LAS ESPIGAS DE LA DISCORDIA
SERIE DE
SERMONES SOBRE MATEO 11-12 “BAD GENERATION”
TEXTO
BÍBLICO: MATEO 12:1-8
INTRODUCCIÓN
Ya no debes pensar por ti mismo. ¿Para
qué opinar sobre política, moral o ética si los medios de comunicación se
ocupan de pensar por ti? Si surge algún tema sensible o de difícil manejo,
fíalo todo a lo que opinadores, politólogos y tertulianos digan. Siempre
acertarás, porque la corrección política evitará en bastantes casos meter la
pata con alguien. ¿No quieres dañar o herir sensibilidades? Cree a pies
juntillas lo que deberías expresar con palabras desde la cacareada tolerancia
que los grupos de presión que se ocultan en las sombras predican. ¿Quieres
estar en paz con todo el mundo? Renuncia a tu capacidad personal de elaborar
críticas argumentadas, y cíñete a lo que la publicidad y los presentadores de
“reality shows” dictan que debe ser lo correcto. ¿Deseas fluir con la corriente
cultural actual sin mojarte ni mancharte? Deja que los poderes fácticos se
hagan con tus pensamientos e ideales, y simplemente repite los mantras que el
mundo del entretenimiento va remachando en tu subconsciente. ¿Es tu anhelo ser
famoso, caer bien a todo bicho viviente, y progresar socialmente? Permite que
la industria televisiva y cinematográfica transforme tus valores y principios
cristianos en justo aquello que viene bien a todos y que queda superbonito
adornado con un lacito multicolor.
A lo mejor no quieres nada de esto y
prefieres ser un transgresor que dice lo que piensa y cree sobre un asunto
caiga quien caiga. Claro, esto te va a traer multitud de problemas: herirás la
susceptibilidad de determinadas personas que reman con la corriente y que
ansían imponer sus criterios de aquello que es bueno o malo, tendrás que asumir
que habrá instantes en los que tendrás que lanzarte a la arena del circo romano
para vértelas con tus detractores y luchar a brazo partido por tu cosmovisión
cristiana, serás considerado un “outsider,” un rebelde con una causa anticuada,
vetusta y arcaica, homófoba, repleta de odio contra el diferente, tendrás que
llenarte de coraje y ánimo para vivir al margen de lo preestablecido y de lo deseable
desde la perspectiva secular, y tendrás más “haters” que “likers” en tus
redes sociales cada vez que publiques a los cuatro vientos digitales que crees
en la institución del matrimonio heterosexual, en la libertad de conciencia y
credo y en el justo juicio de Dios sobre aquellos que no se ajustan a los
parámetros que su revelación especial, esto es, la Biblia, establece sobre lo
que es correcto y lo que no lo es.
Como podemos ver, un camino es amplio y
repleto de promesas de palmaditas en la espalda, y el otro es tortuoso,
amenazador y solamente digno de auténticos aventureros que no tienen miedo a
los obstáculos y barreras que aparecerán durante su travesía terrenal. De entre
las muchas maneras que tenemos de identificar a la mala generación humana
actual a la que tenemos que ir para anunciar el evangelio de Cristo, podríamos
decir que es una generación de piel fina y tremendamente puritana. Por un lado,
existen grupos de personas que intentan cambiar el lenguaje para respaldar sus
tiránicas propuestas, porque así, en cualquier debate, se creará un espacio
protegido y rígido en el cual no poder manifestar ideas contrarias a lo que se
ha llegado a llamar corrección política.
Por otro, se está creando una especie
de tribunal inquisitorial que juzga aquello que es válido en un debate y
aquello que sirve al interés de la violencia o el odio ideológico. Por ejemplo,
la ley que ha surgido de la regulación de la ideología de género. Si mi
creencia cristiana, la cual es perfectamente compatible con la libertad de
expresión, es hecha pública desde este púlpito, y resulta que es abiertamente
contrapuesta a lo que determinados lobbies creen que debe ser el mundo y la
identidad de género, podría incurrir en un delito de odio contra determinados colectivos
sociales. Ahora, si estos colectivos despotrican delante de la capilla, hacen
pintadas en su fachada o entran violentamente empleando consignas vejatorias
contra mi libertad de culto, reunión y creencia, pueden salir impunes, porque
ahí sí que se considera libertad de expresión. La ley del embudo.
Jesús también tuvo que lidiar con una
generación bastante parecida. Cualquier mínimo y trivial movimiento en falso de
algún ciudadano judío, era escrupulosamente estudiado y analizado para juzgar
su calidad y categoría, todo ello desde la lente particular de sus leyes y
normas. Nadie podía hacer nada sin su beneplácito, todo era susceptible de ser
motivo de marginación religiosa y cultual, y absolutamente nada podía hacer
aquel que se hallase en un aprieto o urgencia, porque la interpretación de la
Torah que durante siglos se había desarrollado era la que tenía la última
palabra. No había lugar para otra clase de exégesis, ni para una visión
distinta de la religión. Tenías que pasar por el aro que enarbolaban los
fariseos, próceres de la pureza ritual, o si no, pasabas a formar parte de la
cada vez más numerosa comunidad de los marginados y pecadores. Tenían la piel
sumamente fina, pero siempre en relación a lo que los demás hacían, y no en
referencia a sus propios actos hipócritas. Eran los representantes de la ley
del embudo anteriormente citada.
1. LAS ESPIGAS DE LA DISCORDIA
Con esto en mente, encontramos a Jesús y
a sus discípulos acudiendo a la llamada de la sinagoga el día sábado o día de
reposo. Junto a ellos marchaban otros habitantes de la ciudad por sus
pedregosas calles, y entre esta muchedumbre, los fariseos iban pisando los
talones a Jesús. Desde que Jesús había comenzado su ministerio terrenal, ahí
habían estado, observando, criticando, registrando y examinando a su grupo de
seguidores. En el trayecto que los llevaría a la sinagoga, parece que los
discípulos de Jesús necesitan desayunar algo con fibra: “En aquel tiempo iba Jesús por los sembrados un sábado. Sus discípulos
sintieron hambre y comenzaron a arrancar espigas y a comer.” (v. 1)
Dada esta información por Mateo, es perfectamente plausible que los
discípulos arrancasen espigas de trigo a principios de la estación primaveral.
A ambos lados del camino que los llevaba a la sinagoga habría sembradíos casi a
punto de ser segados, y aprovechando la ley que encontramos en Deuteronomio
23:25, los seguidores de Jesús decidieron, ante los gruñidos de su
estómago, alimentarse con un tentempié de lo más ecológico. La ley decía lo
siguiente: “Cuando entres en la mies de tu prójimo, podrás arrancar espigas
con tu mano, pero no aplicarás la hoz a la mies de tu prójimo.” Esta norma
humanitaria tenía como finalidad saciar el hambre momentáneamente, pero no
lucrarse a costa de ella. Era una costumbre sencilla que todos tenían asumida
como inofensiva y que expresaba que el fruto de la tierra era dado por Dios a
todos los seres humanos.
Pues
de esta estampa agrícola que sugería generosidad y comunión con el Creador y
Dador de todas las cosas a la humanidad, los fariseos son capaces de sacar
petróleo. ¿Conocéis a personas que siempre están vigilando las acciones de los
demás para afeárselas y echárselas en cara? Disfrutan enormemente de este
entretenimiento tras sus visillos y cortinas: “Los fariseos, al verlo, le
dijeron: —Tus discípulos hacen lo que no está permitido hacer en sábado.” (v.
2) Ni dos segundos tardan en aproximarse a la altura de Jesús para
recriminarle el hecho de que no reprenda a sus discípulos. “Vaya maestro
está hecho este Jesús que no sabe controlar a sus acólitos.” No van
directamente a los perpetradores de el crimen más abyecto del mundo, sino que,
con una mezcla de cobardía y mala baba, interpelan a Jesús, haciéndolo culpable
de una transgresión de las normas sabáticas que clamaba al cielo y que hablaba
muy mal de la clase de enseñanza que Jesús ofrecía a sus seguidores. “¡Tus
discípulos están contraviniendo una de las leyes fundamentales de Dios, aquella
que fue escrita en tablas de piedra por el mismísimo dedo del Señor! ¡Qué
osadía! ¡Qué falta de respeto! ¡Qué gentuza! Y tú, Jesús, ahí, viendo cómo se
comen el grano de unas espigas que significan su juicio y condena por parte de
Dios...”
¿Por
qué estos fariseos se empeñaban tanto en clasificar el acto de los discípulos
de Jesús como una violación del día de reposo? ¿Qué nos dice la ley de Dios al
respecto? Si vamos al Decálogo o Diez Mandamientos, encontramos lo siguiente: “Acuérdate
del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios; no hagas en él obra alguna,
tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni el
extranjero que está dentro de tus puertas, porque en seis días hizo Jehová los
cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el
séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el sábado y lo santificó.” (Éxodo
20:8-11) ¿Recoger espigas para silenciar el hambre del estómago era
trabajar? Para los religiosos judíos, en su progresiva y acumulativa
interpretación de este mandamiento general, existían treinta y nueve clases de
trabajo que eran consideradas acciones profanadoras del sábado. Entre estas
labores estaban, entre otras, cosechar, aventar, trillar y preparar la comida.
Fijaos si hilaban fino los fariseos, que, en el acto de arrancar la espiga,
soplar los granos para apartar el tamo, machacar esos granos en la palma de la
mano y reunirlos en un solo bocado, vieron todas estas actividades a la vez.
Jesús, más adelante en su ministerio terrenal les espetaría: “¡Guías ciegos,
que coláis el mosquito y tragáis el camello!” (Mateo 23:24)
2. DAVID Y LOS SACERDOTES DEL TEMPLO: PROFANADORES DEL SÁBADO
Jesús
se los queda mirando estupefacto ante lo que acaba de escuchar. Se detiene por
un instante y con gran firmeza de ánimo, no los confronta con argumentos
humanitarios o morales, sino que lo hace con aquello que se supone conocían tan
a la perfección: el Antiguo Testamento. Jesús comienza recordándoles una
historia archisabida sobre David: “Pero él les dijo: —¿No habéis leído lo
que hizo David cuando él y los que con él estaban sintieron hambre?; ¿cómo
entró en la casa de Dios y comió los panes de la proposición, que no les estaba
permitido comer ni a él ni a los que con él estaban, sino solamente a los
sacerdotes?” (vv. 3-4) Jesús pone a prueba, de una forma un tanto irónica,
sus conocimientos de la Palabra de Dios.
Si
en tan alta estima habían tenido siempre al rey David, como ejemplo nacional de
piedad y sabiduría, no deberían pasar por alto este episodio de David cuando
escapaba de las continuas persecuciones de Saúl. Este relato lo encontramos en 1
Samuel 21:1-6: “Vino David a Nob, adonde estaba el sacerdote Ahimelec; éste
salió a su encuentro, sorprendido, y le preguntó: —¿Por qué estás tú solo, sin
nadie que te acompañe? Respondió David al sacerdote Ahimelec: —El rey me
encomendó un asunto, y me dijo: “Nadie sepa cosa alguna del asunto a que te
envío, y de lo que te he encomendado.” He citado a los criados en cierto lugar.
Ahora, pues, ¿qué tienes a mano? Dame cinco panes, o lo que tengas. El
sacerdote respondió a David y dijo: —No tengo pan común a la mano, solamente
tengo pan sagrado; pero lo daré si es que los criados se han guardado al menos
de tratos con mujeres. David respondió al sacerdote: —En verdad las mujeres han
estado lejos de nosotros ayer y anteayer; cuando yo salí, ya los cuerpos de los
jóvenes estaban puros, aunque el viaje es profano; ¿cuánto más no serán puros
hoy sus cuerpos? Así que el sacerdote le dio el pan sagrado, porque allí no
había otro pan sino los panes de la proposición, los cuales habían sido
retirados de la presencia de Jehová, para colocar panes calientes el día que
tocaba retirarlos.”
Los
fariseos podrían haber contestado que comparar a sus discípulos con David era
algo demasiado arriesgado, que la altura mítica del salmista rey era
incomparable en relación con unos vulgares ciudadanos de a pie judíos. Sin
embargo, perplejos, y apenas asimilando lo que Jesús les estaba presentando con
tanta autoridad y tino, los fariseos permanecen en silencio, mientras se les
hace un nudo en la garganta que les impide formular ningún tipo de comentario.
Jesús aprovecha este instante de desconcierto y vergüenza propia por el que
pasaban sus interrogadores, para volver a la carga con un nuevo argumento
bíblico: “¿O no habéis leído en la Ley cómo en sábado los sacerdotes en el
Templo profanan el sábado, y son sin culpa? Pues os digo que uno
mayor que el Templo está aquí.” (vv. 5-6)
Por
si el primer argumento les había sabido a poco, Jesús habla de la función
sacerdotal realizada en el Templo. ¿Acaso los sacerdotes no trabajaban de
alguna manera en el día de reposo? La base escritural de esta intervención de
Jesús se halla en Números 28:9-10: “Pero el sábado ofrecerás dos corderos de
un año, sin defecto, y dos décimas de flor de harina amasada con aceite como
oblación, con su libación. Es el holocausto de cada sábado, además del
holocausto continuo y su libación.” Los levitas debían preparar tanto el
sacrificio como la ofrenda, labor que, si se ceñía a las normativas religiosas
de los tiempos de Jesús, cumplía con los requisitos para ser estimada como una
profanación del sábado. Hasta ahí podían llegar a entender el razonamiento de
Jesús, pero lo que no podían de ninguna manera permitir era que Jesús se
atribuyera una dignidad y posición más alta que el Templo.
El
Templo era intocable. Era el símbolo de la presencia de Dios en medio de
Israel. Era la garantía de que Dios estaba de su parte y de que eran su pueblo
escogido especial. Jesús, al decir con tanto arrojo y rotundidad, que él estaba
por encima del Templo suponía una blasfemia tal, que debía ser condenada y
castigada. Los fariseos no habían entendido todavía que el Templo era ya un
edificio sin significado espiritual y religioso real. Hacía ya tiempo que la
religiosidad había usurpado el lugar que correspondía a una devoción sencilla y
sincera. Hacía ya tiempo que el yugo de las reglas interminables y gravosas
habían arrebatado el trono a la piedad espiritual verdadera y simple. El Templo
era, en tiempos de Jesús, un ídolo más ante el que se postraban los fariseos.
Con la llegada de Jesús al mundo, el Templo ya deja de tener propósito. La
presencia de Dios es Jesús mismo, y en un futuro no muy lejano, tras su muerte
y resurrección, todos aquellos que creyesen en Cristo serían templos del
Espíritu Santo. Los sacrificios animales serían sustituidos por la inmolación
de Cristo, y el sacerdocio devendría en universal y real para todos los
cristianos.
3. MÁS MISERICORDIA Y MENOS POSTUREO
Los
fariseos también podrían haber aducido que los discípulos no eran precisamente
sacerdotes consagrados a una tarea sacrosanta, sino unos ignorantes de la ley
que lo único que buscaban era llenar la panza. No obstante, ninguna expresión
contradictoria brota de sus labios. Se quedan pasmados ante la sabiduría y
perspicacia de Jesús, no sabiendo para dónde tirar y contrariados al escuchar
de viva voz su declaración de que era Dios mismo encarnado, el Mesías esperado
para la liberación de Israel. Su acusación inicial parece que se va difuminando
conforme pasan los minutos, y toda la razón que creían tener sobre la acción de
los discípulos de Jesús se estaba deshaciendo como un azucarillo en un café.
Golpe tras golpe, argumento tras argumento, Jesús se hace espacio para dar el
golpe de gracia. Su última aproximación a las Escrituras servirá al objeto de
desnudar completamente sus intenciones y su carácter malvado: “Si supierais
qué significa: “Misericordia quiero y no sacrificios”, no condenaríais a los
inocentes, porque el Hijo del hombre es Señor del sábado.” (vv. 7-8)
Jesús mete el dedo en la llaga y descubre la auténtica naturaleza de su
modus vivendi. Es una generación malvada que se dedica al postureo y a pintar
su fachada con un barniz de pulcritud, pureza, santidad y corrección política.
Pueden engañar a todos, pero no a Jesús. Pueden embaucar y manipular la manera
de pensar y creer del populacho, pero esto no funcionará con el Hijo del
hombre. El propósito de la mala generación es dictar a toda una sociedad cómo
deben vivir, cómo deben hablar, cómo deben comportarse y qué cosas se adecúan a
lo que entienden que es lo correcto. El problema es que detrás de toda esa red
de reglas y de normas de convivencia tendenciosas, no existe ni amor ni
misericordia. Solo hay podredumbre de espíritu y negrura del alma. Solo hay un
interés por alcanzar el poder y por manejar a su antojo a sus conciudadanos.
Jesús acude al texto de Oseas 6:6, texto que ya empleó en Mateo 9:12
cuando los fariseos reprobaron a Jesús celebrar una fiesta con personas de
dudosa catadura moral en honor al llamamiento de Mateo el publicano. Jesús, en
otras palabras, les está diciendo que la devoción divina sin simpatía humana
solo es irreligión.
Si
los fariseos pusiesen más empeño en comprender la prioridad en la aplicación de
sus leyes, si tan solo atendiesen al espíritu de la ley y no a la letra enrevesada
y capciosa de sus requerimientos legales, tal vez entenderían que lo que los
discípulos de Jesús hacían recogiendo espigas para alimentarse no era algo a lo
que dar importancia. Si los fariseos dedicasen el tiempo de señalar
continuamente con el dedo los supuestos pecados de los demás, si dejasen de
urdir maneras de atrapar a la gente en la telaraña de sus insufribles y
arbitrarias normativas, y si percibiesen la necesidad del ser humano en lugar
de cebarse en los más débiles y menesterosos, asumirían que el sábado es de
Dios y no de los hombres, y que Dios, como Señor de la vida y de la provisión
que la sustenta, no tomaría nunca en cuenta a los seguidores de Jesús por
masticar unas cuantas espigas de trigo en el día de reposo. Si Jesús, como bien
señalaba, era el mismísimo Dios y les dejaba hacer, ¿por qué los fariseos no
debían hacer exactamente lo mismo? Los fariseos solamente debían ponerse en las
sandalias del pueblo, actuando misericordiosa y compasivamente con sus
congéneres, para que Dios estimara sus sacrificios y ofrendas como tributo
agradable y fragante.
CONCLUSIÓN
Por
un puñado de espigas, los seres humanos podemos crear discordia donde no hay
motivos para que ésta aparezca. Por trivialidades, por tener la piel fina y no
soportar las diferencias de criterio en determinados temas, por sentirse
permanentemente agraviados y victimizados, por tonterías y chorradas, las
gentes se lían a palos y se meten en fregados descomunales. ¿Dónde está la
misericordia en estas situaciones de la vida real? ¿Dónde está la compasión y
el amor?
Por
nimiedades y matices algunos intentan silenciar la voz del que piensa o cree
distinto, y todo ello apelando a una supuesta tolerancia puritana que condena
sin paliativos ni oportunidades para desarrollar argumentos desde la libertad
de conciencia. Los fariseos intentaron por todos los medios ahogar un discurso
políticamente incorrecto como era el del evangelio de Jesús, pero al final, la
verdad, cuando sale a relucir, y cuando resplandece sobre las auténticas
intenciones de las personas, no puede ser acallada ni escondida por mucho
tiempo.
Apliquémonos al conocimiento de las Escrituras y al estudio sistemático
de nuestra fe, del mismo modo que hizo Jesús, para que cuando algún fariseo
contemporáneo te tache de intolerante o de retrógrado, tengas las herramientas
que Dios ha puesto a tu disposición en su Palabra de vida y verdad.
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