COLOCANDO EL CARRO DELANTE DEL BURRO
SERIE DE
SERMONES EN MATEO 11-12 “BAD GENERATION”
TEXTO
BÍBLICO: MATEO 12:9-14
INTRODUCCIÓN
¿Sabéis qué? Admiro enormemente a los
animalistas. Los admiro por su pasión y su empeño por evitar que los animales
sufran a manos de los seres humanos. Se entregan y se involucran en la idea de
que los animales también padecen, y que éstos lo hacen, a menudo sin necesidad.
Arman concentraciones y manifestaciones en defensa de los derechos de la fauna,
intentan influir en las legislaciones que tienen que ver con el maltrato animal
a manos de personajes siniestros y sin corazón, y no cejan en su esfuerzo por
lograr que cualquier animal sea tratado con respeto y dignidad. Todo ello está
incardinado con el mandato cultural y ecológico que Dios entregó a la humanidad
en el Edén. El ser humano no debería disponer de la vida de un animal si no es
por razón de necesidad imperiosa o de necesidad nutricional básica. Matar o
torturar animales así porque sí, es, sin duda, el reflejo de quienes están
también tentados a asesinar o abusar de sus congéneres. Los animalistas
expresan una encomiable actitud hacia el mundo animal, siempre que no traspasen
la barrera del equilibrio biológico para entrar en territorios radicalizados,
fanáticos y ecoterroristas. No comulgo con algunas cosas que el PACMA quiere
implementar, que son demasiado extremistas, pero los admiro muchísimo.
Sin embargo, otra tragedia que sigue
ocurriendo en medio de nuestra sociedad es la de otros seres, en este caso
humanos, a los que no se permite nacer. Hablamos del aborto de miles y miles de
futuros seres humanos a los que se les niega el privilegio y el derecho a
nacer. El valor inmenso e incalculable del alma humana que pugna dentro del
seno de muchas mujeres por ver la luz del día, queda depreciado por aquellos
individuos que estiman más importante la comodidad, la exención de la responsabilidad
por sus actos o la huida de cualquier compromiso vital. No seré yo quien juzgue
a ninguna mujer que piense en la opción de abortar. Cada mujer que llega a esta
conclusión tendrá o no razones y motivos para decantarse hacia esta triste y
terrible posibilidad. Solo puedo decir que lo que la Palabra de Dios nos
asevera acerca de ello es, que Dios es el dador de la vida, y que solamente Él
debería tener la prerrogativa de cortar el hilo de la existencia de cada ser
vivo que habita en este planeta. Y he aquí la grosera incongruencia que existe
en la mente de la generación mala actual: que tiene más derechos un animal que
un potencial ser humano. Agradezco a los animalistas que luchen por los
derechos de los animales, faltaría más. Pero, ¿qué ocurre con un ser humano no
culpable y que en potencia puede convertirse en un hombre o una mujer de bien
que transforme nuestro mundo con sus dones y talentos? ¿Daremos la espalda al
futuro de la humanidad tratándola como simples células y tejidos sin espíritu
ni alma?
Es un tema del que es necesario debatir
y discutir con una generación que otorga mayor valor a un animal que al
semejante. Mientras muchas mascotas se alimentan con productos que reúnen todos
los nutrientes oportunos para su correcto desarrollo, millones de personas
perecen por falta de vitaminas, proteínas y lípidos. Muchos seres humanos
matarían por poder comer el alimento que se da a algunos animales
privilegiados. 821 millones de personas en el mundo sobreviven subalimentadas,
casi 151 millones de niños menores de cinco años tienen problemas de desarrollo
a causa de la malnutrición, y uno de cada nueve habitantes del planeta padece
hambre severa. Preservar a unos debería supeditarse a preservar a otros, y no
considerar al ser humano que vive en determinadas regiones de Asia, América del
Sur o África, como una auténtica plaga que hay que erradicar desde el silencio
impertérrito de los países desarrollados y desde el egoísmo hipercapitalista de
empresas que aprovechan la miseria para seguir engordando sus arcas. La
insensibilidad del ser humano hacia su prójimo está adquiriendo magnitudes cada
vez más desalentadoras e indignantes, y no parece que esta generación mala
desee que esto cambie para mejor.
1. UNA PREGUNTA CON TRAMPA
Si había alguien que conocía a la
perfección el valor justo y auténtico de un ser humano, ese era Jesús. Si había
alguien que viese a cada persona con una óptica correcta y exenta de
mercantilismo, ese era Jesús. Si había alguien que tratase a cada ser humano,
no como lo que era, sino como lo que podía llegar a ser, ese era Jesús. Si
había alguien que no buscase aprovecharse de los demás, sino que simplemente
pretendiese darse en servicio a quien quisiera reconocerle como Señor, ese era
Jesús. Después del episodio de las espigas de la discordia, y tras señalar a
los fariseos su falta de delicadeza y de perspectiva espiritual en cuanto al
día de reposo, Jesús sigue su camino hacia la sinagoga de Capernaúm. Muy detrás
de él se suceden los comentarios venenosos de sus detractores, y las ansias de
venganza y castigo contra su persona. Es sábado y todos aquellos que eran
ritualmente puros asisten a su encuentro semanal congregacional en torno a las
Escrituras: “Saliendo de allí, fue a la sinagoga de
ellos. Y había allí uno que tenía seca una mano. Para poder acusar a Jesús, le
preguntaron: —¿Está permitido sanar en sábado?” (vv. 9-10)
Jesús departe con todo el mundo antes de
iniciar la reunión, como era su costumbre, hasta que alguien le toca en el
hombro para llamar su atención. Jesús se vuelve para ver quién demandaba de él,
y con el esbozo de una sonrisa, comprueba que era el grupo de fariseos que se
la tenía jurada. Parece que no han aceptado deportivamente la reconvención
bíblica de Jesús en referencia al día de reposo. Seguramente, durante el
trayecto que los llevaba a la sinagoga, habían estado elaborando alguna clase
de añagaza para pillarlo en alguna falta. “A ver qué se les ha ocurrido
ahora,” parece decir Jesús mirando a sus discípulos, los cuales le
escoltaban en ese instante. Lo primero que hacen los fariseos es presentar
delante de Jesús a una persona anónima que padecía de un problema de salud
bastante visible. Tenía una de sus manos seca, deforme e inmóvil. Este hombre,
que pasaba por allí, y que no es como muchos de sus vecinos, los cuales habían
estado recibiendo de Jesús sanidad para sus dolencias, se convierte en la
excusa perfecta para tender a Jesús una trampa. Los fariseos piensan que Jesús
no podrá eludir dejar clara su postura sin exponerse a la crítica de los
religiosos. Han tendido la lazada y Jesús no podrá escapar indemne de su gran
estrategia.
Volviendo a traer a colación el día de
reposo, le hacen a Jesús una pregunta capciosa y con doble sentido: “¿Está
permitido sanar en sábado?” Es importante notar aquí que, según el código
interpretativo que los rabinos y maestros de la ley habían elaborado a lo largo
de los siglos sobre lo que se suponía era sencillo y simple en la Torah, curar
un miembro roto o enderezar un cuerpo deformado era a todas luces una
infracción grave. Ahí Jesús debía darles la razón, dado que la tradición
rabínica presuntamente emanaba de la revelación de Dios, y, por tanto, si Jesús
se creía el Mesías, el Hijo de Dios encarnado, no podría contestar más que
dándoles la razón. Sin embargo, la intencíón última de los fariseos no
estribaba en que Jesús consolidara esta regla sobre el día de reposo. La idea
era tentar a Jesús para que, conociéndolo como lo conocían desde su amor y
empatía por el dolor humano, metiese la pata sanando al hombre con la mano
seca. Su ardid no podía fallar de ningún modo, y Jesús se revelaría como un
transgresor de la ley divina dada a Moisés. A ellos no les importaba en
absoluto aquel hombre que, tembloroso y con los ojos muy abiertos, se halla
entre la espada y la pared, en medio de una confrontación que ni él mismo había
buscado o propiciado.
2. ¿CUÁNTO VALE UN SER HUMANO?
Jesús, con toda la parsimonia y calma
del mundo, se mesa la barba con una de sus manos, mientras medita sobre esta
situación tan desagradable que han urdido los fariseos. Y tras un momento de
reflexión, expresa su opinión al respecto: “Él les dijo: —¿Qué hombre entre vosotros, si tiene una oveja y ésta se
le cae en un hoyo, en sábado, no le echa mano y la saca? Pero, ¿cuánto más vale
un hombre que una oveja? Por consiguiente, está permitido hacer el bien en
sábado.” (vv. 11-12) Mirándolos a los ojos con el atrevimiento
que suele imprimir conocer el fondo de cualquier cuestión propuesta, Jesús les
contesta con otra pregunta. Este siempre fue su táctica preferida a la hora de
responder interrogantes repletos de malicia y sarcasmo. Esta estrategia suele
despistar y descolocar a sus adversarios, tal y como podemos leer en los
evangelios.
Jesús los insta a ubicarlos en una situación altamente probable: “Imaginaos
que sois dueños de un rebaño, y que mientras vais por las cañadas guiando y
alimentando a vuestras ovejas, una de ella, sin darse cuenta, tropieza y cae en
lo más profundo de una cavidad que por allí había. ¿La dejaríais morir de
inanición o a causa de una pata quebrada porque ese es día de reposo? ¿O
buscaríais la manera de recuperarla con cuerdas para vendarla y sanarla?”
Los fariseos se miran unos a otros, y no tienen dudas a la hora de resolver una
circunstancia parecida: las reglas religiosas dictaminan que no hay ninguna
clase de problemas en rescatar a un animal en el día de reposo.
Sin
darse cuenta, Jesús los ha llevado a un callejón sin salida, puesto que su
razonamiento se contradice con la ley que impide sanar en sábado. Está bien
visto ayudar a un animal herido, muy bien, pero ayudar a un ser humano
impedido, ya es otro cantar. ¿Percibís el desconcierto en las palabras que
cruzan los fariseos entre sí? Aman y cuidan a sus animales y bestias
domésticas, pero en lo que concierne a un congénere que suplica porque alivien
sus males físicos, que lo parta un rayo. Establecido el contraste y afirmada la
comparación entre una oveja y un ser humano, Jesús les asesta el “coup de
grâce”: “¿Qué vale más, una oveja o una persona?”
Ahora parece que los fariseos se percatan de que han metido la pata
hasta el corvejón y que han sido pillados en su propio cepo. ¿Qué contestarían
los fariseos? ¿Qué una oveja es más valiosa que un ser humano? Aunque lo
pensaran, porque lo pensaban, no creáis que no, no podían decirlo allí, en la
sinagoga, delante de sus conciudadanos, delante de aquel hombre de la mano seca
que mira a diestra y a siniestra como si de un partido de tenis se tratase. Sin
dejar margen a los fariseos para contestar y reponerse del duro golpe recibido
por la perspicacia de Jesús, el mismo Jesús da por sentado que la única
contestación a la pregunta del valor de una oveja y de un ser humano, es que el
ser humano está muy por encima de cualquier otra criatura ideada por Dios.
El
ser humano es considerado por Dios como la corona de su creación. Desde el
principio, comprobamos que el ser humano es distinto del resto de animales y
vegetales que Dios ha creado perfectos. El hombre y la mujer están hechos a la imagen
y semejanza de Dios. Tienen una capacidad superior de raciocinio, poseen
conciencia entre el bien y el mal, y a ellos es sometido todo el conjunto de lo
creado, para que sean buenos y eficientes administradores de ello. Comparar a
un ser humano con un animal sería siempre desventajoso para el animal. No cabe
duda de que la persona humana supera con creces cualquier habilidad que un
animal pueda tener. Otra cosa es que hay seres humanos que parecen verdaderos
animales y bestias en su forma de actuar en la vida, y que hay animales que se
asemejan a personas en cuanto a determinados actos aprendidos y al cariño que
dispensan a sus amos. Pero no es, ni razonable ni ético, rebajar a un ser
humano al nivel de un animal, tal y como hicieron y hacen los esclavistas, los
negreros, las civilizaciones patriarcales rancias y machistas, y los que
explotan sexualmente a las personas. El valor de un animal es alto, desde el
punto de vista de Dios, ya que les provee de todo lo necesario para su
existencia, pero la estima que el Señor tiene de un ser humano es altísima, por
cuanto alberga características que Él le ha comunicado por gracia, como es el
alma y la conciencia.
3. SER HUMANO VS. TRADICIONES
Jesús, tras esta argumentación de la que hace partícipes a sus enemigos
acérrimos, concluye con que lo importante no es el sábado, o qué se hace en
este día de reposo, sino la actitud o la intención de lo que vas a llevar a
cabo. Si en sábado puedes hacer un bien, ¿por qué no hacerlo, si así bendices a
alguien que está sufriendo una crisis personal? Hacer el bien a los demás,
siendo generosos y desprendidos, y paliando en la medida de lo posible la
necesidad de alguien, supera con creces en autoridad a observar un día, que
sigue siendo santo, mientras ves a tu prójimo quejarse y dolerse sin hacer nada
al respecto. Jesús sigue rompiendo esquemas y moldes mentales que la tradición
y la costumbre se habían encargado de crear desde la letra, y sin contar con el
espíritu de la ley. Y como el movimiento se demuestra andando, como muestra un
botón. Jesús deja a los fariseos discutiendo entre sí la argumentación dada, y
posa sus ojos en el hombre de la mano seca, el cual sigue incómodo y nervioso,
sin esperar un desenlace como el que tiene lugar a continuación: “Entonces
dijo a aquel hombre: —Extiende tu mano. Él la extendió y le fue restaurada sana
como la otra.” (v. 13)
¿Fue
esta acción de Jesús una respuesta provocadora a la provocación previa de los
fariseos? A la luz de la actuación sanadora de Jesús, así lo parece. Jesús
ordena al hombre de la mano seca que la levante ante él. Ahí está. Es una mano
horrenda, estéticamente desagradable, contorsionada y con la piel arrugada y
áspera. Con ella no puede hacer nada, y mucho menos puede trabajar manualmente.
Tal vez se dedicaría a la mendicidad en alguna esquina de alguna callejuela de
Capernaúm. No lo sabemos. Él no ha pedido nada a nadie. No ha ido en busca de
Jesús para que solvente su complicada situación física. Es Jesús el que toma la
iniciativa. Jesús no lo ve como un objeto o como una cosa, como una excusa para
liarla parda. Jesús lo mira y lo ama.
A
pesar de cómo es él, a pesar de su mano agarrotada y retorcida, a pesar de que
no le haya rogado que lo auxilie. Lo ama. Y desde este amor que brota de un
genuino entendimiento de cuál es el valor de este hombre, lo sana por completo.
Hace un segundo su mano era un amasijo de huesos, pellejo y tendones, y ahora
es una mano renovada y restaurada totalmente. No necesitará llevar un vendaje
durante unos días, ni requerirá de rehabilitación del miembro afectado, ni
deberá esperar un tiempo hasta que su movilidad sea la correcta.
Automáticamente, el poder de Dios a través de su Hijo Jesucristo deja como
nueva su articulación, presta para aplaudir de gratitud por este increíble
milagro.
Ante
la alegría y el asombro de los asistentes a la sinagoga, y ante el pasmo y la
amargura de los fariseos, el bien ha sido hecho. Muchos se acercan a ver de
primera mano, nunca mejor dicho, el prodigio obrado por Jesús. Nadie va a
discutir con Jesús si era el momento correcto, o si el hombre sanado no padecía
de una enfermedad terminal o que requiriese de una actuación urgente de cirugía
celestial. Simplemente observan y palpan algo que solamente Dios puede hacer a
través de su Mesías, el Cristo anunciado y esperado. Pero como siempre, hay
individuos como los fariseos que no perciben las cosas del mismo modo en que lo
hace el resto de los congregados en la sinagoga: “Salieron entonces los
fariseos y se confabularon contra Jesús para destruirlo.” (v. 14)
Humillados por la sapiencia de Jesús y comprobando la ascendencia
creciente de la fama de este maestro de Nazaret, se marchan por no seguir
viendo cómo la fiesta y la algarabía se seguía sucediendo dentro de la
sinagoga. Deben reunirse lo antes posible para pararle los pies a este
advenedizo sin escatimar en recursos. No pueden permitir que nadie les arrebate
su supremacía social y religiosa, ni quieren verse excluidos del poder y el
control que habían estado detentando en orden a someter a sus inferiores. Deben
destruirlo con todas sus letras. Acabar sea como sea con él para siempre.
CONCLUSIÓN
Así
es nuestra generación actual, sospechosamente muy semejante a la de los tiempos
de Jesús en lo que atañe al valor que se da al ser humano, y a que cuando no se
está conforme a sus dictados y principios inmorales, la meta es destruir la
nota discordante. Por desgracia, el sistema mundial tras el que están intereses
ocultos y elitistas de todo tipo, ha ideado formas de cosificar a las personas,
de reducirlas a meros números o a un batiburrillo de células y sustancias
químicas, y de considerarlas desde la rentabilidad financiera. Dios ha creado a
cada ser humano para que sea valorado, amado y reconocido como la niña de sus
ojos. Por eso, como creyentes, no damos por perdido a nadie. Aún a pesar de que
hay personas desastrosas, ávidas de sangre, entregadas a adicciones
destructivas, con tendencias aviesas y peligrosas, las vemos como Jesús vio a
aquel hombre de la mano seca. Las miramos como Jesús hizo con nosotros,
personas repletas de fracasos y defectos, y les ofrecemos la posibilidad de ser
restaurados en cuerpo y alma por el poder de Cristo.
Todos somos preciosos y valiosos ante los ojos de Dios, y nosotros, como
creyentes y como iglesia de Cristo no podemos por menos que seguir la estela de
su gracia y compasión por las almas necesitadas que nos circundan. Recordemos
que hacer el bien a cualquier ser humano es como si lo hiciéramos al mismísimo
Cristo: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis
hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” (Mateo 25:40) En nuestras manos
está cambiar la mentalidad social que propugna la aniquilación de la persona
humana, invitando a todo el mundo a que encuentre sanidad física y espiritual
en Cristo y en su evangelio de salvación. Y no olvidemos cuidar también de
nuestras mascotas, sin dejar de cuidar de la humanidad.
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