UN GRAN ENFOQUE
SERIE DE
ESTUDIOS “LA HISTORIA MÁS GRANDE JAMÁS CONTADA”
TEXTO
BÍBLICO: 2 TIMOTEO 2:1-7
INTRODUCCIÓN
Toda
buena historia que se precie de serla tiene su final, su culminación y
desenlace. A lo largo de varios estudios hemos recorrido cada uno de los hitos
de la historia de la salvación para desembocar en el presente, en perseverar
hasta el final a fin de disfrutar eternamente la redención de nuestro ser. Una
vez establecemos un compromiso con Dios de ser obedientes y de convertirnos en
discípulos de Cristo, es el turno de vivir consecuentemente con este acuerdo.
Ahora es nuestro turno de vivir vidas santas y agradables a Dios. Es tiempo de
alistarse en las filas del ejército de Dios para librar las batallas que
aparezcan en el horizonte futuro. Es la hora de correr sin desmayar a pesar de
los obstáculos que puedan tratar de impedir que nuestra zancada sea segura y
veloz. Es el momento de plantar, regar y cuidar nuestras existencias sin temor
de plagas, enemigos y alimañas que quieran echar a perder nuestra siembra. Dios
ha cumplido con su parte del acuerdo, y por tanto, mientras esperamos el final
de la historia de este mundo, tal y como lo conocemos, debemos mantenernos
firmes y constantes en nuestra búsqueda de santidad y coherencia.
El
apóstol Pablo escribe el texto bíblico que nos ocupa hoy con el objetivo de
fortalecer las flaquezas de su discípulo Timoteo. De manera pastoral y amorosa
intenta insuflarle renovadas fuerzas para sobreponerse a una serie de barreras
personales y externas que lastran su llamamiento al servicio pastoral. Aunque
estas palabras de Pablo sean dirigidas a Timoteo, entendemos en virtud de que
estas exhortaciones son revelación de Dios para todos los tiempos y para toda
la iglesia, que también nos ayudan a enfocarnos en la meta que nos aguarda tras
toda una vida de entrega y sacrificio a la causa de Cristo. Pablo, pues, quiere
hablarnos a través de las circunstancias de un timorato Timoteo para que no
flaqueemos en el camino que nos acerca cada día más a Dios. El gran enfoque que
todo cristiano debe adquirir de la vida tras haber confiado su ser al Señor
debe ser el de vivir como Jesús vivió, pensar como él pensó y amar como él amó.
A. PRIMER
GRAN ENFOQUE: ESFUERZO Y GRACIA
“Tú, pues,
hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús.” (v. 1)
Es harto
difícil ser fuerte siempre cuando te llueven las críticas, cuando se duda de tu
capacidad o cuando se sale de la esfera de comodidad. Ser fuertes en la vida,
según lo que vemos a nuestro alrededor, supone ser despiadados, insensibles y
tremendamente crueles. El más fuerte hunde al débil, el pez grande se come al pequeño
y el que más tiene arrebata todo al que prácticamente no tiene nada. ¿Cómo ser
fuertes para resistir las tentaciones que este mundo nos ofrece continuamente?
¿Cómo ser fuertes cuando la maldad y la perversión se adueñan de todo lo que
más queremos en la vida? Sin embargo, a eso somos llamados, a ser fuertes, no
por ser más poderosos que nadie, no por ser más adinerados que nadie, ni por
tener un estatus encumbrado que evite que los demás nos pisoteen y nos devoren.
Somos fuertes en la gracia de Cristo. Esto supone en primera instancia
reconocer que somos débiles, frágiles y enclenques en todas las áreas de
nuestra vida. El vigor que da la gracia de Dios no puede recorrer nuestro ser a
menos que confesemos que si el éxito de nuestra misión dependiese de nuestras
fuerzas y energías, estaríamos perdidos, frustrados y acabados.
No, la
fuerza no surge de nosotros para demostrar a Dios la potencia de nuestras
habilidades. La verdadera fortaleza que nos sostiene en el día a día es
sabernos en manos de la gracia de Dios en Cristo. Pablo sabía de lo que hablaba
cuando escribía lo siguiente: “Para que
la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un
aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca
sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de
mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la
debilidad. Por tanto de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades,
para que repose sobre mí el poder de Cristo.” (2 Corintios 12:7-9). Pablo
mejor que nadie sabía que deslumbrar al mundo con capacidades increíbles solo
llevaba al orgullo insano. Por ello, del mismo modo que él había experimentado
el poder de Dios a través de su gracia, también quiere que Timoteo y cada uno
de nosotros entendamos que somos instrumentos de Dios, los cuales por su gracia
adquirimos valor, coraje y fortaleza para seguir hacia delante pase lo que
pase. Si comenzamos a caminar en las sendas del evangelio sin tener esto en
cuenta, nos perderemos en las alabanzas melifluas del mundo y nos enfangaremos
en las arenas movedizas de nuestra soberbia y altivez. Nos mueve la fuerza de
la gracia de Cristo, y ésta es el combustible que nos llevará a nuestro
destino.
B. SEGUNDO
GRAN ENFOQUE: ENSEÑANZA Y APRENDIZAJE
“Lo que has
oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos
para enseñar también a otros.” (v. 2)
Cuando
comenzamos nuestra andadura cristiana, tan importante es la fortaleza de ánimo
que proviene de la gracia de Cristo como el deseo de aprender de los demás y
enseñar a los demás. Podríamos decir, en términos deportivos, que no corremos
por la pista de atletismo de la vida de manera individual, sino que lo hacemos
en equipo. Los más fuertes tienen consideración de los más débiles en la fe, y
todos buscamos aprender unos de otros, mientras nos enseñamos mutuamente sin un
ápice de vanagloria o superioridad. En esto consiste enfocarnos en la meta que
nos aguarda: en ayudarnos unos a otros en la edificación espiritual. Pablo, en
vista de las deprimentes circunstancias en las que se hallaba Timoteo, no
quiere que se queme en el desempeño de la predicación y la enseñanza, asumiendo
todo el trabajo sin delegar en los demás parcelas de esas responsabilidades tan
importantes en la comunidad de fe. Pablo quiere descargarle, a modo de Jetro,
de todo el peso de esta responsabilidad que todo creyente fiel debe asumir.
Timoteo no solo debe considerarse maestro y depositario de las enseñanzas de
Pablo, sino que ha de comprender que necesita seguir aprendiendo para
desarrollar sus dones y llamamiento en el seno de una iglesia particularmente
controvertida. Esta recomendación del apóstol Pablo nos ayuda a asimilar que
mientras recorramos la ruta que nos lleva al cielo, la humildad y el deseo de
enseñar desde la fidelidad a Cristo deben ser nuestros grandes enfoques.
C. TERCER
GRAN ENFOQUE: VICTORIAS, LAURELES Y FRUTOS
“Tú, pues,
sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda
en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado. Y
también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente. El
labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero.” (vv. 3-6)
Tres son
las imágenes que el apóstol Pablo presenta para ilustrar el hecho de que, con
la ayuda de la gracia de Cristo y con el anhelo por crecer y madurar en la fe a
través de la enseñanza, podemos aspirar a alcanzar la meta suprema de nuestra
salvación eterna. La primera de ellas es la del soldado. Si nos atenemos a la
vida de la soldadesca romana de los tiempos del primer siglo, ésta no radicaba
en vivir tumbados a la bartola disfrutando de unas vacaciones junto al mar. Ser
soldado implicaba dedicación absoluta, disponibilidad total y disciplina férrea
diaria. Si el soldado era llamado a combatir en una batalla, debía estar
dispuesto a recibir ataques, a rechazar los mandobles del enemigo, a formar
ordenadamente junto con sus camaradas y a lanzarse sin vacilaciones sobre el
adversario. De otro modo, éste sería aniquilado en menos que canta un gallo. El
soldado debía estar en plena forma y con la mente concentrada en obedecer las
órdenes de sus superiores sin rechistar. El sufrimiento de cualquier soldado de
las legiones del César era algo dado por supuesto, y todos sabían que si no
prestaban atención a sus armas, a su salud o a su fortaleza mental, en
cualquier escaramuza podrían morir sin remedio.
Lo mismo
sucede cuando nos enrolamos en las filas del ejército de Cristo. No podemos ser
negligentes administradores de los dones que Dios ha puesto en nuestras manos.
No podemos descuidar nuestra disciplina diaria de estudiar la Palabra de Dios y
de hablar con Él. No podemos embolicarnos en asuntos que van a restar atención
y concentración a Dios y su voluntad. O estamos a sus órdenes o dejamos de ser
soldados que tienen como prioridad lograr la victoria contra la tentación y las
asechanzas de Satanás. No podemos dividir nuestra concentración, ni podemos
jugar a dos bandas, porque cuando vengan las batallas de la vida, saldremos
perdiendo. El soldado de Cristo fiel y obediente que ya vislumbra el triunfo de
Cristo sobre la muerte y Satanás, sabe que su fuerza está en Dios y que Él
dirigirá su brazo para vencer los obstáculos que le sobrevengan.
La imagen
del atleta es también una ilustración gráfica que evoca grandes enseñanzas. Al
igual que el soldado, el atleta debe llevar una vida de disciplina corporal y
mental, debe obedecer las indicaciones del entrenador, debe concentrarse en
lograr alcanzar la meta y debe competir limpiamente, sin atajos. Si desea
conseguir los laureles de la gloria, que lo catapultan a la historia del deporte,
debe hacerlo sin acudir al dopaje o al consumo de sustancias potenciadoras del
esfuerzo. Si el atleta es descubierto en una maniobra de este calado, sabe que
será descalificado, que sus triunfos serán anulados y que la vergüenza lo
acompañará de por vida. Lo mismo sucede con el cristiano de a pie. El creyente
ha de esforzarse y ejercitarse según las estipulaciones que encuentra en la
Palabra de Dios, obviando cualquier tentador atajo que le aúpe a la gloria de
manera ilegítima. Dios conoce los corazones de aquellos que dicen que corren la
carrera cristiana, y sabe en cuáles de ellos solo hay conveniencia, intereses
ocultos o insinceridad. Por eso, aunque muchos atletas que se consideran
cristianos lleguen al final de la vida, éstos recibirán la reconvención y la
descalificación de Dios, puesto que a Dios nadie lo puede engañar.
En tercer
lugar, la imagen del agricultor o labrador es empleada de manera propicia por
el apóstol para enseñarnos que la vida cristiana es un asunto de paciente
trabajo y perseverante labor. Algunos piensan que como ya son salvos al
comprometerse con Dios, ya pueden andar del modo que les plazca hasta que
llegue la muerte para disfrutar de la gloria de Dios. Esta idea es altamente
errónea. La vida cristiana está enfocada al trabajo duro, a sembrar
convenientemente, a regar cuando es necesario y a cuidar de la planta de
nuestra vida con mimo y esmero. El labrador emplea un tiempo precioso para que
su huerto dé los frutos apetecidos. Un agricultor que echa su semilla en
cualquier parte sin mirar si es un terreno adecuado, que riega cuando se
acuerda y que se duerme en los laureles en lo que al cuidado de la planta se
refiere, tiene todos los números para que esa planta se marchite, se amustie o
sea pasto de cualquier plaga devoradora. La vida de santidad que Dios desea de
nosotros debe ser una existencia de trabajo, atención y paciencia. Debemos
dejar que nuestra planta siga todas las etapas de su desarrollo sabiendo que la
gracia y la provisión de Dios irán madurando nuestra vida hasta que dé frutos
en abundancia y seamos recompensados en los cielos por Cristo.
CONCLUSIÓN
“Considera
lo que te digo, y el Señor te dé entendimiento en todo.” (v. 7)
Timoteo
necesitaba estas palabras como el comer. Necesitaba saber de qué manera podía
enfocar su vida después de un cúmulo de sinsabores y experiencias traumáticas
que debilitaban su percepción del llamamiento pastoral. Nosotros también
necesitamos considerar las palabras de Pablo como palabras que se ajustan de
manera increíble a nuestra vida cristiana personal y comunitaria. Para todo lo
demás, el Señor está siempre a nuestro alcance para que nos guíe, nos dirija,
nos amoneste y nos infunda fortaleza y sabiduría a cada paso que damos. Y no
olvidemos que nuestro gran enfoque está en la meta, en la victoria y en los
frutos: “Por tanto, nosotros también,
teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo
peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que
tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe,
el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el
oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.” (Hebreos 12:1-2).
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