PESCA GLOBAL


SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 13 “PARABOLÉ” 

TEXTO BÍBLICO: MATEO 13:47-50 

INTRODUCCIÓN 

      Martín salió a faenar de buena mañana. Esperaba que el día fuese benevolente con él y con su tripulación. Al llegar junto a su barca, anclada en el puerto a orillas del lago, saluda a sus compañeros de fatigas en un intento por animarse mutuamente tras varias jornadas sin resultados óptimos. A veces se le quitaban las ganas de salir al lago a pescar. Esfuerzos sobrehumanos, horas y horas de espera tensa, y luego, hallar poco o nada que poder sacar del agua. Sin embargo, todos sabían que no había otro modo de sostener a sus familias. No eran artesanos ni comerciantes, y debían fiarlo todo a la bondad de las profundidades del lago. Ni cortos ni perezosos levaron anclas y las velas comenzaron a hincharse con el viento que soplaba con moderada fuerza. El día iba a hacerse largo. Con todo ya listo para adentrarse en el oleaje del lago, surcaron las aguas en busca de un caladero que les proveyese lo necesario, al menos, para sustentar las necesidades de sus familias. Martín, avezado observador de las sombras de bancos de peces, escrutaba la superficie del lago con todos los sentidos puestos en hallar señales positivas que les permitiesen darse una alegría. 

      Pasaron las horas, y Martín, con sus ojos cansados y secos, no cejaba en su objetivo de vislumbrar el tesoro del lago en forma de peces de escamas plateadas. Al fin, cerca de donde estaban, Martín atisbó una silueta móvil en las aguas. Con el máximo silencio posible, los marineros lanzaron las redes barrederas a fin de capturar el máximo número de piezas posibles. Y así, y no sin grandes dosis de tesón y perseverancia, lograron atrapar un buen número de peces. Con estirones vigorosos y constantes, los pescadores atrajeron hacia sí el resultado de sus desvelos y esfuerzos. Al izar las redes sobre la cubierta, un movimiento espasmódico llenó el ambiente del olor a agua dulce, ya que los pescados todavía con vida pugnaban por escapar de su prisión, y daban coletazos que salpicaban de agua a unos pescadores felices y aliviados. Con la bodega prácticamente llena de toda clase de especímenes acuáticos, Martín consideró que ya era hora de regresar al puerto a fin de escoger y seleccionar las mejores presas. Con tal cantidad de peces y demás criaturas del fondo lacustre, todavía tendrían que pasar unas cuantas horas más observado a otros trabajadores especialistas en esta labor en esta selección, antes de que el sol se pusiese tras las montañas. 

1. PESCADORES DEL MUNDO 

      Jesús aún sigue sorprendiéndonos a través de las edades. Continúa demostrándonos de qué manera tan gráfica, visual y contrastable pueden explicarse realidades y dimensiones inasibles y espirituales. Una vez más, Jesús, haciendo gala de su amplio conocimiento de la cultura general, de los usos y costumbres de la época y de un vocabulario rico en matices, nos asombra al comparar el Reino de los cielos con una técnica de pesca practicada por muchos de sus oyentes, entre los que se hallaban sus discípulos más allegados. Esta parábola, ubicada en una serie de relatos comparativos que poseen su centro en la descripción del Reino de los cielos y sus efectos, no pasó desapercibida para el editor o escritor del evangelio de Mateo. Aun siendo un carpintero artesanal, Jesús tenía una idea bastante ajustada a la vida real que se plasmaba en el día a día de sus compatriotas. 

       Ya vimos en el sermón anterior que el Reino de los cielos había sido asemejado a un tesoro y a una perla fina de gran precio, con lo que podemos colegir un proceso narrativo que hila contextos, conceptos y campos semánticos relacionados con maestría e ingenio por Jesús. Jesús desarrolla una breve narrativa en torno a un día cualquiera para un pescador de Galilea: “Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red que, echada al mar, recoge toda clase de peces.” (v. 47) Se nos habla de una red lanzada al lago para cobrar su fruto en forma pisciforme. Esta red que se lanza al mar, seguramente al conocido como Mar de Galilea o al lago de Tiberiades, es la típicamente conocida como barredera. Aunque hoy día esta clase de pesca está prohibida por esquilmar los fondos marinos, en los tiempos de Jesús era la que mejor se adecuaba a una sociedad de supervivencia.  

       El pescado era uno de los recursos más baratos junto con el pan, con que contaba el judío humilde y sencillo. No había nadie que estuviese escuchando la historia de Jesús que no se sintiese aludido en cuanto a esta dieta alimentaria. La red barredera o de arrastre constaba de un aparejo confeccionado con tramas de hilos o cuerdas entrelazados en forma de malla que se empleaban para atrapar el mayor número posible de peces. De estas redes hallamos referencias en Eclesiastés 9:12, Isaías 19:8, Ezequiel 26:5, 14; 47:10 y Mateo 4:18-21. El método que los pescadores acostumbraban a usar era el de arrastrar la red por el fondo marino para recoger todo cuanto hubiese en su camino. 

       Esta red barredera se bajaba desde las embarcaciones con el objetivo de cercar algún banco de peces. Cuando se preveía que la red estaba llena de ellos, los hombres esforzados de la orilla halaban de unas maromas anudadas a los extremos de dicha red en forma de semicírculo, tal y como se nos especifica en la parábola que nos concierne. La red es aupada hacia la embarcación y llevada a puerto para verificar el contenido de la misma. La particularidad que esta red tenía era que, al arrastrar la red por el fondo, también otros animales y seres vivos considerados inmundos por la ley mosaica se mezclaban con el pescado considerado kosher para los judíos: “De todos los animales que viven en las aguas comeréis estos: todos los que tienen aletas y escamas, ya sean de mar o de río, los podréis comer. Pero tendréis como cosa abominable todos los que no tienen aletas ni escamas, ya sean de mar o de río, entre todo lo que se mueve y entre toda cosa viviente que está en las aguas. Os serán, pues, abominación: de su carne no comeréis, y abominaréis sus cuerpos muertos. Tendréis por abominable todo lo que en las aguas no tiene aletas y escamas.” (Levítico 11: 9, 10). Por esta razón, otros trabajadores, posiblemente gentiles, se ocupaban de seleccionar las presas comestibles, distribuyéndolas en canastas de mimbre para su posterior venta y consumo, mientras que se desechaban aquellas piezas que no entraban, bien dentro de la dieta judía o bien por su mal estado o descomposición.  

        La red, por tanto, se convierte en ilustración gráfica de lo que es el Reino de los cielos. El evangelio del Reino de los cielos es pregonado y anunciado a todo el océano del mundo para que todos tengan cabida en él mientras sean recogidos por esta red barredera. Los peces recogidos son seres humanos, almas a las que este mensaje del Reino ha llegado a sus oídos y en principio parecen aceptar. Precisamente en este instante de criba que se sucede a continuación, podríamos identificarlo con otras palabras del mismo Jesús dentro de este mismo evangelio: “Muchos son llamados, pero pocos escogidos.” (Mateo 22:14) No todos los que escuchan el evangelio salvador de Dios serán buenos pescados, es decir, creyentes sinceros y genuinos.  

2. PESCADORES DE HOMBRES 

        Los pescadores que realizan la labor evangelizadora tienen la obligación de bogar en pos de nuevas piezas que pescar: “Cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan y recogen lo bueno en cestas y echan fuera lo malo.” (v. 48) Los pescadores no determinan qué pescar, no seleccionan las presas previamente, sino que llevan a cabo su faena tratando de abarcar la mayor cantidad de peces posible: “toda clase de peces.” Estos pescadores ya son distinguidos prácticamente al comienzo del ministerio de Jesús en la figura de sus primeros discípulos: “Pasando Jesús junto al Mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, que echaban la red en el mar, porque eran pescadores. Y les dijo: —Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, lo siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan, en la barca con Zebedeo, su padre, que remendaban sus redes; y los llamó. Ellos, dejando al instante la barca y a su padre, lo siguieron.” (Mateo 4:18-21) Luego, otros personajes capacitados por Dios serán los que juzgarán qué pescados son dignos de ser recibidos y cuáles han de ser arrojados como inservibles tal y como veremos a continuación. 

      El pescador no dictamina quién ha de entrar en el Reino de los cielos, sino que su función es la de intentar que el máximo número de personas posible escuche el evangelio de Cristo, se arrepienta de sus pecados y confiese el nombre de Jesucristo como su Señor y Salvador. No está en su labor condenar a unos y absolver a otros. Como cristianos que tenemos la misión de rescatar del fondo del mar a aquellos que viven enfangados en su lecho marino y en el lodo de sus transgresiones, no hemos de caer en la tentación de juzgar a nuestros congéneres, porque entonces dejaríamos de ser lo que debemos ser, esto es, pescadores, para convertirnos en seleccionadores o jueces, prerrogativa que solamente concierne a Dios. El día en el que queramos arrogarnos esta posición, estaremos cayendo en el error de aquellos que pretendieron ser Dios en la tierra y que abusaron de un poder que no les pertenecía. Como pescadores de hombres, nuestra tarea es la de presentar el evangelio a los que tenemos a nuestro alcance, pidiendo al Señor que tenga misericordia de ellos y que los salve de su ignorancia e incredulidad.  

3. LA SELECCIÓN FINAL DE LO RECOGIDO 

       El tiempo de la selección de la pesca recogida es asimilado al juicio final, tal y como Jesús mismo explica en los vv. 49-50: “Así será al fin del mundo: saldrán los ángeles y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes.” Los ángeles del Señor, al igual que en la parábola del trigo y de la cizaña, serán los responsables de acometer la obra de selección y juicio de acuerdo a las directrices divinas. Como ya dijimos anteriormente, no es labor de los pescadores. Dios ofrece esta función a seres puros y santos, esto es, a sus servidores angélicos. No nos toca a nosotros el hacerlo, fundamentalmente porque nuestras vidas no están exentas de pecado. Nuestras mentes y nuestros corazones tratan al prójimo desde el prejuicio y la distorsión moral que el pecado causa en ellos. Sin embargo, los ángeles son entidades que libremente escogen adorar y obedecer a Dios de manera completa, puesto que, si así no fuera, no estarían día tras día ante el trono del Señor sirviéndole y glorificándole. Los ángeles no tienen esa malicia, ese favoritismo o esa tendencia al preconcepto, y por ello cumplen con todos los requisitos para colaborar con Dios en la selección final de la humanidad. 

       El destino de los buenos pescados no aparece explícitamente en el texto, pero entendemos que es el de ser salvados por Dios. Aquellos que han escuchado con atención el mensaje de redención de Cristo y que han respondido positivamente al amor de Dios siguiendo los pasos de Jesús, recibirán el supremo y eterno galardón de formar parte de la familia de Dios, gozando perpetuamente de la vida eterna. El dolor, la muerte y el sufrimiento dejarán de formar parte de sus vidas, y el resplandor de la gloria divina siempre los alumbrará, satisfará e inspirará. Esta es nuestra esperanza en aquel día final en el que el Dios justo venga a juzgar a las naciones, y este es el anhelo de nuestro corazón mientras esperamos la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo. 

       El sino de las presas desechadas es funesto y dramático: el horno de fuego consumidor. La expresión aquí usada también es utilizada por Jesús en otros pasajes como símbolo de la perdición y de la separación definitiva de la misericordia de Dios: “Pero los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.” (Mateo 8:12) El fin de los impíos, de aquellos que negaron a Dios mientras existieron en este plano terrenal, de aquellos que se rebelaron sin tapujos ante la voluntad de Dios, y de aquellos que recibieron las buenas nuevas de salvación, pero que escogieron servir a sus propios deseos desordenados y al dictado de Satanás, es terrible. Ya nos dice Hebreos 10:31 lo duro que será dar con los huesos en el infierno que les aguarda a causa de sus errores: “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!”  

        Si el ser humano fuese consciente de lo que le espera en el más allá tras el juicio de Dios, suplicaría con lágrimas en los ojos por su vida. Sin embargo, aun teniendo ante ellos la Palabra de Dios, revelación de lo que fue, de lo que es y de lo que será, siguen persistiendo en sus pecados y desvaríos. Ahora, mientras estamos en esta ubicación espacio-temporal, debemos derramar llanto por aquellos que mueren en sus pecados y vanidades, ya que su destino será temible y trágico. El lloro y el crujir de dientes nos sugieren una tortura eterna que no acabará, un tormento sin límites ni paliativos. Aunque unos piensen que cuando mueran no habrá nada aguardándoles tras el umbral de la muerte, y otros crean que al final todos iremos al cielo porque Dios es inmensamente bonachón, lo cierto es que en numerosas ocasiones las Escrituras hablan sobre un lugar horrible en el que la justicia de Dios dará su merecido a aquellas personas que nunca se arrepintieron de sus acciones y palabras mientras vivieron sobre la faz de esta tierra. Dios es amor, pero no olvidemos que también es justo, y que dará a cada cual lo que amerita. 

CONCLUSIÓN 

       Nosotros, como depositarios de la herencia apostólica y evangélica, seguimos el mismo camino que los primeros pescadores de hombres, proclamando el Reino de Dios y lanzando las redes barrederas en el mar descomunal de este mundo. Nuestra meta es tratar de que el Reino de los cielos sea conocido por todos más allá de las decisiones personales que cada pez atrapado en la urdimbre realice en cuanto a su decisión por seguir a Cristo.  

       Cuando realicemos esta hermosa y fatigosa labor, dejaremos que sea el Espíritu Santo el que convierta al pescado en un nuevo pescador. Y también permitiremos que sea Dios aquel que, en el día del juicio final aparte aquello pescado que es inmundo y sea arrojado a un lugar de tormento eterno.

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