo que impedía que su rostro fuera contemplado por el novio. Los parientes de Raquel repartían mazorcas de maíz a los niños que correteaban en torno a la comitiva nupcial, y unos músicos tañían sus instrumentos de cuerda, y tocaban los tambores que anunciaban el paso de los novios. Algunos amigos de Jacob danzaban riendo delante y detrás de ellos como señal de gozo y alegría. Cuando llegan al lugar en el que se van a desposar, todos, familiares y amigos se deshacen en parabienes y bendiciones para con la pareja. Jacob, exultante y embargado por la emoción, ha luchado mucho porque esta jornada sea inolvidable. ¡Qué gran experiencia sería formar parte de esta fiesta tan emocionante! 

       La fiesta termina y los cónyuges se dirigen al tálamo nupcial para consumar su unión en la intimidad de la noche. Todo había salido a las mil maravillas, y Jacob había obtenido su más precioso regalo de Raquel, su amada. Sin embargo, lo que parecía perfecto, se convierte en una pesadilla y en una broma de mal gusto: “Pero sucedió que al llegar la noche tomó a su hija Lea y se la trajo; y Jacob se llegó a ella. Labán dio además su sierva Zilpa a su hija Lea por criada. Cuando llegó la mañana, Jacob vio que era Lea, y dijo a Labán: —¿Qué es esto que me has hecho? ¿No te he servido por Raquel? ¿Por qué, pues, me has engañado? Labán respondió: —No es costumbre en nuestro lugar que se dé la menor antes de la mayor.” (vv. 23-26)  

      Jacob, el suplantador, el manipulador y el engañador, había encontrado en su tío Labán a la horma de su zapato. Había sido timado por completo. Como la novia no podía deshacerse de su velo hasta el amanecer de la noche de bodas, y como seguramente habían degustado los caldos de la tierra en el banquete, Jacob no se había dado cuenta de que, en lugar de tener relaciones sexuales con su estimada Raquel, las había tenido con su hermana Lea. Y Lea, por lo que colegimos, no puso pegas a colaborar con su padre en la artimaña.  

      Claro, cuando Jacob se levanta para abrazar a su esposa, se encuentra por sorpresa con una situación inverosímil y desconcertante: Lea yace dormida a su vera en el lecho. ¿Os imagináis la cara que pondría Jacob? ¿Qué creéis que pasaría por la mente de Jacob al verse burlado de tal manera? Trastabillándose mientras se pone algo con qué vestirse, Jacob sale como una exhalación de su hogar para vérselas cara a cara con su tío Labán. Cuando Jacob entra como una furia mitológica en la morada de Labán, éste ya está esperándolo con toda la calma del mundo. Presa de una indignación y una frustración del quince, Jacob no duda en acusarlo de engañador y de incumplidor de pactos. No entiende porqué Labán le ha tratado de esta manera. Le recuerda el contrato alcanzado siete años antes y lo vuelve a señalar tildándolo de defraudador.  

      Labán, cuando percibe que Jacob ya ha dicho todo lo que tenía que decirle, intenta calmarlo con un gesto de manos, y le espeta con más cara que espalda, que la tradición de Harán, es que las hijas mayores deben desposarse antes de que las menores puedan ser entregadas en matrimonio. Jacob se lleva las manos a la cabeza. ¿Por qué nadie le había avisado de este extremo? ¿Cómo era que en siete años nadie le hubiese puesto en antecedentes sobre esta tradición oriental que ahora le estaba costando un berrinche de dimensiones descomunales? Estaba aturdido y asombrado ante esta pasmosa intervención de su querido tío. Ahora sentía en sus propias carnes lo que sintió su hermano Esaú cuando se dio cuenta de su suplantación a la hora de recibir la bendición paterna. 

       “Jacob, ¿quieres resolver esto por las buenas o por las malas?,” parece decirle Labán. Por las malas Raquel nunca será su esposa, pero por las buenas, aunque cueste aceptarlo y demande de otro gran esfuerzo, Raquel puede ser su compañera de por vida, si acepta un nuevo trato con Labán: “Cumple la semana de ésta, y se te dará también la otra por el servicio que me prestes otros siete años. Así lo hizo Jacob. Cumplió aquella semana y él le dio a su hija Raquel por mujer. Asimismo, Labán dio su sierva Bilha a su hija Raquel por criada. Jacob se llegó también a Raquel, y la amó más que a Lea; y sirvió a Labán aún otros siete años.” (vv. 27-30)  

      “Mira, Jacob. Deja que la semana propia de luna de miel del matrimonio con Lea se agote como es debido. Cuando pase esta semana, entonces te entregaré a Raquel para que te cases con ella, pero eso sí, sabiendo que tendrás que volver a trabajar para mí durante otros siete años. Es lo que hay. O lo tomas, o lo dejas. ¿Cuánto vale para ti el amor de mi hija Raquel?,” dice en otras palabras Labán. Jacob, con un dolor increíble en el corazón a causa de esta engañifa, no necesita pensarlo mucho: acepta la nueva propuesta de Labán. Debe hacer a Raquel su esposa, cueste lo que cueste. Y así fue que, en cuestión de una semana, Jacob se encontró casado con las dos hijas de Labán.  

      Es interesante comprobar cómo los sentimientos de las mujeres no son tenidos en cuenta por Labán. A él solo le interesa el beneficio que le ha producido y que le producirá el trabajo de su sobrino, nada más. El autor de Génesis resalta la clase de relación que Jacob tendrá tanto con Lea, como con Raquel. A Lea no es que no la quisiera, pero si tuviéramos que comparar el amor que sentía Jacob por ambas, Raquel saldría triunfadora. Labán, además se encarga de que sus hijas tengan sus propias criadas, Zilpa, cuyo nombre significa “chata,” y Bilha, que significa “modesta.” Estas dos siervas, de Lea y Raquel respectivamente, tendrán también su lugar y rol en el entendimiento de la descendencia futura de Jacob. Jacob, por su parte, iniciaría una nueva etapa de siete años de servicio bajo el mando de Labán, pero ya con su corazón encadenado para siempre al de su querida y amada Raquel. 

CONCLUSIÓN 

      Jacob aprendió una valiosísima lección con este episodio romántico. Se dio cuenta de que el engañador también puede y suele salir engañado por otros que son más expertos y listos que él. Recordaría el instante en el que formó parte del ardid de Rebeca para arrebatar a Esaú la bendición propia del primogénito, y entendería que donde las dan, las toman. Y también fue consciente de que uno debe mantenerse ojo avizor ante las actuaciones de personas que, en apariencia son amables y justas, pero que son zorros preparados para dártela con queso. El Señor estaba empleando estas peripecias en su vida para seguir transformando espiritualmente su forma de ver todas las cosas. 

      Ahora que Jacob tiene a su alma gemela junto a sí, ¿todo transcurrirá en paz y sin problemas de ningún tipo? ¿La nueva vida hogareña satisfará todos los sueños y deseos de Jacob para el futuro? Si quieres saber más, desentrañaremos estas preguntas en el próximo estudio sobre la vida de Jacob. 

 

 

  

 

 


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