EL OASIS DE CRISTO




SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 11 Y 12 “BAD GENERATION”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 11:25-30

INTRODUCCIÓN

       Horarios intempestivos que duran veinticuatro horas. Aperturas de negocios, centros comerciales y áreas de servicio sin considerar festivos y fines de semana. Agotadoras jornadas de trabajo con abusivas cantidades de presión y exigencia. Situaciones comprometidas de las que es casi imposible salir indemnes. Atascos interminables en horas punta. Vertiginosos estilos de vida de los que es imposible e impensable escapar. Instantaneidad e impaciencia. Discusiones, gritos, espasmódicas expresiones de una ansiedad jamás vista en la historia. Frustración burocrática. Leyes parciales que se inclinan hacia los más adinerados e influyentes. Infoxicación en vena. Redes sociales “on fire” en las que se vierten opiniones ignorantes, insultos y cobardes amenazas. Políticos que dicen que harán, y no hacen subiéndose el sueldo en cuanto se presenta la ocasión. Falta de civismo y solidaridad. Expectativas excesivas que sacan de quicio al más pintado. Colas interminables para realizar trámites inútiles. Cacaos mentales, paranoias y esquizofrenias. ¿Seguimos?

      ¿No estás cansado de todo esto? ¿No te notas extenuado ante tantas y tantas circunstancias estresantes? Físicamente, estás hecho un guiñapo, sin fuerzas para dar un paso adelante, sin energías para encarar un nuevo día repleto de actividades frenéticas. Mentalmente, sufres jaquecas, duermes menos, estás continuamente en alerta y no haces más que darle vueltas a cosas que aparentemente son insolubles. Emocionalmente, discutes con más frecuencia con tus compañeros, amigos y familiares, rompes relacionalmente con aquellos que intentan echarte un cable, y comienzas a sentirte solo a causa de tu intensidad personal. Espiritualmente, no tienes a qué aferrarte, porque aquello en lo que creías ha demostrado ser un espejismo, un conjunto de creencias vacías de contenido y práctica, una serie de actos religiosos carentes de espíritu y significado. Vitaminas y jalea real para recuperar la vitalidad, relajantes y tranquilizantes para poder conciliar el sueño, psiquiatras para desmadejar el lío de relaciones rotas en la que está inmersa tu vida social, reiki, yoga y  “chakras” para que las energías del cosmos rehabiliten esa espiritualidad perdida... ¿Eso es todo? ¿Cuánto crees que podrás aguantar así? ¿Piensas que con todas estas terapias y tratamientos lograrás alejar el cansancio y la astenia de tu vida? 

      No cabe duda de que asistimos a lo que se conoce como la generación cansada. Cansada de las maratonianas jornadas laborales, cansada de lo injusto que es el mundo, cansada de las relaciones tóxicas y superficiales, cansada de preocuparse por vivir un día más con todos sus males, cansada de instituciones religiosas que han sido descubiertas cometiendo pecados y delitos a cuál más truculento y pavoroso. Es una generación hastiada de todo, que no se contenta con nada, que aspira a entrar en la vorágine de una realidad acelerada, arrebatada por las prisas y que demanda resultados y logros inmediatos. La paciencia no es precisamente una de sus virtudes; todo se desea ya, ahora mismo. La ansiedad y la depresión que causa el estrés en todas y cada una de las áreas de la vida se han convertido en una auténtica epidemia de la que prácticamente no se salva nadie en este planeta que avanza a velocidades de vértigo. Y si habitas en una ciudad grande, prepárate para formar parte de un hormiguero trepidante y angustioso que parece dejarse llevar por una inercia quasi autómata. Los domingos, aquellos oasis semanales en los que uno podía recibir el asueto de un buen servicio de adoración a Dios en comunidad, y en los que uno podía disfrutar del alivio físico y mental, y en los que la familia celebraba sus legendarias sobremesas, se han convertido en un día laborable más, en un auténtico infierno lleno de labores inacabables.

1.      UNA GENERACIÓN ORGULLOSA DE SU INTELECTO

       Dado el texto bíblico desde el que vamos a hablar de la necesidad de un oasis refrescante en medio del desierto que es la jungla de asfalto, esta misma necesidad era la que existía en la generación de los tiempos de Jesús. Tal vez el cansancio de aquellos tiempos era distinto, pero las parcelas vitales a las que afectaba este agotamiento siguen siendo las mismas. Después de que Jesús identificase a su generación de ser inconstante y caprichosa, y de ser incrédula a pesar de que Dios encarnado había demostrado milagrosamente su estadía en la tierra, Jesús desea señalar varios elementos más que caracterizan la mala generación a la que se enfrentaba en su ministerio terrenal. El primer elemento que hablaba bien a las claras de la esencia generacional de aquella época, era su orgullo intelectual: En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó.” (vv. 25-26)

      Esta generación que ha nacido cansada piensa que ya lo sabe todo sobre todo. La ciencia ha realizado avances científicos y tecnológicos ciertamente asombrosos en estos últimos treinta años. La genética, la biología, la robótica, la informática y la química han incrementado los niveles de conocimiento y de entendimiento de la realidad. No podemos dudar de que estos progresos han mejorado sustancialmente el bienestar de muchas personas. Podemos acceder a todas las ramas de las ciencias con un solo click. Tenemos la posibilidad de consultar investigaciones que se hacen en el otro lado del mundo. Podemos adquirir el último grito de cada dispositivo tecnológico de última generación en unas horas. Hemos creado un mecanismo por el cual la información y los datos pueden descargarse en un móvil, en un portátil o en un disco duro externo a velocidades increíbles. Y teniendo este panorama científico in crescendo a la vista, muchas personas piensan que Dios ya no tiene cabida ni sitio en la realidad humana. La ciencia puede explicar mejor que Dios todo cuanto sucede y existe. Dios es una antigualla mítica susceptible de ser arrinconada y erradicada de la ecuación de la existencia humana.

       Ahí encontramos a los ateístas militantes que no cesan en su empeño de menospreciar, criticar y desprestigiar la fe cristiana. Ahí hallamos a los que creen que su intelecto podrá solucionar los problemas que acucian a la humanidad. Ahí están enrolados miles de individuos que apelan al humanismo para creer, en su ignorancia de las inclinaciones perniciosas de la naturaleza humana, que el ser humano es capaz de crear un mundo mejor, más libre y menos injusto sin la operación de Dios y de la religión cristiana. Personajes como Richard Dawkins, Christopher Hitchens, Sam Harris, Daniel Dennett o Victor Stenger, son los líderes de un movimiento bastante activo y soberbio que se arroga la misión de anunciar al mundo el evangelio de la ciencia en contra del evangelio de Cristo. Sin embargo, Jesús no acude a la sabiduría humana para encontrar en ella lo que realmente necesita el ser humano. Su plegaria a Dios es el signo de la auténtica y genuina sabiduría: el temor de Dios. 

       Jesús alza su voz a los cielos para alabar y ensalzar al único responsable de la vida y de todo lo creado, visible e invisible: a Dios, su Padre. En Dios se encuentra la única verdad, y es que todos somos sus criaturas y que todos bebemos de la sabiduría con mayúsculas. La verdadera vida se entronca en la asunción de que Dios es nuestro Padre, y que, siendo sus hijos, no podemos enorgullecernos de lo poco y menos que conocemos. Recordemos que la serpiente que tentó a Adán y a Eva en el Edén, lo hizo prometiendo que ambos serían como Dios, conocedores de la ciencia del bien y del mal. Parece ser que el ser humano, a lo largo de las eras y de las civilizaciones, siempre ha anhelado querer destronar a Dios de la verdad y del conocimiento de todas las cosas, algo que, lógicamente, nunca podrá alcanzar a hacer. Aquel que cierra su mente y su alma a lo espiritual, y fía todo a lo que puede recrear experimentalmente, ya tiene su recompensa. Títulos, diplomas, reconocimientos académicos, doctorados cum laude, premios a su trayectoria de investigación como el Nóbel, son el galardón que ansían con su trabajo, su pericia y, por supuesto, con su tesón ateísta. No obstante, aquello que debería ser sencillo de asimilar por parte de estos genios científicos y de estos próceres intelectuales, dada su alta capacidad de reflexión, son aquellos que no pueden captar la belleza inigualable del evangelio de salvación que Jesús predicaba.

      ¿Quiénes son entonces aquellos que aceptan de buen grado el evangelio de Cristo? Los niños, aquellos a los que no les duelen prendas a la hora de humillarse reconociendo su ignorancia, aquellos que están dispuestos a depender de Dios, aquellos que nacen de nuevo en espíritu para vivir una nueva existencia bajo la guía del Espíritu Santo, aquellos que no se pasan el día exhibiendo sus credenciales y currículums, sino que se prestan a hacerse como niños para entrar en el Reino de los cielos. Dios se revela gloriosamente a aquellas personas que abren su mente y su razón a la dimensión de lo espiritual, a la obra de Cristo en sus corazones. No escuchan a Jesús con los oídos confundidos y ensordecidos por los prejuicios religiosos o por las premisas materialistas, sino que prestan atención a un mensaje que puede transformar su cosmovisión y su estilo de vida, dándoles la libertad de ser discípulos de Jesús. Los pequeños a los que se les revela la magnífica visión del Reino de los cielos son aquellos que son marginados por los sabihondos, por la élite religiosa e intelectual, por una estirpe grandilocuente que simplemente confía en sus talentos y dones científicos. Así le agrada a Dios que vengan a Él, sin orgullo ni altivez, y sí con humildad y apertura de miras. Tal vez no haya más científicos entre las filas de la iglesia de Cristo a causa de su ineptitud para recibir la revelación divina, pero eso no es lo más importante. Lo verdaderamente relevante es que ninguna respuesta humanista o científica podrá mitigar el cansancio de nuestra mala generación. 

2.      UNA GENERACIÓN IGNORANTE DE QUIÉN ES JESÚS

      Otra de las características elementales de esta mala generación es que no es capaz de reconocer a Jesús como Dios mismo. Para esta generación actual Jesús puede ser mil cosas distintas, pero no el Hijo de Dios, Dios encarnado que ha descendido a este mundo para salvar lo que se había perdido. Puede ser un filósofo, un gurú, un hacedor de milagros, un ente supranatural evanescente con forma humana, una buena persona con expectativas irreales, un eticista con buen ojo, un revolucionario ideológico e incluso militar, un rebelde con una causa perdida, un inconformista reformista, o un profeta anunciador de buenos deseos. Es muy difícil que alguien entienda el misterio de la encarnación, de la Trinidad o de la depotenciación cristológica o kenosis. Ya es complicado para muchos asistentes a las iglesias de todo el mundo, así que no digamos de aquellos que no conocen la Biblia ni de pasada, que siempre han escuchado bulos y “fake news” sobre el cristianismo o que han recibido de sus antepasados la idea de que siempre que se hable de evangelio, de Cristo o de Dios hay que ponerlo todo en sospecha o en tela de juicio. Pregunta a un joven adulto sobre quién cree que es Jesús, o qué clase de mensaje transmitía, o si conoce algún hecho particular de su ministerio en la tierra. La respuesta te sorprenderá enormemente por su falta de conocimiento de su persona y obra.

       Jesús dejó muy clara su filiación y origen en los siguientes versículos: “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.” (v. 27) Retomando la idea de que Dios se revela principalmente a aquellos que son lo suficientemente humildes como para recibir esa revelación especial en Cristo, Jesús afirma algo tremendamente peligroso. A simple vista, lo que acaba de decir es una blasfemia de tomo y lomo. Jesús está anunciando a todos que, entre Dios, su Padre, y él, el Hijo, no hay secretos. Su Padre ha puesto todo en sus manos, y Jesús puede hacer y deshacer a su antojo desde su conexión inequívoca con su Padre. De ahí que pueda hacer lo que nadie más podría hacer, y pueda enseñar con la autoridad con la que él lo hace. Los que lo estuvieran escuchando se quedarían atónitos y con una sensación de que este tipo de declaraciones iban a ser bastante perjudiciales para la misión. Cualquiera que se adjudicase la prerrogativa de ser el Mesías, el Cristo anunciado y esperado, Dios mismo poniendo la planta de sus pies en la tierra, tenía las horas contadas según la normativa religiosa de la época. De hecho, la imputación que lo llevó al cadalso fue precisamente esta, la de la blasfemia contra Dios.

       Era demasiado pronto como para que sus discípulos y apóstoles llegaran a comprender la auténtica naturaleza de Jesús. Sabían que era un gran maestro, un profeta de Dios que podía gobernar las tormentas, resucitar a muertos y curar las llagas purulentas de los leprosos. Pero no acababan de entender la verdadera dimensión de la persona a la que estaban siguiendo. Sería tras su muerte y resurrección cuando sus más allegados compañeros de fatigas entenderían quién era Jesús en realidad. Y sería el Espíritu Santo el encargado de desvelar todos los misterios y enigmas que había provocado Jesús con sus acciones y predicaciones. Jesús reveló a quienes quiso quién era, sobre todo en instantes imborrables como la transfiguración o la pregunta que hizo a sus apóstoles sobre quién creían que era él, la cual contestó el impetuoso Pedro con una rotundidad y seguridad que solo podía provenir de las alturas celestiales. Jesús era más que un maestro, más que un inductor de ideas, más que un coach personal, y más que un orador motivacional. Era Dios mismo, dispuesto a revelarse a aquellos que creían de todo corazón en el evangelio de la gracia y del perdón de los pecados. Este es el Jesús que debemos acercar a esta generación actual que nos rodea: un Jesús que es Dios hecho carne y hueso para redimirnos y hacernos renacer a una esperanza que nos libra de cualquier cansancio y agotamiento que tengamos en la vida.

3.      UNA GENERACIÓN CANSADA Y AGOTADA

       Por último, Jesús identifica a su generación como una generación cansada y agotada. Jesús percibe, desde su perspicacia especial y su discernimiento de los anhelos humanos, que todos aquellos que acuden a él para recibir sanidad, vida y palabras de aliento, lo hacen porque están exhaustos y hastiados de su situación existencial. Es por ello que Jesús atiende con un inmejorable tino y una misericordia formidable a esta necesidad tan urgente y perentoria. Lo hace con una receta que hace de su persona el remedio y la medicina más eficaz para tratar cualquier evidencia de estrés, cansancio o astenia: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga.” (vv. 28-30)

        Esta invitación de Jesús es ofrecida a todo el mundo. No importa el estatus socio-económico, la raza, el sexo o la edad. Todos estaban invitados. Todos estamos convidados a recibir el descanso que necesita nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro corazón y nuestro espíritu. ¿Quiénes son estos trabajados y cargados? En tiempos de Jesús, los trabajados eran aquellos que laboraban de sol a sol en sus sembradíos y que faenaban en las aguas del mar de Galilea para sobrevivir. Eran los que habían sido marginados a causa de su estilo de vida, de su enfermedad o de su capacidad adquisitiva. Eran los que soportaban a duras penas el régimen prácticamente dictatorial de las élites religiosas. Eran los aplastados y abusados por la tiranía de la bota romana, la cual los asfixiaba con sus tributos e impuestos. Eran los menospreciados, los invisibles, los niños, las mujeres, las viudas y los huérfanos que no tenían ni donde caerse muertos a causa de su paupérrimo estado. Eran aquellos a los que se les negaba la justicia y a los que se les arrebataba todo a causa de las especulaciones de los nobles y de los ricos. Cuando Jesús mira los rostros de aquellos que se arraciman en torno a él para recibir alguna muestra de amor, de compasión o de gracia, comprende que él ha venido precisamente para dar una esperanza a su sociedad y al mundo entero. Cuando toca las palmas encallecidas de los trabajadores, cuando enjuga las lágrimas de las viudas y ancianas, cuando abraza a los desconsolados y a los afligidos, los cuales no son pocos, Jesús sabe que la salvación de Dios, y que su sacrificio futuro en la cruz del Calvario, son necesarios para dar descanso a los desfavorecidos, a los humildes y a los que están al borde de la bancarrota espiritual y física.

        ¿Quiénes son los trabajados y cargados de nuestros tiempos? El adicto a la heroína o a la cocaína que nunca podrá salir por sí mismo del ciclo de autodestrucción en el que se ha metido. La madre soltera o el padre soltero que tienen que hacer malabarismos todos los días para sostener a sus hijos y su hogar. El condenado injustamente por un juez parcial y vendido a los intereses de los más poderosos. El inmigrante que deja sus raíces para encontrar esperanza en otro lugar para sí y para la familia que deja en su país. El trabajador honrado que es explotado sin consideración en su empleo y que apenas llega a fin de mes. El maestro que es amenazado y golpeado por un grupo de alumnos que ni tienen ganas de aprender ni dejan aprender a los demás. El misionero que viaja a otras latitudes en las que es maltratado, vejado o asesinado a causa de la predicación del evangelio. El enfermo terminal que ve como se consume lo poco que le queda de vida en una cama de hospital. La mujer que ha sido violada y ultrajada por un grupo de perversos individuos. La abuela que ve cómo sus hijos y nietos están pasando por una coyuntura crítica y trágica económica. El desahuciado que contempla impotente como le arrebatan todo por lo que ha luchado con tanto afán y ahínco. La madre que contempla con lágrimas en los ojos el desdén de sus hijos. ¿Seguimos?

       ¿Hace o no hace falta alguien que pueda hacernos descansar de todo esto? ¿Podrá la ciencia o la inteligencia humana ofrecernos, con toda su buena voluntad, el reposo a nuestros trabajos, sinsabores, dramas y problemas? Estoy seguro de que no podrá hacerlo. No obstante, Jesús sí puede convertir nuestra fatiga en descanso, y nuestro desierto en un oasis exuberante en el que siempre fluye el agua fresca del manantial de la vida eterna. ¿Cómo podemos optar a este descanso? ¿Acaso Jesús nos regalará una tarjeta regalo para una sesión de spa relajante? ¿Nos obsequiará con unas vacaciones con todos los gastos pagados en alguna isla paradisíaca del Caribe? ¿Nos proveerá de una buena tumbona, un refresco bien frío y un excelente libro para evadirnos de la realidad? ¿Nos dará una píldora que aliviará nuestro dolor y nuestro maltrecho corazón? No, esa no es la idea.

        La única manera de descansar de verdad es llevando su yugo y aprendiendo de su carácter humilde y manso. Sabemos que un yugo es un artefacto de madera al cual, formando yunta, se unen las mulas o los bueyes, y en el que va sujeta la lanza o pértiga del carro, el timón del arado, etc.  Llevar el yugo de Jesús supone desembarazarse del yugo que al que estábamos uncidos previamente. El yugo terriblemente pesado y gravoso de nuestros pecados, de nuestros delitos, de nuestros traumas y de nuestras inseguridades debe ser dejado atrás. El yugo de las relaciones tóxicas, de las convenciones sociales superficiales, de las presiones profesionales y de las exigencias extremas e hipócritas de la religiosidad debe ser destruido por completo para poder llevar el yugo de Jesús. Este nuevo yugo de Jesús es más llevadero, sobre todo porque junto a nosotros, llevando el peso y el paso de nuestras vidas, está él. Es el yugo de la gracia, del perdón, del reposo, de la misericordia. 

      Es importante que entendamos que este yugo de Jesús sigue siendo un yugo. Pero es un yugo que implica un compromiso de obediencia y seguimiento que da como fruto la libertad y la verdad, el reposo y el descanso de nuestras almas. No podemos quitar de nuestra cerviz el yugo de las apariencias, de la religiosidad, de los problemas mentales y de la explotación física, y encontrar descanso a nuestros trabajos si no nos sometemos humildemente a Dios y aceptamos con mansedumbre y espíritu voluntario el camino que Jesús nos propone. Arar el campo de nuestras vidas con Jesús como compañero de yunta es mucho mejor que hacerlo sin él, soportando todo el peso de nuestras culpas, de nuestras derrotas y de nuestros fracasos. Descansamos de verdad cuando nos dejamos hacer por Jesús, cuando en lugar de dejarnos llevar por lo que nos trata de inculcar el mundo, los “influencers”, los ideólogos políticos o los gurús motivacionales, seguimos haciendo surco en la vida contando con las fuerzas, el poder y la sabiduría de Jesús. Y cuando nos colocamos el yugo del evangelio de Cristo, entonces nos damos cuenta de lo liviano y ligero que es éste en comparación con el que siempre habíamos acarreado durante toda nuestra vida sin Dios. 

CONCLUSIÓN

       Sé que necesitas un respiro y tú también lo sabes. Todos lo necesitamos, aunque nos cueste a veces reconocerlo. Necesitamos parar por un momento y repensar en qué cosas nos estamos equivocando y qué cosas nos hacen vivir vidas insatisfechas y a punto de ver agotadas las últimas reservas de energías que quedan. Es lamentable comprobar cómo nuestras fuerzas menguan y nuestra paciencia se acorta. Sabemos que la ciencia no nos va a salvar el pellejo dadas las circunstancias y que solo Dios, como conocedor absoluto de nuestra naturaleza y necesidades, puede resolver nuestra urgencia de descanso y serenidad. Comienza por examinar tu vida, tus relaciones afectivas, tus intereses más importantes, tu dinámica laboral o estudiantil, y, sobre todo, tu área espiritual de comunión con Dios. Si después de haber conocido a Cristo como tu Señor y Salvador todavía estás cansado o cansada, probablemente es porque en algún instante de tu nueva vida, volviste a uncirte bajo el yugo equivocado. Renueva tus votos a Cristo y vuélvele a pedir que su yugo sea el tuyo, y al fin recuperarás ese reposo que se te estaba resistiendo en estos últimos tiempos.

       O tal vez todavía no hayas probado a vivir bajo el yugo de Jesús. Has tenido la tentación o la curiosidad de ver qué se siente cuando uno camina junto a él. Pero no has tomado todavía tu decisión porque te has acostumbrado a un yugo del que sabes que te hace daño, que te impide vivir feliz y que te quita las ganas de ser alguien mejor. Tal vez haya una relación ponzoñosa a la que te cueste dejar, un vicio o sustancia que te tenga atrapado, unas expectativas sobredimensionadas que creas que debes cumplir a los ojos de los demás para ser aceptado, o haya un trauma en tu vida que te lastra y no deja que tus sueños se cumplan satisfactoriamente. Sea lo que sea, puedes traer todo esto a Jesús. Solo él puede quitar de tus hombros y de tu nuca esa carga tan pesada, y solo él puede cambiar toda una vida mediocre y miserable en una existencia restaurada, descansada y nueva. Simplemente debes permitir que Jesús te ayude en ese proceso de cambio. Nosotros, como iglesia de Cristo, te acompañaremos en ese trayecto, y al final del desierto de tu vida, encontrarás el oasis verde y relajante de Cristo.

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