BEERSEBA




SERIE DE ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DE ABRAHAM EN GÉNESIS “ABRAHAM, EL PADRE DE LA FE”

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 21:22-34

INTRODUCCIÓN

       Recuerdo cuando era niño que personas de tradición católica nos enseñaban que no era lo mismo prometer que jurar. Jurar era prácticamente un acto terrible que enfadaba a Dios, presumiblemente porque a la hora de realizar un juramento, éste se hacía delante de Él mismo. Prometer no era tan importante, e incluso podías hacerlo mientras cruzabas los dedos índice y corazón de las manos detrás de la espalda, desdiciéndote de lo prometido y tratando de engañar a quién le estábamos prometiendo algo. Cuando jurábamos sentíamos dentro de nosotros que estábamos interviniendo en algo solemne, sacrosanto y serio. No osábamos jurar así porque sí, ya que siempre estaba el temor de que la ira divina se abatiese desde los cielos para juzgar nuestra sinceridad y veracidad. Jurar suponía tener las cosas muy claras y poseer algo real y auténtico que respaldase nuestro pacto. Ya adquiriendo cierta sabiduría uno se da cuenta de que prometer y jurar en definitiva vienen a ser exactamente lo mismo, pero siempre parece que queda esa espinita que impide que nos tomemos a la ligera dar nuestra palabra sobre algo acudiendo al juramento.

       Jesús nos enseñó también acerca del juramento, y nos aleccionó, no tanto a jurar con consistencia y conocimiento de causa, sino a no hacerlo. Prefería que fuese precisamente nuestro testimonio y ejemplo los avales de la palabra dada, y no una sarta de declaraciones y promesas que podían ofrecerse en el calor de la desesperación o de la conveniencia. La coherencia de vida debía ser el sustitutivo de cualquier voto o juramentación, ya que las palabras, incluso cuando están escritas, se las suele llevar el viento. Hoy resulta muy difícil encontrar a personas que sigan rigiéndose por las tradiciones y costumbres del apretón de manos, de la comida fraternal o de las garantías orales. Normalmente, preferimos que todo pueda ser probado en el futuro, partiendo de la base de que nadie es de fiar, ni siquiera la propia familia. Negro sobre blanco, especificado al milímetro, enmarcado en la legalidad y con varias copias de interminables e intrincados términos contractuales, es como preferimos llevar a cabo nuestros acuerdos con terceros.

1.      UNA PROPUESTA DE PACTO DE NO AGRESIÓN

        En el relato que hoy nos ocupa, encontramos también un pacto muy singular y que retrata a la perfección el sentido del honor y de la nobleza de dos personas que caminan paralelamente, pero que no pueden ser más distintos: Abraham y Abimelec. Recordemos que ambos personajes tuvieron una relación un tanto problemática y polémica. Abraham y Sara medio engañan a Abimelec, rey de Gerar, lugar en el que ahora mora el matrimonio, y como en un calco de la narración egipcia, Abimelec descubre el pastel tras serle revelado en sueños que estaba cometiendo un error garrafal. Tras reproches y explicaciones, Abraham y Abimelec quedan como amigos y en paz. Sin embargo, esta paz pronto será interrumpida por un suceso que enoja bastante a Abraham, y que matizará los términos del pacto que éste firmará con Abimelec. La historia comienza con Abimelec y su subalterno Ficol haciendo una visita al patriarca: Aconteció en aquel mismo tiempo que Abimelec y Ficol, jefe de su ejército, le dijeron a Abraham: —Dios está contigo en todo cuanto haces.” (v. 22)

       El tiempo al que alude el autor de Génesis es el que se refiere a la dramática expulsión de Agar e Ismael del campamento en Gerar. Después de varios años de convivencia pacífica, Abimelec decide echar un vistazo al asentamiento de Abraham, y lo hace acompañado por el general de sus tropas. ¿Abimelec llevaría consigo a este guerrero formidable por si lo que iba a proponer a Abraham no salía bien? ¿Ficol iría con el objetivo de observar y considerar el poderío de Abraham en servidumbre, recursos y efectivos? Cuando un soldado armado flanquea a su rey, no es precisamente para dar la impresión de venir en clave de paz. Sin embargo, en previsión de lo que pudiera acontecer a partir de este instante, ambos, Abimelec y Ficol, saludan a Abraham empleando una expresión de reconocimiento que debe inspirarnos a mantener una relación social y civil cordial y consecuente con nuestra fe en Dios. 

        Al contemplar la riqueza, la organización de sus actividades y el grado de fidelidad de sus siervos, Abimelec y Ficol no pueden más que confesar sinceramente que Dios está bendiciéndolo y prosperándolo en todo. ¡Qué magnífica noticia recibiríamos al conocer que nuestros vecinos incrédulos o paganos ven en nuestra trayectoria vital la mano de Dios! ¡Pudiera ser el principio de una oportunidad para exponerles la razón de nuestro bienestar, de nuestra paz y de nuestra firmeza en las convicciones cristianas!

       Habiéndose presentado con educación y elegancia, Abimelec va directamente al grano de la razón de su visita: “Ahora, pues, júrame aquí, por Dios, que no nos harás mal a mí ni a mi hijo ni a mi nieto, sino que, conforme a la bondad que yo tuve contigo, harás tú conmigo y con la tierra en la que ahora habitas.” (v. 23) Comprobado ya que Abraham y su clan eran una auténtica potencia en todos los sentidos, y vista la gran cantidad de bienes y de efectivos humanos, Abimelec comprende que ganará más en la vida pactando con Abraham una alianza de no agresión, que tratando de amenazarlo o de coaccionarlo. Para guardarse las espaldas, el rey propone a Abraham que solemnemente quede rubricada una promesa transgeneracional en la que la bondad mutua sea la protagonista. Abimelec ha ofrecido a Abraham todas las facilidades para habitar en su tierra, y, por tanto, éste espera lo mismo de parte de Abraham pase lo que pase en el futuro. Es un quid pro quo: yo te he rascado la espalda; cuando llegue el momento de que me la rasques a mí, espero la misma solicitud. Es una búsqueda de armonía que alcanza tres generaciones, ya que el futuro depararía que la descendencia de Abraham se convirtiese en enemiga acérrima de Filistea, tierra en la que se hallaba enclavado Gerar. 

2.      UNA RESPUESTA AFIRMATIVA CON UN PERO

      La respuesta de Abraham es rápida y franca, aunque con un pero que es necesario resolver antes: “Y respondió Abraham: —Lo juro. Pero Abraham reconvino a Abimelec a causa de un pozo de agua que los siervos de Abimelec le habían quitado.” (vv. 24-25) Abraham parece decir que vale, que no hay ningún problema en llevarse bien con todo el mundo, y que cumplirá con su promesa de no molestar ni atacar a Abimelec y a sus descendientes. Sin embargo, hay un asunto que debe ser tratado y solventado lo antes posible para que este juramento entre en vigor de forma completa. Los siervos de Abimelec le habían arrebatado la propiedad de un pozo que Abraham y sus hombres habían cavado. En aquellos tiempos, si cavabas un pozo, y de éste brotaba agua potable, entraba a ser propiedad perpetua del que lo había iniciado. Un pozo en aquella época era la vida para toda una tribu, sus ganados y sus cultivos. No podríamos decir con menosprecio: “Total, solo estamos hablando de un simple pozo.” Hoy puede encontrarse agua mediante tácticas tecnológicas de mapeo, rastreo y geolocalización. Pero en aquella área de Oriente Medio, y con las técnicas primitivas y artesanales de las que disponían, encontrar un pozo de aguas vivas era algo más valioso y apreciado que mil diamantes, ya que encontrar un oasis en el desierto marcaba la diferencia entre la vida y la muerte de todo un pueblo. Por eso, cuando el juramento dependía de un pozo, no estamos hablando de algo baladí o trivial; estamos hablando de la supervivencia.

      Parece que Abimelec no tiene noticia de esta circunstancia, y azorado intenta resolver esta crisis de la mejor manera posible: “Abimelec respondió: —No sé quién haya hecho esto, ni tampoco tú me lo hiciste saber ni yo lo había oído hasta hoy.” (v. 26) ¿Se trata de una negligencia civil, puesto que se supone que un soberano debía estar informado al día de cuanto sucediese en los contornos de su territorio? ¿Es una falta administrativa cometida por error con perjuicio para Abraham de la que Abimelec nada sabía? ¿O se hace el que no sabe nada sabiéndolo todo? No lo sabemos a ciencia cierta. Lo que sí sabemos es que Abraham se va a asegurar de que todo esté en orden y que el manantial robado vuelva a formar parte de su heredad: “Entonces tomó Abraham ovejas y vacas y se las dio a Abimelec, e hicieron ambos un pacto. Pero Abraham puso aparte siete corderas del rebaño, por lo que Abimelec le preguntó: —¿Qué significan esas siete corderas que has puesto aparte? Abraham respondió: —Que estas siete corderas recibirás de mi mano, para que me sirvan de testimonio de que yo cavé este pozo.” (vv. 27-30) 

     Es curioso, y a la vez interesante, que Abraham es el que entrega algunos ejemplares de su ganado a Abimelec para firmar este pacto bilateral. En teoría, cada proponente del juramento debía proveerse de los animales que se iban a sacrificar y a partir por la mitad. Abimelec parece que no viene preparado para tal fin, pero Abraham, generosamente regala a Abimelec, como signo de buena voluntad y fe, las víctimas que serían inmoladas. Abimelec aparentemente no tenía muy claro que el pacto al final pudiese darse, ya que de otro modo se hubiera traído sus propios animales. El juramento se lleva a cabo cuando ambas partes contratantes se pasean en medio de las dos mitades de los animales sacrificados. Pero Abraham, en su interés por solucionar el asunto del pozo incautado ilegalmente, introduce un matiz especial en la culminación de la alianza: aparta a siete corderas del rebaño. Este sorprendente giro de la ceremonia llena de extrañeza a Abimelec, y desea conocer el porqué de esta selección ovina. 

       Aunque Abraham era el legítimo dueño del pozo, ofrece como obsequio al rey estas siete corderas como si de una rúbrica se tratase, con el objetivo de zanjar para siempre el tema de a quién pertenece el pozo de la discordia. El número siete, como bien sabemos, adquiere el simbolismo de la perfección, de la satisfacción absoluta, de la plenitud y cumbre de este acuerdo. Nadie, de ahí en adelante, podrá robarle de nuevo el pozo a Abraham, ya que el juramento sería quebrantado por parte de Abimelec, y cualquier conflicto entre ellos devendría en desgracia y funestas consecuencias.

3.      UN JURAMENTO CON FINAL FELIZ

        Para redondear el acuerdo, Abraham “bautiza” a este lugar con el toponímico de Beerseba: “Por esto llamó a aquel lugar Beerseba, porque allí juraron ambos.” (v. 31) Este nombre significa, como ya vimos en el estudio anterior, “siete pozos,” haciendo alusión a los siete manantiales subterráneos y a las corderas ofrecidas a Abimelec como señal del pacto. Una vez los aliados han cumplido con lo establecido según las normas consuetudinarias de la cultura oriental sobre los juramentos, es hora de que cada mochuelo vuelva a su nido: “Hicieron, pues, pacto en Beerseba. Luego se levantaron Abimelec y Ficol, jefe de su ejército, y volvieron a tierra de los filisteos.” (v. 32) Ya más tranquilos, el rey y su general regresan satisfechos de lo conseguido, y quizá aliviados al verse fuera de cualquier amenaza que pudiese provenir de la ambición de Abraham. Por su parte, Abraham marca la tierra con un símbolo vivo de la alianza constituida: “Plantó Abraham un tamarisco en Beerseba, e invocó allí el nombre de Jehová, Dios eterno.” (v. 33)

      Traigamos a la memoria el comentario que hicimos sobre el rol que representan los árboles en la teología de los pueblos cananeos. Los árboles o bosques eran, de algún modo, el medio por el que las divinidades se servían para enviar sus oráculos y profecías a los seres humanos. Recordemos que el encinar de Mamre, el cual también fue y sería un enclave natural altamente apreciado por Abraham y su estirpe, antes de que éste llegase a estos dominios, era un santuario pagano en el que se recibían los augurios de los dioses por medio del rumor de las hojas y las ramas de los árboles. Abraham, retomando esta idea, decide plantar un tamarisco, el cual será una especie de hito reverente del juramento entre el rey y él. 

       El tamarisco es un árbol de hoja perenne que podía llegar hasta los quince metros de alto. Sus ramas eran finas, su follaje era gris verdoso, y sus flores eran de un color que tiraba de rosa a blanco. La especie autóctona de aquellos lares era la “Tamarix Aphylla,” especie que también existe en ciertas áreas de la costa almeriense. Este gran árbol señalaría el preciso lugar en el que el juramento había sido realizado ante la presencia de Dios, y se convertiría en una especie de altar donde Abraham, y más tarde su hijo Isaac, meditarían sobre los designios divinos y donde alabarían y adorarían al Señor en tierra extraña.

      Es preciso prestar atención al tratamiento que Abraham da a Dios en esta ocasión. Lo llama “Dios eterno,” en el original hebreo “El Olam.” Es la única ocasión en la que aparece este apelativo aludiendo al Señor. No cabe duda de que considerar a Dios eterno desprende una serie de implicaciones teológicas hermosas y terribles a la vez. En primer lugar, Dios no es un ser con principio y sin fin, o con principio y fin. El Señor es eterno, sin inicio ni final. El tiempo no se enseñorea de Él del mismo modo en que lo hace con nosotros. Y al ser eterno, es también inmutable en su personalidad, atributos y soberanía. De ahí que cuando un juramento se hace delante de Dios, éste nunca olvida lo que se ha prometido. Como seres humanos podemos llegar a este olvido, rompiendo las reglas que regulan los pactos y alianzas con el paso del tiempo, pero Dios siempre se acordará de lo que un día planteamos a otras personas vinculándonos de algún modo con ellas, y nos pedirá cuentas de nuestra infidelidad y negligencia. 

      En su eternidad, Dios, cuando establece un pacto con un ser humano o una nación, o el mundo entero, cumplirá con su parte a rajatabla y esperará, pasen los años que pasen, que nosotros mantengamos nuestra palabra dada, so pena de ser juzgados y condenados a una eternidad horripilante y desastrosa. Dios es el Eterno, aquel que crea al tiempo y lo organiza y planifica a su antojo. Abraham adoraba a este Dios atemporal y eterno, algo sobre lo que deberíamos reflexionar a menudo cada vez que pretendemos emitir un voto o un juramento del tipo que fuese.

       Abraham puede descansar también sosegado y tranquilo en esta nueva tierra en la que, de momento, habita toda su tribu: “Y habitó Abraham muchos días en tierra de los filisteos.” (v. 34) No se nos dice el número exacto de años de permanencia en Gerar y Beerseba, pero sí se nos informa más adelante que también fue el hogar de un joven Isaac a la espera de encontrar a la esposa que Dios le estaba preparando en Madián. Sara fallecerá más al norte de Beerseba, en Hebrón, por lo que es fácil pensar que Abraham pasaría sus últimos años en esta zona hasta ser sepultado con su esposa en Mamre.

CONCLUSIÓN

       Esta clase de relatos que describen la vida cotidiana de los seres humanos en sociedad nos ayudan a conocer mejor la diferencia que existe entre las alianzas humanas y los pactos que Dios entabla con determinados pueblos y personas. La honorabilidad no siempre se presumía en los acuerdos entre dos partes, y por ello era necesario recurrir a garantías y avales simbólicas y reales para que las condiciones estipuladas se cumpliesen fehacientemente. El ser humano suele quebrantar cuantos contratos puedan derivarse de la convivencia a causa de la ambición, de nuevas generaciones que piensan que lo pactado ya no es vinculante para ellas, de conveniencias y estrategias con otras partes que se llevan mal con uno de los pactantes, etc. Sin embargo, Dios es eterno, y con cada alianza fiel y veraz que firma con la humanidad, nunca cambia de parecer ni modifica caprichosamente el contenido de este convenio solemne.

      También podemos aprender de esta narrativa que el testimonio que ofrecemos a nuestros vecinos es fundamental para que éstos se vean atraídos por las razones y motivaciones que nos llevan a manifestar un estilo de vida distinto y diferencial, el cual contrasta con la corriente caótica que provoca una existencia dedicada sistemáticamente al pecado. Del mismo modo que Abimelec y su general supieron adjudicar la prosperidad y la justicia de los actos de Abraham y su linaje a Dios, así nuestros conciudadanos deberían poder comentar en un momento dado, que los creyentes de la iglesia local de Carlet son sostenidos, protegidos y bendecidos por el Señor. No cabe duda de que, a través de este evangelismo de la reputación y la trayectoria vital, muchos que todavía no conocen de Cristo, podrían interesarse en demandar de nosotros la exposición del evangelio de salvación. Habitamos en este mundo, pero no somos de este mundo, no lo olvidemos, y por ello nuestra luz debe resplandecer más reluciente que nunca en medio de nuestra localidad.

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